domingo, 29 de marzo de 2015

El efecto Benjamin Franklin

El sentido común nos dice que hacemos favores a la gente que nos gusta y fastidiamos a aquellos a los que odiamos. Pero la realidad parece ser que tendemos a que nos guste la gente con la que somos amables y a que nos disguste la gente con la que somos rudos o nos portamos mal. Veamos esta historia que cuenta Benjamin Franklin en su autobiografía:

Cuando Franklin estaba en la Asamblea Legislativa de Pennsylvania había un opositor que en alguna ocasión había hablado en su contra (Franklin no dice su nombre) y era un hombre de fortuna y educación que en el futuro iba a ser muy influyente. El caso es que Franklin estaba my inquieto por esta oposición y animosidad y decidió ganarse a este caballero. Y lo que se le ocurrió es muy curioso e inteligente. En vez de hacer a ese caballero algún favor o servicio le indujo a que el caballero le hiciera un favor a Franklin prestándole un libro muy raro de su biblioteca. El señor en cuestión se lo prestó inmediatamente y Franklin se lo devolvió al  de una semana con una nota en la que le agradecía enormemente el favor. Cuando se volvieron a encontrar en el parlamento el caballero le habló (cosa que no había hecho antes nunca) y encima con gran educación. A partir de entonces este señor estuvo siempre dispuesto a ayudar a Franklin y se hicieron grandes amigos, una amistad que continuó hasta su muerte. Este hecho demuestra la verdad de una máxima que Franklin había aprendido de pequeño que dice: “Es más probable que te haga otro favor alguien que ya te ha hecho uno previo que no uno que te lo debe a ti”.

¿Cuál es la explicación de este contraintuitivo fenómeno? Pues parece que la explicación podría ser el conocido fenómeno de la disonancia cognitiva. La lógica sería algo parecido a esto: “si le hago un favor a alguien es porque me agrada, luego esta persona debe agradarme porque le hice un favor”. Es decir, primero viene la conducta, la acción, y luego el pensamiento. Pensemos en el caso de un niño o joven que abusa de otro niño como parte de una cuadrilla o banda callejera. Si el chico es una buena persona empezará a pensar: “¿cómo ha podido una persona decente como yo hacerle esto a ese niño?” “he sido cruel con una persona inocente”. Se produce un problema para compatibilizar una buena idea de uno mismo con la conducta mostrada, una disonancia cognitiva. Una forma de resolverla es justificar que el niño se lo merecía. Por ejemplo: “es un idiota y un llorón, y además el habría hecho lo mismo si hubiera podido”. El resultado de ello es que se produce un círculo vicioso y la próxima vez que encuentre al niño es probable que le pegue más fuerte todavía. La agresión precisa una auto-justificación, la cual a su vez precisa más agresión. 
dientes Dinka

Hay un ejemplo de este fenómeno en los hermanos Karamazov de Dostoiewsky (un buen psicólogo). Fyodor Pavlovitch recuerda cómo una vez en el pasado le preguntaron por qué había odiado tanto a una persona. Y él les respondió: “Os lo diré. No me ha hecho ningún daño. Yo me porté muy suciamente con él una vez y desde entonces le he odiado”. Lo mismo que en estos ejemplos obtenemos un círculo vicioso, el efecto Benjamin Franklin demuestra que también es posible generar círculos virtuosos.

Otro ejemplo de disonancia cognitiva similar es el hecho de que si hemos sufrido mucho para conseguir algo estaremos más felices y valoraremos más ese algo que si lo hubiéramos conseguido fácilmente. La disonancia cognitiva en este caso es la siguiente: yo soy una persona sensible e inteligente así que no es posible que haya trabajado tanto para conseguir algo que no vale para nada. Este mecanismo es el que está detrás de los ritos de iniciación, que cuanto más duros son más hacen que valoremos al grupo en el que entramos. 

Tendemos a justificar nuestras decisiones, sobre todo cuando no podemos cambiarlas. Cuanto más cuesta una decisión en términos de dinero, tiempo, esfuerzo y cuanto más irrevocables sean las consecuencias, mayor es la disonancia y mayor la necesidad de enfatizar las buenas cosas que tiene la elección que hemos hecho. Por lo tanto, cuando estés a punto de tomar una decisión importante, como comprar un coche o un ordenador, no le preguntes a alguien que acaba de hacer esa compra porque te dirá que lo suyo es lo bueno, no le queda otro remedio. Si quieres información de un producto que quieres comprar no preguntes al que lo ha comprado sino al que todavía está recopilando información. Porque luego ya sabes: “ A lo hecho, pecho”.

Un último caso histórico. Entre las tribus Nuer y Dinka de Sudan existía la costumbre (hasta hace poco, ya está prohibida) de extraer varios dientes definitivos anteriores a los niños (incisivos y caninos y tantos como seis de abajo y dos de arriba) lo que hace que se caiga el labio inferior y tengan hasta problemas para hablar. El origen de la costumbre parece ser en tiempos en que hubo tétanos en la región. El tétanos produce una contracción y cierre de las mandíbulas de forma que los niños no podían alimentarse. La maniobra de extraer los dientes permitía así darles de beber líquidos y de comer. Pero el tétanos desapareció y la costumbre de extraer los dientes continuó así que era necesario justificar algo tan costoso. Y así es como surgió la idea de que “tener así los dientes era bello”, que “las personas normales parecen caníbales y no seres humanos” “que a nosotros nos gusta el silbido que hacen al hablar” y hasta se convirtió en un rito de maduración. Cosas de la mente humana…

@pitiklinov

Referencia:



sábado, 28 de marzo de 2015

Cero grados de Empatía

Simon Baron-Cohen
El libro de Simon Baron-Cohen “Zero Degrees of Empathy” es un intento de explicar el problema del mal utilizando el concepto de empatía. Como persona de origen de judío, Baron-Cohen intenta entender hechos como el Holocausto, otros genocidios o múltiples ejemplos de maldad humana. El mal se debería, según Baron-Cohen, a un fallo en la empatía, a un bloqueo o incapacidad para utilizar la empatía y la solución al mismo pasa por activar la empatía entre enemigos, países en conflicto o cualquier otras partes enfrentadas. Creo que el libro fracasa en su objetivo de explicar el mal, pero veamos primeros las ideas que Baron-Cohen nos quiere transmitir con su libro.

Lo primero es que todos nos encontramos dentro de un espectro de empatía, de un curva de Gauss desde personas que tienen baja empatía hasta personas que tienen muchísima empatía, lo mismo que unos somos más bajos y otros más altos. En el límite más bajo de este espectro se encuentran las personas que tienen un grado cero de empatía y estas personas se dividen en personas con empatía Cero-Negativa y personas con empatía Cero-positiva. Las personas con Empatía cero-negativa son los Trastornos de Personalidad Psicopático o antisocial, el Borderline y el Narcisita. Estos no son los únicos subtipos que existen ya que también el alcohol, la fatiga, la depresión o la esquizofrenia pueden reducir la empatía. Pero estos tres trastornos, que se han considerado de personalidad por la psiquiatría, para Baron-Cohen son Trastornos de la empatía.
Tener empatía cero-negativa significa que no hay frenos en nuestra conducta y podemos perseguir libremente nuestros deseos sin tener en cuenta el impacto en otras personas. Los pensamientos y sentimientos del resto de la gente quedan fuera de nuestro radar y nos lleva a cometer actos de crueldad e insensibilidad a los demás.

Otro presupuesto es que existe un circuito de la empatía en el cerebro que Baron-Cohen  describe y la parte de la neurobiología de los psicópatas, borderlines y autistas es de lo mejor del libro. También existen genes para la empatía, aunque es una forma de hablar, no son propiamente genes “para” sino que se asocian a la empatía. La empatía también se puede aprender y trabajar por medio de videos, rol-playing y otras técnicas. También es muy importante el vínculo temprano con los cuidadores (Bowlby y el apego) a la hora de cargar nuestra mente de un “puchero interno de oro”, una especie de poción mágica de empatía para el resto de nuestra vida. Según Baron-Cohen, la causa de que los antes referidos borderlines y psicópatas tengan empatía cero-negativa es el fallo en el apego con la madre.

Pero luego están las personas con empatía cero-positiva, las personas del espectro autista y el S. de Asperger, que es una forma de empatía cero que ha sido seleccionada por la evolución porque se asocia a alta sistematización. El mecanismo de sistematización es el que permite ver patrones en el mundo y eso ha dado grandes frutos en la ciencia y  la tecnología. Estas personas no soportan los cambios, todo lo que rompe esa presencia inmutable de patrones -el tiempo- es un problema para ellos porque altera su orden. De ahí que se resistan a los cambios.

La empatía, para Baron-Cohen, es el recurso más valioso del mundo y por no usarla sigue habiendo guerras en Irak, Afganistán y Palestina. Por cada día que pasa, dice, sin emplear la empatía en esos rincones del mundo, muchas vidas se siguen perdiendo. Baron-Cohen llega al punto de proponer un cambio en las clasificaciones psiquiátricas para incluir los trastornos de empatía pero resulta que nos quedaría un cajón de sastre muy caótico donde tanto la erotomanía como la depresión o la anorexia serían trastornos de empatía…Por otra parte, todo acto malvado implica una desconexión de la empatía en el momento de cometerse, el copiloto Andreas Lubitz tuvo que desconectar su empatía para no conectar con el sufrimiento de los pasajeros y sus familias. El terrorismo también y todo mal resulta de la desconexión de la empatía.

Hasta aquí un breve resumen de su planteamiento. Yo de entrada voy a empezar por negar la mayor: el mal no es un problema de empatía. Si una persona tuviera la forma “maligna” de empatía cero-negativa haría el mal a todo el mundo pero vemos que esto no es cierto. Muchos nazis eran personas amables con sus perros e hijos, lloraban con la música clásica y se mostraban colaboradores y altruistas con todos menos con los judíos. Otro ejemplo: Wafa Idris, la primera mujer bomba palestina había sido voluntaria paramédica durante la Segunda Intifada, no a esa mujer no le faltaba empatía.

Como decía Bloom en el debate la empatía es parroquiana, llega hasta los límites de nuestro grupo, los nacionalistas o los miembros de una religión pueden ser muy empáticos con los de su grupo pero no tanto con los de fuera. Como dice Emile Bruneau, un neurocientífico cognitiva del MIT, en este muy recomendable artículo, cuando te enfrentas a un enemigo se genera un “vacío de empatía” y todo el mundo, incluso los más empáticos, en las circunstancias adecuadas, puede llegar a silenciar su empatía. Empatizar con el enemigo, sobre todo con el grupo enemigo, es muy difícil, la violencia surge mucho más fácil entre grupos que entre individuos. Esto tiene una lógica evolucionista muy clara: yo no puedo ir a luchar con el grupo enemigo con la empatía a flor de piel porque me pondría a darles abrazos y a llorar en vez de porrazos en la cabeza. Los genes de los que daban abrazos en las guerras desaparecieron del acervo genético; ha sido adaptativo desconectar la empatía y por eso tenemos un interruptor que nos permite desactivarla en las circunstancias en que es necesario. 
Emile Bruneau

Por otro lado, agrupar los trastornos mentales en una categoría debida a fallo de empatía creo que es como decir que la muerte de las personas se debe a parada cardio-respiratoria. Claro que al final se desconecta la empatía,pero también se desconecta el apetito y otras muchas cosas. Lo importante es ¿por qué? ¿cuál es la causa? Creo que Baron-Cohen idealiza la empatía fenómeno que se está generalizando ( ya hablamos de ello en este post). Me da la impresión que se se está repitiendo con la empatía el mismo error que se ha cometido con la autoestima en las últimas décadas, que era algo que había que potenciar para el pleno desarrollo y felicidad de las personas.

Bruneau encuentra que ese salto o diferencial de empatía no se relaciona con medidas de empatía de la personalidad del individuo sino con la identificación de ese individuo con su grupo. Cuanta más identificación con el grupo mayor el diferencial de empatía con los otros. Y llegados a este punto los que soléis leer este blog ya estaréis pensando en una de las cosas que genera identidad a la que solemos volver una y otra vez: a la ideología, a las creencias: tener dioses diferentes, tener patrias diferentes y ese tipo de cosas. Estas son algunas de las cosas que más nos dividen y crean identidades que muchas veces acaban siendo asesinas. Desconectar la empatía viene después.

@pitiklinov

Referencia:












lunes, 23 de marzo de 2015

El Cociente de Dominancia Visual

Es de todos conocida la importancia de la comunicación no verbal en nuestra especie y, dentro de ella, el importante papel que juega la mirada a la hora de transmitir una gran cantidad de información. Una de las características fundamentales a la que los humanos prestamos atención es la que hace referencia al estatus, a la jerarquía o a la dominancia. En esta entrada voy a hablar del Cociente de Dominancia Visual (CDV), una medida relativamente fácil de operativizar y de utilizar en estudios psicológicos o incluso en situaciones de la vida cotidiana. 

El Cociente de Dominancia Visual se obtiene dividiendo el porcentaje de tiempo que uno dedica a mirar a otra persona a los ojos mientras le hablamos dividido por el tiempo que dedicamos a mirar a esa persona a los ojos mientras estamos escuchándola hablar:

CDV= (% de contacto visual mientras hablamos) / (% de contacto visual mientras escuchamos)

Un CDV de 1 significa que la relación es neutral, que ninguno de los dos es dominante. Cuanto mayor de 1 sea el cociente más dominantes somos. Por ejemplo, si un hombre durante una conversación mira a otro el 90% del tiempo mientras le habla pero cuando el otro habla se pone a mirar a su móvil, o hacia otro lado, y sólo le mira el 20%, ese hombre está teniendo una conducta muy dominante. Por contra, no ser capaz de mirar a alguien a los ojos cuando le hablamos pero sí cuando nos habla indica una conducta muy subordinada. 

Es importante recordar que lo que medimos es la diferencia de porcentaje de fijación de la mirada entre hablar y escuchar. Si miras a alguien solo el 20% del tiempo que le hablas pero a la vez sólo le miras el 20% cuando le escuchas la relación es neutra. Tampoco hay un CDV apropiado o correcto dado que dependerá de la situación. Si en una relación de trabajo tú eres el jefe sería lógico que muestres una gran dominancia visual, pero como en una primera cita te salga un CDV muy alto lo más probable es que no tengas una segunda oportunidad. Mostrar un CDV subordinado tampoco es necesariamente malo pero ser subordinado en el contexto erróneo puede hacer que des la impresión de ser incompetente o poco de fiar. En general, si quieres que la persona esté cómoda procura estar cerca del 1.

Lo curioso es que efectivamente la gente adapta su CDV a su situación en la jerarquía. Se ha visto que cadetes de la fuerza aérea exhiben cocientes de 1,06 cuando hablan con otros cadetes pero de 0,61 cuando hablan con oficiales. Hombres expertos en un campo que hablan a mujeres inexpertas puntúan 0,98 mientras que si hablan a mujeres expertas en ese campo bajan a 0,61. De la misma manera, mujeres expertas que hablan a hombres inexpertos puntúan 1,04 pero si hablan a hombres expertos bajan a 0,54. En este caso la jerarquía es preexistente y los humanos se adaptan casi matemáticamente de acuerdo con ella.

Sin embargo, cabe también la posibilidad de utilizar el CDV de una manera táctica, aunque tiene sus riesgos. Es decir, podemos utilizar el CDV para establecer o reforzar una determinada jerarquía de dominancia. En una situación de relativa indefinición de la jerarquía un manejo sutil de este cociente (mirando más al interlocutor y haciéndole menos caso cuando habla) puede ser utilizado como arma social para procurarnos una dominancia ante los demás. La otra persona puede responder en automático y asumir que somos dominantes. Pero claro, hay que hacerlo con tacto y delicadeza o podemos parecer muy rudos y fracasar en nuestros objetivos o dar lugar a un enfrentamiento. En otro momento en que nos interese reducir la tensión podemos actuar al contrario: mirar más al otro cuando habla y no cuando hablamos nosotros y transmitimos así un sentimiento de subordinación, lo cual puede convenirnos según el tipo de relación o negociación en la que estemos.

Si quieres establecer una buena relación busca un CDV neutro. Un buen consejo puede ser no mirar, educadamente, cuando la otra persona no mira y mirar cuando la otra persona mira, pero hay que tener en cuenta que estas costumbres varían también según la cultura.

@pitiklinov

Referencias:












miércoles, 18 de marzo de 2015

Enseñanzas del efecto Dunning-Kruger


“No es lo que no sabes lo que  te genera problemas. Es lo que crees que sabes seguro y no es así”
“It ain’t what you don’t know that gets you into trouble. It’s what you know for sure that just ain’t so.” 

David Dunning
En 1999 el psicólogo David Dunning y su estudiante de post-grado Justin Kruger publicaron un artículo, Unskilled and unaware of it: difficulties in recognizing one´s own incompetence lead to inflated self assessments, en el que describen lo que ahora se conoce como el efecto Dunning-Kruger: la gente incompetente no se da cuenta de lo incompetente que es. Esto parece lógico porque para darse cuenta de la propia ineptitud uno debería tener las capacidades que le faltan. Pero lo curioso no es esto, lo curioso es que la incompetencia no deja a la gente confusa, insegura o cauta, qué va: la gente incompetente se siente llena de “algo” que a ellos les parece competencia.

Este efecto no es sólo una idea sino que hay muchos estudios donde la gente sobreestima sus capacidades en múltiples áreas: gramática, conocimientos financieros, razonamiento lógico, inteligencia emocional, etc. Seguramente, como ser humano que eres, estarás en estos momentos pensando que esto le pasa a otra gente pero que no te pasa a ti. Me adelanto a precisar que esto nos ocurre a todos y creo que son muy interesantes las reflexiones de David Dunning sobre el efecto que lleva su nombre en este artículo del Pacific Standard. Dunning comenta, por ejemplo, que la ignorancia no consiste en no estar informado, sino en estar malinformado; es decir, no es una carencia (no saber algo) sino un conocimiento erróneo (saber algo equivocado, algo falso):

“Una mente ignorante no es un recipiente vacío sino un recipiente lleno de un lío de hechos, teorías, intuiciones, estrategias o experiencias irrelevantes o equivocadas…pero que tienen toda la apariencia de ser un conocimiento útil y seguro”.

Justin Kruger
Es decir, que vemos lo falso como conocimiento. El origen de este efecto puede ser múltiple. Por un lado, nuestra tendencia a buscar y encontrar patrones e improvisar teorías y narraciones. Por otro, la acción del sesgo de confirmación. Al intentar dar sentido al mundo formulamos teorías y buscamos información que confirme esas ideas de manera que todo lo que sea ambiguo lo interpretamos a favor de nuestra teoría y desechamos lo que no encaja con ella. Al final tenemos una sensación de conocimiento y seguridad que hace que nos enfademos cuando alguien nos discute o nos dice que estamos equivocados. El razonamiento motivado es otro sesgo que nos conduce en esa misma dirección equivocada.

Bien, ¿y qué soluciones tenemos para evitar el efecto Dunning-Kruger? La solución tradicional para la ignorancia -entendida como ausencia de conocimiento- ha sido la educación, pero la educación puede producir una confianza ilusoria. Un ejemplo: cursos para conducir en la nieve, hielo o superficies deslizantes. Se ha visto que la gente que hace estos cursos toma más riesgos, creyendo que saben, cuando la realidad es que los efectos del curso sobre las habilidades de conducir desaparecen rápidamente acabado el mismo. Así que hacer que la gente abandone ideas erróneas es algo bastante más complicado.

Stephan Lewandowsky, de la Universidad de Bristol, y Ullrich Ecker, de la Universidad de Western Australia tienen algunas propuestas al respecto, de las que ya hablamos en otra entrada sobre el tema de convencer a los demás con razones. En el aula proponen emplear más o menos variaciones del método socrático: empezar con la teoría errónea y señalar su fallos y carencias poco poco haciendo así que la nueva teoría correcta destaque y sea mejor recordada. Sin embargo, fuera de clase (la web, Internet y otros medios) desaconsejan repetir las teorías erróneas porque al final hace que se graben en la mente de la gente (ver el post citado). En cuanto a las creencias sacrosantas -las religiosas y políticas- la realidad es que puede ser imposible cambiarlas porque ponen al yo en cuestión y la gente se agarra a las cosas queridas. Una técnica que se ha usado es reforzar al yo con halagos y alabanzas y luego intentar introducir el cambio, pero es muy difícil.

Steven Novella propone que cultivemos la “humildad neuropsicológica” con ejercicios como éste: imagina un área en el que seas un experto o maestro, o en la que sepas realmente mucho; ahora piensa en lo que la persona media sabe sobre ese asunto, o sobre tu especialidad. Probablemente, el ciudadano medio no sólo sabrá muy poco sobre ese tema sino que no tendrá ni idea de lo poco que sabe y de la cantidad de conocimiento especializado que existe. Pues bien, ahora viene la parte crítica: darse cuenta de que tú eres tan ignorante como la persona media en todo área de conocimiento en el que no eres un experto.

Bienintencionado, pero no sé si seremos capaces de llevarlo a la práctica. Habrá que intentarlo. En cualquier caso, si asumes que sabes menos de lo que piensas y que hay más conocimiento del que tú crees que hay, normalmente acertarás.

@pitiklinov

Referencias:







lunes, 16 de marzo de 2015

Eso

Colaboración de Juan Medrano

La célebre cita alleniana
Uno de los problemas que surgen cuando se quiere tratar acerca de cierto órgano masculino impar, situado en la línea media, que no es la nariz, ni mucho menos la lengua o el timo, es el tabú existente en nuestra cultura en relación con algunas materias. Otro es que el nombre técnico del citado órgano resulta casi malsonante desde su tecnicismo, teniendo en cuenta el rico acervo de términos entre cariñosos y groseros que se utilizan para designarlo, haciendo alarde de la riqueza idiomática de cualquier idioma y del frondoso imaginario del ser humano. Llamar a esta entrada “en lo que todo el mundo piensa que piensa Woody Allen cuando dice que el cerebro es su segundo órgano favorito” quedaría vistoso, y con unos ribetes de teoría de la mente que lo harían especialmente adecuado en un comentario dirigido a profesionales de la Psiquiatría con conocimientos debidamente al día y on the wave, pero quedaría muy largo. Así que hemos optado por un título entre genérico y vago, que apunta y no lo hace, que queda a medio camino entre la designación rotunda y la parafasia semántica. En medio de esas coordenadas, más o menos.
Pues bien, el pene –ya ha quedado nombrado- es un órgano polifacético. No sólo por su dualidad fisiológica en lo genital y lo urinario, sino por sus innegables cualidades eróticas y su trascendencia cultural. Recuérdese al clásico que aseguró que los hombres viven angustiados ante la posibilidad de su pérdida y que a las mujeres les corroe la envidia por no disponer de este pendular órgano. Considérese la importancia que desde temprana edad dan los varones a sus dimensiones, plasmada en precoces concursos de longitud del arco de orina. Piénsese, en definitiva en la relevancia psicológica e incluso social que se concede a su adecuado rendimiento en su faceta genital y sexual. Como demuestran sus múltiples disfunciones psicógenas y las empanadas mentales de muchos varones acerca de su uso y disfrute, el pene es un órgano en el que el maridaje entre lo cultural y lo biológico a través de lo psicológico no siempre alcanza resultados satisfactorios.


Todo estudio de sus habilidades debe comenzar por la dimensión estrictamente anatómica y fisiológica del pene. Los cánones de belleza y proporcionalidad que determinan el éxito sexual y reproductivo de los seres humanos varían a lo largo de la historia, como lo demuestra el contraste entre las bellezas rubensianas y los actuales iconos de pasarela (véase un reciente vídeo que las repasa). Pero en medio de tanta variación parece que en lo tocante al pene siempre se ha dado importancia al rasgo, netamente anatómico, de su forma y tamaño. No nos queda, pues, más remedio, que explorar estos dos aspectos.
La cuestión de la longitud del pene debe tener su trascendencia, pues no en vano ha dado pie a muchos chistes y a silvestres estudios interraciales cuyos resultados han invadido el saber popular. La antropología comparada, con sus ejemplos de héroes, dioses o simples villanos caracterizados por un luengo y esmerado pene, nos hace sospechar que la importancia que todas las culturas dan a este aspecto debe tener alguna causa presocial, biológica. Para encontrarla podemos acudir a la Fisiología, que nos explica que dadas las peculiaridades de la pelvis femenina y la disposición de la vagina, el pene ha de tener una longitud suficiente para garantizar un adecuado contacto sexual y, consecuentemente, el éxito reproductivo. Estos hallazgos tienen su correlato radiológico en un estudio, publicado a finales del pasado siglo por el BMJ, en el que se describían las particularidades del acople coital humano a la luz de la Resonancia Nuclear Magnética, justo colofón, por cierto, a la teoría de que la vocación radiológica no pasa de ser una sublimación de impulsos voyeuristas. Este trabajo se publicó en el número liviano que con motivo del fin de año publica cada ejercicio la prestigiosa revista británica, por lo que podría considerarse que fue más una gracieta que algo realmente motivado por un interés científico real y honesto. Sin embargo, existen otras aportaciones, como los estudios de Faix y colaboradores, que en un trabajo que denominaron inicial y en otro más pormenorizado, analizaron con gran interés y ahínco, en los albores de la presente centuria, las características anatómicas, funcionales y biomecánicas de dos de las posturas más clásicas del amplio abanico coital.
 
Estudio publicado en el BMJ
A su vez, la extraordinaria pelvis de la mujer viene determinada por la bipedestación, fenómeno exclusivo de nuestra especie, lo que impone, para un adecuado acople reproductivo, que el pene humano sea proporcionalmente el más largo entre la galería de miembros de primates. No desespere, pues, el varón preocupado por el tamaño de su miembro, porque ha de saber que en un certamen interprimates derrotaría al mismísimo King Kong. De calle, además.

Pero el pene humano no sólo destaca por su longitud: también tiene una forma diferente a la de los apéndices viriles del resto de los primates. La diferencia radica en la forma del glande y muy particularmente en el contorno y disposición de su cresta coronal. A este respecto son esenciales los trabajos del doctor Gallup (a quien ya conocimos como experto estudioso del bostezo) y sus colaboradores de la Universidad de Albany. Este investigador consiguió demostrar que el peculiar diseño del glande humano permite que en el coito en cada acometida el pene actúe como una bomba que expulsa el semen depositado en la vagina por un competidor previo, de modo que al producirse la eyaculación no quede rastro de espermatozoides rivales.

El seminal trabajo de Gallup. Teniendo en cuenta su temática, lo de seminal es un chiste fácil, pero es que uno es así de simple

En apoyo de su teoría Gallup cita experiencias con modelos artificiales (penes de látex, vaginas sintéticas, soluciones acuosas de almidón de diferente viscosidad), según las cuales las acometidas más enérgicas aumentan el bombeo al exterior. También son más eficientes los penes más largos, por lo que nos encontramos ante otro argumento evolutivo para explicar la inusual longitud del pene humano.

¿Tomó de modelo Miguel Ángel a un gorila o un chimpancé?

La teoría de Gallup sugiere que hasta anteayer en términos evolutivos el ser humano se caracterizaba por un modelo de fecundación poliándrica, común en los actuales chimpancés, en el que cada hembra copularía con diferentes machos. Debe deducirse que en estas bacanales reproductivas, y siempre que fuera suficientemente largo, enérgico y con un diseño balánico acertado, el último pene reiría mejor desde el punto de vista de la transmisión de sus genes. También a la luz de esta hipótesis, la rivalidad sexual entre los antepasados de los actuales machos humanos no se limitaría a peleas, ritos nupciales o cuestiones análogas, sino que se extendería a la habilidad de sus penes para bombear hacia el exterior de la vagina el semen de los competidores. Era, pues, una rivalidad entre somas completos, entre penes y entre los espermatozoides de diferentes machos que a pesar de la bomba expelente peneana pudieran llegar hasta el óvulo. Por cierto, que desde este punto de vista, según Gallup, la circuncisión cobra un nuevo sentido que va más allá de lo ritual o de lo higiénico, ya que con esta práctica se exageran los rasgos de la cresta coronal y, por lo tanto, su eficiencia como dispositivo de expulsión de semen rival. Este dato le hubiera encantado al famoso antropólogo de origen judío Marvin Harris (1927-2001), que fue capaz de encontrar un sentido lógico y evolucionista al tabú sobre el cerdo en judíos y musulmanes a partir de su competencia con los humanos por el nicho alimentario.


Marvin Harris y la obra en que analiza el tabú religioso sobre el cerdo

En todo caso, ¿qué queda en el ser humano moderno o postmoderno de este modelo reproductivo? ¿De qué manera el pene moderno o postmoderno demuestra la vigencia de esta actitud reproductiva? Para Gallup y colaboradores, el ejemplo más claro es el especial empuje (nunca mejor dicho) con que el varón temporalmente alejado de su pareja se emplea en el primer coito tras el reencuentro. Esta conducta es generalizada, según nos explican, y queda confirmada por una encuesta entre estudiantes universitarios que contestaron sobre las características, digamos biomecánicas, de sus relaciones sexuales tras un tiempo de separación de su pareja, en las que sus penes (y los músculos que los propelen) se emplean en el reencuentro como si tuvieran que extraer de la vagina de su amante un semen ajeno que sería prueba, muestra y resto de infidelidades durante su ausencia.


Uno de los “esos” más famosos del mundo: El del Manneken Pis de Bruselas

En definitiva, según Gallup, detrás de la anatomía peneana y de la fisiología de la penetración se esconde la pugna reproductiva entre machos. Pero esta pulsión, eliminada en la evolución cultural de nuestra especie la fecundación poliándrica, tendrá que emerger de alguna manera. ¿Tal vez a través de la celotipia, un rasgo común en el macho humano? Es posible que sea una conclusión atrevida, pero en cierto modo los razonamientos de Gallup evocan el Mono Desnudo de Desmond Morris, cuya organización social humana tendría como justificación, base y eje la preservación de la monogamia. Y, dicho sea de paso, a su vez la monogamia, puesto que supone eludir la competición con penes mejor preparados, sería una garantía de éxito reproductivo para los penes más cortos, incircuncisos o con crestas coronales menos pronunciadas. En otras palabras, la monogamia no sólo habría supuesto el sometimiento de la mujer como se ha sostenido desde el feminismo, sino que como efecto colateral habría llenado el planeta de penes cortos, sin empuje y de diseño ineficiente. No somos nada.

¿Envidia del pene, vergüenza ajena o constatación de un efecto colateral del patriarcado?


Autor: Juan Medrano

Fuentes:

Faix A, Lapray JF, Callede O, Maubon A, Lanfrey K. Magnetic resonance imaging (MRI) of sexual intercourse: second experience in missionary position and initial experience in posterior position. J Sex Marital Ther 2002; 28 Suppl 1: 63-76 [Texto completo]
Faix A, Lapray JF, Courtieu C, Maubon A, Lanfrey K. Magnetic resonance imaging of sexual intercourse: initial experience. J Sex Marital Ther 2001; 27: 475-82 [Abstract]
Gallup GG, Burch RL, Zappieri ML, Parvez RA, Stockwell ML, Davis JA. The human penis as a semen displacement device. Evol Hum Behav 2003; 24: 277-289 [Abstract]
Gallup GG. Semen Displacement as a Sperm Competition Strategy in Humans . Evolutionary Psychology 2004; 2: 12-23 [Texto Completo].

Weijmar Schultz W, van Andel V, Sabelis I, Mooyaart E. Magnetic resonance imaging of male and female genitals during coitus and female sexual arousal. BMJ 1999;319:1596-1600 [Texto completo]