Llevamos varios posts tratando cuestiones cercanas a la Antipsiquiatria y me parece que plantearnos la pregunta del título es muy interesante para intentar entender aspectos relacionados con el rechazo a la Psiquiatría, dado que la Psicología no provoca ese rechazo. Yo no tengo la respuesta a la pregunta aunque voy a comentar algunas ideas al respecto y me gustaría que los lectores que tengan una opinión la compartieran.
Una primera aproximación sería argumentar que no hay razones para que exista una Antipsicología. Creo que teórica o lógicamente sí las hay porque por lo menos algunas razones que se aducen como causa para rechazar la Psiquiatría están presentes también en la Psicología. Por ejemplo, se insiste mucho en que los psicofármacos - y en particular los antidepresivos- no son eficaces, o , por lo menos, que no son más eficaces que el placebo. Bien, esto mismo ocurre con las psicoterapias, que no tienen demostrado ser más eficaces que el placebo para la depresión y, sin embargo, nadie pone el grito en el cielo por ello.
Nada menos que en 1936, Rosenzweig (1) realizó un primer estudio sobre la efectividad de las psicoterapias, concluyendo que existían en todas sus variantes elementos comunes tan frecuentes e importantes que las diferencias entre ellas eran pequeñas. Sus resultados se plasmaban la frase con la que el Dodo de “Alicia en el País de las Maravillas” emite su veredicto sobre el resultado de una carrera: “todos han ganado, así que todos tendrán premio”. El análisis, cuatro décadas después, por Luborsky et al (2), de 40 estudios sobre diferentes formas de psicoterapia, halló que todas eran efectivas, incluso cuando el tratamiento realizado era mínimo, lo que consagró la expresión “el veredicto del Dodo” para transmitir que las psicoterapias obtienen resultados similares, al margen de sus presupuestos teóricos. Smith y Glass (3), tras analizar 375 estudios, y Wampold (4) llegaron a conclusiones similares que hacen cuestionarse si la psicoterapia incorpora realmente elementos que no sean pura y básicamente relacionales. Moerman (5,6) considera que la psicoterapia es simplemente una buena interacción humana entre una persona necesitada y su terapeuta, en la que los factores responsables del éxito no son los elementos diferenciales de la técnica, sino la confianza, la creencia, la expectativa, la motivación y la esperanza. Para Wampold lo realmente efectivo es la alianza terapéutica, que –señala acertadamente- es esencial incluso en los tratamientos medicamentosos. Parece, pues, que el marco teórico de estas técnicas no es menos fantasmón que las verdades incompletas de la Neurociencia Ficción propagadas interesadamente por la industria para promover sus fármacos (a ver cuándo se mete Gøtzsche con los mitos de la Psicoterapia).
También podemos pensar que como los psicólogos no usan fármacos no producen daños a los pacientes. Tampoco es cierto, sólo hay que observar la catástrofe de los falsos recuerdos para ver familias destrozadas y personas inocentes en la cárcel (o el caso más reciente de la participación de psicólogos en las torturas de la C.I.A). Por esta misma razón de no utilizar medicamentos podríamos pensar que la Psicología no está corrompida por la Big Pharma y el dinero de la industria farmacéutica. Pero aquí también nos olvidamos de que los psicoterapeutas y sus organizaciones profesionales tienen también sus intereses. No me imagino a psicoterapeutas cognitivos, por ejemplo, publicando artículos que concluyen que la terapia cognitiva no es eficaz. Si realmente queremos hacer juego limpio, todo estudio de un psicoterapeuta en el que evalúe su propia psicoterapia debería llevar una sección de conflicto de intereses que dijera: “Yo vivo de vender esta psicoterapia”, lo mismo que un estudio de Lilly o Pfizer sobre uno de sus medicamentos debería llevar “Yo vivo de vender estos medicamentos”.
Un último apunte colateral para esta introducción al problema sería que , salvo que creamos en el dualismo, la psicoterapia es un tratamiento biológico. Una terapia de exposición por una fobia produce cambios en receptores post-sinápticos, es decir, en neuronas y redes neuronales, cambios que podemos conseguir directamente con fármacos o con medios químicos. Como decía en la contestación al mito 1 todo estado psicológico va asociado a un estado biológico.
Por lo tanto, en mi opinión, la Psicología tampoco puede sacar mucho pecho en bastantes cosas así que creo que hay razones para que hubiera por lo menos “algo” de Antipsicología y, sin embargo, no la hay, o por lo menos yo no la conozco. El único psicólogo “crítico” que conozco es James Coyne.
Una de las explicaciones que veo para este fenómeno es lo que en filosofía se llama esencialismo. Creo que la mayoría de las personas piensa que un psicofármaco cambia su esencia, no le deja ser “él mismo”, mientras que la herramienta de la psicoterapia, la palabra, no cambia la esencia de una persona. Cantidad de pacientes me dicen que quieren dejar el antidepresivo al de un tiempo, porque quieren estar bien “por ellos mismos” sin esa especie de muleta externa. Creo que esto tiene relación también con nuestra preferencia en general por lo “natural” (plantas) frente a lo artificial (medicamentos) aunque un gran número de medicamentos derivan de productos naturales. Lo que se produce “artificialmente” suele provocar un rechazo. Es también lo que ocurre con los transgénicos: se vive como más natural cambiar los genes de una especie por selección natural que hacerlo directamente por una intervención de ingeniería genética.
Pero hay contradicciones en este uso de productos químicos porque desde tiempos ancestrales resulta que el ser humano es muy aficionado a utilizar productos químicos para alterar sus estados de conciencia y vemos el alto empleo de “drogas”, productos químicos, en contextos religiosos y recreativos. El uso de alcohol y otras drogas es universal en todas las culturas humanas. ¿Cómo conciliamos estos dos aspectos tan contradictorios de que rechazamos los productos químicos en un contexto y los deseamos en otros?.
Pues no lo sé. Una explicación podría ser que las drogas recreativas se usan de forma pasajera, como evasión, para cambiar nuestra esencia pero sólo provisionalmente, mientras que un psicofármaco nos provoca un cambio permanente mientras lo tomamos. También las drogas nos las recetamos nosotros pero los medicamentos te los receta otra persona (bueno, en contextos religiosos las drogas las administra una autoridad como el chamán).
Pero voy a tratar otro aspecto que me parece más importante que lo anterior, más determinante como causa del rechazo de la Psiquiatría, y que consiste en el doble mensaje que esta profesión recibe de la sociedad. Hablábamos hace poco de los dilemas filosóficos (suerte moral, libre albedrío…) y planteábamos que muchos de ellos son irresolubles porque son producto del choque de dos mecanismos psicológicos o de dos principios morales. Creo que esto ocurre con la Psiquiatría, que vive en un perpetuo dilema moral, un dilema que la sociedad no va a aclararle nunca.
En la Psiquiatría chocan dos principios irresolubles:
1- La atención y cuidado a un individuo con respeto a su libertad individual, sus derechos y su autonomía. Nuestra obligación como médicos es hacer todo lo que podamos por nuestro paciente y poner sus intereses por encima de cualquier otra consideración.
2- La atención a la comunidad. La Psiquiatría tiene un papel de control social en el sentido de que la sociedad le exige que los pacientes mentales no dañen al grupo.
Ninguna otra rama de la medicina tiene estos dos encargos contradictorios salvo las infecciones graves de declaración obligatoria. Cuando una infección pone en peligro a la comunidad (Tuberculosis, Ebola, etc…), el paciente puede ser ingresado en contra de su voluntad con la justificación de que de esta manera se preserva la salud pública.
A los psiquiatras se nos pide que respetemos la libertad de nuestros pacientes pero, a la vez, se nos critica y pide responsabilidades si nuestro paciente actúa contra los demás o contra ellos mismos. Hagamos lo que hagamos no vamos a contentar a todo el mundo. Si no ingresamos a un paciente grave y ocurre alguna desgracia nos lo reprocharán, y si lo ingresamos habrá quien nos acuse de opresores. No hay escapatoria.
En el caso de la Psicología parece que no se da este choque entre dos mandatos, o se da en menor medida, por lo menos en nuestro medio, porque el responsable legal de la indicación de ingreso suele ser el médico. El papel de control de la Psicología es menos aparente aunque los psicólogos forman parte de los equipos que ingresan al paciente y de los equipos que le tratan en el hospital. El psicólogo se asimila así a una especie de policía siempre bueno, un consejero que apoya, escucha y orienta al paciente.
No sé si estas hipótesis que he manejado tienen consistencia o no. En cualquier caso, me gustaría conocer las opiniones de los lectores al respecto. Por cierto, si alguno de vosotros está pensando en ser psiquiatra que sepa que vivirá siempre en la indefinición y en el alambre.
@pitiklinov
Post-data: quería añadir una reflexión sobre el papel “opresor” de la Psiquiatría citando un comentario de este artículo sobre el Movimiento “Recovery”:
“Paradójicamente, cuanto más se alejan los profesionales de la salud del tratamiento involuntario y asertivo en nombre de la recuperación, más probable es que la policía y otras instancias ajenas al sistema de salud mental sean llamados para asumir el rol coercitivo”.
No es realista pensar que la necesidad de la coerción va a desaparecer si los psiquiatras no intervienen. Si un paciente tiene una conducta social disruptiva o de riesgo, acabará interviniendo la policía o el sistema judicial. Y creo que estaremos todos de acuerdo en que es mejor que un paciente mental sea tratado en el hospital y no en la cárcel.
Referencias:
(1) Rosenzweig S. Some implicit common factors in diverse methods of psychotherapy: “At last the Dodo said, ‘Everybody has won and all must have prizes’”. Am J Orthopsychiatry 1936; 6: 412-5
(2) Luborsky L, Singer B, Luborsky L. Comparative studies of psychotherapies. Is it true that "Everybody has won and all must have prizes”? Proc Annu Meet Am Psychopathol Assoc 1976; (64): 3-22.
(3) Smith ML, Glass GV. Meta-analysis of psychotherapy outcome studies. Am Psychol 1977; 32: 752-60 [Abstract en: http://psycnet.apa.org/index.cfm?fa=buy.optionToBuy&id=1978-10341-001].
(4) Wampold BE. The great psychotherapy debate. Mahwah, NJ: Lawrence Erlbaum Associates Inc., 2001
(5) Moerman DE. Meaning, medicine, and the “placebo effect”. Cambridge University Press: New York.
(6) Moerman DE, Jonas WB (2002). Deconstructing the placebo effect and finding the meaning response. Ann Intern Med 2002; 136: 471–6 [Abstract en: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/11900500].