jueves, 27 de junio de 2013

La pirámide moral flotante


Todavía veo en muchos sitios preguntar si el ser humano es bueno o es malo, si es egoísta o es altruista. Creo sinceramente que esta pregunta está respondida, y bien respondida, hace tiempo. No hay tal disyuntiva: el ser humano es bueno y es malo, es egoísta y es altruista. Y esta respuesta no es salirse por la tangente, es la conclusión  a la que se llega simplemente mirando la historia evolutiva de la especie humana. Todo ser vivo quiere seguir vivo y reproducirse. Esto implica poner los propios intereses por encima de los de otros seres vivos. Pero en algún momento, algunos seres vivos se convierten en grupales y en sociales. Su propia supervivencia depende del buen funcionamiento del grupo y entonces aparecen una serie de mecanismos (emociones y conductas, entre ellas la moralidad) para adaptar el funcionamiento individual a la vida social y grupal. La vida social y grupal requiere conductas de colaboración, el diferir las satisfacciones egoístas, o el altruismo porque dan beneficios a la larga, aunque supongan un coste a corto plazo para el individuo. Pero no hay que perder de vista que dentro de un grupo el individuo está también compitiendo con sus semejantes por los mismos recursos: comida y parejas sexuales. En ciertas circunstancias, aparecerá el egoísmo y la agresividad, porque son adaptativos y porque fuimos animales, antes de ser animales sociales y grupales. El egoísmo es filogenéticamente más antiguo que el altruismo. Dentro de las múltiples capas de nuestro cerebro las altruistas son más superficiales que las egoístas.


Esta idea es la que subyace en el concepto de pirámide moral flotante de Frans de Waal, una idea sencilla, pero interesante y digna de recordar. Refiere de Waal que resulta difícil cuidar de los demás sin antes cuidar de uno mismo. Es evidente que no podemos esperar mucha ayuda de alguien que está mal de salud y que carece de los medios básicos para sobrevivir. Por lo tanto, paradójicamente, el altruismo empieza con una obligación para con uno mismo.

Después vendría un altruismo que es el más cercano al egoísmo: el cuidado de la familia más próxima. En todas las especies vemos indicios de la selección familiar, los individuos se muestran desproporcionadamente más altruistas con sus familiares. Los humanos no son una excepción. Un padre que vuelve a casa con una barra de pan no se inmutará por las penurias de cualquiera que se cruce por su camino, ya que su primera obligación es dar de comer a su familia. Si su familia estuviera bien alimentada y todos los demás se murieran de hambre, la cosa sería muy diferente; pero si su familia tiene tanta hambre como las demás, el hombre no tiene elección.

El círculo formado por el altruismo y la obligación social se amplia para abarcar a la familia más lejana, luego el clan y el grupo, hasta llegar a incluir la tribu y la nación. La benevolencia disminuye a medida que aumenta la distancia entre las personas. El que actúa de una manera contraria a esta tendencia natural se enfrentará con una severa desaprobación. Los espías son despreciados precisamente porque ayudan a un grupo exterior a expensas del propio. Si el padre antes mencionado hubiera llegado a casa con las manos vacías por simpatía con los extraños, su familia se habría mostrado muy poco comprensiva. No vemos bien que alguien dejara morir a sus hijos de hambre para alimentar los hijos de los vecinos (independientemente de que es algo que ninguna persona normal haría). 

El altruismo está limitado por lo que uno puede permitirse. El círculo de la moralidad se extiende sólo si la salud y la supervivencia de los más íntimos están aseguradas. Por eso, en lugar de un círculo que se expande (el famoso concepto de círculo moral de Peter Singer), De Waal prefiere la imagen de una pirámide flotante. La fuerza que eleva la pirámide del agua -su flotabilidad- procede de los recursos disponibles. El tamaño que asoma por encima del agua refleja  la amplitud de la inclusión moral. Cuanto más se eleva la pirámide, más amplia será la red de ayuda y obligaciones. La gente que está a punto de morirse de hambre sólo puede permitirse una pequeña punta de la pirámide moral: cada uno irá a la suya. 

En cuanto desaparece la amenaza de supervivencia, los miembros de nuestra especie cuidan de sus familiares y crean redes de intercambio con otros seres humanos que están dentro o fuera de su grupo. En comparación con otros primates, somos una especie notablemente generosa. Pero la inclusión moral no implica que se valore a cada persona exactamente igual. En principio, puede que todas sean iguales, pero, en la práctica, nuestra generosidad y nuestra tendencia a cooperar disminuyen a medida que nos alejamos de la familia y la comunidad

Según De Waal, el ideal de una fraternidad universal no es muy realista, ya que no distingue entre los círculos de obligación internos y los externos. El ecólogo humano norteamericano Garret Hardin alude despectivamente a la generosidad indiscriminada tachándola de “altruismo promiscuo”. Si el altruismo evolucionó a causa de una necesidad  de cooperar en la defensa de las fuerzas hostiles, la solidaridad con los que están  cerca frente a los que están lejos forma una parte integral del mismo. Como observó hace más de un siglo el anarquista francés Pierre-Joseph Proudhon: “Si todo el mundo es mi hermano, no tengo hermanos”.

Por lo tanto, en función de lo que pueda permitirse cada sociedad, la pirámide moral puede hincharse hasta alcanzar un tamaño gigantesco , abarcando en principio a toda la humanidad, pero sin perder su forma original. Es posible incluir otras formas de vida además de la nuestra, y ya hay personas y grupos reclamando incluir dentro de nuestro círculo o pirámide moral a algunos animales, como los primates. 

Pero no hay que perder de vista que actuaremos según lo que podamos permitirnos. Y en esta época de crisis ya hemos podido comprobar que la pirámide se está hundiendo por falta de recursos que la mantengan a flote. Los países están restringiendo ayudas sociales que antes otorgaban a emigrantes y las personas están centrándose en ayudar a los más cercanos. Son malos tiempos para el altruismo. No es fácil ser altruista cuando estás con el agua al cuello.

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viernes, 21 de junio de 2013

Las Emociones y el problema del compromiso


Si queréis entender por qué y para qué existen las emociones podéis encontrar una primera aproximación en esta entrada del blog. Pero hay una hipótesis muy interesante sobre la función de las emociones, que encima ha sido desarrollada por un economista, Robert H Frank, en su libro Passions within Reason, totalmente compatible con la entrada que os recomiendo. Resume su teoría Matt Ridley en The Origins of Virtue.

Mucha de la innovación de los últimos años en economía se basa en el descubrimiento por los economistas de que la gente no está motivada solamente por el autointerés material. Podemos observar esto en el famoso juego del Ultimátum, donde los participantes no aceptan un dinero, que es un regalo, sencillamente porque no les parece un trato justo. Esto ha llevado  a los economistas a intentar explicar por qué la gente hace cosas que van contra sus intereses egoístas (económicos).

La clave para entender la teoría de Robert Frank es no dejarse engañar por una aparente irracionalidad superficial y fijarnos en la lógica profunda de las elecciones de la gente. Frank comienza su libro con una matanza entre dos familias y la típica venganza a la que da lugar por el otro lado, enredándose ambas tribus en una espiral de violencia. Una persona racional no se embarcaría en una vendetta de este tipo, lo mismo que no dejaría que la culpa o la vergüenza le impidiera robar la cartera de un amigo. Las emociones son fuerzas profundamente irracionales, que no pueden explicarse por el autointerés. Sin embargo, han evolucionado, como todo en la naturaleza humana, por alguna razón. Frank dice que los seres humanos que dejan que las emociones gobiernen sus vidas, en vez de la racionalidad, haciendo sacrificios en el corto plazo, están en realidad haciendo elecciones que benefician su bienestar a largo plazo. Las emociones son instrumentos para resolver problemas diseñados para hacer que criaturas altamente sociales sean eficaces en utilizar las relaciones sociales para el beneficio de sus genes, a la larga. Las emociones son una manera de decantar el conflicto entre el beneficio a corto plazo y el beneficio a largo plazo a favor del segundo.

El término general que usa Frank, y el eje de su teoría, es el problema del compromiso. Para recoger los beneficios a largo plazo de una cooperación hay que resistir la tentación de los beneficios a corto plazo. Pero no solo eso. Aunque tú estés convencido de que vas a esperar el beneficio a largo plazo, el problema es cómo convencer a la otra parte de que estás verdaderamente comprometido en ello. El economista Thomas Schelling ha dramatizado el problema del compromiso en una historia conocida como el dilema del secuestrador. Imaginaos un secuestrador que se arrepiente de lo que ha hecho y quiere dar marcha atrás y soltar a la víctima. Propone a la víctima soltarla, pero solo si no le denuncia. Pero el secuestrador sabe que si la deja ir, la víctima estará agradecida, pero ya no tendrá ninguna razón para no romper el compromiso e ir derecha a la comisaría. Una vez libre, la víctima está fuera de su poder. Por lo tanto, la víctima le asegura que no hará tal cosa, pero sus afirmaciones no pueden convencer al secuestrador, porque este sabe que valen menos que el aire en el que están expresadas. Desdecirse de las promesas no tendría ningún coste para la víctima. El dilema o el problema lo tiene la víctima: ¿cómo puede convencer al secuestrador de su compromiso para cumplir su parte del trato?¿Cómo puede hacer la víctima que sea costoso para ella romper el trato?

No puede. El dilema no tiene solución. Schelling proponía una salida que sería que la víctima se pusiera en peligro ella misma si realiza la denuncia. Por ejemplo, contándole al secuestrador un terrible crimen que ella hubiera cometido , de manera que así el secuestrador, si ella le denuncia, pudiera retaliar testificando contra ella. Pero esta solución no parece muy factible. No es esperable que la víctima tenga crímenes tan graves para confesar, como un secuestro. Por tanto, el dilema de cómo crear un compromiso creíble sigue sin solución.

En la vida real, los problemas del compromiso se solucionan usando las emociones para hacer que nuestro compromiso sea creíble. Imaginemos que dos socios ponen un restaurante, uno va a ser el cocinero y el otro va a llevar las cuentas. Cada uno podría fácilmente engañar al otro. El cocinero podría exagerar el coste de la comida y el contable podría “cocinar” los libros. Una persona racional no resolvería bien el problema, lo más probable es que no se embarcara en la aventura por miedo a ser engañado, o engañaría directamente por miedo de que la otra parte estuviera haciendo lo mismo. Imaginemos dos granjeros, uno que tiene tierras y el otro ganado y el primero tiene miedo de plantar su cosecha y que el ganado del vecino se la coma. La amenaza de un juicio no es creíble porque los costos del juicio serían mayores que el daño realizado. En estos casos la gente racional sería incapaz de convencer a la otra parte. Pero no resolvemos estos problemas con razones, los resolvemos por medio de las emociones. El emprendedor no engaña por culpa y vergüenza y confía en su compañero porque sabe que es honrado y que tampoco quiere sentir culpa o vergüenza. El ganadero encerrará su ganado y no le dejará comer la cosecha del vecino porque sabe que la rabia y la ira del vecino le llevará a denunciarle (aunque se arruine en el proceso), o a cogerse la justicia por su mano.

De esta manera, las emociones alteran las recompensas de los problemas de compromiso trayendo al presente costes lejanos que no habrían aparecido en los cálculos racionales. La rabia frena a los transgresores, la culpa hace doloroso engañar para el tramposo, la envidia representa el autointerés, el desprecio se gana el respeto, la vergüenza castiga y la compasión provoca compasión recíproca. Y el amor también es la solución al problema del compromiso. El amor nos compromete en una relación, relación que es necesaria para sacar un hijo adelante. Sin amor, utilizando solo la razón, estaríamos cambiando de pareja siempre que encontráramos otra que mejorara a la nuestra en algo. Ya sabemos que el amor no dura mucho, pero en cualquier caso más que la lujuria y en muchos casos, como ha estudiado Helen Fisher, unos 4 años, tiempo suficiente para criar un niño.
Robert H Frank

En el núcleo de la teoría de Frank está la idea de que los actos de genuina bondad son el precio que pagamos por tener sentimientos morales (así llama Frank a las emociones), porque esos sentimientos son valiosos por las oportunidades que nos abren en otras circunstancias. De manera que cuando uno vota ( una cosa irracional, dadas las posibilidades de afectar el resultado-comentario de Ridley, no mío-), deja una propina a un camarero al que no volverá a ver en la vida, dona anónimamente a una ONG o va a Ruanda a ayudar a refugiados de un campo, no está a la larga siendo egoísta o racional. Simplemente es víctima de unos sentimientos que están diseñados para otro propósito: despertar confianza demostrando una capacidad para el altruismo. Esta visión es compatible con la terminología de los biólogos evolucionistas de causas próximas o causas últimas. También se solapa con el concepto de Richard Alexander de reciprocidad indirecta. Peter Singer, el filósofo, le planteaba que la existencia de bancos de sangre demuestra que la gente no hace las cosas por reciprocidad, sino por generosidad. Pero Alexander le replicaba: “¿quién de nosotros no se siente un poco más humilde en presencia de alguien que te dice que acaba de venir de donar sangre?”. La gente no mantiene en secreto, normalmente, que es donante de sangre. Donar sangre o trabajar en Ruanda son cosas que refuerzan tu reputación virtuosa y por lo tanto hace que la gente confíe más en ti en problemas de compromiso. Son actividades que proclaman: “Soy un altruista, confía en mí”.

Frank es economista pero hay psicólogos que dicen lo mismo, como Jerome Kagan, que plantea que el deseo de escapar o evitar la culpa es un universal humano común a todas las culturas. Los tipos de actos que despiertan culpa (llegar tarde, por ejemplo) pueden variar de una cultura a otra, pero la reacción de culpa es la misma en todo el mundo. La moralidad requiere una capacidad innata para la culpa y la empatía. Pero esta capacidad innata puede ser fomentada o disminuida según diferentes tipos de educación o cultura. Que las emociones que alimentan la moralidad sean innatas, no quiere decir que sean inmutables.

El punto de Robert Frank es que las emociones (sentimientos morales) en situaciones de compromiso o de problemas del tipo del dilema del prisionero, nos permiten elegir al compañero adecuado para jugar el juego. En muchos sentidos es una idea un poco anticuada: que la moralidad y otros hábitos emocionales compensan. Cuanto más te comportas de forma desinteresada y generosa más te beneficias del esfuerzo cooperador de la sociedad. Obtienes más de la vida si irracionalmente te olvidas del oportunismo. Dile a tus hijos que sean buenos, no porque es más meritorio y superior, sino porque compensa a la larga. Lo que pasa es que, vistos  los acontecimientos actuales, igual sería mejor que enseñáramos a nuestros hijos todo lo contrario.

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Referencias




domingo, 16 de junio de 2013

Psicología del Tiempo


Esta entrada es un comentario del libro Time Paradox. Using the new psychology of time to your advantage de Philip Zimbardo y John Boyd. Vaya por delante que me ha decepcionado y no lo recomendaría salvo que estéis muy interesados en el tema del tiempo y lo queráis leer todo. Con este pequeño resumen y los vídeos que tenéis en esta web creo que os podéis hacer una idea. Los autores prometen presentarnos una nueva psicología del tiempo y su tesis es que las actitudes que tenemos ante el tiempo  tienen un profundo impacto en nuestra vida y en nuestro trabajo aunque casi nunca nos demos cuenta de ello. En el curso de su trabajo, ellos han identificado seis actitudes principales ante el tiempo, a las que denominan perspectivas temporales y la primera parte se dedica a describirlas, y a ayudarte a identificar tus propias perspectivas temporales. En la segunda parte del libro aplican sus ideas a diferentes temas y aconsejan también cómo aprovechar mejor nuestro tiempo.

Antes de nada, Zimbardo y Boyd intentan convencernos de que el tiempo importa y entre sus argumentos utilizan el estudio que vamos a llamar del buen samaritano. En este trabajo a unos seminaristas que tienen que ir a dar una charla en otro edificio se les dice que van tarde y que les están esperando ya, mientras que a otros se les dice que tienen muchísimo tiempo pero que vayan acercándose al lugar. En el camino, los investigadores han puesto un cebo, una persona tirada en el suelo y mal vestida, con toda la pinta de encontrarse mal. El resultado es que la mayoría de los que van con tiempo ayudan al supuesto herido mientras que el 90% de los que van tarde pasan de largo. Curiosamente unos de los seminaristas iban a dar la charla precisamente sobre la parábola del buen samaritano y eso no tiene ninguna influencia en el resultado. Zimbardo y Boyd plantean que es la manipulación del tiempo lo que causa la diferencia de comportamiento, los que van con prisa van orientados al futuro, con la mente centrada en que llegan tarde y no se detienen a ayudar, una conducta que a ellos mismos les parecería mal en circunstancias normales. Concluyen por tanto que nuestra perspectiva temporal puede afectar a nuestra conducta.

Antes de que describa las seis perspectivas temporales puedes ir a la página web del libro y pasar allí el Zimbardo Time Perspective Inventory (ZTPI) y el Trascendental-future Time Perspective Inventory (TTPI) para saber cuáles son tus perspectivas temporales. Las seis perspectivas temporales se denominan:
  • Pasado positivo
  • Pasado negativo
  • Presente hedonista
  • Presente fatalista
  • Futuro
  • Futuro trascendental

Vamos a ver brevemente las características de cada una de las perspectivas, con la ayuda de una persona que sería el ejemplo típico:

Pasado Positivo: Polly tiene 35 años. Cuando pasó el test estaba de acuerdo con afirmaciones como “los sonidos, olores y visiones de la niñez le traen recuerdos maravillosos” “ me da placer pensar en el pasado”. Para Polly el pasado está medio lleno. Vive en una casa de estilo victoriano con su marido y sus dos hijos y han llevado una relación estable desde la escuela. Le gusta estar en casa y quiere que sus hijos disfruten de las mismas experiencias familiares que ella disfrutó. Los amigos la describen como cálida, sentimental, amigable y autoconfiada. Casi nunca está ansiosa, deprimida o agresiva. La mayoría de los días cocina la cena y la comen todos juntos a la mesa y como hobbies le gustan las canciones “oldies” y las películas clásicas. Le encantan las reuniones familiares y los encuentros y celebraciones de grupo. Lleva las finanzas de la familia y es muy cuidadosa con el dinero. Luce un reloj de muñeca que heredó de su abuela.

Pasado Negativo: Ned tiene 40 años. Cuando pasó el test estaba de acuerdo con que “ pienso a menudo en lo que debería haber hecho de forma diferente en mi vida” “experiencias dolorosas se siguen reproduciendo en mi mente”. Para Ned el pasado está medio vacío. Ned espera que sus hijos puedan evitar las malas experiencias que él tuvo que soportar. No tiene muchos amigos y le describen como infeliz, deprimido, ansioso y tímido. A veces se frustra tanto que pierde el control y rompe cosas. No hace ejercicio ni nada divertido, controla mal los impulsos y le gusta jugar.

Según los autores, las actitudes negativas ante el pasado pueden ser fruto de verdaderas experiencias negativas o de una reconstrucción negativa actual de sucesos que pudieron ser benignos. También dicen que podemos cambiar nuestras perspectiva temporales y en capítulos posteriores dan consejos tipo libro de autoayuda para ello.

Presente Hedonista: Hedley tiene 25 años. Coincidía en los test con “creo que ir de fiesta con los amigos es una de los placeres más importantes de la vida” y “hago cosas impulsivamente”. Hedley es muy creativo y tiene muchos amigos y toneladas de energía. Es muy aventurero, hace reír a todo el mundo y es el alma de todas las fiestas. Se guía por el principio del placer de Freud. Su lema es “ si es placentero, hazlo”. Le gusta la masturbación el sexo no-seguro, el uso de drogas y alcohol y conducir rápido. Sus padres están divorciados, no usa reloj y viste de forma muy lanzada cuando tiene dinero para comprarla. Le gusta el jazz, juega a baloncesto y come comida rápida. Nunca ha mantenido un trabajo durante más de 6 meses pero conduce un deportivo. Su tarjeta de crédito está bajo mínimos pero no le importa porque confía en ganar la lotería.

Presente Fatalista: Fred tiene 20 años. Estuvo de acuerdo con “el destino determina mucho en mi vida” “como lo que tenga que ser será, no importa mucho lo que hagas”. Esta falta de confianza hace que suela estar deprimido y ansioso. es infeliz, siempre de bajón, nada animado. Aunque usa drogas y practica el sexo no seguro no cree que dejar las drogas o practicar sexo seguro va a afectar a los acontecimientos futuros. Lo que tenga que ser será. De hecho, los sujetos que puntúan alto en presente-fatalismo es más probable que compartan jeringuillas.

Futuro: Felicia tiene 32 años. Puntuó en “creo que el día de una persona debería estar planeado con anticipación cada mañana” y en “cuando quiero conseguir algo pongo objetivos y considero los medios específicos para conseguir esos objetivos”. Se guía por el principio de realidad de Freud, sopesa los beneficios de la gratificación instantánea frente a los costes futuros. Es capaz de diferir esta gratificación instantánea por una recompensa mayor en el futuro. Tiene muchos conocidos pero no muchos amigos. La describen como autoconsciente, consistente, preocupada por las consecuencias futuras. En el trabajo llega a tiempo a todas las reuniones y cumple de maravilla. No le gustan las novedades y la excitación, y le gusta planificar y hacer listas. Siempre lleva reloj y anda mal de tiempo. Se hace chequeos médicos anuales, se limpia los dientes regularmente y cuida lo que come porque tiene hipertensión y sufre de intestino irritable. No se plantea actividades de riesgo, ni tomar drogas, ni el sexo no seguro porque le impedirían conseguir sus sueños.

Futuro trascendental: Tiffany tiene 50 años. Marcó en los tests “la muertes es un nuevo comienzo” y “sólo mi cuerpo físico morirá alguna vez”. Convertida de nuevo al cristianismo cree que irá al cielo cuando muera, acude a servicios religiosos y hace sus ritos en casa. Tiene un buen control de impulsos, no es agresiva y le preocupan las consecuencias futuras

Personalmente encuentro esta clasificación y estos estereotipos poco rigurosos desde el punto de vista psicológico y la clasificación me parece un poco cajón de sastre; en palabras más llanas recopila a los que tienen buenos recuerdos del pasado, los que los tienen malos, los que tienen una estrategia cortoplacista, los que tienen una estrategia largoplacista, los pesimistas y los que creen en el más allá... vamos, un popurrí. También me parece un salto muy arriesgado deducir un montón de características de personalidad de una actitud hacia el pasado, el presente o el futuro, pero es solo una opinión.

A partir de ahí analizan el significado del pasado, del presente y del futuro y aplican la dimensión temporal a temas como el amor, la felicidad, los negocios o la política. En el tema de los negocios plantean que la perspectiva temporal de bancos y empresas, de centrarse solo en el presente y en los beneficios a corto plazo, ha sido una de las causas de la crisis que estamos viviendo. Estoy de acuerdo con ello pero creo que más que un problema de actitud ante el tiempo es un problema de avaricia y de egoísmo. También intenta hacer en cierto punto una psicopatología del tiempo, es decir, la visión del tiempo en las enfermedades mentales, que la tenéis resumida en la tabla 1. Tampoco aporta gran cosa: que el tiempo pasa rápido en la manía y lento en la depresión, o que en la paranoia hay un sesgo hacia el futuro, en los trastornos de personalidad hacia el presente y en los trastornos de ansiedad hacia el pasado.
Tabla1.Tiempo y enfermedades mentales

Como digo, el libro es bastante disperso y deslavazado pero siempre se puede sacar alguna enseñanza. Os voy a contar la más clara que he sacado yo de su lectura. Se refiere a la falta de utilidad de muchos programas educativos que intentan cambiar conductas de riesgo en adolescentes o en adultos (consumo de drogas, sexo no seguro, conductas de riesgo, etc). El problema de estos programas, en terminología de Zimbardo y Boyd, es que están hechos por “futuros” para “futuros”. Es decir, los hacen personas con una fuerte orientación a futuro- su perspectiva temporal es la de futuro- y se creen que las personas que los van a recibir tienen también una orientación a futuro. Pero no se dan cuenta de que las personas que realizan estas conductas de riesgo son “presentes”, es decir, tienen una orientación al presente, una perspectiva temporal de presente-hedonista.  Los “presentes”, para empezar, no identifican sus problemas ni quieren tratarlos y que les digamos que usen preservativo, no tomen drogas, o se pongan el cinturón porque se pueden quedar embarazadas dentro de 9 meses, o enfermarán de SIDA algún día, o pueden tener un accidente, es algo que no les afecta. Los “presentes” no se van a beneficiar de estos programas porque no tienen una perspectiva temporal de futuro, así que da igual lo que les digas acerca del futuro. 

Es decir, los programas que enfatizan las consecuencias negativas futuras de acciones presentes tienen un impacto mínimo en la conducta de los “presentes” porque pensar acerca del futuro  tiene un mínimo impacto en ellos. La solución a este problema podría ser doble: 
1- desarrollar programas que no dependan de que los participantes tengan una orientación de futuro, o bien:
2- enseñar a estas personas una orientación de futuro y entonces sí, aplicarles un programa para personas que sí tienen orientación a futuro. Zimbardo y Boyd tienen experiencia, y la cuentan en el libro, de trabajar con chicos problemáticos y cambiar sus perspectivas temporales.

Termino con unas ideas interesantes -y bastante filosóficas- sobre el sistema judicial, que están expresadas de una manera muy bonita, a mi modo de ver:

“Como sociedad, imponemos castigos orientados a futuro a criminales orientados al presente. Cuando la gente comete crímenes, les castigamos quitándoles sus futuros. Les mandamos a pasar tiempos muertos en prisión. Para los orientados a futuro la amenaza de quitrles su futuro y pasarlo mal en el futuro es disuasoria. Para “presentes”, sin embargo, la amenaza de la cárcel es poco probable que importe. Cuando una persona no tiene concepto de futuro, o piensa que no tiene futuro, no le puedes quitar su futuro. Nuestro sistema judicial está mal pertrechado para tratar con “presentes”. Casi todos los programas de modificación de conducta sufren del Síndrome de “hecho por futuros para futuros”. Vivimos en un mundo creado por “futuros” para “futuros”, y los que pierden son los presentes.”

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miércoles, 12 de junio de 2013

La Desensibilización al Mal


El hombre es un lobo para el hombre
-Thomas Hobbes

Que somos capaces de acostumbrarnos a cualquier cosa es una idea que todos conocemos y que se repite en la vida diaria acerca de muchos aspectos. En Psicología también se ha estudiado este fenómeno en muchos campos, por ejemplo en el de la felicidad. Se ha observado lo que los anglosajones llaman hedonic treadmill que se refiere a que la persecución de la felicidad es similar a correr en una banda rodadora de esas de gimnasio donde estás todo el rato corriendo en el mismo sitio. Se ha comprobado que tras sucesos o cambios positivos (un mejor coche, mayor sueldo, etc.) tras un aumento inicial del nivel de felicidad, se vuelve al mismo nivel previo, entre otras razones porque las expectativas y los deseos vuelven a aumentar y se equilibra de nuevo la diferencia entre lo que tienes y lo que te falta. 

Pero voy a hablar de algo más sombrío en esta entrada, que es la forma en la que podemos habituarnos al mal, siguiendo un aspecto que Roy Baumeister comenta en su libro Evil Inside human violence and cruelty, que es el de la Desensibilización a la violencia y al mal. La desensibilización en Psicología es la disminución de la respuesta emocional ante un estímulo aversivo o negativo cuando nos exponemos repetidamente a él. Se utiliza principalmente para tratar a pacientes con fobias y otros trastornos de ansiedad. Hay datos que sugieren que el ser humano incluye en su equipamiento de serie una aversión a usar la violencia, lo que no excluye una capacidad y tendencia también para usar la violencia en determinadas situaciones (los coches también traen de fábrica acelerador y frenos, uno para aumentar la velocidad y los otros para disminuirla). La evidencia a que me refiero es múltiple pero voy a dar algunas pinceladas nada más. Por ejemplo, en la II Guerra Mundial el 25% de los soldados americanos no fue capaz de apuntar y disparar contra el enemigo en combate. También se sabe que los soldados nazis que tenían que matar judíos en el frente ruso vomitaban, tenían ansiedad y muchos de ellos recurrían al alcohol para evadirse del malestar emocional (de hecho, los mandos repartían raciones de alcohol para esos menesteres). Incluso asesinos en serie lo pasan mal tras su primer asesinato y suele ser bastante largo el tiempo entre el primer asesinato y el segundo, acortándose posteriormente.  También en los dilemas morales de los trenes la gente tiene más reparo en ser activo y tirar a la vía a una persona que en cambiar la aguja de la vía para salvar a cinco personas aunque eso suponga la muerte de una.

Por supuesto que hay excepciones, como la de los psicópatas, y variaciones individuales, pero en general creo que es seguro afirmar que tenemos un freno o aversión a matar, salvo que sea en defensa propia. Pero también hay datos de que la repetición de asesinatos o conductas violentas da lugar a un fenómeno de desensibilización, es decir, que progresivamente se va experimentando menos malestar hasta desaparecer del todo. Hay casos incluso de adicción al mal. Pasaría un poco lo mismo que con los primeros cigarros, que no suelen gustar a casi nadie, pero que a fuerza de repetir acaban enganchando. Baumeister cuenta que entre todo lo que leyó para escribir su libro hay una historia de desensibilización al mal que le impactó especialmente, que es la que os voy a contar ahora, y que fue relatada a la periodista Gitta Sereny por un judío checo, Richard, que fue deportado al campo de exterminio de Treblinka.

Treblinka no era un campo de concentración, era directamente un campo de exterminio. Allí llegaban trenes casi todos los días y casi todos los pasajeros eran asesinados inmediatamente. Las únicas personas que vivían en el campo eran los guardianes de las SS, unos ayudantes ucranianos, y un pequeño contingente de judíos que realizaba labores domésticas. El trabajo de Richard era recoger y clasificar las pertenencias de las víctimas. La mayoría de los judíos eran judíos pobres del Este pero a veces llegaban judíos del Oeste con buenas ropas, comida y otras pertenencias en sus maletas. Se les desnudaba y se les mandaba a la muerte mientras Richard y los demás se apropiaban de todo. Al principio, el grupo de Richard también tenía riesgo de que en cualquier momento los SS dispararan a alguno de ellos, pero con el tiempo se desarrolló una armonía en el trabajo entre los judíos y sus captores, y no corrían riesgo de ser ellos mismos ejecutados. Este trabajo también les daba a Richard y sus compañeros una gran ventaja sobre la mayoría de los internados en campos de concentración, se les permitía quedarse con ropa y comida de las víctimas para ellos. La comida era abundante y esto les permitía mantener una buena salud.

Pero en Marzo de 1943 las cosas cambiaron. Los trenes dejaron de llegar todos los días y los pocos que llegaban sólo traían gitanos pobres a los que no se les podía quitar nada. Richard recuerda aquellas seis semanas como miserables. Tenían que comer el rancho del campo, que era malo y escaso, así que, como todos los demás, perdieron peso y se sentían deprimidos y letárgicos, algunos enfermaron y murieron. Además, la falta de trenes suponía para ellos una terrible amenaza. Su trabajo era manejar las posesiones de las víctimas y si no había trenes no había víctimas y no había posesiones. Si se decidía que su trabajo no era necesario serían enviados a las cámaras de gas. Richard cuenta que se sentía deprimido mirando los contenedores vacíos de ropa porque aquellos contenedores llenos de ropa eran la razón para que les hubieran permitido vivir. Otro problema era la conducta de los propios alemanes. Los guardianes del campo empezaron también a estar asustados y entrar en pánico porque si no había trenes eso podía suponer que el campo ya no era necesario y ellos corrían el riesgo de que les mandaran al frente ruso, destino mucho más peligroso que el de Treblinka.

Pero finalmente, un día que Richard y sus amigos estaban sentados en unos barracones, uno de los alemanes se acercó con una gran sonrisa y les anunció que el día siguiente llegarían trenes de nuevo. Richard cuenta que, inmediatamente, él y todos los demás se levantaron y aplaudieron celebrándolo. Richard contaba que años después le ponía enfermo recordar aquel momento: él y su amigos celebraban que otros judíos inocentes iban a ser traídos al campo para ser exterminados. Mirado retrospectivamente le parecía imposible, pero era la pura verdad: hasta ese punto habían llegado. Además, no fue una única explosión de alegría. Cuenta que pasaron la noche excitados y expectantes. Hablaban de quiénes vendrían en los trenes, esperaban que vinieran de algún país rico, como Holanda, cuyos ciudadanos tenían buenas ropas y comida. Para Richard era una prórroga de vida, y que se debiera al hecho de que otros muchos judíos iban a morir no le parecía relevante, habían vivido eso muchas veces, una y otra vez. Se había producido una desensibilización y se habían acostumbrado a la muerte de los otros. Él y sus amigos reaccionaron a la reanudación de los asesinatos desde el punto de vista de lo que significaba para ellos y su bienestar.

Hay que decir que este fenómeno de la desensibilización no ocurre siempre y que, a veces incluso, ocurre lo contrario, una sensibilización. Algunas personas se van angustiando por lo que hacen y no pueden dejar a un lado sus escrúpulos, que se van acumulando, y al final interfiere con su capacidad para realizar más actos violentos. Estos individuos quedan sensibilizados en vez de desensibilizados pero parecen ser la excepción más que la regla. Generalmente, la gente reacciona con menos fuerza cada vez cuando infligen o presencian daño a los demás (creo que todos conocemos casos, por ejemplo de fobia a volar, que aparecen en personas que han volado mucho; podría ser que pequeños incidentes que se van acumulando en los vuelos acaban sensibilizando al sujeto).

Este ejemplo nos explica muy bien la razón por la que muchos supervivientes a los campos de concentración se suicidaron años después, probablemente por no soportar la culpa. Los supervivientes, como ilustra el caso de Richard, no sobrevivieron por casualidad. La mayoría de ellos obtuvieron algún tipo de privilegio y colaboraron estrechamente con los alemanes (todos conocemos el caso de Primo Levi, que consiguió entrar en la enfermería del campo y soportar así las duras condiciones de frío, falta de comida, etc., que eran la norma para el resto de internos, y que acabó también suicidándose). En muchos casos la supervivencia de estas personas fue a costa del exterminio de otras y eso supuso una carga imposible de soportar para algunos.

También podemos sacar la conclusión de experiencias tan extremas como esta, de que la extinción de la especie humana es altamente improbable. No sólo está comprobado que podemos adaptarnos a selvas, desiertos, hielo, montañas y lagos. Casos como este ilustran a la perfección que podemos incluso vivir en el infierno.

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(pp 288-290)

jueves, 6 de junio de 2013

La importancia de lo que piensen los demás



Sufrir una afrenta al honor y no responder es admitir una falta de virilidad
-J Guillais, Crimes of Passion


Nos importa mucho lo que piensen los demás. Hay una variación individual en este rasgo pero a la mayoría de nosotros nos afecta mucho la opinión que de nosotros tengan los demás. Algunas personas o escuelas consideran esto una debilidad, un defecto, algo de lo que deberíamos librarnos, como de los celos o la envidia. Pero esta valoración se basa en una visión individualista y errónea de la naturaleza humana, somos primates sociales y tiene toda la lógica del mundo que nos importe lo que piensen los demás. Nuestro mundo son los demás y frente a ellos nos jugamos nuestra reputación, nuestro prestigio y en definitiva nuestro estatus, que es algo muy serio, pocas cosas lo son más: la gente considera que merece la pena matar por su reputación. En el mundo anglosajón hay un dicho infantil que dice más o menos: “Los palos y piedras pueden partir mis huesos pero las palabras no pueden herirme”. Los padres y educadores tratan de inculcarlo pero es descaradamente falso. Mucho más cierto es la cita del libro de Sirácides o del Eclesiastico, un apócrifo, que dice: “el golpe del látigo te hace marcas en la carne, pero el golpe de la lengua rompe los huesos”. En el mundo de la competición sexual, y social en general, la reputación social tiene consecuencias más dramáticas que un hueso roto o una herida.


Hablo especialmente de los hombres, que son los más dispuestos a golpear, matar o vengarse de alguien que les ha humillado en público.Los hombres que no tienen estatus son los perdedores en el juego del emparejamiento y de dejar descendencia y eso es algo muy grave. Un alto porcentaje de los asesinatos entre hombres se cometen por lo que se llama “altercados triviales”, es decir verdaderas tonterías cuando se ven desde fuera. Un detective de homicidios de Dallas decía: “los asesinatos se producen por pequeñas discusiones acerca de nada”. El tipo de bobadas como que uno choca con alguien al pasar en un bar y:
- no empujes
- ¡que no te he empujado gilipollas!
- ¡gilipollas será tu puta madre...!

Y ya está liada, el que ha sido insultado ya no puede echarse atrás...Los hombres perciben los insultos públicos como un desafío a su masculinidad, su virilidad, su valor como aliado, su capacidad para proteger a su mujer y sus hijos. Si el hombre insultado no responde, pierde su estatus y en nuestro pasado evolucionista esto significaba que nadie iba a querer ser tu aliado o tu compañero, porque no iba a estar seguro de que pudieras defender tus recursos. Y las mujeres tampoco te iban a querer escoger como compañero porque habrías demostrado que no sabes defender lo tuyo, que otro hombre podría superarte y quedarse con tu mujer y los bienes que pudieras tener con el riesgo para la supervivencia de los hijos. Así que si usamos la lógica evolucionista estos altercados triviales no son nada triviales porque lo que está en juego es el estatus, la reputación.

Hay un experimento de Bert Brown sobre la venganza que ilustra muy bien la importancia de lo que piensan los demás. El experimento estaba pensado para ver cuándo la gente estaría tan motivada para vengarse, para saldar cuentas, que fuera capaz incluso de incurrir en costes para ellos mismos. En el experimento participaron sólo hombres jóvenes y era una especie de videojuego primitivo en el que dos sujetos jugaban a gestionar una compañía de transportes y ganaban dinero conduciendo unos camiones por unas carreteras. El truco del experimento estaba en que uno de los dos tenía derecho a controlar un tramo de carretera y podía cobrarle al otro un dinero por su uso. En la primera ronda, el que tenía ese derecho no era un participante más sino que estaba conchabado con los experimentadores para fastidiar, y en algunos momentos hacía que el sujeto del experimento perdiera grandes cantidades de dinero. En la segunda ronda del experimento se cambiaban los roles y el sujeto podía controlar ahora el deseado tramo de carretera y cargar tarifas, esto daba evidentemente la posibilidad de vengarse del cebo del experimento. Pero el precio de las tarifas llevaba también una condición. Las tarifas altas implicaban pagar luego unas tasas más altas de manera que si el sujeto se pasaba pidiendo dinero, al final él pagaba en tasas más de lo que había ingresado con las tarifas, es decir que perdía dinero. Además la razón del experimento era ganar dinero, no tenía sentido perder dinero por vengarse de alguien.

La mayoría de los sujetos no quiso vengarse a cualquier coste, pusieron tarifas que les permitieron recuperar sus pérdidas pero se frenaban de subir los precios y perder dinero. Pero hubo una excepción, una circunstancia del experimento que hacía que los sujetos perdieran la cabeza  y no se controlaran. En el intermedio, cuando paraban para cambiar roles, el experimentador le decía al sujeto que había un público que estaba viendo el juego y formándose una opinión de los jugadores, y entonces le decía al sujeto lo que la audiencia pensaba de él. A unos les decían que aunque habían perdido dinero la audiencia tenía muy buena opinión de ellos porque habían jugado honorable y legalmente. A otros les decían que el cebo les había hecho quedar como un tonto al cobrarle esas tarifas tan altas. Pues bien, este comentario marcó la diferencia totalmente. Una y otra vez el sujeto al que se le había dicho que había sido humillado- y parecer un inútil- fue el que llegó a la venganza extrema. Estaba dispuesto a perder dinero y poner de su propio dinero para vengarse. En cambio, los que habían recibido una opinión favorable no llegaron a esos extremos. La conclusión es que cuando sufres un golpe en tu autoestima, tu reputación, tu imagen pública, estás dispuesto a aceptar grandes costes y pérdidas por recuperarla y por castigar a la persona que te ha herido.

Termino con una historia que cuenta Baumeister en Evil Inside human violence and cruelty, que ilustra la importancia del público. Un hombre entra a un autobús en Brasil. Está enfadado, entra empujando hasta la mitad del autobús. Un hombre más joven y pequeño, que es el que luego cuenta la historia, está de pie en su camino. Al violento le cae mal porque lleva una camiseta muy limpia, o por lo que sea, y le da un empujón en la espalda con el codo. El joven se gira y mira al otro hombre. En una lucha justa probablemente perdería y luchar no es una buena idea, pero él también tienen sus propias frustraciones y no quiere ceder y echarse atrás. Mira al hombre con una mirada intimidatoria y peligrosa, que ha practicado para estas ocasiones. El hombre mayor se sorprende de esa mirada sin miedo. El joven le pregunta qué quiere. El hombre mayor, a pesar de su superioridad física, baja la cabeza en un ligero signo de sumisión y disculpa. Ahí termina el incidente. Lo que podría haber sido una violenta pelea acaba pacíficamente. Cuando el hombre joven contó la historia al antropólogo Daniel Linger hizo una observación crucial. Cuando le habló al hombre mayor lo hizo en una voz muy baja, de manera que ningún pasajero pudo oírle. Esa fue la única manera de que el incidente acabara pacíficamente. El hombre mayor reculó y aceptó una pequeña humillación, pero no lo habría hecho si los pasajeros lo hubieran visto. Si la cosa se hubiera convertido en pública ya no habría sido una cosa entre ellos dos y en ese caso tienes que dar una satisfacción a la gente que está mirando. La audiencia confiere realidad social a los sucesos y ya no puedes pretender que algo no ha ocurrido.

La moraleja es que tengas mucho cuidado a la hora de humillar, ridiculizar o hundir la reputación de una persona -sobre todo un hombre joven- en público, y mejor que no lo hagas a no ser que tengas una buena razón, o sepas muy bien lo que estás haciendo

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Referencias

Brown, Bert R. The effects of need to maintain face on interpersonal bagaining Journal of Experimental Social Psychology, Vol 4(1), 1968, 107-122. doi: 10.1016/0022-1031(68)90053-X

lunes, 3 de junio de 2013

La Descendencia de Jesús y el Código da Vinci


En el último post actualizamos nuestros conocimientos de genealogía y ahora sabemos que esa idea -que antes teníamos- de que unos individuos descienden de ancestros famosos, y otros no, es un error. Es una idea que, según Steve Olson, enlaza con esos temas religiosos en los que Dios favorece a unos individuos o grupos y no a otros. Armados con este nuevo conocimiento podemos enfrentarnos a una cuestión que es muy vieja pero que fue puesta de moda por Dan Brown en el Código da Vinci, donde se convierte en el eje de la novela: ¿tuvo Jesús una línea de descendientes que llega hasta nuestros días?

La respuesta es muy clara: Jesús no puede haber tenido unos pocos descendientes que vivan hoy en día. Vamos a conceder que Jesús existió y que tuvo hijos, la razón por la que no puede tener una descendencia limitada hoy en día es simplemente porque la genealogía y la herencia no lo permiten. Si alguna persona viva hoy en día es descendiente de Jesus, entonces también lo serían la mayoría de los habitantes del planeta. Una persona puede tener unos pocos descendientes en dos o tres generaciones pero a partir de ahí el número de descendientes explota, de la misma manera que en el post anterior vimos que explotaba el número de ancestros. Para que una población se mantenga estable, cada adulto debe tener una media de dos hijos que lleguen a adultos y tengan hijos. por lo tanto el número de descendientes crece exponencialmente. En 10 generaciones, unos 250-300 años, la persona media tendría más de 1000 descendientes.

Es virtualmente imposible que una persona tenga una línea genealógica de un número limitado de descendientes. En la realidad, una línea genealógica o se extingue, o explota exponencialmente. Por eso la gente que llegó a América en el Mayflower tiene ahora miles de descendientes. La gente que ha vivido unos siglos antes tiene ahora muchos millones de descendientes.

Esto mismo se aplicaría a Jesús, aunque no sepamos si realmente tuvo hijos. Pero supongamos que tuvo muy pocos descendientes, pongamos 500 en el año 250. ¿Dónde habrían vivido? Aunque habrían vivido en el Oriente Medio, aquella época fue de mucho movimiento en el Imperio Romano y por lo menos unos pocos se habrían ido de la región, hacia Italia o Asia Central (bien como soldados, mercaderes o esclavos). Muchos de estos individuos habrían tenido 500-1000 descendientes 250 años más tarde. Y estos habrían tenido decenas de miles que se habrían extendido por Europa Occidental, Africa y Asia. Después de otros 250 años, Jesús habría tenido millones de descendientes. Repite este ciclo otras 5 veces y el mundo entero se llenaría de descendientes de Jesús.

En esencia, dejar descendientes es un proceso de todo o nada a la larga. Si una persona actualmente tiene 4-5 nietos esta persona será probablemente un ancestro de toda la población mundial dentro de 2-3 milenios. Y al revés, si una persona vivió hace 2-3 milenios esa persona o bien es un ancestro de todo el mundo que vive hoy, o no lo es, pero nunca puede ser el ancestro de unos pocos.

Pensar que somos descendientes de Jesús puede ser emocionante para mucha gente porque Jesús es el hijo de Dios así que no hay mejor pedigrí. Pero no hay que entusiasmarse porque también descendemos de Pilatos o de Judas, si es que ellos tuvieron 4-5 nietos. Todos descendemos de reyes, jueces, asesinos, mercaderes y esclavos.

Por último, decir, como dice la Biblia, que Jesús pertenecía a la casa de David tampoco tiene mucho sentido. Asumiendo que David vivió en el año 1000 antes de Cristo entonces prácticamente todo el mundo en Tierra santa descendía de él en la época de Jesus.

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