martes, 22 de septiembre de 2020

Los problemas de la Moralidad, especialmente para la Democracia




Nunca dejes que tu sentido de la moral interfiera con hacer lo que es correcto.

- Isaac Asimov


He hablado con anterioridad del lado oscuro de la moralidad, por ejemplo en esta entrada. Aquí vuelvo sobre el tema apoyándome en un artículo de Chloe Kovacheff y cols de 2018. Creo que es un asunto sobre el que merece la pena insistir, y más dadas las circunstancias que estamos viviendo tanto en EEUU como en nuestro país y en otros lugares. La esencia del asunto es que normalmente pensamos que ser inmoral es malo y que ser una persona moral es bueno. La realidad es que la moralidad es una fuente de graves problemas sociales, que impide el progreso y aumenta las divisiones, y que muchas de las grandes barbaridades que se han producido a lo largo de la historia las ha cometido gente que pensaba que estaba haciendo el bien y que se creía en posesión de la verdad.


Muchos pensamos que actuar “moralmente” es sinónimo de hacer lo que está bien. El aforismo de Asimov nos da la pista de que pensar así puede ser un error y de que la moralidad tiene también graves aspectos negativos. Vamos primero con lo positivo. La moralidad es el eje del buen funcionamiento social. Nuestra brújula moral mantiene nuestros instintos egoístas más básicos al servicio del bien del grupo y favorece la cooperación y el altruismo dentro de la comunidad. Los individuos que comparten unos valores morales cooperan mejor y gracias a los códigos y normas morales se resuelven mejor los conflictos que puedan surgir en la población.


Pero la moralidad es también la causa de muchos problemas sociales y puede tener muchas consecuencias negativas interpersonales. Vilipendiamos y deshumanizamos a aquellos que no están de acuerdo con nuestras creencias morales y justificamos cualquier medio en función de un fin moral que consideramos bueno. Además, la moralidad altera nuestra interpretación del mundo que nos rodea afectando a nuestro razonamiento y a nuestras creencias acerca de lo que es real, de lo que es ficción y de lo que es seguro y lo que es peligroso. Todos estos procesos en conjunto conducen a los individuos a actuar de formas que dañan significativamente el progreso de la sociedad bajo el disfraz de que es una lucha por una causa moral.


El artículo de Kovacheff y cols. revisa primero lo que es la moralidad y cómo altera nuestros procesos cognitivos (razonamiento motivado, sesgo y dogmatismo) conduciendo a consecuencias interpersonales negativas (desprecio y deshumanización de los grupos externos o exogrupos) lo que puede acabar en conflicto intergrupal e incluso violencia. Luego, los autores ponen dos ejemplos de cómo la moralidad daña el progreso social. Uno de ellos es el rechazo de la ciencia y la tecnología y el otro es el de la polarización política en EEUU. Yo voy a comentar los aspectos iniciales del artículo sobre moralidad, para pasar luego principalmente al problema de la polarización moral y política. Como ya he dicho, los autores hablan de la situación de EEUU pero su análisis creo que es válido y aplicable a cualquier lugar.


Definir algo siempre es muy complicado pero, para los objetivos de esta entrada, moralidad no es más (ni menos) que la capacidad humana de distinguir bien y mal, de considerar que hay acciones que son buenas y otras que son malas. La moralidad tiene una serie de características que la diferencian de forma muy importante de otras capacidades cognitivas o de otras actitudes humanas:


1- Las convicciones de que ciertas cosas son buenas y otras son malas se experimentan como universalmente aplicables y como “objetivamente ciertas”. Son indiscutibles y se asocian a emociones muy fuertes y poderosas (miedo, ira, amor, compasión, culpa, vergüenza y asco).


2- Las convicciones morales motivan a la acción, dictan lo que un individuo debe y no debe hacer.


Las reglas morales del individuo pueden dar lugar a unos valores sagrados o protegidos, que han sido definidos en la literatura como “cualquier valor que la comunidad moral implícita o explícitamente trata como poseedor de un significado infinito o trascendental que excluye cualquier comparación, compromiso o, de hecho, cualquier otra mezcla con valores limitados o seculares”. Un individuo que tiene unos valores protegidos tenderá a negar la necesidad de  compromisos y se enfadará simplemente con pensar que tiene que entrar en esos compromisos o compensaciones a los que se llama “compromisos tabú”. Esto resulta en una falta de ganas de aceptar cualquier compromiso porque los valores sagrados están por encima de cualquier otro y son los que motivan la toma de decisiones. Cuando los individuos sienten que sus valores sagrados están en peligro, los individuos responden de una manera intolerante y peligrosa, por ejemplo con indignación moral y con limpieza moral. 


La indignación moral supone que el individuo siente ira y desprecio por la persona que amenaza sus valores sagrados y reclama un castigo de esa persona; y todo aquel que no pida ese castigo debe ser castigado también. La limpieza moral consiste en que cuando un valor sagrado ha sido profanado o violado, esto evoca un sentido de contaminación personal, lo que requiere algún tipo de limpieza para eliminarlo. 


Como decía más arriba, los valores y creencias morales se diferencian de otras actitudes porque se experimentan como universales y como objetivamente correctos -nuestras convicciones son hechos- y porque mueven a la acción. Pensar que el 13 es un número primo es correcto pero no mueve a la acción. Si algo se considera inmoral hay que luchar contra ello y hay que combatirlo, hay que pasar a la acción, no se puede permitir que otras personas lo hagan. Otro problema es que hay datos de que cuando la gente tiene razones para una venganza por razones morales, les preocupa muy poco cómo se consiga esa venganza, el fin justifica los medios. Por ejemplo, cuando la gente cree que un acusado es culpable antes del juicio, consideran que el castigo es obligatorio moralmente y no tienen en cuenta la presunción de inocencia, ni un juicio justo ni la necesidad de condenar en base a unas pruebas más allá de una deuda razonable. 


Una de las formas en las que la moralidad puede ser perjudicial es por su rechazo de la ciencia y la tecnología. Cuando los individuos ven que los hechos o avances científicos suponen un desafío para sus convicciones morales, pueden interpretar de forma sesgada estos avances, pueden rechazarlos directamente por violar sus valores sagrados o pueden reinterpretarlos de manera que encajen con sus creencias morales. La educación y la formación científica predicen sólo débilmente las actitudes hacia la ciencia. El rechazo público de hallazgos científicos está motivado en gran medida por el razonamiento moral más que por los datos. Aportar más información a la gente sobre un tema (las vacunas o los alimentos transgénicos, por ejemplo) no consigue cambiar su opinión. Si la gente tiene que elegir entre moral y ciencia, elige moral. 


Polarización Moral y Democracia


La moralidad es clave para el buen funcionamiento social. Activa normas de conductas correctas que son necesarias para la cohesión grupal. Sin embargo, los mismos procesos que hacen que la moralidad tenga un efecto positivo dentro del grupo (en el endogrupo) pueden ser la fuente de conflictos intergrupales (con los exogrupos). La gente tiende a ver a los que discrepan con ellos en temas morales como equivocados (en el mejor de los casos) y como malvados (en el peor de los casos). En cualquier caso, hay que persuadirles o enfrentarse a ellos. Por tanto, cuando individuos que tienen puntos de vista morales opuestos interactúan, hay consecuencias negativas que pueden ir desde la evitación a la violencia como castigo. Cuando grupos que tienen creencias morales opuestas interactúan ocurre una humillación o desprecio del adversario y una segregación entre ellos, lo que al final resulta en una polarización que hace imposible el acuerdo o el compromiso entre grupos diferentes, con lo que el conflicto entre grupos y la violencia puede estallar en cualquier momento.


Según diversas investigaciones, los individuos evalúan a los demás en base a tres criterios: competencia, sociabilidad y moralidad, siendo la moralidad el factor más importante en determinar la valoración positiva o negativa de los demás. Se ha encontrado que el carácter moral es la dimensión más importante para seleccionar amigos, colegas o parejas románticas (y es por esto mismo por lo que es tan importante señalar virtud). La otra cara de la moneda es el problema para las relaciones con grupos que tienen diferentes valores morales. Esto es así porque las diferencias morales se viven como amenazantes. Como ya hemos dicho, la gente vive sus creencias morales como hechos reales, tan reales como que 2+2=4 (bueno, ahora en Twitter parece que eso ya no es así :)). Las diferencias morales desafían nuestra realidad, las reglas que seguimos y nuestra visión del mundo, lo cual es muy amenazante. Nuestra moralidad es sagrada y central para nuestra identidad y para el valor que nos adjudicamos a nosotros mismos. Los que tienen una moral diferente amenazan la misma esencia de nuestro yo.


Enfrentados a esta amenaza, una respuesta suele ser la humillación desprecio o deslegitimación del grupo rival a los que se califica de “bárbaros” o de “alimañas”. Otra respuesta es la segregación, la separación: el grupo moral exterior  es percibido como un peligro y una fuente de contaminación y hay que mantener con él una distancia física, social y psicológica. En EEUU hay estudios que encuentran que la gente se cambia incluso de barrio o de municipio para irse a vivir a lugares más acordes con sus valores morales. En  nuestro panorama político nacional hemos escuchado también expresiones como “cordón sanitario” o “cinturón sanitario” para referirse a medidas contra grupos políticos rivales. La segregación y el desprecio del grupo rival conduce  a una mayor polarización, con lo que el círculo vicioso se perpetúa y se entra en una escalada o espiral que puede llevar al enfrentamiento y la violencia. La cosa es peor todavía, porque dañar al grupo rival se vive de una forma positiva y con orgullo. A fin de cuentas, librarnos de “alimañas” es positivo y castigar a “pecadores” es una cosa buena y loable. 


Vamos a ver ahora cómo perjudica la moralidad a la democracia liberal. Las democracias liberales   defienden la libertad de expresión y la libertad de prensa y aceptan y aplauden la divergencia de puntos de vista y valoran el debate y el compromiso. En EEUU, diversos estudios encuentran que estos pilares de la democracia están siendo asediados y que la fractura entre los dos partidos políticos se hace cada vez más grande. Hay más animosidad contra el parido político rival que contra individuos de otras razas o religiones. Hay estudios en los que se encuentra que los partidarios de un bando aprueban no contratar o discriminar a los individuos del bando contrario (tanto por parte de demócratas como de republicanos, ambos grupos muestran sesgos similares). Se ha extendido la tendencia a bloquear la libertad de expresión del rival, a impedir que disemine sus puntos de vista, por la fuerza si es preciso.


Pero, además, hay un sentido profundo en el que las convicciones morales y las convicciones democráticas son incompatibles. Si no estoy equivocado, la democracia parte de la humildad de pensar que hay diversas opciones legítimas y que la gente va a votar y elegir entre ellas. Si el juego democrático se contamina moralmente, lo que resulta es que tenemos un partido bueno y un partido malo, un partido que representa todo lo bueno y deseable mientras que el otro es la encarnación del mal y el demonio (por supuesto, cada bando piensa que el otro es el demonio). Lógicamente no podemos negociar -ni siquiera hablar- con el demonio, con lo que el diálogo y el juego democrático está roto. Si ya sabemos cuál es la verdad, nos sobra la democracia: que gobierne el partido bueno, el de la verdad (el nuestro, claro).


Soluciones y Recomendaciones


¿Qué opciones tenemos para evitar caer en un mundo de Star Wars moral, de buenos y malos, representado por los que visten de negro y de blanco? Partiendo de la base de que el problema es nuestra naturaleza moral, nuestros instintos morales, los autores proponen soluciones como:


  • Aumentar la empatía y el sentido de que compartimos una misma humanidad a pesar de visiones morales distintas. Por ejemplo, un estudio encontró que exponer a los individuos a imágenes de familias de culturas, etnias y religiones diferentes disminuían, por ejemplo, los sentimientos anti-árabes. Al ver que comen y actúan como nosotros aumenta la empatía y la sensación de humanidad compartida. La idea sería destacar todo lo que nos une y no lo que nos separa. 


  • Aumentar el contacto entre grupos distintos, bajo las condiciones adecuadas. Interactuar con individuos de otros grupos puede hacer que nos demos cuenta de que no son demonios, sino personas como nosotros.


  • Implicar a los diferentes grupos en objetivos comunes que requieran la colaboración y el apoyo mutuo. Según algunos estudios, sería posible crear objetivo compartidos e incluso crear las condiciones para que surja una identidad de grupo compartida de un orden superior.


  • Cambiar el lenguaje con el que nos referimos al otro bando. Cuando calificamos a los rivales de “bárbaros” o “cerdos” favorecemos considerar a los rivales como pertenecientes a una categoría inferior. Cuando hablamos de “batallas” o “guerras” (en el discurso político estadounidense estas expresiones han ido aumentando) favorecemos el conflicto, el enfrentamiento y el recurso a la violencia.


  • Las élites, según los autores, deberían cambiar su discurso y dar ejemplo. Los líderes tendrían una responsabilidad crucial en este sentido, pero lo que desgraciadamente vemos es lo contrario, que los líderes favorecen y alimentan el enfrentamiento. Los medios de difusión debería apuntarse a esta idea de servir de modelo hacia un mayor entendimiento, diálogo y compromiso pero, de nuevo, no es lo que observamos. De las redes sociales ya ni hablamos…no son el lugar más apropiado para el debate sosegado y racional. Los autores llegan a propone la creación de algún tipo de comisión formada por ambos partidos que actuara de moderador y que llamara al orden a los políticos que no sigan un discurso adecuado.


  • Otra posible vía de minimizar los problemas de la moralidad podría ser aumentar la comprensión de las formas en que la moralidad nos divide y separa y difundir este conocimiento.


Pero los autores no se hacen ilusiones y resaltan que la moralidad es una moneda con dos caras o un arma de doble filo y que no podemos tener un lado sin el otro. Aunque ser moral se ve como equivalente de algo loable y bueno, ser moral tiene un lado oscuro que es consustancial a las características de la capacidad moral humana. Los problemas de la moralidad son muy graves y se autoperpetúan; entenderlos puede ser un primer paso para abordarlos para que no impidan el funcionamiento de la sociedad y el progreso social


@pitiklinov



Referencia:


Chloe Kovacheff, Stephnanie Schwartz, Joel Inbar y Mathew Feinberg (2018) The problems with Morality: Impedin progress and increasing divides.











4 comentarios:

Envejecer activos dijo...

Extraordinario resumen sobre la doble vertiente de la moralidad. Lo que nos une y lo que nos separa: una cabal descripción de la naturaleza humana. Gracias por la entrada, enhorabuena.

Anónimo dijo...

Y SI LA MORALIDAD FUERA LA DE QUE TODO EL MUNDO ES IGUAL Y LA SOCIEDAD ES PLURAL? ESA MORALIDAD DE LA DEMOCRACIA SERÍA DISFUNCIONAL? YO CREO QUE NO. EL PROBLEMAS ES EL PODER Y LAS "MORALES" QUE SE USAN PARA ASALTARLO. TENGO QUE CONVENCER AL QUE ME VOTA DE QUE LE VA MEJOR CONMIGO. Y COMO ESO ES INCIERTO SIMPLEMENTE MONTO TODA UNA TEORIA DE POR QUE EL OTRO ES HORRIBLE... QUE OPINAS?

anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con Anónimo: el problema no es la moral (la sociedad necesita de normas para convivir y también el cambio de ellas es imprescindible), el problema es el poder.

laura dijo...

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