El buen gusto consiste en no insistir, todo el mundo lo sabe
-Albert Camus
Voy a comentar uno de los errores en las relaciones interpersonales en el que más solemos caer y que genera mucho malestar y sufrimiento en las personas y familias. A falta de un nombre mejor lo voy a llamar el error de insistir, porque es bastante claro de entender, aunque en la literatura profesional se suele denominar como mostrar una actitud hipercrítica y de otras maneras.
Para entender la idea vamos a pensar en una persona que padece depresión. Esa persona no tiene ganas de salir de la cama, no tiene interés por nada, no le apetece nada. Bien, para los familiares que conviven con ella esto es muy difícil de soportar y quieren ayudarla. Entonces lo que nos sale de forma natural a todos es tratar de estimular o motivar por medio de palabras a esa persona. Lo más habitual es que se le insista en que tiene que salir, que tiene que hacer ejercicio, que tiene que…”poner de su parte”. No nos damos cuenta de que todo eso que le pedimos a una persona depresiva es justamente lo que no puede hacer. Si pudiera hacerlo ya lo habría hecho y no estaría deprimida. Si está deprimida es porque no puede hacer otra cosa. Tenemos que pensar que tiene una fractura mental en vez de un pierna rota. A alguien con la pierna rota no le decimos que tiene que correr.
¿Qué conseguimos cuando insistimos y seguimos presionando a la persona con depresión? Pues no vamos a conseguir que mejore su rendimiento, al contrario, vamos a conseguir que se sienta frustrada, y culpable. Va a pensar que ella tiene la culpa de la depresión por no poner de su parte y hacer algo al respecto. Estamos empujando a la persona de la sartén a las llamas.
Esta actitud totalmente natural de insistir y “criticar” la utilizamos continuamente en la vida diaria. Un caso muy habitual es el de los niños o jóvenes perezosos, malos estudiantes, que no hincan los codos. De nuevo, la respuesta paterna es repetir una y mil veces el mensaje “estudia”, “estudia”, tal vez acompañado de algún castigo, pero siempre con presión. Pero cuando estamos ante un problema de motivación, de algo que no sale de dentro, es imposible aportar a la persona esa motivación con consejos y palabras.
Si esto fuera posible, no existiría por ejemplo la obesidad, ni el consumo de drogas, ni el alcoholismo. Le explicaríamos a las personas obesas que tienen que llevar una dieta equilibrada y hacer ejercicio y ya está, solucionado, no habría obesidad. A los consumidores les explicaríamos que no tienen que consumir, que eso está perjudicando su vida y sus relaciones, ellos dirían: “¡hala, es verdad, no me había dado cuenta!”…y arreglado, mundo feliz. ¿Pero no creéis que un obeso sabe mejor que nadie lo que debería hacer y que no es necesario que se lo repitamos? Al insistir y poner el dedo en la llaga herimos a la persona (es algo que a nadie nos gusta), deterioramos la relación, crispamos el ambiente familiar y, a la larga, haremos más difícil encontrar una solución.
Muchas veces parece que albergamos la extraña idea de que si alguien es capaz de hacer una cosa todo el mundo puede hacerla. Que si alguien es capaz de llevar una dieta, todos podemos hacerlo. No nos damos cuenta de que las personas somos diferentes en todo: en la velocidad con que digerimos un bocadillo de chorizo, en la velocidad con la que corremos, en nuestro interés por la comida o el sexo, en nuestra capacidad de autocontrol, etc. Parece que es imposible que entendamos que cuando un endocrino da unas instrucciones a 100 personas con respecto a la dieta las 50 personas que las siguen son diferentes de las 50 que no las siguen. Totalmente.
Cuando un chico no tiene claro lo que estudiar o por dónde tirar en su futuro, cuando alguien está deprimido, cuando alguien no es capaz de controlar su dieta, etc., insistir y gritar no sirve más que para empeorar las cosas. No vamos a conseguir que se le encienda la bombilla en su mente. El problema está, creo, en que pensamos que sí puede hacerlo, que si se lo propone y pone esfuerzo de voluntad lo puede conseguir. No nos damos cuenta de los límites de la racionalidad humana y de que hay razones profundas, la mayoría de ellas desconocidas, para que esas personas no puedan hacer otra cosa diferente de la que están haciendo.
¿Entonces qué podemos hacer?, ¿dejarles en paz y no hacer nada? En el caso de las personas con depresión podemos “proponer”, “sugerir” ir a dar una vuelta sabiendo que la mayoría de las veces nos van a decir que no, pero nunca forzar. Al propio depresivo se le puede animar a que de 10 propuestas que reciba intente aceptar 2 o 3, pero no podemos hacer mucho más. Le podemos explicar que en la depresión muchas veces (no siempre) el problema es arrancar pero que, una vez que salen, a veces no se lo pasan tan mal. Habrá personas a las que el consejo les sirva y otras a las que no. Pero hay veces en la vida en las que hay que esperar, hay que estar ahí, y escuchar en vez de hablar.
Me parece bien hacer el intento y que digáis vuestros consejos a la persona que tenga un problema una vez, os dejo incluso que probéis a repetirlo hasta tres veces (va a ser instintivo y lo vamos a hacer de todas maneras :) ), pero, por favor, no sigáis insistiendo. Si se lo habéis dicho 3426 veces, ¿creéis que a la 3427 va a ver la luz? A veces es mejor quedarse en la sartén, y esperar, que saltar al fuego.
Coda: Yo cuando veo que un medicamento no funciona en un paciente se lo retiro. Nunca lo pongo 3426 veces a ver si a la 3426 funciona.
Coda: Yo cuando veo que un medicamento no funciona en un paciente se lo retiro. Nunca lo pongo 3426 veces a ver si a la 3426 funciona.
@pitiklinov