martes, 22 de septiembre de 2020

Los problemas de la Moralidad, especialmente para la Democracia




Nunca dejes que tu sentido de la moral interfiera con hacer lo que es correcto.

- Isaac Asimov


He hablado con anterioridad del lado oscuro de la moralidad, por ejemplo en esta entrada. Aquí vuelvo sobre el tema apoyándome en un artículo de Chloe Kovacheff y cols de 2018. Creo que es un asunto sobre el que merece la pena insistir, y más dadas las circunstancias que estamos viviendo tanto en EEUU como en nuestro país y en otros lugares. La esencia del asunto es que normalmente pensamos que ser inmoral es malo y que ser una persona moral es bueno. La realidad es que la moralidad es una fuente de graves problemas sociales, que impide el progreso y aumenta las divisiones, y que muchas de las grandes barbaridades que se han producido a lo largo de la historia las ha cometido gente que pensaba que estaba haciendo el bien y que se creía en posesión de la verdad.


Muchos pensamos que actuar “moralmente” es sinónimo de hacer lo que está bien. El aforismo de Asimov nos da la pista de que pensar así puede ser un error y de que la moralidad tiene también graves aspectos negativos. Vamos primero con lo positivo. La moralidad es el eje del buen funcionamiento social. Nuestra brújula moral mantiene nuestros instintos egoístas más básicos al servicio del bien del grupo y favorece la cooperación y el altruismo dentro de la comunidad. Los individuos que comparten unos valores morales cooperan mejor y gracias a los códigos y normas morales se resuelven mejor los conflictos que puedan surgir en la población.


Pero la moralidad es también la causa de muchos problemas sociales y puede tener muchas consecuencias negativas interpersonales. Vilipendiamos y deshumanizamos a aquellos que no están de acuerdo con nuestras creencias morales y justificamos cualquier medio en función de un fin moral que consideramos bueno. Además, la moralidad altera nuestra interpretación del mundo que nos rodea afectando a nuestro razonamiento y a nuestras creencias acerca de lo que es real, de lo que es ficción y de lo que es seguro y lo que es peligroso. Todos estos procesos en conjunto conducen a los individuos a actuar de formas que dañan significativamente el progreso de la sociedad bajo el disfraz de que es una lucha por una causa moral.


El artículo de Kovacheff y cols. revisa primero lo que es la moralidad y cómo altera nuestros procesos cognitivos (razonamiento motivado, sesgo y dogmatismo) conduciendo a consecuencias interpersonales negativas (desprecio y deshumanización de los grupos externos o exogrupos) lo que puede acabar en conflicto intergrupal e incluso violencia. Luego, los autores ponen dos ejemplos de cómo la moralidad daña el progreso social. Uno de ellos es el rechazo de la ciencia y la tecnología y el otro es el de la polarización política en EEUU. Yo voy a comentar los aspectos iniciales del artículo sobre moralidad, para pasar luego principalmente al problema de la polarización moral y política. Como ya he dicho, los autores hablan de la situación de EEUU pero su análisis creo que es válido y aplicable a cualquier lugar.


Definir algo siempre es muy complicado pero, para los objetivos de esta entrada, moralidad no es más (ni menos) que la capacidad humana de distinguir bien y mal, de considerar que hay acciones que son buenas y otras que son malas. La moralidad tiene una serie de características que la diferencian de forma muy importante de otras capacidades cognitivas o de otras actitudes humanas:


1- Las convicciones de que ciertas cosas son buenas y otras son malas se experimentan como universalmente aplicables y como “objetivamente ciertas”. Son indiscutibles y se asocian a emociones muy fuertes y poderosas (miedo, ira, amor, compasión, culpa, vergüenza y asco).


2- Las convicciones morales motivan a la acción, dictan lo que un individuo debe y no debe hacer.


Las reglas morales del individuo pueden dar lugar a unos valores sagrados o protegidos, que han sido definidos en la literatura como “cualquier valor que la comunidad moral implícita o explícitamente trata como poseedor de un significado infinito o trascendental que excluye cualquier comparación, compromiso o, de hecho, cualquier otra mezcla con valores limitados o seculares”. Un individuo que tiene unos valores protegidos tenderá a negar la necesidad de  compromisos y se enfadará simplemente con pensar que tiene que entrar en esos compromisos o compensaciones a los que se llama “compromisos tabú”. Esto resulta en una falta de ganas de aceptar cualquier compromiso porque los valores sagrados están por encima de cualquier otro y son los que motivan la toma de decisiones. Cuando los individuos sienten que sus valores sagrados están en peligro, los individuos responden de una manera intolerante y peligrosa, por ejemplo con indignación moral y con limpieza moral. 


La indignación moral supone que el individuo siente ira y desprecio por la persona que amenaza sus valores sagrados y reclama un castigo de esa persona; y todo aquel que no pida ese castigo debe ser castigado también. La limpieza moral consiste en que cuando un valor sagrado ha sido profanado o violado, esto evoca un sentido de contaminación personal, lo que requiere algún tipo de limpieza para eliminarlo. 


Como decía más arriba, los valores y creencias morales se diferencian de otras actitudes porque se experimentan como universales y como objetivamente correctos -nuestras convicciones son hechos- y porque mueven a la acción. Pensar que el 13 es un número primo es correcto pero no mueve a la acción. Si algo se considera inmoral hay que luchar contra ello y hay que combatirlo, hay que pasar a la acción, no se puede permitir que otras personas lo hagan. Otro problema es que hay datos de que cuando la gente tiene razones para una venganza por razones morales, les preocupa muy poco cómo se consiga esa venganza, el fin justifica los medios. Por ejemplo, cuando la gente cree que un acusado es culpable antes del juicio, consideran que el castigo es obligatorio moralmente y no tienen en cuenta la presunción de inocencia, ni un juicio justo ni la necesidad de condenar en base a unas pruebas más allá de una deuda razonable. 


Una de las formas en las que la moralidad puede ser perjudicial es por su rechazo de la ciencia y la tecnología. Cuando los individuos ven que los hechos o avances científicos suponen un desafío para sus convicciones morales, pueden interpretar de forma sesgada estos avances, pueden rechazarlos directamente por violar sus valores sagrados o pueden reinterpretarlos de manera que encajen con sus creencias morales. La educación y la formación científica predicen sólo débilmente las actitudes hacia la ciencia. El rechazo público de hallazgos científicos está motivado en gran medida por el razonamiento moral más que por los datos. Aportar más información a la gente sobre un tema (las vacunas o los alimentos transgénicos, por ejemplo) no consigue cambiar su opinión. Si la gente tiene que elegir entre moral y ciencia, elige moral. 


Polarización Moral y Democracia


La moralidad es clave para el buen funcionamiento social. Activa normas de conductas correctas que son necesarias para la cohesión grupal. Sin embargo, los mismos procesos que hacen que la moralidad tenga un efecto positivo dentro del grupo (en el endogrupo) pueden ser la fuente de conflictos intergrupales (con los exogrupos). La gente tiende a ver a los que discrepan con ellos en temas morales como equivocados (en el mejor de los casos) y como malvados (en el peor de los casos). En cualquier caso, hay que persuadirles o enfrentarse a ellos. Por tanto, cuando individuos que tienen puntos de vista morales opuestos interactúan, hay consecuencias negativas que pueden ir desde la evitación a la violencia como castigo. Cuando grupos que tienen creencias morales opuestas interactúan ocurre una humillación o desprecio del adversario y una segregación entre ellos, lo que al final resulta en una polarización que hace imposible el acuerdo o el compromiso entre grupos diferentes, con lo que el conflicto entre grupos y la violencia puede estallar en cualquier momento.


Según diversas investigaciones, los individuos evalúan a los demás en base a tres criterios: competencia, sociabilidad y moralidad, siendo la moralidad el factor más importante en determinar la valoración positiva o negativa de los demás. Se ha encontrado que el carácter moral es la dimensión más importante para seleccionar amigos, colegas o parejas románticas (y es por esto mismo por lo que es tan importante señalar virtud). La otra cara de la moneda es el problema para las relaciones con grupos que tienen diferentes valores morales. Esto es así porque las diferencias morales se viven como amenazantes. Como ya hemos dicho, la gente vive sus creencias morales como hechos reales, tan reales como que 2+2=4 (bueno, ahora en Twitter parece que eso ya no es así :)). Las diferencias morales desafían nuestra realidad, las reglas que seguimos y nuestra visión del mundo, lo cual es muy amenazante. Nuestra moralidad es sagrada y central para nuestra identidad y para el valor que nos adjudicamos a nosotros mismos. Los que tienen una moral diferente amenazan la misma esencia de nuestro yo.


Enfrentados a esta amenaza, una respuesta suele ser la humillación desprecio o deslegitimación del grupo rival a los que se califica de “bárbaros” o de “alimañas”. Otra respuesta es la segregación, la separación: el grupo moral exterior  es percibido como un peligro y una fuente de contaminación y hay que mantener con él una distancia física, social y psicológica. En EEUU hay estudios que encuentran que la gente se cambia incluso de barrio o de municipio para irse a vivir a lugares más acordes con sus valores morales. En  nuestro panorama político nacional hemos escuchado también expresiones como “cordón sanitario” o “cinturón sanitario” para referirse a medidas contra grupos políticos rivales. La segregación y el desprecio del grupo rival conduce  a una mayor polarización, con lo que el círculo vicioso se perpetúa y se entra en una escalada o espiral que puede llevar al enfrentamiento y la violencia. La cosa es peor todavía, porque dañar al grupo rival se vive de una forma positiva y con orgullo. A fin de cuentas, librarnos de “alimañas” es positivo y castigar a “pecadores” es una cosa buena y loable. 


Vamos a ver ahora cómo perjudica la moralidad a la democracia liberal. Las democracias liberales   defienden la libertad de expresión y la libertad de prensa y aceptan y aplauden la divergencia de puntos de vista y valoran el debate y el compromiso. En EEUU, diversos estudios encuentran que estos pilares de la democracia están siendo asediados y que la fractura entre los dos partidos políticos se hace cada vez más grande. Hay más animosidad contra el parido político rival que contra individuos de otras razas o religiones. Hay estudios en los que se encuentra que los partidarios de un bando aprueban no contratar o discriminar a los individuos del bando contrario (tanto por parte de demócratas como de republicanos, ambos grupos muestran sesgos similares). Se ha extendido la tendencia a bloquear la libertad de expresión del rival, a impedir que disemine sus puntos de vista, por la fuerza si es preciso.


Pero, además, hay un sentido profundo en el que las convicciones morales y las convicciones democráticas son incompatibles. Si no estoy equivocado, la democracia parte de la humildad de pensar que hay diversas opciones legítimas y que la gente va a votar y elegir entre ellas. Si el juego democrático se contamina moralmente, lo que resulta es que tenemos un partido bueno y un partido malo, un partido que representa todo lo bueno y deseable mientras que el otro es la encarnación del mal y el demonio (por supuesto, cada bando piensa que el otro es el demonio). Lógicamente no podemos negociar -ni siquiera hablar- con el demonio, con lo que el diálogo y el juego democrático está roto. Si ya sabemos cuál es la verdad, nos sobra la democracia: que gobierne el partido bueno, el de la verdad (el nuestro, claro).


Soluciones y Recomendaciones


¿Qué opciones tenemos para evitar caer en un mundo de Star Wars moral, de buenos y malos, representado por los que visten de negro y de blanco? Partiendo de la base de que el problema es nuestra naturaleza moral, nuestros instintos morales, los autores proponen soluciones como:


  • Aumentar la empatía y el sentido de que compartimos una misma humanidad a pesar de visiones morales distintas. Por ejemplo, un estudio encontró que exponer a los individuos a imágenes de familias de culturas, etnias y religiones diferentes disminuían, por ejemplo, los sentimientos anti-árabes. Al ver que comen y actúan como nosotros aumenta la empatía y la sensación de humanidad compartida. La idea sería destacar todo lo que nos une y no lo que nos separa. 


  • Aumentar el contacto entre grupos distintos, bajo las condiciones adecuadas. Interactuar con individuos de otros grupos puede hacer que nos demos cuenta de que no son demonios, sino personas como nosotros.


  • Implicar a los diferentes grupos en objetivos comunes que requieran la colaboración y el apoyo mutuo. Según algunos estudios, sería posible crear objetivo compartidos e incluso crear las condiciones para que surja una identidad de grupo compartida de un orden superior.


  • Cambiar el lenguaje con el que nos referimos al otro bando. Cuando calificamos a los rivales de “bárbaros” o “cerdos” favorecemos considerar a los rivales como pertenecientes a una categoría inferior. Cuando hablamos de “batallas” o “guerras” (en el discurso político estadounidense estas expresiones han ido aumentando) favorecemos el conflicto, el enfrentamiento y el recurso a la violencia.


  • Las élites, según los autores, deberían cambiar su discurso y dar ejemplo. Los líderes tendrían una responsabilidad crucial en este sentido, pero lo que desgraciadamente vemos es lo contrario, que los líderes favorecen y alimentan el enfrentamiento. Los medios de difusión debería apuntarse a esta idea de servir de modelo hacia un mayor entendimiento, diálogo y compromiso pero, de nuevo, no es lo que observamos. De las redes sociales ya ni hablamos…no son el lugar más apropiado para el debate sosegado y racional. Los autores llegan a propone la creación de algún tipo de comisión formada por ambos partidos que actuara de moderador y que llamara al orden a los políticos que no sigan un discurso adecuado.


  • Otra posible vía de minimizar los problemas de la moralidad podría ser aumentar la comprensión de las formas en que la moralidad nos divide y separa y difundir este conocimiento.


Pero los autores no se hacen ilusiones y resaltan que la moralidad es una moneda con dos caras o un arma de doble filo y que no podemos tener un lado sin el otro. Aunque ser moral se ve como equivalente de algo loable y bueno, ser moral tiene un lado oscuro que es consustancial a las características de la capacidad moral humana. Los problemas de la moralidad son muy graves y se autoperpetúan; entenderlos puede ser un primer paso para abordarlos para que no impidan el funcionamiento de la sociedad y el progreso social


@pitiklinov



Referencia:


Chloe Kovacheff, Stephnanie Schwartz, Joel Inbar y Mathew Feinberg (2018) The problems with Morality: Impedin progress and increasing divides.











domingo, 20 de septiembre de 2020

Las opciones que parece que tenemos

Los que seguís este blog ya sabéis que no creo que exista eso de una voluntad libre y aquí he explicado mis razones para no creer en el libre albedrío. En esta entrada voy a hablar de un tema muy relacionado con el del libre albedrío, un fenómeno psicológico que consiste en que normalmente no somos conscientes de nuestras barreras y limitaciones psicológicas y tampoco lo somos de las barreras y limitaciones psicológicas que tienen los demás. Este fenómeno tiene muchas implicaciones prácticas, tanto a nivel individual y clínico como también social, y al final me voy a referir en este contexto a la culpabilización que están haciendo las autoridades de la ciudadanía por su irresponsable conducta, se argumenta, respecto a la COVID. Dado que la mayoría de las personas creen en el libre albedrío y en la existencia de una voluntad libre, sospecho que muchos no vais a estar de acuerdo conmigo, incluyendo psicólogos y psiquiatras. Aún así, creo que, probablemente, muchas personas no se han parado a pensar en esto con detenimiento y mi comentario puede interesarles.


Para empezar a conocer el terreno en el que nos vamos a adentrar, os propongo una especie de experimento mental, del que os tenéis que quedar con la idea que intento transmitir y no con la literalidad de lo que digo. Es un ejemplo que los amigos con los que he discutido acerca del libre albedrío me han oído muchas veces.


En teoría, mañana lunes a la mañana, cuando yo llegue a la estación de metro donde cojo el metro para ir a trabajar, podría cogerlo en dos direcciones. Podría cogerlo en dirección a Bilbao y efectivamente ir a trabajar o podría cogerlo en la otra dirección, hacia una bonita localidad de la costa vizcaína, la villa de Plentzia, por ejemplo. Podría dar un paseo, tomar un café y hasta bañarme. Podría desconectar el móvil para que mis compañeros -al ver que no llego a trabajar y que no hay nadie para ver a los pacientes que tengo citados- no puedan localizarme. O les podría coger el teléfono y explicarles que me apetecía mucho darme un baño en lugar de ir a trabajar. Lo esencial de este planteamiento es que, aparentemente repito, yo tengo esas dos opciones. No estoy cojo ni ciego, puedo ponerme en un andén u otro y no hay tampoco una fuerza externa (pongamos la policía) que me lo impida. Parece que yo estoy eligiendo entre dos opciones abiertas ante mí y que mi voluntad libre está decidiendo.


Pues nada más lejos de la realidad. La opción de ir a Plentzia es una pseudo-opción, no es una opción real, y en realidad yo no tengo otra opción que ir a trabajar, dadas mis circunstancias, puesto que, como decía Ortega, yo soy yo y mis circunstancias. Me explico. Dado que soy una persona responsable, que cumple razonablemente sus compromisos, dado que no quiero que me abran un expediente por falta de asistencia laboral, dado que me preocupa mi familia y quiero tener un trabajo para que coman mis hijos, etc, etc., dadas todas esas circunstancias, yo no puedo irme a Plentzia. Yo estaría en realidad eligiendo entre una opción que tengo y una opción que parece que tengo. Sostengo que nuestra creencia en el libre albedrío proviene en parte de la ilusión de que elegimos entre opciones reales cuando muchas de las opciones no son reales. Nos parece que llegamos continuamente en la vida a bifurcaciones donde hay dos opciones abiertas ante nosotros, igual de probables, igual de ejecutables. Mi tesis es que nos engañan las opciones que parece que tenemos y que esas pseudo-opciones crean las redes de bifurcaciones disponibles ante nosotros por las que creemos que circulamos.


Mis características psicológicas, mi nivel de responsabilidad, autocontrol, inteligencia,  impulsividad, empatía con mis pacientes, etc., suponen un auténtico muro que inhabilitan el andén en dirección a Plentzia y lo convierten en inexistente para mí. Si yo fuera otra persona, pongamos un psicópata, lo que no podría hacer sería justo lo contrario: ir a trabajar y aguantar ocho horas trabajando en una cadena de montaje o donde sea. Volvemos a lo mismo, el psicópata puede físicamente ir a una empresa y manejar las máquinas -no está incapacitado físicamente para ello- pero no tiene la constitución psicológica necesaria (responsabilidad, autocontrol, motivación, etc.) para realizar una actividad laboral reglada. El psicópata no puede hacer lo que yo, o un trabajador normal, haría, y yo no puedo hacer  lo que haría un psicópata. Por ejemplo, yo no puedo ahora mismo ir a comprar un arma para atracar un banco o para robar a una persona, o en una vivienda. Con mi voluntad no puedo torcer una serie de valores morales y una conformación psicológica que no me llevan en esa dirección. Tal vez algún día, si hay una guerra y mis hijos no tienen para comer, pongamos por caso, podría robar o hacer cualquier cosa, pero no lo haría por el ejercicio de mi voluntad sino porque las circunstancias han cambiado y hay razones de mucho peso que me llevan a una situación límite.


Nos puede ayudar a entender la idea que intento transmitir el concepto del Posible Adyacente, del que ya he hablado en el blog. Hay cosas que están en nuestro posible adyacente, cosas que podemos hacer y cosas que no están en nuestro posible adyacente y, de momento, no podemos hacer. Y el Posible Adyacente de todas las personas no es igual. Esto parece algo obvio y de perogrullo pero a mucha gente le cuesta entenderlo. Vemos continuamente en anuncios y en conversaciones que si Fulano ha adelgazado, tú también puedes; o que si Mengano hizo deporte y se curó su depresión, tú también puedes. Es un error muy frecuente en el trato con las personas depresivas decirles que “tienen que” salir o que “tienen que” ir al cine o que “tienen que” hacer ejercicio. A muchos de los pacientes depresivos que trato lo último que les apetece es ponerse zapatillas y pantalón deportivo y salir a correr, les falta sencillamente la motivación para hacerlo. Les interesa tanto eso como la vida del escarabajo pelotero.


Cuando un médico tiene delante a una persona con obesidad, le dará una serie de consejos y pautas sobre como realizar dieta, organizar las comidas, realización de actividad física, etc. Pero luego, según lo que haya en el Posible Adyacente de esos pacientes, unos cumplirán buena parte del programa y otros prácticamente nada. Consignas como “si quieres, puedes”, o “si yo lo he hecho, tú también puedes”, son totalmente irreales. Si fuera tan sencillo, no existiríamos los psicólogos y los psiquiatras porque no seríamos necesarios. la gente usaría su voluntad libre para hacer ejercicio, controlar la dieta, dejar de beber, dejar el tabaco, o lo que fuera.


Como decía, no sólo somos ciegos a las limitaciones y barreras psicológicas que nosotros tenemos sino que también lo somos ante las limitaciones y barreras psicológicas de los demás. Vemos continuamente en conversaciones cómo la gente arregla en dos patadas la vida de los demás: “si ese chaval fuera hijo mío, ya le iba a enseñar yo esto y lo otro…” “yo prohibía las armas en USA y así descenderían los suicidios y los homicidios”. Como dicen en este artículo, los problemas de los demás no son sólo solucionables, sino fácilmente solucionables. El autor lo llama la “seducción reduccionista de los problemas de los demás”. Por supuesto no hace falta explicar que el problema de las armas en USA o el de los trastornos de conducta del hijo de la vecina son de una complejidad enorme y que si nosotros estuviéramos exactamente en las mismas circunstancias, nos veríamos con las mismas dificultades para solucionarlos.


Algo de todo esto está pasando con la actitud del gobierno, profesionales y medios de comunicación culpando de la segunda ola por COVID a la ciudadanía (vamos a aceptar para los efectos de esta entrada que tengan razón). Lo único que hace falta para acabar con el COVID es responsabilidad individual. De nuevo, nos encontramos en una bifurcación ilusoria con opciones que parece que tenemos: a) que la gente sea responsable y aplique las medidas de protección b) que la gente no sea responsable. Todo lo que tiene que ocurrir es que los irresponsables decidan ser responsables…¿Y cómo se consigue esto? La respuesta más habitual es que con educación. La educación es una cosa mágica, una especie de superpoder. Le explicas a la gente que para adelgazar hay que hacer dieta y ejercicio y la gente te dice: “anda doctor, no me había yo dado cuenta de eso, tiene usted razón, ahora mismo me pongo a hacerlo”. Por mucho que repitamos el mensaje por televisión, estaremos perdiendo el tiempo: la gente que ya sigue las medidas no necesita los mensajes y la gente que no las sigue será impermeable a ese tipo de mensajes. El Posible Adyacente de la ciudadanía española es el que es y habrá que aceptarlo; si hemos repetido trescientas mil veces una cosa no es de esperar que al repetirlo una vez más se vaya a producir ningún cambio. 


En resumen, todas las personas  tenemos unas limitaciones psicológicas al igual que las tenemos físicas y estas limitaciones psicológicas son tan reales como las físicas, aunque no se vean de la misma manera que se ve una pierna rota. Son muros muy altos que no se saltan con un acto de la voluntad. Ser conscientes de ello nos ayudaría a enfocar mejor tanto muchos problemas psicológicos como sociales.


@ptiklinov





sábado, 5 de septiembre de 2020

Causas Sociales del Suicidio

El acercamiento convencional al suicidio es psiquiátrico. Si preguntamos al ciudadano medio por qué la gente se suicida, probablemente citaran los trastornos mentales y la depresión en la respuesta. Las personas en el Occidente actual tienden a pensar que el suicidio es una acción profundamente individual, algo enraizado en el drama interno de la mente humana y que el suicidio es un problema médico o mental que pertenece al campo de la psicología y la psiquiatría y no al de la sociología. Pero este enfoque no reconoce las causas sociales del suicidio que son las que trata Jason Manning en su libro Suicide. The Social causes of self-destruction. Ya Durkheim argumentó que el suicidio varía de forma predecible de una sociedad a otra y que era algo explicable con las condiciones sociales externas. La gente se suicida por divorcios y rupturas emocionales, por el desempleo y los problemas económicos, etc. En esta entrada voy a intentar resumir las ideas y planteamientos de Manning. Manning es sociólogo y utiliza en este libro como referencia teórica la llamada Sociología Pura (de la que ya hemos hablado aquí) de su maestro Donald Black, un enfoque teórico controvertido y del que daré mi valoración actual más abajo. Sin embargo, no es necesario adherirse a esa teoría para entender y revisar lo esencial de lo que quiere transmitirnos el autor. Jason considera que el suicidio es una conducta social y que se puede explicar sociológicamente. Según Jason, el suicido es resultado del conflicto y es más probable que unos conflictos lleven al suicidio que otros.

Como siempre, es necesario partir de alguna definición de suicidio y Manning usa una definición bastante amplia: “suicidio es la autoaplicación de violencia letal”. A partir de ahí, habría que definir qué es letal, que es autoaplicación y demás, y la cosa se complicaría y nos daríamos cuenta de que la letalidad es un continuo, de que el suicidio no es algo homogéneo y existen muchos tipos y variaciones, pero ahora iremos viendo todo ello. 

Suicidio y Conflicto

Como decía, Jason trata el suicido en este libro en el contexto del conflicto. El conflicto, según lo define Donald Black es un “choque entre bien y mal que ocurre cuando alguien provoca o expresa una queja/agravio/reclamación”. La gente puede condenar a los demás por arrogancia, avaricia, impaciencia o estupidez. Podemos criticar a alguien porque no muestra interés en nosotros, o porque muestra demasiado interés y se mete en exceso en nuestros asuntos. Nos quejamos porque nos insultan, nos abandonan, nos traicionan, nos hacen trabajar demasiado, etc. El conflicto es ubicuo e indisociable de la condición humana, todos tenemos intereses diferentes y no hay manera de conciliarlos a la perfección.

Y la gente maneja el conflicto de diferentes maneras. Podemos huir, alejarnos de los que nos ofenden, podemos hablar y negociar soluciones, podemos quejarnos a una tercera parte que haga de mediador, o podemos usar la agresión y la violencia. A todas estas conductas se les llama en sociología manejo del conflicto o control social, es decir, todas estas maneras de expresar o manejar las quejas, de definir y de responder a la desviación (con respecto a las normas) son formas de control social. El conflicto da lugar a una gran variedad de conductas: cotilleo, pleitos, arrestos, peleas, protestas, manifestaciones, huelgas, genocidios…y también a suicidios. El conflicto causa suicidio y muchos suicidios son una manera de responder al conflicto. Esto es, el suicidio es una forma de manejo del conflicto o de control social. En realidad, un suicidio concreto podría pertenecer a una o más categorías de manejo del conflicto, como por ejemplo el escape, la protesta o el castigo.

El suicido puede ser una forma de escapar del conflicto, de mostrar la desaprobación y retirarse de la situación pero también de alterar o de intervenir en ese conflicto. El suicidio también puede ser una técnica de protesta. Tenemos el ejemplo del gran número de monjes budistas que se han quemado a lo bonzo para protestar contra el control chino del Tibet o el de Thich Quang Duc en Vietnam en 1963 contra la política discriminatoria del budismo del presidente católico Ngo Dinh Diem. Pero el suicidio como protesta no ocurre sólo a nivel político sino también a nivel interpersonal; muchos suicidios o intentos de suicidio son una protesta contra la conducta de los padres, de una pareja, o una llamada de ayuda a amigos o familiares para cambiar una situación. En un estudio que cita Manning, el 14% de las personas que habían realizado un intento de suicidio mencionaron que “alguien cambiara de opinión” como una influencia importante en su acto.

El suicidio puede también ser un acto de castigo de las personas que quedan atrás. En sociedades tradicionales, la gente cree que el suicidio desata fuerzas sobrenaturales que castigarán a la persona que se considera responsable de que el fallecido se quitara la vida. Pero el castigo no procede sólo de seres sobrenaturales sino que en muchas de estas sociedades hay unas normas que hacen que si una persona del clan A se suicida como respuesta a una ofensa cometida contra ella por alguien del clan B, entonces los miembros del clan A piensan que el clan B es responsable de esa muerte y tiene que repararla económicamente o de alguna manera. Hablamos de ello en esta entrada sobre el suicidio con intención hostil. Pero también en nuestras sociedades el suicidio puede ser un acto de venganza y puede usarse como castigo para infligir un daño psicológico en los que quedan atrás. El suicidio inspira una culpa tremenda en estas personas que irremediablemente piensan que podrían haber hecho más para impedirlo. Un estudio de notas de suicidio en Louisville, Kentucky, revela que en el 22% se mencionan las acciones de otras personas como causa del suicidio y por lo menos implícitamente se les culpa de ello, pero en el 9% se culpa a alguien de una manera franca y hostil.

Por tanto, el suicidio es a menudo una forma de protestar, castigar o de expresar una queja o agravio contra otras personas. Sea un acto de evitación, llamada o de agresión, estos suicidios son un tipo de control social, una manera de responder a conductas que el perpetrador ve como injustas u ofensivas. En la medida en que la auto-destrucción es control social, una respuesta a unos agravios percibidos por el suicida, estamos hablando de una conducta moralista, podríamos hablar de un suicidio moralista. Por supuesto, no todos los suicidios son moralistas o causados por conflictos. Según datos del CDC norteamericano y un estudio propio, Manning estima que un tercio aproximadamente de los suicidios son causados por conflictos. Pero, además de estas cifras, nos falta considerar otro tipo de suicido moralista. No todos los suicidios moralistas se deben a agravios o quejas contra otra gente. En algunos casos las quejas son contra uno mismo y lo que el suicida busca es castigarse a sí mismo por alguna mala acción que cree haber cometido. Hablaríamos de un control social de uno mismo.

¿Por qué va nadie a manejar un conflicto cometiendo suicidio? ¿Por qué los manifestantes se queman a sí mismos a lo bongo en lugar de quemar las casas de sus enemigos? ¿Cuándo intentará una persona agraviada hacer daño a alguien haciéndose daño a sí mismo? ¿Bajo qué circunstancias los perpetradores de ofensas se ejecutarán a sí mismos? ¿Qué hace que surjan los conflictos suicidas para empezar? 

Hay muchas formas de responder a estas preguntas y Jason Manning intenta responderlas de una manera sociológica. Esto no quiere decir que Jason niegue la validez de las ideas psicológicas o psiquiátricas. El dolor psicológico, la desesperanza o percibir que uno es una carga puede hacer más probable que alguien intente suicidarse. La genética y la neuroquímica influyen en la conducta humana y hay personas que sufren una tristeza prolongada sin razones externas aparentes o unas respuestas extremadamente severas a factores estresantes externos. Pero los individuos humanos no operan en un vacío y sabemos que las circunstancias externas tienen una poderosa influencia. Mientras que es verdad que las personas deprimidas tienen más riesgo de suicidarse, también es verdad que la mayoría de ellas no se suicida y que muchas personas que lo hacen no están deprimidas en el sentido psiquiátrico del término. Dice Manning: “Podríamos describirlos como “deprimidos por” algo -la pérdida de un trabajo, una relación rota, una humillación, una enfermedad debilitante- pero no necesitamos apelar a una misteriosa condición mental para identificar la fuente de su sufrimiento”. También, aunque alguien tenga un trastorno mental que les predispone al suicidio, es a menudo un evento social -un conflicto- lo que al final desencadena el acto. Sean cuales sean los condicionantes biológicos o psicológicos, el suicidio varía claramente con el ambiente social.

Suicidio y Sociología Pura

El paradigma que sigue Manning para enfocar el suicidio como conducta social es el de la Sociología Pura, una estrategia de explicaciones desarrollada por el sociólogo Donald Black. La persona interesada puede leer la entrada sobre la misma que he citado anteriormente. Básicamente, Black dice que toda conducta social humana ocurre en un configuración determinada del espacio social, conocida como la geometría social o la estructura social. Diferentes estructuras producen diferentes conductas y la geometría social explica las variaciones en la vida social. Cada conflicto tiene su propia estructura social, dependiendo de si es un conflicto entre personas íntimas o entre extraños, entre alguien del mismo rango social o entre personas de diferente nivel socioeconómico, entre personas de la misma cultura o diferente, etc. Esta estructura social predice cómo se manejará y resolverá el conflicto. Pero el espacio social no es algo estático sino que su estructura cambia con el tiempo. Por ello, al espacio social habría que añadir el tiempo social, que consiste en la forma en que cambia el espacio social con el tiempo. Por ejemplo, las relaciones empiezan, las relaciones se rompen, la gente encuentra un empleo, la gente se queda en paro, etc., y todo esto provoca cambios en el nivel de intimidad, en el estatus social y en todos los parámetros de esa geometría social. 

Pero para hablar de las causas sociales del suicidio no necesitamos adherirnos para nada a esta forma de interpretar las cosas. Mi valoración personal es que la sociología pura de Black no es más que un lenguaje muy glamuroso y llamativo que en el fondo no dice nada que no podamos decir de una manera más llana. Utiliza su propia terminología para llamar a las cosas (mencionaré algunas)  y eso da la impresión de que nos está diciendo cosas nuevas sobre la realidad que no sabíamos, pero eso me parece que no es más que una ilusión. Incluso formula algunas de sus ideas en forma de teoremas (“la ley es  una función curvilínea de la distancia relacional”, por ejemplo) lo que le da una pátina aparentemente científica, pero tampoco nos permite hacer predicciones que no podamos hacer sin ese lenguaje. Tal como yo lo veo, es una manera alternativa y elegante de contar las cosas pero no una explicación científica de la realidad. Así que vamos a ver ahora algunas causas sociales del suicidio y evitaré el lenguaje de la sociología pura, salvo en ciertos momentos.


Suicidio y Desigualdad

En la mayoría de las sociedades vemos una distinción entre clase alta y clase baja, dominantes y subordinados, aquellos a los que se mira hacia arriba y aquellos a los que se mira por encima del hombro. Esto es la desigualdad social, también llamada estratificación y en sociología pura representa lo que se llama la dimensión vertical del espacio social (la elevación social). En biología evolucionista, y en otras disciplinas, se llama estatus y es evidente que los humanos (y otros animales) viven en sociedades jerárquicas. Por tanto, lo llamemos como lo llamemos, es verdad que los humanos somos criaturas ávidas de estatus y que para nosotros el prestigio, el lugar en la jerarquía, es algo esencial. En este apartado vamos a hablar de factores sociales relacionados con el estatus y de su relación con el suicidio.

Manning revisa estudios históricos, que vienen desde Durkheim, sobre si el suicidio ocurre más en las capas sociales más aventajadas o en las de menor nivel socioeconómico. Durkheim cita la menor tasa de suicidio en países pobres (como Irlanda) comparada con países más ricos ( como Francia). Otros studios han encontrado una mayor tasa de suicidio entre las personas con menos educación y menos recursos sociales así que esta relación no está tan clara. La mayoría de estos estudios no diferencian bien ser pobre o desempleado de convertirse en pobre y desempleado. Y aquí la cosa parece estar más clara: descender en la jerarquía  o en el estatus es una factor de riesgo para el suicidio (señalado también por el propio Durkheim). 

Una forma de pérdida de estatus, la pérdida de riqueza, parece estar sólidamente demostrado que aumenta el riesgo de suicidio. Manning cita varios estudios de la crisis del 2008 que así lo encuentran, tanto en Europa como en Norteamérica y Sudamérica. También hay estudios de “autopsia sociológica” de casos de suicidio, como uno en Reino Unido, que encuentra que el desempleo jugó un papel en 20% de los estudios y algún tipo de deuda económica en un 10%. Descender en la escala social  parece ser más peligroso que estar en una escala social baja. Y no sólo perder el empleo. También hay estudios que encuentran que perder la propia casa, el ser desahuciado, aumenta cuatro veces el riesgo de suicidio. Pero la riqueza puede incluir nuestra capacidad para ganarnos la vida y para cuidar de nosotros mismos y de los nuestros. En ese sentido, nuestro cuerpo y nuestra salud es un activo importante y las enfermedades supondrían un descenso en nuestro estatus, y un riesgo para el suicidio.

Merece la pena señalar que el estatus es un problema comparativo y que tendemos a ver el estatus como un juego de suma cero, es decir, si alguien lo gana otro lo pierde. Esto complica mucho la valoración del impacto de la situación económica en el suicidio. Por ejemplo, parece ser más perjudicial que alguien pierda su empleo mientras los demás en su entorno lo mantienen o mejoran su situación que perder el empleo si todas las personas a tu alrededor lo pierden también. En este sentido, no sólo el paro sino el hecho de no mejorar la propia situación con respecto a lo que progresan los demás podría ser un factor de riesgo para el suicidio.

La pérdida de la reputación, de la respetabilidad o prestigio, es otro tipo de pérdida de estatus. A veces, la pérdida de empleo o una discapacidad puede causar esta pérdida de reputación o de prestigio, pero en muchas otras ocasiones la pérdida puede deberse a acusaciones de haber cometido algo inmoral o ilegal. Muchas personas se quitan la vida en relación a este tipo de acusaciones y esto es algo que hemos visto con relativa frecuencia tras linchamientos en redes sociales en los últimos tiempos. El rechazo y la condena social tienen un terrible impacto psicológico en el ser humano; la condena al ostracismo es una especie de muerte social y la ruptura del sentido de conexión y pertenencia es uno de los factores de riesgo ampliamente aceptados, por ejemplo en la teoría interpersonal del suicidio de Thomas Joiner. La vergüenza y la humillación pública, la pérdida del honor, pueden disparar la autodestrucción.

Manning revisa otros tipos de desigualdades como las que pueden ocurrir dentro de la familia entre los mayores y los jóvenes o entre las mujeres y los hombres y pone ejemplos transculturales de diversas sociedades tradicionales. Pero, para acabar este apartado, mencionaré un último tipo de conflicto relacionado con la desigualdad. Se trata del conflicto entre un individuo y una organización. Aquí podrían entrar los suicidios protesta, a los que ya me he referido antes, o los conflictos con una empresa o corporación. Cuando alguien se siente agraviado o tiene una queja contra una organización poderosa (de un estatus o elevación muy alto), el riesgo de suicidio es elevado porque los medios legales o de otro tipo no suelen dar resultado (la empresa va a tener más dinero y mejores abogados normalmente), lo que deja al individuo con un sentimiento de humillación y de maltrato que predispone al suicidio. Un ejemplo relativamente reciente podría ser la epidemia de suicidios que ocurrió en France Telecom, empresa que al final fue condenada por acoso laboral masivo.

Suicidio y Relaciones Sociales

Si la desigualdad es una dimensión vertical, las relaciones y los vínculos que tenemos con los demás representarían una dimensión horizontal en nuestro espacio social. Las relaciones con los demás pueden ser más íntimas o más cercanas o más o menos interdependientes. Y esta proximidad o intimidad puede variar por conflictos (rupturas, divorcios, traiciones, etc) y la gente puede estar en una posición más central o más marginal en estas redes sociales. En este apartado vamos a hablar de cómo los cambios en esta dimensión de las relaciones sociales se asocian al suicidio.

Es algo conocido por lo menos desde los tiempos de Durkheim que cuanto más integrada esté una persona menor es su riesgo de suicidio y que cuanto más aislada mayor va a ser ese riesgo. Estar casado, tener hijos, estar implicado con una  comunidad religiosa o con otro tipo de asociaciones, etc., son factores que disminuyen el riesgo de suicidio. Por contra, cuanto más débiles sean los vínculos de una persona con la comunidad, cuantos menos amigos y mayor el aislamiento en general, mayor es el riesgo. El divorcio es un factor de riesgo mayor en los hombres. La explicación puede ser que las mujeres tienen una mayor red social que los hombres y los hombres se quedan más aislados tras el divorcio, y también que los hombres pierden en muchos casos una relación muy importante: la relación con sus hijos. El duelo es también un factor de riesgo para el suicidio. Los conflictos de pareja son un factor de riesgo para el suicidio. Según datos del CDC hasta un tercio de los suicidios están relacionados con este tipo de problemas de pareja. También son un factor de riesgo los conflictos familiares. Cuando dos personas tienen una relación funcional de interdependencia, es decir, cuando necesitan al otro para su supervivencia y bienestar sea por razones económicas, de salud u otras, el riesgo de suicidio aumenta. La razón puede ser que el escape de la situación u otras vías de solución no son posibles por lo que la solución al conflicto puede ser el suicidio. 

Dentro de este apartado de las relaciones personales podríamos incluir las relaciones y los conflictos con uno mismo y el suicidio podría ser una manera de manejar un conflicto con uno mismo. Como ya he comentado más arriba, una persona puede juzgarse de una manera muy dura a sí misma. Roy Baumeister habla de que el suicidio es “un escape de una autoconciencia aversiva”. Según Baumeister, la mayoría de suicidas no sólo están escapando de sí mismos sino más específicamente de sus duros juicios acerca de sí mismos. 

Venimos hablando de que el suicidio puede ser entendido como una conducta social, una manera de manejar o de escapar de un conflicto. Como tal, se trata de una interacción social con dos lados: el individuo que protesta y el estado, un marido celoso y una mujer que le abandona, etc. Tener en cuenta a ambas partes y la estructura de la relación nos ayuda a entender mejor el suicidio. Pero nos faltaría un aspecto más. Las interacciones sociales rara vez se limitan a dos partes. La mayoría de las conductas sociales llaman la atención de terceras partes y el papel que jueguen estas terceras personas puede ser crucial. La mayoría de personas recurre a amigos, familiares o sacerdotes para intervenir de alguna manera en sus conflictos y la capacidad de encontrar o no el apoyo necesario puede ser determinante. Aquí también entraría el papel de los terapeutas, psiquiatras y psicólogos. Cuanto más aislada y con vínculos más débiles se encuentra una persona, menor va a ser su probabilidad de encontrar el apoyo que podría ayudarle a enfrentar o salir de la situación de conflicto. Un buen apoyo de tercera personas podría ayudar a prevenir el suicidio.

Conclusiones

Toda conducta humana es compleja e imposible de atribuir a un sólo factor, es mucho más probable que conductas como el suicidio sean multideterminadas y que interaccionen muchos factores distintos probablemente de formas que todavía desconocemos. Este libro de Jason Manning se centra en los factores sociales, que sin duda son muy importantes. Pero la crítica que hacíamos a un enfoque exclusivamente psiquiátrico o psicológico la podemos hacer a este modelo sociológico. La mayoría de las personas que sufren una ruptura amorosa no se suicida, ni la mayoría de las personas que se queda en paro, ni la mayoría de las personas que tiene deudas, etc. Desde una perspectiva de sociología pura, la misma geometría social no lleva al suicidio a todas las personas. 

Hemos mencionado diversos factores que contribuyen al riesgo de suicidio. Evidentemente, cuando estas factores ocurren de forma simultánea, el riesgo se multiplica. Si una persona sufre una combinación de problemas, como una infidelidad por parte de su pareja, una humillación pública, la pérdida del trabajo, etc…el riesgo de que el suicidio se convierta en la salida o en la forma de manejar la situación aumenta. A veces, como decía Seattle, hay “crisis inmediatas” pero otras veces hay “crisis acumulativas”, es decir, una acumulación de dificultades a lo largo de un periodo prolongado de tiempo. Como ejemplo de intervención de múltiples factores podemos ver este caso extremo referido por Black de un hombre que se suicidó después de matar a su ex-mujer y a ocho familiares:

“Los homicidios ocurrieron seis días después de que su mujer finalizara el divorcio que acabó no solo con la relación con su esposa sino con la relación con su hijastra y otros miembros de la familia. Su mujer había obtenido también una sentencia que le condenaba  a financiarla económicamente en el futuro, a hacer unos pagos de 10.000 dólares, autorizaba que ella se quedara con el anillo de diamantes como regalo de matrimonio e incluso que ella se quedara con el perro de la familia (la única relación estrecha que le quedaba). Había perdido su trabajo recientemente lo que hacía difícil cumplir con estos pagos económicos a su ex-mujer, sus gastos legales en abogados y los pagos de la casa.”


Creo que aunque en el fondo Manning no nos cuenta nada nuevo, hace un buena revisión de la importancia de los factores sociales en el suicidio, así como un intento de encuadre teórico sin dejar fuera de la ecuación a los factores biológicos y psicológicos. Y tiene sin duda razón en que, en muchos casos, la intervención fundamental para ayudar a una persona con riesgo de suicido no va a ser un antidepresivo o una psicoterapia (o no solo), sino que puede ser ayudarle a encontrar un techo, unos ingresos, mediar en un conflicto que tenga con otra persona o institución o ayudarle a recuperar su reputación o a evitar relaciones de dependencia. 


Jason Manning está en Twitter: @sociologyWV


@pitiklinov