Pablo Malo, Juan Medrano, Jose Juan Uriarte
Txori-Herri Medical Association
Humor
y risa
El humor es una cualidad netamente humana.
Como tal, sus variantes tienen dimensiones psicológicas e incluso semiológicas
que podrían considerarse específicas. Es
hueco, excesivo e inapropiado en el síndrome frontal; fácil, efervescente, espontáneo
y a veces contagioso en la manía; ausente hasta el punto de que el paciente es
incapaz de reaccionar ante estímulos risibles en la depresión y antinórmico e
idiosincrásico en la esquizofrenia, en la que parece existir un déficit en la
percepción o apreciación del humor (Polimeni et al, 2010).
Uno de los más conocidos especialistas sobre
la cuestión, Rod Martin (2008), define al humor como un fenómeno
cognitivo-social-afectivo. En su dimensión afectiva, el humor entraña una
emoción positiva específica a la que el autor llama "regocijo" (mirth), similar a otras emociones
positivas como la alegría y la felicidad.
Pero el regocijo incorpora una cualidad específica de
"diversión" que la caracteriza.
El regocijo aparece cuando en la evaluación
cognitiva del entorno destaca lo que el autor llama "incongruencia
jocosa", es decir: algo inusual, extraño, fuera de lo ordinario, o
sorprendente, que debe además tener un elemento jocoso, un matiz de falta de
seriedad. En el humor planificado se busca la incongruencia, se burlan los procesos
mentales de quien escucha o leer, se les guía por una línea de razonamiento y
se les lleva a formular expectativas que bruscamente chocan con un cambio del
marco de referencia, en un choque que despierta la emoción del regocijo, cuya
comunicación no verbal es la risa. Por
último, el humor, en el modelo de Martin, es un fenómeno consustancialmente social.
Los humanos nos reímos más en compañía, y el grueso de los chistes tiene que
ver con situaciones sociales.
La risa es una descarga, un fenómeno con
cierto paralelismo con la epilepsia, de modo que puede aparecer ante
estimulación eléctrica de ciertas áreas del cerebro, en el marco de ataques
convulsivos o de forma espontánea, inmotivada y liberada (desinhibida) en ciertas
patologías neurológicas, de la cual el exponente más clásico es el síndrome
pseudobulbar. También existe una forma
de crisis convulsivas (epilepsia gelástica) cuyas crisis suelen comenzar
con una risa superficial o vacía, que no transmite regocijo y que se presenta
repentinamente, y sin un aparente estímulo jocoso, y uno de los signos
característicos del kuru es la risa compulsiva que hizo que en su momento se
tildara tildara a esta prionopatía de la enfermedad de la risa o la risa
mortal. Pero la risa es un fenómeno
social, y además, contagioso, hasta el punto de que se han descrito severas
epidemias de risa (la más notable, en Tanzania, hace cerca de 50 años). Esta contagiosidad se ha relacionado con las
neuronas espejo (Dosey, 2010).
Según Van Hoof (1972) la base filogenética de
la risa podría estar en la "expresión relajada con la boca abierta",
que es una señal de juego, en la que la boca aparece abierta, los labios cubren
los dientes superiores y el rostro y el cuerpo están relajados. La sonrisa podría
en cambio derivarse de la "expresión silente con los dientes al
descubierto", en la que el animal retrae los labios y los ángulos de la
boca, descubriendo los dientes a la vez que mantiene la boca cerrada. Según
indica Martin, se trata de una señal de disposición amistosa en un animal de
alto status, y de sumisión o apaciguamiento en un animal de bajo estatus. En
los humanos la risa está asociada al humor, mientras que la sonrisa puede
usarse en su contexto filogenético, como señal de ánimo amistoso como señal de
regocijo o diversión de baja intensidad en respuesta al humor.
Darwin (1872/1998) ya llamó la atención sobre
el hecho de que los chimpancés ríen cuando se les hace cosquillas en los
sobacos. Las cosquillas son un fenómeno
curioso, que se encuentra en diversas especies mamíferas, pero que solo los
grandes primates y tal vez algunos monos son capaces de provocar (Leavens,
2009). Su neurofisiología es
incierta. No se conoce ningún “receptor
de cosquillas”, con lo que se deduce que se construyen a nivel cerebral
sintetizando diversas sensaciones. Se
distinguen dos variedades: knismesis, sensación con un cierto toque sensual producida
por una ligera caricia, como el roce de una pluma o el caminar de una araña
sobre la piel, y gargalesis, mucho más intensa y generalmente placentera, que
es la que provoca la carcajada típica en los niños.
Pero no solo las cosquillas disparan la risa
en los primates. Los chimpancés, por
ejemplo, ríen cuando juegan, cuando se persiguen amistosamente y cuando simulan
ataques. Aunque su mecanismo no es
idéntico (los humanos reímos al exhalar el aire; los chimpancés, también al
inhalar, y las vibraciones de sus cuerdas vocales son menos intensas), la
presencia de la risa en nuestros primos simios más cercanos sugiere su
aparición en un antepasado común, lo que nos permitiría datar la risa hace
entre 5 y 7 millones de años. Sin
embargo, si incluimos la risa del huraño y solitario orangután, con el que
compartimos un antepasado más remoto, deberemos fechar la aparición de la risa
hace al menos 14 millones de años. El
estudio de las características acústicas de la risa de los primates, por
cierto, permite elaborar árboles filogenéticos superponibles a los filogramas y
cladogramas elaborados por los medios habituales para relacionar las especies
de primates (Davila Ross et al, 2009). Incluso se ha podido precisar que en la
historia de la evolución de la risa en los homínidos: uno en la separación de
los orangutanes del resto de los grandes monos y otro en la de que tuvo lugar
entre los pan (chimpancé y bonobo) y
los homo.
Recapitulando, la sonrisa y la risa aparecen
en otros primates, como respuesta a cosquillas o en situaciones
placenteras. La cuestión es si también
podemos encontrar en esas especies alguna forma o algún primordio del humor,
proceso cognitivo subyacente a la risa.
Según De Waal (1998), los chimpancés son capaces de bromear, de jugar
con un toque humorístico, que les permite reunir información sobre el entorno social
y tantear o explorar los límites de la autoridad. Algunos chimpancés y gorilas a los que se ha
enseñado a comunicarse mediante lenguaje de signos son capaces de usar el
lenguaje con connotaciones jocosas que recuerdan al humor, como juegos de
palabras, insultos divertidos y usos incongruentes de palabras, a veces
acompañados también por la risa antropoide.
Las formas de humor de los humanos son mucho más complejas, se basan en nuestra
capacidad lingüística y cognitiva más desarrollada y en la habilidad para imaginar
realidades alternativas, entender las mentes de otros (ToM) y comunicar ideas
complejas mediante el lenguaje. En el humor el humano juega con todas estas
capacidades cognitivas y lingüísticas a priori "serias", y las
manipula por pura diversión. Sucede así
en todas las culturas humanas, incluida la de los aborígenes australianos, que
han permanecido aislados desde hace decenas de miles de años, lo cual sugiere
que el humor es un universal humano y que debe fecharse su aparición hace al
menos unos 35.000 años (Polimeni y Reiss, 2006).
La risa, en cualquier caso, no es una
manifestación homogénea o uniforme. Szaimetat
et al (2010) comprobaron con RNMf que
la que el oyente identifica como provocada por cosquillas se asocia con una
excitación de la circunvolución temporal superior, mientras que la risa que los
autores definen como emocional (la que el oyente identifica como vía de
expresión de alegría o de burla, activaba el córtex frontal medial
anterior. Los autores interpretan esta
diferencia topográfico – funcional como indicativa de que la risa provocada por
cosquillas tiene una mayor complejidad acústica, en tanto que la “emocional”
refleja la participación de aspectos cognitivos más complejos relacionados con
sus características sociales. La risa
desencadenada por las cosquillas sería, pues, más elemental, más primitiva, y
puesto que aparece en otros primates,
menos evolucionada. Podemos seguir la
diferenciación de la risa con la maduración del ser humano. Los niños pequeños aprecian las cosquillas y
llegan a pedirlas. Disfrutan mucho con
juegos de súbita desaparición y aparición de personas conocidas (lo que en
inglés se conoce como peekaboo), y
sueltan grandes carcajadas con el humor visual de grandes golpes y caídas (el
llamado slapstick), muy posiblemente
porque no son capaces de apreciar las sutilezas del humor verbal. En cambio, los adultos, con el pleno
desarrollo del lenguaje simbólico, gozan más de un humor intelectual, irónico y
no pocas veces sardónico, en el que el elemento cognitivo es mucho más notorio.
Si tenemos en cuenta que en los primeros
años del cine, la comicidad era típicamente slapstick,
para pasar después, con el desarrollo del sonoro (la aparición del lenguaje
verbal) a intelectualizarse para poder expresar ironía. La historia de la cinematografía cómica,
pues, recapitula la ontogenia y la filogenia.
Teorías
sobre el humor y la risa
El humor ha merecido el interés de los
estudiosos desde hace muchos años.
Filósofos tan notables como Kant le han dedicado su atención, avanzando
hipótesis que sitúan la base del humor en la ilógica, la incongruencia. En su “Critica
del Juicio”, Kant (1790/2007) sostiene que en todo lo que es capaz de desencadenar
“fuertes estrépitos de risa”, debe
haber un elemento de absurdo, algo en lo que el entendimiento no puede hallar
por sí mismo la satisfacción. La risa se experimentaría al desmoronarse la
expectativa construida desde la lógica, algo que desengaña y frustra al entendimiento,
pero que causa un regocijo momentáneo. A
su vez, Arthur Schopenhauer (1818/2003) incide en la incongruencia como base
del fenómeno humorístico, y sostiene que el humor surge ante el fracaso de un
concepto para dar cuenta de un objeto de pensamiento. Cuando lo particular se impone a lo general,
nos encontramos ante una incongruencia, que conlleva un elemento de
sorpresa. Cuanto mayor y más inesperada
sea la incongruencia, cuanto mayor sea la sorpresa, tanto más intensa y
violenta será la risa.
Por su parte, Bergson (1899/2008) consideraba
que la risa es un gesto social que castiga toda rigidez del espíritu, del
carácter e incluso del cuerpo. La risa, para el filósofo y Nobel francés, surge
cuando la forma se impone al fondo, cuando aparece esa rigidez, que es una
forma de incongruencia. El humor es algo netamente racional; en sus palabras, “lo cómico, para producir su efecto, exige
algo así como una momentánea anestesia del corazón. Se dirige a la inteligencia
pura”, por lo cual, no existiría fuera del ámbito estrictamente
humano. Sería un mecanismo que sirve
como correctivo social, ya que ayuda a las personas a identificar conductas
desfavorables para el florecimiento y la prosperidad humanas. Todo lo que amenace con convertir a una
persona en un objeto (animal o mecánico) es un material privilegiado para el
humor.
También se ha propuesto que el humor guarda
relación con la expresión reprimida de sentimientos agresivos o sexuales. La teoría más conocida al respecto es la de
Freud (1905/1981), que sostiene que la risa y el humor sirven para liberar la
tensión psíquica que provoca la represión de impulsos agresivos o sexuales de
naturaleza inconsciente. La risa, por lo
tanto es un fenómeno que al relajar la tensión es agradable, relajante y
saludable.
Otra línea de argumentación es que sostiene que el humor se usa para
demostrar una posición de superioridad o para elevar el status social. La posición más conocida en este sentido es
la de Hobbes (1651/1996), para quien la “gloria
súbita es la pasión que da lugar a esos gestos llamados RISA, y es causada por
algún súbito acto propio que complace, o por la aprehensión de algo deformado
en otro, por comparación con lo cual hay súbita autoaprobación”. Hobbes
sostiene que con frecuencia, las personas que “son conscientes de las pocas habilidades que en ellos hay” utilizan
la risa ante las imperfecciones ajenas como una especie de mecanismo
compensatorio, con lo que concluye que “mucha
risa ante los defectos de otros es un signo de pusilanimidad”. Pero además
de concebir al humor como un signo de superioridad o gloria, la teoría de Hobbes
también permite entender ciertos tipos de humor como basados en el
autodesprecio y en el resentimiento (Valbuena de la Fuente, 2002).
Sea como fuere, el ser humano dedica un gran
esfuerzo a la risa (con participación de más de una docena de músculos), lo que
entraña un gasto de energía. También invierte mucho tiempo en actividades
humorísticas, de las que evidentemente disfruta. El humor exige, además la participación de
grandes recursos cognitivos -Rodden (2007) enumera hasta doce-, lo que sugiere
que debe pagar algún dividendo y que por lo tanto esta inversión de energía y
tiempo sugiere que la risa y el humor han sido seleccionados. Por lo tanto, cabe la pregunta de cuál es el
valor añadido que aportan. Una primera línea de razonamiento tendría que ver
con la dimensión saludable del humor, sobradamente conocida. El humor y la risa mejoran la autopercepción,
la salud subjetiva e instilan optimismo, hasta el punto de que se han desarrollado técnicas orientadas a
fomentarlos (risoterapia). Su efecto benéfico
está documentado en textos bíblicos y en Galeno (Bennett y Lengacher, 2006), y en la clínica y en la investigación se ha demostrado desde hace
décadas la acción beneficiosa que la risa y el humor ejercen sobre diversas
enfermedades. La risa podría mejorar la
función inmunitaria, ya que estimula la actividad de las células NK e
incrementa la concentración de la IgA salivar (Bennett y Lengacher, 2009). También se ha comprobado el efecto positivo que la risa y el humor
ejercen sobre diversos parámetros cardiovasculares (Sugawara et al, 2010), y se ha propuesto que este
efecto tendría relación con la liberación de β-endorfinas (Miller y Fry,
2009). Aunque todas estas
investigaciones adolecen de fallos y sobreentendidos (Martin, 2001), hay
abundantes indicios de que la selección del humor podría derivarse de un efecto
saludable en sí mismo.
Pero desde un paradigma más netamente
evolucionista se han sugerido otras posibilidades. Alexander (1986), incidiendo en la teoría
hobbesiana de la superioridad, sugiere que el humor confiere un mayor éxito
reproductivo porque incrementa el status propio al arrinconar y ridiculizar a
otros. Según este modelo, las
principales ventajas de contar chistes o hacer bromas son incrementar el status
propio, rebajar el de otros y, por último, elevar el las personas a quienes se
cuenta los chistes, potenciándose así la camaradería y la unidad social. Esta última función tendría un elemento
cohesivo, que podría contribuir a un mismo tiempo a reforzar los vínculos en el
endogrupo y ridiculizar al exogrupo. De
esta manera podría explicarse el uso del humor no solo para expresar, sino para
potenciar la rivalidad, muy común a lo largo de la Historia, y de la cual
conocemos múltiples ejemplos cotidianos y relativamente benignos, como los
chistes que cuentan los bizkainos sobre gipuzkoanos, idénticos a los que los
gipuzkoanos relatan sobre los bizkainos, que implican que un determinado
hallazgo humorístico puede ser apreciado por distintos colectivos humanos, y
puede ser utilizado por todos ellos para zaherir al vecino cambiando el origen
de sus protagonistas.
Otras teorías sitúan más netamente el sentido
y la función del humor en elementos sociales o grupales. La teoría general del humor de Weisfeld
(1993) plantea que el humor proporciona a los otros una información social
valiosa, al tiempo que la risa provoca sentimientos agradables que refuerzan
positivamente al humorista. Además de
ver su conducta y su rol potenciados, el cuentachistes consigue con su función
jocosa aliados potenciales, lo que le depara una ventaja para el futuro. Por su parte, Barret et al (2002) plantean que el humor sustituyó al placer del
despiojamiento o acicalamiento social que se observa en los primates. El humor y la risa serían así un paso previo
y un factor que favorecería el desarrollo del lenguaje. En su teoría del ojo interno, Jung (2003) sostiene que la risa y el humor, que se
apoyan en la empatía y en la ToM, son un instrumento de cooperación entre
humanos.
Para Martin (2008) el humor nació del juego
de los mamíferos como un mecanismo para realzar la emoción positiva y la
cohesión social. Se ha demostrado que las emociones positivas, incluido el
regocijo, son capaces de potenciar funciones cognitivas como el pensamiento
flexible, la resolución de problemas, la memoria y la creatividad, además de
ciertas conductas prosociales como la disposición a ayudar y la generosidad
(Isen, 2002). Obviamente, en una especie social como la nuestra, todas estas
mejoras serían adaptativas. Por lo
tanto, Martin considera que el humor es una extensión cognitivo-lingüística del
juego social. En su opinión, los humanos habríamos ampliado las funciones del
juego, el regocijo y la risa (presentes en algún grado, como se ha visto, en
otros primates), consiguiendo así desarrollar la capacidad de jugar con las
ideas, las palabras y las realidades alternativas mediante el humor.
Con independencia de todas estas propuestas,
en el marco de la convivencia social, el humor se concibe como una mecanismo de
defensa muy maduro, que según Barkow et al (1992) convierte la confrontación
problemática en juego, de modo que ninguna de las partes implicadas necesita
competir seriamente y se evitan los riesgos que la disputa conlleva. El humor sería un mecanismo que hace que se
pueda ceder ante un competidor sin por ello admitir un status inferior.
Otro enfoque supone que el humor es un
instrumento útil para demostrar creatividad y capacidad como pareja (Miller,
2000). Dicho en otros términos, el humor
sería sexualmente atractivo. Existen
datos que sugieren que puede ser así (Mora-Ripoll y Ubal-López, 2011). Las mujeres afirman que buscan una pareja con
sentido del humor, con mayor frecuencia que los varones, quienes de forma
complementaria tienen una mayor tendencia a contar chistes que las
mujeres. También estas sonríen a sus
contertulios masculinos con más frecuencia que a la inversa. Las mujeres prefieren una pareja que las haga
reír y los varones desean que su pareja sea capaz de apreciar su sentido del
humor. Asimismo, se ha comprobado
experimentalmente que el humor se asocia a una mayor inteligencia general, y
que es percibido como tal por el observador (Howrigan y McDonald, 2008). Se trataría, por lo tanto, de un marcador, de
un rasgo que informaría de una cualidad apreciada que realzaría las
probabilidades que la persona jocosa tendría de obtener pareja.
Greengross y Miller (2008) han estudiado el humor que se expresa
mediante autodesprecio desde un punto de vista evolucionista y centrado en el
individuo. En un estudio con
estudiantes. Observaron que este tipo de
humor resulta atractivo cuando se percibe en personas de status alto. En este sentido, puede favorecer la selección
sexual. En cambio, en las personas cuyo status se percibe como bajo, el
autodesprecio humorístico es considerado no atractivo. Los autores interpretan estos resultados a la
luz de la Teoría del Handicap de Zahavi (1975), en el sentido de que el
individuo con un status elevado, al exhibir una limitación, puede “permitirse”
rebajarlo humorísticamente.
La teoría de la falsa alarma de
Ramachandran (1995, 1996, 1998) sobre la risa agrupa alguno de los elementos
que hemos ido viendo a lo largo de este apartado. Según este autor, todas las bromas y los
“incidentes divertidos” comparten una misma estructura lógica. Quien cuenta o plantea el chiste provoca en
quien lo escucha o presencia una creciente tensión, para al final introducir un
giro inesperado que entraña una plena reinterpretación de todos los datos
previos. Esta nueva interpretación, aunque
sea inesperada, es tan compatible con los datos aportados como la que
originalmente podría esperar quien escucha el chiste. Por eso los chistes y bromas tienen mucho en
común con la creatividad científica y con lo que Kuhn denominó “cambio de
paradigma” en respuesta a una única anomalía.
En el caso del chiste esta anomalía es el remate, el “golpe” jocoso, que
solo hará reír si quien lo escucha capta o “pilla” su sentido y significado. En términos de Ramachandran (1998), si es
capaz de apreciar en un “flash de insight”
cómo una interpretación nueva y completamente diferente del enunciado del
chiste permite incorporar y aceptar el final del mismo, inesperado, anómalo y
jocoso. Hay muchas situaciones que
obligan a un cambio de paradigma para encajar la anomalía. Siguiendo a este autor, podemos pensar en
alguien que estando de noche en la cama oye golpes. Inicialmente se los explica a sí mismo como
efecto del viento, pero si de pronto suena un golpe más cercano y más intenso,
la anomalía requiere una reinterpretación, un cambio de paradigma, algo que
refute la interpretación inicial de que era el viento el motivo de los
ruidos. Por ejemplo, nuestro hipotético
durmiente puede pensar que hay ladrones en la casa. Se levanta, va a explorar y de pronto descubre
que el gato ha tirado un jarrón. Es una
nueva anomalía, una nueva explicación o interpretación ante la que nuestro
protagonista reacciona riendo. Y este es
el meollo de la cuestión para Ramachandran: para que un chiste o un hecho sea
jocoso la anomalía detectada y el cambio de paradigma a que fuerza debe tener
consecuencias triviales. Es entonces
cuando aparece la risa, que sería por lo tanto el fruto de un cambio de
paradigma de consecuencias triviales, que a nivel neuropsicológico surge del
diálogo entre la tendencia del hemisferio izquierdo a encontrar e imponer
consistencia en los datos que recibe, y los mecanismos orientadores del
hemisferio derecho (Ramachandran 1996).
El humor grueso de caídas, de golpes (slapstick), que caracterizaba a los Keystone Cops, es un ejemplo
del reajuste hacia la anomalía de consecuencias triviales. Una persona que se caiga y se dé
aparentemente un serio batacazo no provoca la risa, pero alguien que caiga
sistemáticamente, sea capaz de levantarse para volver a caerse, manteniendo una
actitud cómica y en absoluto doliente, representa una anomalía risible. De ahí que se reaccione ante los cortos de
Mack Sennett con risa.
Desde el punto de vista evolutivo, el propósito de la risa sería
permitir a un individuo alertar a otros miembros de su grupo social
(generalmente con los que se comparten genes) de que ha detectado una anomalía
trivial. Al reír, por lo tanto, se
informa de que se ha descubierto una falsa alarma. Por lo tanto, nos encontraríamos en la
situación opuesta a la de las ardillas que al detectar un depredador gritan
para alertar a sus congéneres de su presencia aun a riesgo de llamar la
atención del carnívoro y provocar su propia muerte (capítulo I). Aquí se
trataría de avisar, mediante la risa, de que a pesar de que inicialmente podría
parecer lo contrario, en realidad no es así (anomalía: cambio de paradigma) y
no hay motivo de preocupación. Resulta
sugestivo, en este sentido, que como ya señalara Darwin, las zonas más
sensibles a las cosquillas son precisamente
áreas expuestas a ataques de predadores (el cuello, el abdomen, los flancos,
las plantas de los pies). Por otra
parte, hacer cosquillas es un gesto al mismo tiempo un equivalente a un ataque
por su actitud y pose, y un deleite para el niño. Todo ello sugiere que las zonas sensibles
están también preparadas y dispuestas a detectar y avisar de que un contacto
táctil es una falsa alarma.
En el peekaboo, el juego de la
desaparición y aparición que tanto embelesa a los niños pequeños podemos encontrar
una reminiscencia de la falsa alarma. La
desaparición del adulto, de la figura con quien se tiene el apego es algo
preocupante, que despierta la angustia.
Pero si de pronto ese “mayor” reaparece, dobla la esquina y asoma la
cabeza, el infante se encuentra ante una anomalía de consecuencias
triviales. No ha perdido a su figura de
apego, que aparece súbitamente para tranquilidad, alivio y goce del niño. Surge así la risa. No es de extrañar que Ramachandran (2011) califique
a este juego de “cosquillas cognitivas”.
En cuanto a la sonrisa Ramachandran (1998) plantea la hipótesis de que
en un encuentro casual entre dos primates ancestrales la primera reacción sería
ensañar los dientes en un gesto amenazante.
Sin embargo, si esos dos individuos se reconocían como miembros de un
mismo grupo, o como amigos o parientes, ese gesto se quedaría a medio camino,
configurando la sonrisa. Para nuestro
autor, sería una forma de saludo ritualizado, que transmitiría el mensaje “sé que no supones una amenaza para mí, y te
hago saber que yo tampoco lo soy para ti”.
¿Cómo se pasa de la risa como noticia de falsa alarma al humor? Ramachandran vincula la detección de la
anomalía con las teorías previas que defienden que la base del humor es la
percepción de una incongruencia. A su
vez, la capacidad de sacar punta a los datos, de hacer chistes a partir de
situaciones reales, de ironizar, supone un esfuerzo mental y creativo que hace
que el humor sea un mecanismo para ejercitar la inteligencia, con lo que sería
adaptado. Aunque no lo plantee en estos
términos, también podemos entender que la noticia de que se trata de una falsa
alarma comunicada mediante la risa es algo a festejar, algo gozoso, digno de
ser celebrado. De ahí puede surgir la
dimensión hedónica de la risa y el humor y el hecho de que se haya preservado y
dirigido hacia actividades no ya de supervivencia del grupo, sino de mero
disfrute. En cualquier caso, el humor
está indisolublemente vinculado a la risa.
Por eso son patológicas las risas inmotivadas. O por eso, como sucede en algunos casos
clínicos, la risa provocada por la estimulación eléctrica de ciertas zonas
cerebrales “obliga” a la persona afectada a buscar en su entorno posibles
desencadenantes jocosos con los que explicar(se) el ataque de risa, y a afirmar
que son ellos los causantes de su hilaridad aunque objetivamente carezcan de
cualquier gracia (Fried et al,
1998).
Humor como defensa en
situaciones extremas
Para terminar, consideraremos los efectos
saludables que puede tener el humor en condiciones dramáticas y su valor para
la supervivencia. Chaya Ostrower (2002)
estudió en su tesis doctoral el papel del humor como mecanismo de defensa
durante el holocausto. Para ello entrevistó a una serie de supervivientes, que
le relataron sus experiencias, así como ejemplos de lo que en aquel entonces
servía de descarga risible para las víctimas de la barbarie nazi. A la luz de
las teorías de Avner Ziv (Ziv y Gadish, 1990), que a la sazón supervisó la
dosis, distinguió cinco funciones del humor durante el Holocausto: la agresiva
(frente a los verdugos), la sexual (en la que incluyó una variante
escatológica), la social – cohesiva, la defensiva (en la que las particulares
condiciones de los campos de exterminio le invitaron a incluir los chistes sobre
la comida) y la intelectualizadora.
Las conclusiones de su trabajo son
interesantes. Las personas con sentido del humor, concluye, fueron capaces de
mantenerlo a lo largo de su tormento y también después de ser liberadas. El
humor servía para encarar las situaciones dramáticas o la confrontación con la
muerte, sin negar su gravedad. Mención especial merece la referencia a una
variante de la función de mecanismo de defensa consistente en lo que Ostrower
llama “humor sobre uno mismo”, muy
presente en la sociedad y cultura judías. Resulta ilustrativo uno de los
chistes que intercambiaban las propias víctimas: Dos judíos hambrientos se
encuentran en Varsovia; uno de ellos está bebiendo colonia; el otro le dice: “Moyshe, ¿Por qué haces eso?”; Moyshe
responde: “Así oleré mejor cuando me
conviertan en jabón”. Este breve relato, que parece un ejemplo de fortaleza
moral, capacidad de autocrítica y disposición a reírse de uno mismo, tendría
unas connotaciones muy diferentes si lo contase un verdugo nazi. No podría sonarnos
sino a ridiculización, denostación, menosprecio; en ese caso el humor
desempeñaría la función que Ziv llama agresiva.
Nos encontramos, por lo tanto, ante la función autodeprecatoria del
humor, intuida ya por Hobbes y que hemos visto que puede tener valor para
obtener pareja. Pero vemos que con otra
finalidad puede ser saludable incluso en situaciones tan extremas como las de
Auschwitz. Otra cosa es cómo podrían sonar los "autochistes" si los contaran otros. Es posible que la sonrisa se tornase rictus
de desagrado. Da la impresión de que a la hora de someternos a la crítica a los
seres humanos nos resulta más reconfortante el espejo de la conciencia, que la
opinión ajena. La autocrítica tiene algo de voladura controlada, mientras que
el juicio externo amenaza con la demolición del edificio de nuestra imagen.
Nuestra resistencia a encararlo, seguramente, es tan humana como la propia
risa.
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