sábado, 20 de diciembre de 2014

El error de insistir e insistir…


El buen gusto consiste en no insistir, todo el mundo lo sabe
-Albert Camus

Voy a comentar uno de los errores en las relaciones interpersonales en el que más solemos caer y que genera mucho malestar y sufrimiento en las personas y familias. A falta de un nombre mejor lo voy a llamar el error de insistir, porque es bastante claro de entender, aunque en la literatura profesional se suele denominar como mostrar una actitud hipercrítica y de otras maneras.

Para entender la idea vamos a pensar en una persona que padece depresión. Esa persona no tiene ganas de salir de la cama, no tiene interés por nada, no le apetece nada. Bien, para los familiares que conviven con ella esto es muy difícil de soportar y quieren ayudarla. Entonces lo que nos sale de forma natural a todos es tratar de estimular o motivar por medio de palabras a esa persona. Lo más habitual es que se le insista en que tiene que salir, que tiene que hacer ejercicio, que tiene que…”poner de su parte”. No nos damos cuenta de que todo eso que le pedimos a una persona depresiva es justamente lo que no puede hacer. Si pudiera hacerlo ya lo habría hecho y no estaría deprimida. Si está deprimida es porque no puede hacer otra cosa. Tenemos que pensar que tiene una fractura mental en vez de un pierna rota. A alguien con la pierna rota no le decimos que tiene que correr.

¿Qué conseguimos cuando insistimos y seguimos presionando a la persona con depresión? Pues no vamos a conseguir que mejore su rendimiento, al contrario, vamos a conseguir que se sienta frustrada, y culpable. Va a pensar que ella tiene la culpa de la depresión por no poner de su parte y hacer algo al respecto. Estamos empujando a la persona de la sartén a las llamas.

Esta actitud totalmente natural de insistir y “criticar” la utilizamos continuamente en la vida diaria. Un caso muy habitual es el de los niños o jóvenes perezosos, malos estudiantes, que no hincan los codos. De nuevo, la respuesta paterna es repetir una y mil veces el mensaje “estudia”, “estudia”, tal vez acompañado de algún castigo, pero siempre con presión. Pero cuando estamos ante un problema de motivación, de algo que no sale de dentro, es imposible aportar a la persona esa motivación con consejos y palabras.

Si esto fuera posible, no existiría por ejemplo la obesidad, ni el consumo de drogas, ni el alcoholismo. Le explicaríamos a las personas obesas que tienen que llevar una dieta equilibrada y hacer ejercicio y ya está, solucionado, no habría obesidad. A los consumidores les explicaríamos que no tienen que consumir, que eso está perjudicando su vida y sus relaciones, ellos dirían: “¡hala, es verdad, no me había dado cuenta!”…y arreglado, mundo feliz. ¿Pero no creéis que un obeso sabe mejor que nadie lo que debería hacer y que no es necesario que se lo repitamos? Al insistir y poner el dedo en la llaga herimos a la persona (es algo que a nadie nos gusta), deterioramos la relación, crispamos el ambiente familiar y, a la larga, haremos más difícil encontrar una solución.

Muchas veces parece que albergamos la extraña idea de que si alguien es capaz de hacer una cosa todo el mundo puede hacerla. Que si alguien es capaz de llevar una dieta, todos podemos hacerlo. No nos damos cuenta de que las personas somos diferentes en todo: en la velocidad con que digerimos un bocadillo de chorizo, en la velocidad con la que corremos, en nuestro interés por la comida o el sexo, en nuestra capacidad de autocontrol, etc. Parece que es imposible que entendamos que cuando un endocrino da unas instrucciones a 100 personas con respecto a la dieta las 50 personas que las siguen son diferentes de las 50 que no las siguen. Totalmente.

Cuando un chico no tiene claro lo que estudiar o por dónde tirar en su futuro, cuando alguien está deprimido, cuando alguien no es capaz de controlar su dieta, etc., insistir y gritar no sirve más que para empeorar las cosas. No vamos a conseguir que se le encienda la bombilla en su mente. El problema está, creo, en que pensamos que sí puede hacerlo, que si se lo propone y pone esfuerzo de voluntad lo puede conseguir. No nos damos cuenta de los límites de la racionalidad humana y de que hay razones profundas, la mayoría de ellas desconocidas, para que esas personas no puedan hacer otra cosa diferente de la que están haciendo. 

¿Entonces qué podemos hacer?, ¿dejarles en paz y no hacer nada? En el caso de las personas con depresión podemos “proponer”, “sugerir” ir a dar una vuelta sabiendo que la mayoría de las veces nos van a decir que no, pero nunca forzar. Al propio depresivo se le puede animar a que de 10 propuestas que reciba intente aceptar 2 o 3, pero no podemos hacer mucho más. Le podemos explicar que en la depresión muchas veces (no siempre) el problema es arrancar pero que, una vez que salen, a veces no se lo pasan tan mal. Habrá personas a las que el consejo les sirva y otras a las que no. Pero hay veces en la vida en las que hay que esperar, hay que estar ahí, y escuchar en vez de hablar. 

Me parece bien hacer el intento y que digáis vuestros consejos a la persona que tenga un problema una vez, os dejo incluso que probéis a repetirlo hasta tres veces (va a ser instintivo y lo vamos a hacer de todas maneras :) ), pero, por favor, no sigáis insistiendo. Si se lo habéis dicho 3426 veces, ¿creéis que a la 3427 va a ver la luz? A veces es mejor quedarse en la sartén, y esperar, que saltar al fuego.

Coda: Yo cuando veo que un medicamento no funciona en un paciente se lo retiro. Nunca lo pongo 3426 veces a ver si a la 3426 funciona.

@pitiklinov



domingo, 14 de diciembre de 2014

Neurobiología del placer. El placer de las ideas

Wolfram Schultz
Los que seguís este blog ya sabéis que el tema de las ideas y su poder en el ser humano es una de mis preocupaciones fundamentales y que suele aparecer de forma recurrente en él. En el libro de David Linden The Compass of Pleasure he leído una cosa muy interesante sobre la asociación entre el placer y las ideas que voy a intentar transmitiros. Es un poco complicado y, antes de llegar al tema de las ideas, primero os tengo que explicar brevemente unos experimentos fascinantes en monos.

Los experimentos fueron realizados por Wolfram Schultz y os voy a contar la idea fundamental detrás de ellos sin entrar en todos los detalles. Son muy interesantes para entender la adicción al juego pero también para otras cosas. Se trata de entrenar a los monos a realizar unas actividades delante de la pantalla de un ordenador mientras tienen unos electrodos insertados en el cerebro (en el AVT, área ventral tegmental, uno de los núcleos más importantes del circuito de recompensa cerebral). En la pantalla va a aparecer una luz verde que va a durar 2 segundos y al de esos dos segundos al mono se le da una recompensa por medio de un tubo que le da un zumo dulce de azúcar. Si sale una luz roja eso indica que no se le va a dar recompensa. 

Vamos con el experimento. Antes de iniciar el entrenamiento no se enciende ninguna luz, se le da el zumo al mono y al de poco se dispara la neurona dopaminérgica del AVT. Luego se empieza el entrenamiento con luces verdes y rojas y las primeras veces que se enciende la luz verde las neuronas dopaminérgicas disparan cuando se le da el zumo, no cuando se enciende la luz verde. Pero al de unos intentos las neuronas dopaminérgicas dejan de responder a la recompensa, al zumo, y se disparan con la luz verde. Voy a insistir en este punto: la actividad de la neurona dopaminérgica ya no está asociada al placer en sí, es decir a la señal que tiene el mono cableada en su hardware, que es la comida, sino que ahora esa neurona representa una asociación aprendida entre la luz verde y el zumo. Puede parecer trivial pero fijaos en lo que representa: ahora un estímulo placentero no tiene por qué ser intrínsecamente placentero (sexo, comida, o drogas como cocaína…). Cualquier sonido, olor, imagen o recuerdo puede asociarse al placer y se puede convertir en placentero por sí mismo (ver figura 1).

Antes de seguir, os comento una variante de este experimento que tiene interés para la adicción al juego. En este caso Schultz y sus colegas añadieron una tercera luz, una luz azul que indicaba que al de 2 segundos venía una recompensa en el 50% de los casos. Y aquí ocurrió una cosa muy extraña: en los aproximadamente 1,8 segundos que iban desde la luz azul a la posible recompensa se producía un gradual incremento en el disparo de la neurona dopaminérgica de manera que el máximo de activación era anterior a la posible recompensa. Es decir, el máximo disparo de la neurona se producía fundamentalmente en el “intervalo de espera”, no con la recompensa (podéis verlo en la última línea de la Figura 1). Lo que los investigadores habían creado era una especie de casino o máquina tragaperras para monos y resulta que en el periodo de incertidumbre es cuando aparece el placer. Este periodo de espera sería análogo a tiempo en que están girando la ruleta o la máquina tragaperras o cuando esperas a ver la carta que te han dado. Una interpretación de este hallazgo podría ser que estamos cableados para obtener placer de sucesos que implican un riesgo. Parece que la naturaleza incierta de la recompensa es placentera por sí misma. Para explicar esto se han propuesto escenarios evolutivos en los que sistemas neuronales que impulsaran la búsqueda de riesgo podrían ser adaptativos. Estas conductas podrían haber sido más adaptativas para hombres cazadores que para mujeres recolectoras y eso explicaría el predominio de conductas de riesgo en hombres.
Figura 1

Pero volvamos a la asociación del placer con estímulos que no son placenteros por sí mismos. Esto nos lleva a la cuestión de si el placer humano puede ser activado por estímulos totalmente arbitrarios, por estímulos abstractos. Una de tales asociaciones es con el dinero, el dinero activa el circuito de recompensa pero, aunque es una convención, se traduce en objetos o recursos reales placenteros, así que no nos vale del todo como estímulo abstracto. ¿Qué tal un videojuego? En un experimento se estudió si un videojuego activaba el circuito de recompensa del cerebro. Se trataba de ganar terreno a unas bolas (no había un estímulo placentero de matar a nadie ni nada por el estilo) y se vio que tanto en hombres como en mujeres (aunque más en hombres) se activaba el circuito de recompensa. Es decir, una  conducta que no es natural, divorciada de cualquier recompensa, activaba el circuito de recompensa. Pero bueno, tal vez los videojuegos disparan algún tipo de placer general relacionado con conseguir un objetivo, con resolver algo, con un logro personal, con “vencer” en un desafío…

Damos otro pasito. Nos encanta la información. Amamos las noticias, los rumores, el cotilleo y, lo más importante, la información acerca del futuro. Queremos la información y la queremos ya, cuanto antes, ahora mejor que luego. ¿Es la información, especialmente la información acerca del futuro, placentera por sí misma? Ethan Bromberg-Martin y Akihide Hikosaka estudiaron esto en monos. En la pantalla les aparecían unas dianas que tenían que elegir dirigiendo sus ojos hacia ellas. Al de unos segundos recibirían unas recompensas que ocurrían al azar y con la misma frecuencia eligieran la diana que eligieran. La gracia del experimento estaba en que escoger una diana producía una pista informativa -un símbolo que indicaba el tamaño de la recompensa que venía luego- mientras que elegir la otra diana producía una señal sin valor informativo una imagen aleatoria que no tenía ningún significado ni ningún valor predictivo. Insisto en que daba igual la diana que eligieran porque la frecuencia de las recompensas era la misma, la única diferencia era que durante la espera obtenían información acerca del futuro. 
Read Montague 

Como os podéis imaginar, los monos, igual que las personas, optaron por recibir información acerca del futuro. Las neuronas dopaminérgicas del AVT aumentaban su señal al ver el símbolo de que venía una recompensa y se inhibían si el símbolo era de que no venía una recompensa. Tras el entrenamiento, las mismas neuronas que señalan placer con un zumo dulce señalan placer por la información acerca del futuro. Los monos (y se supone que nosotros también) obtienen placer de la información en sí misma. Esto es sorprendente. Este experimento sugiere que conocer o saber, por el mero hecho de conocer, estimula el circuito de recompensa. Ya no hablamos de cosas esenciales para propagar nuestros genes como sexo o comida, ni siquiera del placer del dinero, hablamos de cosas abstractas o simbólicas.

Este experimento sugiere que las ideas funcionan como las drogas adictivas. Como hablábamos en entradas anteriores, las drogas pueden “secuestrar” el circuito de recompensa del cerebro, es decir, disparar placeres que normalmente son disparados por cosas naturales como el sexo la comida o hacer ejercicio. Ahora vemos que en la evolución de ciertas criaturas (primates y probablemente cetáceos por lo menos) construcciones mentales abstractas han llegado a ser capaces de activar también este circuito del placer y que esta capacidad ha alcanzado su máxima expresión en nuestra especie. El neurocientífico Read Montague, que ha trabajado con Schultz, combinando ésta y otras líneas de investigación define  en su libro Your brain is (almost) perfect  la capacidad humana de obtener placer de las ideas abstractas como un “superpoder”, y Daniel Lende está de acuerdo con él.

Desde esta perspectiva, las ideas humanas pueden oponerse a nuestros impulsos más básicos. Por ejemplo, algunas personas, por principios religiosos, pueden suprimir su actividad sexual al servicio de un objetivo superior (aunque vemos por los casos de pederastia en la Iglesia que esto tiene sus limitaciones). Otro ejemplo: por motivos políticos o religiosos alguien puede hacer una huelga de hambre y obtener placer activando su circuito de recompensa (al estar cumpliendo o actuando sus ideas) de una actividad (el hambre, no comer) que es justamente la antítesis de lo placentero.

¿Cuáles son las bases moleculares de este superpoder? La respuesta corta es que no lo sabemos pero Daniel Lende aventura algunas hipótesis sobre potenciación a largo plazo en las neuronas en las que no voy a entrar. En definitiva, la interacción entre aprendizaje asociativo y placer en humanos es un arma de doble filo. Por un lado, la capacidad de producir cambios a largo plazo en el circuito de recompensa del cerebro permite que ideas arbitrarias y abstractas se puedan sentir como placenteras, un fenómeno que subyace a gran parte de la conducta y cultura humana. Por el lado negativo, este mismo proceso permite que el placer de las ideas se transforme en una adicción. ¿Será por eso que nos cuesta tanto cambiar de opinión?

@pitiklinov

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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Neurobiología del Placer. Circuito y Funcionamiento.

¿Cuál crees que es la parte del cuerpo humano que las sociedades ponen más interés en controlar? ¿Cuál crees que es la región anatómica más estrechamente gobernada por leyes, prohibiciones religiosas o costumbres sociales? ¿Los genitales? ¿La boca? ¿Las cuerdas vocales? En realidad es el circuito de recompensa del cerebro. Tantos las sociedades como los individuos buscan controlar el placer, y son esas neuronas en la parte profunda del cerebro las que lo gestionan. Todas las leyes sobre sexo, drogas o juego buscan actuar sobre esa región cerebral.

Vamos a ver de forma resumida la anatomía de este circuito. El núcleo más importante es el área ventral tegmental (AVT) que proyecta sus axones hacia núcleo accumbens, estriado, corteza cingulada anterior, hipocampo, amígdala y corteza prefrontal. Estas neuronas utilizan dopamina como neurotransmisor la cual se une a unos receptores en las neuronas de destino. La corteza cingulada anterior y la amígdala son centros que regulan emociones, el estriado tiene que ver con la formación de hábitos, el hipocampo con la memoria y la corteza prefrontal es la región del razonamiento y la planificación. Además de mandar señales, las neuronas del área ventral tegmental también reciben información de otras regiones. Reciben por ejemplo axones del haz prosencefálico medial, que viene desde la corteza prefrontal y otras regiones (pasando por el septum y el tálamo). Estas neuronas utilizan glutamato que es un neurotransmisor excitador, lo que hace que las neuronas del AVT disparen y liberen dopamina sobre las dianas que hemos señalado. Las neuronas del AVT también reciben señales del núcleo accumbens, pero estas neuronas utilizan el neurotransmisor inhibidor GABA que silencia las neuronas del AVT impidiendo que liberen dopamina.

Las experiencias que causen la activación de las neuronas del AVT y que por tanto liberen dopamina sobre sus dianas (accumbens, estriado, amígdala, corteza prefrontal…) se sentirán como placenteras y las claves sensoriales y acciones que precedan o se solapen con estas experiencias placenteras serán recordadas y asociadas con sentimientos positivos. En los experimentos de Olds y Milner que vimos en la entrada anterior, éstos habían colocado los electrodos en el haz prosencefálico anterior, cuyos axones excitan el AVT. En cuanto al funcionamiento de la dopamina en la sinapsis, tras ser liberada para actuar sobre sus receptores,  la mayoría de ella es recaptada de nuevo hacia la vesícula sináptica por un transportador de dopamina. Drogas como las anfetaminas o la cocaína bloquean este transportador de manera que la dopamina actúa de una manera más intensa y prolongada sobre los receptores.

Es interesante para entender un poco mejor el funcionamiento de este circuito lo que ocurre en la enfermedad de Parkinson. Esta enfermedad que aparece habitualmente a partir de los 50 años cursa con temblor, rigidez, enlentecimiento motor y problemas de coordinación y equilibrio. La causa última es desconocida pero la causa próxima es que hay una pérdida de dopamina en dos áreas del cerebro: la sustancia negra y el Area Ventral Tegmental. Al tener menos dopamina en el AVT deberían tener una capacidad reducida para el placer según lo que acabamos de explicar. Y parece efectivamente que los pacientes de Parkinson tienden a ser introvertidos, rígidos, estoicos, no se irritan con facilidad, y están poco interesados en buscar nuevas experiencias. También usan menos tabaco, alcohol y drogas que la población general. Digamos que su personalidad está justo en el polo opuesto de la de los drogadictos que son impulsivos y buscadores de nuevas experiencias. 

Por eso fue una sorpresa cuando empezaron a aparecer casos de juego patólogico entre pacientes de Parkinson, que se gastaban el dinero en máquinas tragaperras. La explicación está en los medicamentos empleados para tratarles. Uno de ellos es un precursor de la dopamina llamado levodopa. Otro grupo de fármacos son los llamados agonistas del receptor de dopamina. Estos fármacos se unen a los receptores de dopamina y los activan simulando la acción de la dopamina. Cuando se trata a los pacientes de Parkinson con levodopa la aparición de juego patológico es muy baja pero cuando se utilizan agonistas dopaminérgicos la incidencia de juego patológico es de un 8%. Un pequeño porcentaje de estos pacientes también tienen otras conductas impulsivas como robar en tiendas, conductas sexuales de riesgo o atracones compulsivos.

Bien, pero el circuito de recompensa no evolucionó para que fuera activado por electrodos, drogas como la heroína o la cocaína, o medicamentos como los agonistas dopaminérgicos. Experimentamos conductas básicas como comer, beber o emparejarnos como placenteras porque sirven para sobrevivir y reproducirnos. Y no sólo los humanos sino prácticamente todos los animales. Incluso el gusano C. Elegans, que mide un milímetro y tiene sólo 302 neuronas tiene un circuito del placer rudimentario. Estos gusanos se alimentan de bacterias y son muy buenos localizándolas por el olor. Sin embargo, cuando se silencia un grupo de ocho neuronas dopaminérgicas los gusanos se vuelven indiferentes hacia su fuente favorita de comida, aunque pueden seguir detectando los olores. Antropomorfizando podemos decir que los gusanos ya no encuentran divertido comer bacterias. Esto indica que algunos aspectos de la bioquímica del placer se ha conservado a través de cientos de millones de años de evolución. Tanto en C. Elegans como en humanos neuronas que contienen dopamina ocupan un lugar central en el circuito del placer.

En humanos, ratas y otros mamíferos el circuito de recompensa es más complejo y está interconectado con otros centros cerebrales que están implicados en la toma de decisiones, en la planificación, memoria y emociones. Cuando encontramos una experiencia placentera nos gusta esa experiencia y asociamos claves externas (olores, sonidos, imágenes…) e internas (nuestros pensamientos y sentimientos del momento) con esa experiencia y estas asociaciones nos permiten predecir cómo debemos comportarnos para repetirla. También asignamos un valor a esa vivencia placentera (de poco a mucho) de manera que en el futuro podamos elegir entre diferentes experiencias placenteras y determinar cuánto esfuerzo estamos dispuestos a invertir para conseguirlas.

Como decíamos, las sociedades humanas regulan las actividades placenteras (comida, sexo, drogas, juego…) y hemos visto que todos los “vicios” activan el circuito de recompensa del cerebro y liberan dopamina. De lo que no somos tan conscientes es de que las “virtudes” actúan exactamente de la misma manera:
- Hacer deporte, por ejemplo correr, activa el circuito de recompensa del cerebro. En inglés se llama “runner´s high” o subidón del corredor a la excitación o placer que se obtiene corriendo.
- meditar y rezar activa el circuito de recompensa
- el altruismo (donar a instituciones de caridad) activa el circuito de recompensa
- castigar a los aprovechados que se benefician del esfuerzo del grupo y no arriman el hombro activa el circuito de recompensa. También la venganza y ver sufrir a nuestros enemigos.
- ser aceptado y valorado por los demás activa el circuito de recompensa.

Hemos señalado que la evolución ha marcado con una sensación placentera las cosas que son importantes para nuestra supervivencia y reproducción. Lo que no podemos explicar todavía, por supuesto, es el problema filosófico de los qualia: ¿por qué la liberación de dopamina en el AVT se siente como placentero? Parece seguro deducir que organismos que tenían esa sensación subjetiva tanto de placer como de dolor tuvieron ventaja sobre los que no desarrollaron esa marca subjetiva. El ejemplo que hemos comentado del C. Elegans, que pierde el interés por la comida si se bloquean esas neuronas dopaminérgicas, nos sugiere que si la evolución ha tirado por ese camino es porque aportaba ventajas. También es cierto que no hay ninguna razón objetiva por la que la dopamina deba ser el neurotransmisor encargado de esa tarea. Si la evolución hubiera transcurrido por otro camino esa función podría haber sido asumida por la serotonina o cualquier otro. En cualquier caso, lo que parece claro es que el circuito del placer es la brújula que nos ayuda a navegar por el mundo.


@pitiklinov

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domingo, 7 de diciembre de 2014

Neurobiología del Placer. Historia

James Olds
Montreal, 1953. Por suerte, Peter Milner y James Olds no tuvieron buena puntería. Como compañeros post-doctorales en la Universidad de McGill, bajo la dirección del renombrado psicólogo Donald Hebb, Olds y Milner estaban realizando unos experimentos que implicaban implantar electrodos en la profundidad del cerebro de ratas. Por medio de unos cables unidos a los electrodos estimulaban la región específica donde se habían implantado los electrodos. 

Un día de otoño, Olds y Milner estaban estudiando una rata en la que habían buscado como diana el sistema reticular del mesencéfalo, una región que investigaciones previas de otros laboratorios habían relacionado con el control del sueño-vigilia. Pero Olds y Milner habían fallado y el electrodo se había ido a una región llamada el septum. La rata estaba en una caja rectangular con las esquinas etiquetadas A,B,C y D. Cuando la rata iba a la esquina A, Olds apretaba un botón y le daba un pequeño choque eléctrico por medio del electrodo. Al de unos pocos choques, la rata volvía continuamente ala esquina A hasta que finalmente se quedó dormida en otro lugar. Al día siguiente la rata seguía más interesada en la esquina A que en las otras. Olds y Milner estaban excitados: creían que habían encontrado una región cerebral que cuando era estimulada provocaba una curiosidad general. Sin embargo, los siguientes experimentos en esta misma rata probaron que este no era el caso. Al de un tiempo, la rata había cogido el hábito de volver a la esquina A para ser estimulada. Los investigadores trataron ahora de dirigir la rata a otra esquina administrando choques cada vez que la rata iba hacia la esquina B. La cosa funcionó. Al de cinco minutos la rata iba a la esquina B. En nuevos experimentos quedó claro que se podía guiar a la rato a cualquier esquina con breves choques.

Figura1
Muchos años antes, B. F. Skinner había inventado la “caja de Skinner”, para realizar condicionamiento operante, en la que el animal por medio de una palanca disparaba un estímulo de refuerzo, como agua o comida o un estímulo negativo como un choque doloroso. Las ratas colocadas en esta caja aprendían rápidamente a apretar la palanca que daba la recompensa y evitar la del choque. Olds y Milner modificaron el diseño de la caja de Skinner (ver figura 1) de manera que la palanca provocaría la estimulación cerebral por medio del electrodo implantado en el cerebro. El resultado fue, quizás, uno de los experimentos más dramáticos en la historia de la neurociencia de la conducta: las ratas apretarían la palanca hasta 7.000 veces por hora para estimular sus cerebros. No estaban estimulando un “centro de curiosidad” sino un centro de placer, un circuito de recompensa, cuya activación era más poderosa que cualquier otro estímulo. En experimentos posteriores las ratas preferían estimular el circuito del placer a la comida y el agua. Las ratas macho ignoraban a hembras en celo y las ratas hembra abandonaban a sus crías para apretar la palanca. Algunas ratas se autoestimulaban 2.000 veces por hora durante las 24 horas excluyendo cualquier otra actividad. Apretar la palanca se había convertido en todo su mundo.

Se programaron nuevos estudios variando sistemáticamente la ubicación de los electrodos para mapear el circuito de recompensa del cerebro. Los experimentos demostraron que la estimulación de la superficie del cerebro (neocórtex), no producía recompensa. Sin embargo, en la profundidad del cerebro no había un único lugar del placer sino todo un circuito de estructuras conectadas: el área ventral tegmental, el núcleo accumbens, el haz prosencefálico medial y el septum, así como porciones del tálamo e hipotálamo. No todas las regiones producían el mismo placer. En algunos sitios las ratas se estimulaban 7000 veces por hora y en otras solo 200.

Figura2
Ya sé lo que estás pensando: ¿ocurre lo mismo en humanos? ¿colocar electrodos en humanos también produce un loco placer que es mejor que el sexo y la comida? Pues tenemos la respuesta a esas preguntas, las malas noticias es que proceden de experimentos sin ninguna ética. El Dr. Robert Galbraith Heath fue el fundador y jefe del departamento de Psiquiatria y Neurología de la Universidad de Tulane en Nueva Orleans. Trabajó allí de 1949 a 1980 y en este tiempo un área de interés importante para él fue implantar electrodos en pacientes psiquiátricos institucionalizados, a menudo afroamericanos, con el loable objetivo de aliviar los síntomas de trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia o la depresión. El problema es que no se preocupaba de pedir el consentimiento de los pacientes y que diseñaba unos experimentos que no habrían sido aprobados por ningún comité de ética.

Quizás el ejemplo más impresionante de estos experimentos es el trabajo titulado: “Estimulación septal para la iniciación de conducta heterosexual en un hombre homosexual”, que fue publicado en el Journal of Behavioral Therapy and Experimental Psychiatry en 1972. la idea subyacente al estudio era que la estimulación septal provocara placer y combinar o asociar este placer con imágenes heterosexuales con la intención de provocar conducta heterosexual. De manera que al paciente B-19, un joven homosexual de 24 años, que sufría depresión y Trastorno Obsesivo-compulsivo se le llevó a la sala de operaciones. Se le implantaron nueve electrodos en diferentes regiones cerebrales y se esperó tres meses a que curaran las heridas de la cirugía (ver la figura 2). Al de ese plazo se fueron estimulando todos los electrodos por turno y resultó que sólo uno de ellos provocaba placer. Cuando se le dejó al propio paciente que apretara el botón llegaba a un punto en el que se estimulaba continuamente y había que desconectarlo a pesar de sus protestas.


Robert Heath
Así que el paciente B-19 respondió igual que las ratas. Si se le dejaba, prefería autoestimularse a hacer cualquier otra cosa. Pero no sólo se probó en hombres. También hay ejemplos en mujeres, como una a la que se le implantó un electrodo en el tálamo para controlar el dolor pero el electrodo afectó a estructuras próximas provocando un intenso placer y sentimiento sexual. La mujer se estimulaba todo el día hasta el punto de abandonar la higiene, las obligaciones familiares y provocarse una ulceración en el dedo con el que ajustaba la amplitud de la señal. Les pedía a sus familiares que limitaran su acceso al estimulador para pedirles inmediatamente que le dejaran usarlo. 

Pero volvamos al paciente B-19. Antes de que le estimularan el cerebro le mostraban películas con relaciones heterosexuales que al principio le dejaban indiferente. Pero, al darle posteriormente la estimulación, pedía que le volvieran a poner las películas y llegó a excitarse sexualmente, tener una erección y masturbarse (todo ello en el poco sexy ambiente del laboratorio). Así que como el paciente empezaba a mostrar conductas heterosexuales, ¿qué hicieron los investigadores? ¿Sería capaz de tener relaciones sexuales con una mujer? Después de valorar todas las opciones, los doctores Heath y Charles E. Moan tomaron una decisión muy científica: tras conseguir la aprobación del fiscal general del estado de Luisiana, contrataron los servicios de una prostituta para que fuera al laboratorio de Tulane y sedujera al paciente B-19. Y lo consiguió: tuvieron relaciones sexuales y, a pesar de tener colocados los electrodos de la máquina de EEG, el paciente eyaculó en la vagina de la prostituta.

¿Se convirtió en heterosexual el paciente B-19? Pues después del alta del hospital tuvo relaciones con una mujer casada durante meses, para alegría de los doctores Heath y Moan, pero seguía teniendo relaciones homosexuales con hombres, principalmente para conseguir dinero. No se le pudo hacer un seguimiento a largo plazo. En la discusión de su artículo, ambos doctores escriben que la estimulación placentera había cambiado su conducta sexual pero es muy dudoso que cambiaran sus preferencias sexuales a largo plazo y, además, estamos hablando de un único caso.

Afortunadamente, las terapias de conversión homosexual con cirugía cerebral y estimulación del circuito del placer se abandonaron, pero lo que todos estos experimentos en ratas y humanos nos enseñan es el inmenso poder que tiene la estimulación eléctrica directa del cerebro para influenciar la conducta humana, por lo menos a corto plazo.

@pitiklinov

Referencias:







lunes, 1 de diciembre de 2014

Convencer a los demás con razones


Toda convicción es una cárcel
-F. Nietzsche
No puedes disuadir con razones a nadie de algo de lo que no fue convencido por razones.
-Jonathan Swift

Ideología (El Roto)
Acabo de ver en las noticias cómo dos bandas rivales de machos jóvenes humanos pertenecientes a grupos de hinchas radicales de dos equipos de fútbol han quedado por medio de las tecnologías modernas (WhatsApp) para hacer la guerra. El resultado ha sido una persona muerta y varios heridos. El ser humano presenta con respecto al resto de los animales una peculiaridad destacable, a saber: es el único animal que es capaz de matar por ideas, por una ideología. Los demás animales matan por conseguir pareja o comida, por defender su guarida, etc., es decir, por razones “reales” o vitales para su supervivencia o reproducción. El ser humano, por contra, es capaz de matar por razones absolutamente “virtuales”, por ideas, creencias o mitos, que solo existen en su imaginación. Estas dos tribus urbanas no competían por comida ni por un refugio, sino por haber creado una división imaginaria Ellos/Nosotros en base a unas ideas y a unos símbolos. La verdad es que viendo las imágenes era muy difícil creer en la racionalidad humana.

Las ideas, una vez que se instalan en un cerebro, son muy difíciles de erradicar. Las primeras que llegan deciden las que pueden venir después porque definen nuestro universo mental, lo que somos capaces de ver y entender y todo lo que no encaje con ellas suele quedar fuera. Las ideas son como jaulas, delimitan nuestro mundo, nos encierran dentro de un territorio mental del que no podemos salir. Nos identificamos con nuestras ideas y las amamos, les damos una importancia crucial en nuestra vida: “yo soy de izquierdas”, o “yo soy del Atlético”. Como dijo alguien, antes se cambia de mujer, de casa o de coche que de equipo de fútbol. Extrapolando esa idea podemos decir que lo último que puede hacer una persona es cambiar de ideología. ¿De dónde procede el gran poder de las ideas?

En una sociedad democrática es fundamental que las decisiones se tomen en base a un información correcta pero en muchos asuntos hay grupos muy amplios de la comunidad que sostienen unas creencias erróneas, muchas personas creen, por ejemplo, que las vacunas producen autismo cuando todos los estudios científicos demuestran que no es así. Se nos plantea entonces el problema de cómo conseguir refutar unas informaciones erróneas con argumentos, con razones, y conseguir que esas creencias sean abandonadas. De cómo llevar a cabo esa complicada tarea trata este pequeño libro que voy a comentar, el manual de la refutación (The Debunking Handbook).

Un error muy frecuente a la hora de intentar convencer a alguien con razones es el de caer en lo que se llama el “Modelo de Déficit de Información”, es decir, pensar que los mitos se combaten simplemente aportando más información a los cerebros de las personas. Este modelo asume que las ideas o creencias erróneas de la gente son producto de la desinformación, de la falta de información adecuada y que la solución es más información. Este modelo es erróneo y lo es porque parte de un modelo de la naturaleza humana erróneo, que es creer que los seres humanos somos racionales y que manejamos la información igual que un disco duro o un ordenador. 

Por un lado, se han realizado experimentos en los que a la gente se les cuenta un historia y se les aporta una información errónea que luego se les corrige. A pesar de ello, se ve que siguen refiriéndose a la información errónea cuando tiene que responder preguntas sobre la historia. A pesar de corregir una y otra vez la información falsa,  el error perdura en buena medida. Pero la cosa es más grave porque  no sólo es que la información errónea sea difícil de eliminar sino que los propios intentos de eliminarla tienen un “efecto rebote” que la refuerzan. 

Por ejemplo, tenemos el “efecto rebote de familiaridad”: para combatir un mito tenemos que mencionarlo, pero al mencionarlo la gente se familiariza con él y tenemos tendencia a creer lo que nos es familiar o conocido. Este efecto se ha visto con las vacunas. Se daba a la gente el mito y la información correcta y se pedía que separaran una de otra. Si esto se hace inmediatamente, la gente es capaz de separar la información correcta y la errónea, pero si se hace meramente unos 30 minutos después de la charla la gente cometía más errores que si no se les hubiera dado la información. Es decir, el proceso de refutar el mito lo refuerza y perpetúa.

¿Cómo podemos evitar este efecto rebote de familiaridad? Si se puede hay que evitar mencionar el mito, es decir, centrarnos en los hechos que queremos comunicar sin mencionar el mito. Pero a veces esta opción no es posible. Con frecuencia se usa la técnica de poner el mito en el encabezamiento en letras grandes y resaltadas, y eso es lo último que hay que hacer. Hay que centrarse en los hechos, no en el mito. 

Otro error es el llamado “Efecto rebote por exceso”. Cuando queremos combatir un mito solemos pensar que cuantos más contraargumentos ofrezcamos y cuanto más detallada y extensa una explicación o refutación, mejor. Pues no. Un mito simple es mucho más atractivo que una corrección supercomplicada. Hay que usar un lenguaje simple, con frases cortas y ceñirse a los hechos. Debemos hacerlo muy simple y usar gráficos si podemos.

Otro problema es el “Efecto rebote visión del mundo”. La mayoría de ideas y creencias, como decía más arriba, están fuertemente ligadas a la identidad y a la visión del mundo del sujeto y sabemos que existen una gran cantidad de sesgos cognitivos que hacen que cuando se ataca la visión del mundo de alguien éste se cierra todavía más en banda y se agarrará  más, si cabe, a sus ideas. Uno de los más conocidos es el Sesgo de Confirmación, que consiste en incorporar la información que confirma nuestras ideas previas, pero también está el Sesgo de Desconfirmación que consiste en que la gente invierte más tiempo y esfuerzo en combatir los argumentos contrarios a su visión del mundo, y muchos más. 

Si es tan difícil que la gente cambie de ideas y, además, intentar combatirlas empeora las cosas, ¿qué podemos hacer? Pues la cosa está muy difícil. Por un lado, la gente que tiene unas ideas fijas es muy difícil que las cambie, es más probable que tengamos éxito con indecisos, o en temas que no sean muy “calientes” o claves para esa persona (ni que decir tiene que política y religión mejor ni tocarlas). También podemos plantear el tema de la manera menos amenazante para el sujeto y reforzar o afirmar primero la autoestima de la persona para que esté más receptiva, pero es francamente difícil conseguir resultados y hay que tener mucho tacto. Cuando refutas un mito dejas un vacío en el modelo mental del mundo de esa persona y todos necesitamos certezas. La gente prefiere un modelo erróneo a un modelo incompleto. En ausencia de una explicación mejor van a optar por una explicación errónea, así que intenta proveer una explicación alternativa que explique los hechos y , si puedes, utiliza gráficos o información visual.

A estas alturas creo que estaremos de acuerdo en que el problema fundamental al que nos enfrentamos es la irracionalidad del ser humano y para cerrar la entrada voy a citar a Jonathan Haidt en uno de sus artículos más famosos, el del Perro Emocional y la cola racional.

“Nuestra vida moral está plagada por dos ilusiones. La primera ilusión la podemos llamar la ilusión “menea-el-perro”: creemos que nuestro juicio moral (el perro) está impulsado por nuestro razonamiento moral (la cola). La segunda ilusión la podemos llamar “mueve-la-cola-del otro perro”: en una discusión moral esperamos combatir con éxito los argumentos morales de nuestros oponentes para que cambien sus mentes. Tal creencia es análoga a creer que moviendo la cola de un perro vas a conseguir que sea feliz”

Haidt mantiene que los seres humanos toman sus decisiones morales basándose en las emociones y que luego justifican sus decisiones a posteriori con razones. Por eso la metáfora del perro emocional, que es el que mueve la cola racional, y no al revés: no es la cola racional la que mueve al perro emocional. Dirigir nuestros argumento contra la cola del otro perro no servirá de mucho porque no es la cola racional  la que mueve al perro. Lo que suele pasar es que ambos bandos  presentan sus excelentes argumentos pero cuando ven que el otro no responde a sus razonamientos cada bando piensa que el otro es tonto o mala persona (ver esta entrada sobre las tres suposiciones sobre el error).

Evidentemente, lo que Haidt menciona aquí para las discusiones morales es perfectamente aplicable a cualquier otro tipo de discusión, sobre las vacunas, política, religión, aborto, teorías de la conspiración, libre albedrío o sobre el tema que sea. 

@pitiklinov

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miércoles, 26 de noviembre de 2014

Almas que sufren

Kent Kiehl, actualmente profesor de Psicología en la Universidad de Nuevo Méjico, es un hombre que ha dedicado su carrera a mirar dentro del cerebro de los psicópatas. En su libro The Psychopath Whisperer nos cuenta su trayectoria profesional y el resultado de sus investigaciones después de años pasados en las cárceles de alta seguridad entrevistándolos y escaneando sus cerebros. Voy a resumir en esta entrada algunas de las cosas que podemos aprender sobre los psicópatas, según la experiencia de Kiehl.

“Almas que sufren” es la traducción literal de psicópata, una palabra que acuñó el psiquiatra alemán J.L.A. Koch (1841-1908), psychopastiche, en 1888. Quizás la primera descripción de rasgos psicopáticos se encuentra en la Biblia, en el libro del Deuteronomio (700 a.C.), pero es un discípulo de Aristóteles, Teofrasto, unos 300 años después, el primer erudito en escribir sobre los psicópatas. Al psicópata típico lo llamaba el “hombre sin escrúpulos”. Existen psicópatas en sociedades preindustriales lo que sugiere que no son fruto de las sociedades avanzadas y que su existencia es tan antigua como la de la especie humana. Los Yoruba de Nigeria los llaman araba-kan que quiere decir: “una persona que va a los suyo sin ninguna consideración por los demás, que no es cooperadora, llena de malicia y obstinación”. La prevalencia es de 1 psicópata cada 150 personas y la mayoría son hombres, 9 de cada 10. Por lo tanto, hay unos 29 millones de psicópatas en el mundo.

Entre los rasgos clínicos, si tuviéramos que escoger sólo una característica que los defina, lo más significativo sería probablemente su incapacidad para hacer vínculos, el desapego emocional. Los psicópatas son solitarios, no mantienen relaciones con sus familias, no tienen amigos, no saben nada de sus hijos - muchas veces ni cuántos tienen ni como se llaman- y no saben lo que es el amor. Cuando Kiehl preguntó a uno de ellos si había estado enamorado le contó cómo una vez  había estado con tres prostitutas durante una semana… Son muy promiscuos y suelen equiparar amor con sexo. Habitualmente no aguantan en ningún trabajo y llevan una existencia nómada viajando de un lugar para otro. Jonathan Haidt dice que en el hombre hay dos naturalezas, lo que el llama el modo chimpancé (egoísta, individualista…) y el modo abeja (grupal cooperador). Es como si en el psicópata no existiera el modo abeja, todo el sistema de conexiones que nos unen a los demás. No tienen empatía y no tienen tampoco las inhibiciones que son necesarias para vivir en sociedad.

Otra característica llamativa de los psicópatas es que no se preocupan prácticamente por nada, no saben lo que es rumiar, darle vueltas a las cosas y no saben lo que es la ansiedad. No se deprimen nunca. Por ejemplo, entrar en la cárcel para la mayoría de la gente es una experiencia traumática y suele deprimirlos. A los psicópatas esto no les afecta. Kiehl dice que no ha visto nunca un psicópata con Trastorno Obsesivo Compulsivo y que no cree que haya existido nunca. Para él, el psicópata y el obsesivo son dos polos de la misma dimensión, dos extremos totalmente opuestos. Si le preguntas a un psicópata si se ha preocupado alguna vez de dejar la estufa de casa encendida te mirará como un marciano sin entender de qué le hablas. De estas dos primeras descripciones que acabo de hacer sobre la personalidad de los psicópatas se deduce lo mucho que podemos aprender de ellos. Aprendiendo sobre el cerebro de los psicópatas podemos aprender sobre todos los mecanismos que nos hace sociales, y también sobre la relación que puede haber entre ese cerebro social y enfermedades como la Depresión y el Trastorno Obsesivo.
Históricamente se ha destacado su ausencia de moralidad y los autores clásicos se referían a ellos como enfermos morales (moral insanity).

Una cosa que ha chocado siempre a los psiquiatras es que los psicópatas, siendo inteligentes, no puedan usar esa inteligencia para controlar sus conductas. La lógica dice que los psicópatas deberían aprender de lo mal que les va en la vida (divorcios, cárcel, bancarrota, conflictos con todo el mundo…) y no repetir sus malas decisiones. Pero la realidad es que los psicópatas rara vez cambian su patrón de conducta.

Fig.1
Kiehl comenzó sus investigaciones con su tesis doctoral realizando electroencefalogramas (E.E.G) a los psicópatas en una cárcel de máxima seguridad en Canadá y entrevistándoles durante varias horas para puntuarles en la escala Psychopathy Checklist-Revised, diseñada por Robert Hare, el padre del estudio moderno de los psicópatas. Kiehl descubrió una alteración en el potencial P3 que podéis ver en la Fig. 1 , el mismo patrón que se observa cuando hay lesiones en el lóbulo temporal (Fig.2). Posteriormente, Kiehl pasó a emplear la Resonancia Magnética Funcional (RMf) y publicó el primer estudio de RMf en psicópatas donde apreciaba una menor actividad en la amigdala y en la corteza cingulada anterior y posterior.

Science no se atrevió a publicar este estudio porque eran pocos pacientes y porque la repercusión social de decir que los psicóaptas tenían un cerebro diferente sería enorme, así que lo tuvo que publicar en Bilogical Psychiatry, pero esto no hizo más que aumentar la obsesión de Kiehl por escanear cada vez más psicópatas. A partir de ahí, Kiehl nos cuenta su exitosa carrera que le ha llevado a la Universidad de Nuevo Méjico porque allí le ofrecieron una máquina de RMf portátil, instalada en un trailer. Trasladar a los reclusos desde las cárceles a los hospitales para realizar la RMf era una maniobra que suponía una infraestructura logística muy complicada por las medidas de seguridad y el papeleo necesario. Por eso, el sueño de Kiehl siempre fue disponer de una RMf portátil para acercarse él a las cárceles y realizar las exploraciones. Cuando en Nuevo Méjico le ofrecieron esa oportunidad no dudó en cogerla.

Armado con esta tecnología Kiehl ha desarrollado el que llama Modelo de Disfunción Paralímbica de la Psicopatía. Casos como el de Phineas Gage y el de otros sujetos con lesiones cerebrales habían permitido conocer que lesiones en la región paralímbica (amígdala, hipocampo, corteza cingulada anterior y posterior, ínsula, polo temporal y corteza órbito-frontal) daban lugar a una psicopatía adquirida o pseudopsicopatía. Las lesiones en el córtex orbitofrontal no son tan raras porque golpes en la región anterior del cráneo, en la frente (frecuentes en boxeo, rugby, etc.) pueden lesionarla al encontrarse justo detrás. Gage, por ejemplo, no tenía todos los rasgos de la psicopatía pero sí algunos.
Fig.2

Siguiendo estas pistas, Kiehl se centró en esta región paralímbica y ha conseguido confirmar su hipótesis: los psicópatas sufren una reducción de materia gris en el córtex orbitofrontal, amígdala, hipocampo, ínsula, polo temporal y en la corteza cinglada anterior y posterior. Pero estos datos recogidos en una muestra muy amplia indican correlación, no causalidad. Por ello, Kiehl ha estudiado también a adolescentes psicópatas (teenagers) y ha encontrado la misma atrofia, lo cual sugiere que la anomalía es previa y que la atrofia es la causa de la conducta y no la conducta la causa de la atrofia. Actualmente, Kiehl está estudiando el cerebro de las mujeres psicópatas.

Lo que se echa en falta en el libro es una discusión en profundidad de las implicaciones legales y sociales que estos descubrimientos tienen. Kiehl los apunta y da a entender que considera que los psicópatas son enfermos y no son responsables de su conducta, como considera el sistema legal, pero no entra en profundidad en el asunto. En cuanto al tratamiento quiere transmitir un punto de optimismo y nos habla de un proyecto, el Mendota Juvenile Treatment Center, que ha conseguido muy buenos resultados, y sostenidos en del tiempo, cuando se trabaja con psicópatas jóvenes. Según las evaluaciones que se han realizado, el programa reduce en un 50% el riesgo de que los psicópatas cometan nuevos delitos. 

@pitiklinov

Referencias: