sábado, 31 de mayo de 2014

Harry Harlow y la naturaleza del amor

(Publicado originalmente en la Nueva Ilustración Evolucionista el 13-03-2014)

En esta entrada voy a comentar la evolución de las ideas de Harry Harlow sobre el apego, el amor materno-filial y el amor en general. Todos conocemos la primera parte de su trabajo, sus famosos experimentos con madres sustitutas de monos rhesus de los años 50 del siglo pasado, pero es menos conocida la continuación de esos experimentos, una segunda parte que es tanto o más interesante que la primera. No voy a entrar en el aspecto ético de estos estudios, asunto que ha sido ampliamente debatido. Evidentemente, hoy en día que se está extinguiendo la investigación con primates y monos, no serían posibles, pero hay que contemplar los experimentos en su contexto histórico. Y el contexto histórico es que en aquella época los expertos en educación decían que había que darle al niño el menor afecto posible para no debilitarlo y “echarlo a perder”. La consigna en hospitales y orfanatos era no tocar a los niños. Todo un presidente de la Asociación Americana de Psicología había dicho que “cuando te sientas tentada a dar cariño a tu hijo, recuerda que el amor materno es un instrumento peligroso”. Si tenemos en cuenta que a principios del siglo pasado los médicos operaban a los niños pequeños sin anestesia porque creían que los niños eran incapaces de sentir dolor, pues nos hacemos una idea del nivel de sensibilidad que se podía mostrar hacia los animales si se trataba así a los niños. En algún blog que he estado leyendo se comenta que son una atrocidad y que sólo demostraron algo obvio. Estoy de acuerdo en que son de una crueldad que sobrecoge, pero los resultados de los experimentos no fueron nada obvios para la ciencia de la época. Ninguna de las dos escuelas dominantes en aquellos años (el psicoanálisis y el conductismo) predecía esos resultados, y supusieron un cambio de paradigma, como suele decirse ahora. Los resultados de la segunda parte de su carrera siguen sin ser obvios (han sido mayormente ignorados) incluso hoy en día.

Como decía, para la mayoría de psicoanalistas y psicólogos de la época los niños aprendían a amar a su madre asociándola con la satisfacción de las necesidades biológicas, especialmente el hambre y la sed. En 1951, la OMS, en realidad el psicoanalista británico John Bowlby encargado de la tarea, publica el informe Maternal Care and Mental Health, proponiendo la nueva visión de que el vínculo del niño con la madre tenía componentes instintivos y enfatizando la importancia de otros aspectos, como el contacto,  y no sólo de la comida. Esta postura era un consenso entre otros psicólogos infantiles como David Levy, René Spitz y Margarethe Ribble, y consistía básicamente en que había mucho más en la relación madre-hijo que leche. La pregunta entonces era: ¿tienen una necesidad innata de amor materno los niños, o aprenden a amar a sus madres porque les proveen de comida? Dado que éticamente no se podía estudiar esto en humanos, Harlow pensó en los monos rhesus como un sujeto ideal para examinar los orígenes de nuestra capacidad de amar.

Para comparar la importancia relativa del alimento frente al contacto-confort, Harlow diseñó unos “muñecos” que hacían el papel de madre, uno era de alambre y tenía un biberón para suministrar comida, y el otro estaba forrado con una especie de trapo o paño. En la referencia que estoy manejando y que tenéis más abajo dice que la madre de tela tenía una lámpara detrás que daba calor, pero no dice que la madre de alambre tuviera la misma lámpara. Supongo que es una omisión porque siempre se ha dicho que eran exactamente iguales en todo lo demás. El caso es que el monito pasaba la mayor parte del tiempo con la madre de trapo, y es con la que corría a refugiarse cuando le asustaban (tenéis vídeos en Youtube de esta primera parte de los experimentos, no así de la segunda). En uno de los tests, el llamado de campo abierto, se ponía al monito en una habitación con objetos que normalmente despertarían su curiosidad para ver su reacción. Los monos criados con madres de trapo la usaban como base de operaciones, o fuente de seguridad, para explorar el entorno regresando de vez en cuando a la madre. Los monitos criados con madres de alambre se quedaban aterrorizados, encogidos, sin explorar.

Para Harlow, estos experimentos probaban que las madres eran fisiológicamente equivalentes pero no psicológicamente equivalentes, y el monito prefería estar con la madre que proveía confort y sensación de seguridad. Estos resultados iban en contra de la idea de que el afecto es una respuesta aprendida asociada con la comida. El contacto corporal proveía el confort que unía al niño a la madre. Pero, en contra de como se interpreta actualmente, Harlow no dedujo de los resultados que los monos rhesus necesitaban a sus madres. Para él, lo que necesitaban era confort y él había demostrado que incluso una máquina inanimada podía proveerlo. Cuando Harlow tradujo estos resultados al campo humano, su argumento era que podía haber sustitutos para la madre, incluyendo el padre.

El trabajo de Harlow coincidió con una época en la que había mucho interés en las implicaciones de la investigación con animales para entender las bases biológicas de la conducta humana. Konrad Lorenz había mostrado al gran público, de forma espectacular el fenómeno del “imprinting” y John Bowlby usó esos estudios y los suyos en orfanatos para plantear que el cuidado y amor materno eran esenciales para el desarrollo psicológico del niño. Según Bowlby la díada madre-hijo  tiene una base biológica, el niño se une por una necesidad instintiva a la madre, y separar a los niños de las madres y privarlos del amor materno tendría graves consecuencias emocionales. Harlow fue invitado a hablar en congresos de psiquiatría y psicología y se hizo muy famoso, de ahí probablemente que realizara los vídeos disponibles en Youtube. Sin embargo, Harlow no creía en el imprinting, pensaba que no existía en primates, pero en general, en aquella época sí pensaba que sus trabajos confirmaban las ideas psicoanalíticas, y las de los etólogos, sobre la existencia de períodos críticos en el desarrollo. Pero en esta fase de su trabajo Harlow no pensaba que los monos necesitaran una madre de carne y hueso para su desarrollo emocional. Veía a la madre de trapo como una “madre eminentemente satisfactoria” . Pero los monos crecieron, y las ideas de Harlow evolucionaron.

Cuando los monos crecieron , se convirtieron en unos adolescentes extraños. No mostraban interés en el sexo opuesto. Cuando se les  colocaba en una habitación con otros monos se sentaban solos, mirando al espacio y no interactuaban con los demás. No tenían pensamientos ni actividades de tipo recreacional ni procreativas. Incluso, cuando se les emparejaba con  monos normales sexualmente experimentados eran incapaces de adoptar las posturas de copulación adecuadas. Cuando a las hembras se las impregnaba artificialmente se convertían en unas madres punitivas, rechazaban, abusaban y mataban a las crías. Las madres sustitutas no les habían convertido en individuos sociales. Quizás las madres reales sí eran indispensables, después de todo. En este punto, los resultados de Harlow parecían confirmar las ideas de Bowlby, Rene Spitz y Mary Ainsworth de que el amor materno era esencial para el desarrollo emocional del niño (dicho sea de paso, estos autores que acabo de mencionar, y que trabajaban con deprivación maternal, estaban en contra de que las mujeres trabajaran fuera de casa). Esto encajaba muy bien con la hipótesis de Bowlby de que la madre era el “organizador psíquico”. Y encajaba también con el imprinting de Lorenz, porque un pájaro que no hacía el imprinting era incapaz de desarrollar los instintos específicos de la especie, incluyendo la atracción y la capacidad de copular con miembros de su propia especie. Como su trabajo anterior, estos resultados también se discutieron en conferencias y congresos.

Pero Harlow insistía en que el imprinting no era un mecanismo adecuado para explicar el desarrollo emocional en primates. Según él el imprinting no era lo que operaba en los patrones de separación madre-hijo, ni en el niño ni en el pájaro. El imprinting no era suficiente para explicar la habilidad del niño de formar relaciones con otros. Si un niño permanecía vinculado a su madre sería incapaz de entablar relaciones sociales con otros niños y luego con adultos. También era necesario explicar cómo se separa el niño de la madre. Para formar patrones de relación normales con otros niños tiene que romper el vínculo establecido con la madre. Para Harlow, las hipótesis de Bowlby y Lorenz no podían explicar cómo el amor por la madre conducía en su momento al amor por otros individuos. Un niño se apega a la madre, bien, ¿pero como hace el amor a la madre que sea posible el amor a los demás? ¿cómo generaliza, transforma o desvía un niño su amor por la madre hacia otros miembros de la especie?

Patrón choo-choo
Esto llevó a Harlow a hipotetizar  la existencia de otros sistemas afectivos que no eran simplemente una extensión de amor del niño por su madre. Presentó un conjunto de sistemas afectivos que se proponía investigar de ahí en adelante, con otros colaboradores:
1- El patrón afectivo del niño por la madre
2- El patrón afectivo del niño por otro niño( igual a igual)
3- El patrón afectivo heterosexual
4- El patrón afectivo materno ( madre a hijo)
5- El patrón afectivo paterno ( padre a hijo)

Harlow mantenía que  había varios sistemas afectivos en primates con estadios de desarrollo determinados por diferentes variables. Desde el principio, se había dado cuenta de que a los monos criados en aislamiento se les había privado de mucho más que las madres: de padres, hermanos, amigos y demás miembros de la familia y del grupo social. Así que el laboratorio de Harlow inició unos estudios para valorar el papel relativo de madres e iguales (peers) en la socialización de los monos. Crearon por ejemplo una situación en la que un monito era criado con una madre sustituta pero podía cruzar a otro espacio donde podía interactuar con otro mono que se encontraba en la misma situación que él. Los datos de esta situación apoyaban que los monos que hacían una fijación muy prolongada con la madre sustituta no formaban buenos vínculos “niño-niño”. Harlow propuso que la madre rhesus guiaba a sus hijos por dos estadios. En el primero le daba confort y seguridad pero en el segundo empujaba, literalmente, a la cría para que actuara con otros monos. En este segundo estadio el juego con los iguales era un ingrediente esencial de la socialización del niño. Progresivamente, los patrones de juego eran sustituidos por patrones agresivos y sexuales. Harlow concluía: “aunque el amor puede ser suficiente, solo el amor de la madre no lo es”.

Pero aún así, la importancia relativa de el papel de la madre y el de los iguales no estaba clara. Entonces Harlow crió a monos sin madre pero los crió con otros monos en sus mismas circunstancias. Los monitos se agarraban entre ellos en un patrón que llamó patrón “choo-choo”. Aunque los monos mostraban conductas extrañas, la presencia de los otros monos hacía que al final desarrollaran respuestas sociales estándar. Después de comparar monos con madres reales o sustitutas y monos criados con iguales, Harlow concluyó que las madres no eran necesarias para la socialización, sino que meramente facilitaban la interacción de las crías con otros monos. Por lo menos en los monos, en condiciones favorables, se podía prescindir de las madres reales pero no se podía prescindir de las experiencias con compañeros.

Y aquí los experimentos de Harlow ya no están de acuerdo con las teorías de Bowlby de que la madre es el organizador psíquico necesario y suficiente. “Este hallazgo contrasta con las teorías psicoanalíticas y psiquiátricas actuales que enfatizan la importancia del papel de la madre y minimizan la parte que juegan las interacciones con los iguales en el desarrollo normal de la personalidad del adulto”, escribió. La falta de la madre podía ser suplida si el monito podía interactuar con compañeros. Concluía que el foco exclusivo de psiquiatras y psicólogos en el apego a la madre era inadecuado. Había que revisar todo lo que se había escrito sobre las supuestas consecuencias patológicas de la ausencia de la madre. Según Harlow, las disfunciones de personalidad que se habían atribuido a una madre inadecuada (marasmo, hospitalismo, depresión analítica, autismo infantil, debilidad mental y desviaciones sexuales) , no eran atribuíbles exclusivamente a la falta de la madre. Criticaba el trabajo de Freud y su hija Anna Freud por sobrevalorar la relación madre-hijo (padres-hijo), y no tener en cuenta el poder rehabilitador de las relaciones niño-niño, después de una desafortunada relación madre-niño. 

La amistad es muy poderosa. Harlow lo demostró en monos. A lo largo de los años, Harlow aportó pruebas del poder curativo de las relaciones con otros. Una prueba eran los monos “choo-choo” que llegaban a ser competentes socialmente. Una segunda evidencia fueron unos resultados inesperados con las madres punitivas donde para sorpresa de los investigadores se vio que estas madres incompetentes se convirtieron en buenas madres con el segundo hijo sin que la explicación estuviera muy clara. Harlow pensaba que la interacción con el primer bebé podía haber tenido algún efecto. Otra prueba era que si monos trastornados por la deprivación se ponían en contacto con monos normales más jóvenes que ellos, estos monos se les acercaban, interactuaban con ellos, y esto tenía un efecto terapéutico y los monos incompetentes mejoraban, por lo menos parcialmente.

Harlow pensaba que esto era aplicable a humanos , que la interacción con iguales era esencial para del desarrollo normal y que la deprivación de iguales conduciría a patología. Harlow pensaba que la existencia de sistemas afectivos que se compensaban unos a otros tenía mucho sentido desde el punto de vista evolucionista porque estas compensaciones recíprocas permitían unas mayores posibilidades de supervivencia. Bien las madres, o bien los iguales, podían fallar en determinadas etapas del desarrollo y esa diversidad de sistema afectivos era más segura para evitar patología. Esta postura de Harlow rompía totalmente con la ideología de la época, e incluso con la ideología actual, y es algo que no es apreciado sino ignorado por la literatura de nuestros días. El mismo Bowlby nunca citó los trabajos de la segunda época de Harlow (no le venían bien) y tan tarde como 1980 seguí mencionando solo los primeros. Para Harlow no había un origen único del amor sino 5 sistemas afectivos. Esto chocaba con la posición psicoanalítica y con los teóricos del apego, para los que la madre es la fuente original de nuestra capacidad de amar. Harlow hizo seguimientos durante años de estos monos y demostró que la interacción social con iguales podía compensar y curar los efectos negativos de la deprivación de la madre. 

La evolución ha diseñado a los monos rhesus, y según Harlow también a los humanos, de manera que pueden sobrevivir con diferentes amores (la vida es demasiado valiosa para apostarlo todo a un solo tipo de amor). Creo que una cosa clara que sí demuestran estos experimentos es que los primates somos seres sociales y que no podemos vivir aislados. Intentarlo es violar nuestra más profunda naturaleza.

@pitiklinov

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viernes, 30 de mayo de 2014

Jefes Cheyenne y conductas de riesgo

(Publicado originalmente en la Nueva Ilustración Evolucionista el 10-03-2014)

Es un fenómeno relativamente curioso que los famosos indios cheyenne de las grandes llanuras de los actuales EEUU tuvieron históricamente dos tipos de jefes: jefes de paz y jefes de guerra. Los jefes de paz dirigían los asuntos de la comunidad  cuando todo iba bien. No tomaban parte en  incursiones guerreras, ni en luchas intercomunitarias y heredaban el estatus de sus padres. Los jefes de guerra, por contra, eran los responsables de dirigir la tribu en la batalla. Estos jefes de guerra renunciaban al matrimonio y solían hacer el juramento de que no abandonarían el campo de batalla a no ser que los de su bando ganaran (y para asegurar esto se ataban a veces a sí mismos al suelo durante la batalla). No hace falta decir que muchos de estos jefes morían jóvenes. Sin embargo, a los que sobrevivían no les iba nada mal a la larga. Después de una exitosa carrera, podían retirar esos votos que habían hecho de renunciar al matrimonio, y casarse. Siendo auténticas bombas de testosterona (al contrario que los jefes de paz) solían tener muchos hijos (y eso contando sólo los legítimos). Se ha estudiado el éxito reproductivo de estas dos estrategias y se ha visto que se encuentran en un equilibrio evolucionista, las dos son eficaces.

Pero lo más importante sobre estos jefes es su origen. Los jefes de guerra casi siempre eran huérfanos y, en la sociedad cheyenne, viudas y huérfanos se encuentran en lo más bajo de la escala social. Se les trata mal y no tienen muchas perspectivas de conseguir un matrimonio serio y prosperar socialmente. Para un huérfano, ser jefe de guerra podía ser la oportunidad de triunfar en la vida, aunque el riesgo de morir joven era muy alto. Para los que fueran físicamente lo bastante buenos y triunfaran, el retiro sería una especie de nirvana. Se trataba de una estrategia de alto riesgo-alta ganancia que no es adecuada para todo el mundo, por supuesto. El hijo de un jefe de paz no se plantearía ser un jefe de guerra porque tenía la vía abierta al éxito social y matrimonial por medio de la herencia, una vía que no implicaba grandes riesgos. Por contra, para un huérfano la elección era entre quedarse al final de la escalera social sin perspectivas de matrimonio, y con el riesgo de morir joven de todos modos, o tomar riesgos y quizás salir airoso de ellos subiendo a lo más alto de la escala social. Pero sólo podían escoger esta opción los que fueran más duros que la media, los que tuvieran unos buenos genes, para los demás no les quedaba otra opción que permanecer en el fango toda su vida.

El tomar riesgos es algo que está muy grabado en la mente masculina. Una vez que los niños llegan a la adolescencia sus tasas de mortalidad se disparan con respecto a las de las chicas. Carreras de coches, jugar con armas, situaciones de riesgo físico, apuestas, consumo de drogas, desafíos, etc., son mucho más frecuentes en chicos. Esto no implica que las chicas no muestren también estas conductas de riesgo, pero , como grupo, son mucho más cautas que los chicos. En USA entre 2000 y 2007 la tasa de mortalidad anual entre los 15-19 años para chicos blancos fue de 65,7 por 100.000, y para las chicas 39,9 por 100.000, casi la mitad. La mayor parte de estas muertes fueron por accidentes de tráfico y por uso de armas (y podemos apostar que en la mayor parte de los accidentes de tráfico en que fallecieron chicas era un chico el que conducía). 

Desde el punto de vista evolucionista esta diferencia se explica por el diferente éxito reproductivo de hombres y mujeres, este éxito es más variable en hombres y por eso el tomar riesgos puede pagar más dividendos en su caso. La misma situación que acabamos de ver que ha sucedido históricamente con los cheyennes está sucediendo ahora en muchos lugares pobres del mundo. Los hombres jóvenes de favelas o barrios pobres de muchas ciudades se meten en bandas de delincuentes o en cárteles de la droga. Si triunfan conseguirán mucho dinero y mujeres. Tal vez la suerte no les sonría mucho tiempo y mueran jóvenes, pero para entonces ya habrán tenido la oportunidad de reproducirse. El riesgo es alto pero las posibles ganancias también. Hay que vivir rápido y pensar en el corto plazo. Esa estrategia puede funcionar más para los hombres, pero no es una buena estrategia para las mujeres

También se ha propuesto que las conductas de riesgo son una forma de exhibición, de mostrar la calidad o los buenos genes. Todo tipo de competición o de riesgo: la caza, económico, literario, social…es la arena donde demostrar las buenas cualidades que uno tiene y atraer una pareja. Sería el equivalente a la cola del pavo real: en situaciones de riesgo uno muestra lo sobrado que va (el principio del handicap de Zahavi), “mira qué cualidades tengo que me puedo permitir cruzar cuando viene un coche a 5 metros porque sé que no me va a pillar…”. Hay algunos estudios que apoyan esta hipótesis porque se demuestra que cuando hay mujeres presentes los chicos realizan más conductas de riesgo. Y también hay estudios donde se aprecia que las chicas consideran más atractivos a los chicos que realizan estas conductas de riesgo. Esto es así especialmente con las conductas heroicas, aquellas que implican correr un riesgo para salvar a alguien, por altruismo. Esto atrae especialmente a las chicas pero aquí el elemento clave puede ser el altruismo y no la conducta de riesgo, alguien que corre riesgos por salvar a un desconocido se supone que también los correría por su pareja y su prole.

De todos modos, la investigación más reciente en conductas de riesgo ha empezado a matizar que no todos los riesgos son iguales y que no todos ellos atraen por igual a las chicas. Se ha planteado que los riesgos son dominio específicos, aunque no se ponen de acuerdo los investigadores en cuáles son estos campos o dominios. Por ejemplo, no es lo mismo correr riesgos en el juego o con la salud (fumar y beber), que correr riesgos físicos o deportivos, o riesgos sociales (enfrentarse a un jefe o tener ideas diferentes a las del grupo). Parece que los riesgos con la salud o las inversiones no atraen a las mujeres y que los riesgos sociales sí, tal vez porque indican que el hombre va camino de ascender en la escala social. En definitiva, un campo más (como casi todos) en el que tenemos que seguir aprendiendo.

@pitiklinov

Referencias



El origen de la pareja humana

(Publicado originalmente en la Nueva Ilustración Evolucionista el 08-03-2014)

En el último capítulo de su libro The Science of Love and Betrayal, Robin Dunbar analiza el origen del vínculo de pareja en humanos, la monogamia. En mamíferos la monogamia es rara: alrededor del 5%, y en primates sigue siendo rara ya que sólo el 15% de especies son monógamas. Vamos a ver los argumentos y conclusiones de Dunbar. 

En la Naturaleza los vínculos de pareja evolucionan por cuatro razones:
1- Permitir que el macho monopolice el acceso sexual a la hembra, para asegurarse así que él es el padre (hipótesis de la vigilancia de pareja)
2- Reducir el riesgo de que la descendencia sea eliminada por depredadores
3- Reducir el riesgo de que la descendencia sea eliminada por machos infanticidas de la misma especie (hipótesis del guardaespaldas).
4- Permitir que el macho contribuya a la crianza de la prole.

En el primer caso, el vínculo de pareja sirve a los intereses del macho y esperaríamos que sea el macho el que trabaja más duro para mantener la relación, porque es el que más tiene que perder. Por eso se le le llama a esta hipótesis la de la vigilancia de pareja (mate guarding). Un ejemplo de este modelo es el pequeño antílope klipspringer del este de África. Casi nunca se separan más de unos metros y si ves uno puedes estar seguro de que el otro miembro de la pareja está muy cerca. No suelen alimentarse a la vez y cuando uno come el otro vigila. 

La segunda y tercera posibilidades son muy parecidas, sólo se diferencian en quién es el asesino o depredador de la prole, un animal de otra especie, o uno de la propia. En estas hipótesis los dos miembros de la pareja estarían igual de interesados en mantener el vínculo porque ambos pierden sus genes si pierden la prole. El infanticidio por otros machos en monos y simios es un riesgo perenne debido a la duración del embarazo y la lactancia. En mamíferos, incluidos humanos, la hembra no vuelve a entrar en una condición reproductiva hasta que desteta a la cría previa. Mientras la cría chupa de los pezones se liberan unas hormonas que impiden que los ovarios pongan en marcha el ciclo menstrual. Este sistema es muy sensible a la tasa de succión (una vez cada cuatro horas) más que al tiempo que el bebé está chupando del pezón. Cuando la cría deja de chupar por debajo de un umbral de frecuencia, la maquinaria hormonal despierta y se pone en marcha. Por lo tanto, deshacerse del bebé es una buena estrategia, desde el punto de vista del macho, para que la hembra vuelva a ser fértil. Son especialmente peligrosos los machos jóvenes que se acaban de incorporar a un grupo y se han hecho dominantes, porque tienen prisa por reproducirse todo lo posible antes de que pierdan la condición de dominantes. 

Por esto, unirse a un macho concreto que actúe como guardaespaldas y la defienda de depredadores, y especialmente de otros machos, es una opción atractiva para una hembra. Ella intercambiaría acceso sexual exclusivo a cambio de protección. Para el macho esta opción es menos atractiva porque podría seguir reproduciendo siendo infanticida. Esta explicación se llama la hipótesis del guardaespaldas. En este caso, entonces, la hembra es la que más tiene que ganar formando la relación y esperaríamos que fuera la que más hiciera por mantenerla. Esta sería la solución adoptada por los gorilas.

La cuarta explicación asume que los vínculos de pareja existen para que el cuidado biparental sea posible. Dentro de ella hay dos variantes: 
a) que ambos sexos puedan proveer el cuidado paterno con la misma facilidad. Este es el caso de los pájaros donde ambos pueden incubar y ambos pueden traer comida. Por ello el 85% de lo pájaros son monógamos sociales. Pero en mamíferos la “incubación” se hace en el útero y sólo la puede hacer la hembra, igual que la alimentación posterior que es principalmente la leche y los machos no lactan. 
b) una división del trabajo según la que un miembro de la pareja provee el cuidado de la cría y el otro aporta comida que mantiene a la madre y al hijo. El mejor ejemplo conocido de esta variante es el de los cánidos (lobos, zorros, coyotes…). Esta familia es única entre los mamíferos porque es monógama sin excepción. La razón es que el macho puede alimentar tanto a la hembra como a las crías por medio de comida semidigerida, mientras la hembra atiende a la prole. El macho lleva la comida en el estómago y la regurgita al llegar a la madriguera y esa comida es perfectamente comestible por las crías. Esta conducta no la podría ejecutar un herbívoro porque la hierba semidigerida no es tan eficaz como la carne semidigerida. En primates hay ejemplos también de esta división del trabajo, como los monos titís y el tamarindo en los que las hembras tienen gemelos y el macho hace todo el cuidado de las crías.

La pregunta ahora es: ¿dónde encaja la pareja humana dentro de estas cuatro posibilidades? Bien, la visión tradicional es que la pareja humana está dentro de la cuarta posibilidad, la del reparto de trabajo. Pero Dunbar no está de acuerdo con esto. Argumenta que los cálculos que se han hecho de los costes energéticos de un cerebro tan grande como el nuestro no se pueden cubrir con la participación del macho en la crianza, ni pasando a consumir carne, sino que la única solución era disminuir la tasa de crecimiento y prolongar el periodo de cuidado parental. También cita a Kristen Hawkes que ha planteado que el objetivo de la caza no es en realidad aportar comida a la familia sino que es una competición donde los machos demuestran los buenos genes que tienen, es decir, que es más una estrategia para ligar que para alimentar a la prole. De hecho, hay estudios que encuentran que la mayoría de las calorías de la dieta de los cazadores recolectores las aporta la recolección (realizada por mujeres) y no la caza. Por último argumenta que el macho no tenía que ser necesariamente la mejor opción para ayudar a la mujer en el cuidado infantil. Kristen Hawkes es la autora de la hipótesis de la abuela de la menopausia y está claro que tanto la abuela como las hermanas podrían ayudar a la madre seguramente mejor que el padre.

Admitiendo que los machos no colaboran mucho en la crianza, que abuelas y hermanas lo harían mejor, y que encima no aporta apenas carne, ¿por qué iban a querer las mujeres vincularse a los hombres? De las otras posibilidades podemos descartar rápidamente la hipótesis de que sea para defender a las mujeres de depredadores. La mayoría de primates se defienden de depredadores aumentando el tamaño del grupo, pero ese grupo no tiene que estar formado de un determinado tipo de individuos, es decir, un grupo grande de hembras funciona igual de bien que uno de machos. También podemos descartar la hipótesis de la vigilancia de pareja. En primates, como chimpancés y mandriles, la vigilancia de pareja no dura más de unos días, mientras la hembra es fértil, y luego los machos desaparecen a buscar otra hembra fértil. Ninguna de estas especies tiene vínculos duraderos de pareja…así que sólo nos queda  la hipótesis del guardaespaldas.

Los cazadores recolectores han vivido en grupos de 150 individuos repartidos en 3-4 bandas de entre 30 y 50 personas. En estos grupos podría haber 10-12 hombres y un problema de acoso sexual permanente para las mujeres. Orangutanes y chimpancés frecuentemente acosan a las hembras cuando están en celo para forzarlas a tener relaciones sexuales. Estos ataques impiden que las hembras se alimenten con normalidad, las estresan (elevan el cortisol) y muchas veces provocan heridas. El estrés puede asociarse a infertilidad así que las hembras enfrentan riesgos importantes por este acoso. En el caso humano, un poderoso argumento son las estadísticas de actos criminales y violaciones. Sin ir más lejos, esta semana hemos conocido un informe de la UE sobre el acoso y la violencia contra la mujer en Europa que encaja perfectamente con este tema del acoso en primates que estamos comentando (hasta 9 millones de violaciones en Europa…,aunque habría que matizar muchas cosas de este informe). Si esto ocurre en tiempos modernos podemos suponer que en la prehistoria sería peor todavía. Hay también estudios (de Margo Wilson y Susan Mesnick) donde el riesgo de acoso sexual es 4-5 veces más alto en mujeres solas que en pareja y es ilustrativo que cuando investigadoras mujeres han ido a clubs y salas de baile a estudiar el cortejo al final fue necesario que fueran acompañadas por hombres de forma clara y evidente para todos, porque en caso contrario los hombres las molestaban tanto que no podían recoger datos. Así que creo que podemos conceder que los machos suponen un riesgo de depredación sexual para la mujer. Lo que no sé cómo encajar en esta hipótesis del guardaespaldas es cuando el depredador lo tienes en casa y no en la calle, cuando el acosador y maltratador es precisamente la pareja que se supone, según Dunbar, que debería protegerte (aunque estadísticamente hablando se supone que estos casos son minoría).

Queda por dilucidar un asunto controvertido: ¿quién pone más interés en el mantenimiento de la pareja? ¿los hombres o las mujeres? Si la hipótesis que explica mejor el vínculo de pareja humano es la del guardaespaldas, se supone que debería ser la mujer la más interesada en mantener la relación. Sobre esto hay muy poca investigación y Dunbar cita algunas encuestas donde son los hombres los que tienen menos apego a la relación, así como otros estudios donde las rupturas parecen afectar más a las mujeres, pero desde luego la evidencia aquí es muy débil.

Resumiendo, Dunbar propone que el vínculo de pareja evolucionó en humanos para resolver el problema del acoso hacia ellas por parte de los hombres, y del riesgo de infanticidio. Las mujeres “alquilaron” un guardaespaldas para defenderse del acoso sexual de otros hombres pagando con sexo esa protección. Esto ocurrió relativamente tarde en nuestra evolución probablemente con el humano moderno, hace unos 200.000 años. No sé qué pensaréis los hombres que estáis leyendo esto pero como que no nos deja en muy buen lugar, ¿no? En el de mafiosos para ser exactos.

@pitiklinov

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Los dedos de la mano y la Monogamia

(Publicado originalmente en la Nueva Ilustración Evolucionista el 06-03-2014)

Es conocido que el nivel de hormonas al que se expone un feto en el útero influye en la longitud de los dedos de la mano. Cuando el ambiente uterino es alto en testosterona, el cuarto dedo, el dedo anular, es más largo que el segundo dedo, el índice. Por contra, si el ambiente placentario es  bajo en testosterona el segundo dedo es más largo que el cuarto. El llamado cociente 2D:4D es un rasgo sexual dimórfico, las mujeres tienen (estadísticamente, porque hay un solapamiento entre ambos sexos) un cociente alto (dedo índice más largo), mientras que los hombres tienen un cociente más bajo (el dedo anular más largo). Mujeres que han estado expuestas a altos niveles de andrógenos durante el embarazo, como ocurre en la hiperplasia adrenal congénita o en el ovario poliquístico, tienen con más frecuencia una mano “masculina” (cociente 2D:4D bajo). Lo mismo ocurre en el caso de las mujeres que han sido gemelas con un varón y en el caso del autismo.

La explicación para este hecho es compleja y se ha propuesto que tiene que ver con la sensibilidad a los andrógenos de los genes homeobox (HOX), responsables del desarrollo de los metámeros corporales. Los genes posterior HOXa y HOXd organizan el desarrollo de los dedos y también de las gónadas y del pene; de ahí que esas leyendas urbanas que hablan de una relación entre el tamaño de las manos, o los pies, con el tamaño del pene tengan un cierto sentido científico (Sean B Carroll comenta que hay una relación entre el tamaño del pie y el del pene, pero que es muy pequeña). El cuarto dedo, el anular, parece ser especialmente sensible al nivel de testosterona porque tiene un mayoría número de receptores para la misma. También se ha visto que el cociente 2D:4D es heredable en un grado moderado-alto. De todos modos, no se comprenden todos los mecanismos fisiológicos subyacentes. Conviene recordar que los andrógenos del ambiente fetal pueden ser producidos por las gónadas y glándulas suprarrenales tanto de la madre como del feto y no se conocen todos los detalles implicados (por ejemplo, el cociente 2D:4D podría tener también que ver con diferentes sensibilidades de los receptores de testosterona a la misma).

Este cociente 2D:4D se ha relacionado con muchas cosas, una de ellas la orientación sexual. Uno de los últimos estudios sobre este asunto (un metaanálisis de 2010 ) concluye que no hay diferencias en este cociente entre varones heterosexuales y gays pero que  las mujeres lesbianas sí tienen una mano más masculina que las heterosexuales. Un cociente bajo (mano masculina) se ha relacionado en ambos sexos con una mayor competición intrasexual, con niveles más altos de agresión, con conductas de búsqueda de parejas, y , en los machos, con una mayor dominancia, fortaleza física, búsqueda de estatus y conductas de atracción de parejas. Un cociente alto (mano femenina) se ha relacionado con conductas prosociales y mayor sensibilidad a los niños. Hay que señalar que las correlaciones son habitualmente débiles y no se replican en todos los estudios. Se admite que los niveles de testosterona influyen en la maduración cerebral, unos niveles bajos de testosterona prenatal en líquido amniótico  se asocian a mayor socialidad, mayor frecuencia de contacto visual, puntuaciones más altas en la calidad de la relación madre-hijo. En humanos, un cociente bajo (masculino) se asocia con alta competición intrasexual, promiscuidad, agresión y dominancia.

Lo que es menos conocido es que existe una relación entre el cociente 2D:4D y la selección sexual. Se ha demostrado que dentro del mismo grupo étnico hay una correlación entre los cocientes de hombres y mujeres, pero no entre grupos étnicos distintos. Y se ha comprobado una relación entre el sistema social, es decir el tipo de matrimonios, y el cociente 2D:4D. Las poblaciones en las que hay poligamia (poliginia) tienen un cociente 2D:4D más bajo (más masculino) que las poblaciones en las que predomina la monogamia. La explicación sería que en sociedades donde hay que competir por parejas y recursos, esta competición seleccionaría para un ambiente uterino con niveles elevados de testosterona, para preparar al individuo para el futuro que le espera (incluídas hembras, ya que la competición en las jerarquías sociales femeninas también requiere testosterona). 

Emma Nelson, de la Universidad de Liverpool, ha dedicado una buena parte de su carrera a estudiar este tema del cociente 2D:4D y su relación con la selección sexual, con la monogamia y la poligamia, entre otras cosas porque este enfoque puede arrojar alguna luz sobre el vínculo de pareja humano y su origen. En uno de sus trabajos compara el cociente 2D:4D en 37 especies de antropoides y los relaciona con su sistema de emparejamiento. El resultado es que las especies monógamas tienen un cociente alto (femenino) y las especies promiscuas tienen un cociente bajo (masculino). Como curiosidad, señalar que los chimpancés tienen una mano más masculina que los bonobos, lo que tal vez tenga que ver con que  la sociedad chimpancé es más competitiva y la bonoba más tolerante. Los gibones (monógamos) tienen un cociente alto (mano femenina). Los machos tenían las manos más masculinas que las hembras en sociedades promiscuas, pero no en especies monógamas. También había asociación entre sociedades donde había competición entre hembras y manos más masculinas (anular más largo) en ambos sexos. En conjunto, el trabajo demuestra que una temprana exposición a andrógenos se asocia con competición sexual en la etapa adulta. Y un dato muy importante es que el cociente 2D:4D humano se encuentra a mitad de camino entre el de las especies antropoides monógamas (gibones) y las promiscuas (grandes simios). Este resultado coincide con el tamaño de los testículos de los humanos que se relaciona con la competición espermática, que es también intermedio entre especies promiscuas como el chimpancé y otras en las que no hay competición espermática (gorila).
Emma Nelson

Pero en otro trabajo todavía más interesante Emma Nelson estudia las manos (las falanges) fósiles de un humano temprano, un  Ardipiteco, 5 Neandertales , un Australopiteco, un Hispanopiteco y un Pierolapiteco. El resultado es que todas las especies vivieron en sociedades promiscuas, siendo el Australopiteco el único que muestra  un cociente compatible con un sistema monogámico. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de una muestra muy pequeña y que las conclusiones a partir de estos datos son muy débiles. Sin embargo, a falta de algo mejor las conclusiones provisionales serían que tanto neandertales como humanos tempranos vivieron en sociedades poligínicas o promiscuas, donde había alta competición sexual, y que la pareja de tipo monogámico en la especie humana es de aparición relativamente moderna, ocurriendo relativamente tarde en nuestro linaje.

@pitiklinov

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lunes, 26 de mayo de 2014

Juntos pero no revueltos. Fronteras para vivir en paz.

Acaba de salir en la revista PLOS ONE un artículo que expone la teoría (denominada Teoría de la Distribución Geográfica) de que lo más importante para que se de una coexistencia pacífica entre grupos étnicos diferentes es establecer unas buenas barreras y fronteras (geográficas o políticas) entre ellos. La teoría es atrevida porque abandona todos los conceptos usualmente sostenidos de que los conflictos y la paz se basan en las relaciones interpersonales e intergrupales, así como en contextos históricos, sociales, económicos y políticos. Para esta teoría la clave es la distribución geográfica de las poblaciones.

De forma significativa, lo que estos autores plantean es que hay dos condiciones que conducen a la paz: o estar muy mezclados o estar muy separados. Lo primero es lo que se suele buscar habitualmente, una sociedad integrada en la que convivan ciudadanos de diferentes creencias y opiniones. Lo segundo corresponde a la separación espacial, a la división y a la autodeterminación. Lo que estos autores proponen es una tercera vía, que es establecer fronteras internas dentro de un estado, correspondientes a diferencias de lengua y religión, pero en las que hay cooperación entre los grupos a la vez que autonomía.

En el artículo estudian el caso de Suiza, un país pacífico, estable y próspero en el que hay diversidad lingüística y religiosa, circunstancias que en otros países llevan a conflictos. El análisis muestra que la paz no se debe a una coexistencia integrada, sino que se debe a barreras topográficas y políticas que separan a los grupos, permitiendo una autonomía parcial dentro de un mismo país. En Suiza, las montañas y los lagos constituyen una buena parte de las fronteras que separan zonas lingüísticas (alemán, francés e italiano, principalmente) . Los cantones políticos y subcantones separan los grupos religiosos (principalmente católicos y protestantes). Justamente en una región donde la cordillera montañosa es porosa y se da mezcla entre grupos lingüísticos, es el único lugar en que ha habido problemas en Suiza y eso ha llevado a la creación del cantón de Jura. Según los autores, la violencia entre grupos puede ser inhibida por límites físicos y políticos. Un análisis similar que realizan de Yugoslavia, es también congruente con su modelo: los conflictos aparecieron donde los límites políticos existentes no coincidían con los límites de los distintos grupos, pero sí había paz donde coincidían. Según los autores, el caso suizo puede servir de modelo para resolver conflictos en otros lugares y regiones del mundo.

La Teoría de la Distribución Geográfica dice que la violencia  surge por la estructura de las fronteras más que por conflictos inherentes entre los grupos. Aunque factores sociales o económicos pueden desatar la violencia, ésta ocurre cuando la estructura espacial de la población crea una propensión al conflicto. Por lo tanto, la heterogeneidad espacial predice por sí misma la violencia. Como decíamos más arriba, si los grupos están muy mezclados en una región, no persisten grupos lo suficientemente grandes que desarrollen una fuerte identidad colectiva, y entonces no hay conflicto. Por el otro lado, si dos grupos más grandes de un determinado tamaño crítico, están separados, suelen formar entidades autosuficientes con soberanía propia. El problema aparece cuando  hay separación parcial con límites mal definidos. La violencia aparece cuando los grupos tienen un tamaño geográfico intermedio, suficiente para imponer unas normales culturales pero no de forma total porque se solapa con otro grupo cultural. Insisten en que el modelo depende exclusivamente de la geografía de la población y es independiente de las razones por las que se ha llegado a esa geografía, sea por elección individual, o por migraciones internas o externas. La conclusión de los autores es que cuando la partición dentro de un país es vista como una forma aceptable de mitigar los conflictos, dicha partición puede dar lugar a una coexistencia altamente estable y pacífica.

Lo que esto me sugiere es que, si miramos macroscópicamente este asunto, si observamos a vuelo de pájaro las poblaciones humanas, es asombroso su parecido con las poblaciones bacterianas. La lengua o la religión parecen jugar en humanos el mismo papel que los fagos o virus de bacterias cumplen en las bacterias. Cuando una bacteria es infectada por un fago eso le confiere una identidad, ese fago suele producir una toxina, y una bacteria infectada no se deja infectar por ningún otro virus, se crean especies diferentes. Es llamativo que la lengua o la religión, o, en general, las creencias, parecen actuar de forma similar a estos virus productores de toxinas. Hablamos de ello en esta entrada sobre creencias e identidad. Personalmente lo encuentro decepcionante. Toda nuestra filosofía, metafísica, política, ciencia y cultura, de la que tan orgullosos estamos, nos conducen a una solución que las bacterias ya habían encontrado. ¡3.500 millones de años de evolución para nada! Pero bueno, a los que seguís este blog probablemente tampoco os sorprenda porque uno de los hilos conductores del mismo es la idea de que los informes acerca de la racionalidad humana han sido grandemente exagerados.

@pitiklinov

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Nota: la Txori-Herri Medial Association ya había realizado en broma una propuesta similar a esta en 1999. Ver la carta abierta de Milosevic 

sábado, 24 de mayo de 2014

Gorilas y hablar conduciendo

Christopher Chabris y Daniel Simons son mundialmente famosos por el experimento del gorila, uno de los más conocidos en Psicología. Es ese famoso vídeo en el que te piden que cuentes los pases que hacen con el balón dos equipos de baloncesto y mientras estás contando aparece una chica disfrazada de gorila que se queda en el centro de la escena varios segundos, hace algo llamativo según las diferentes versiones y luego se va. A pesar de estar en escena unos 7 segundos, la mitad de la gente no ve el gorila. Si no conoces el vídeo, lo tienes en la página web de un libro escrito por estos autores llamado El Gorila Invisible. 

En este libro, Chabris y Simons tratan de 6 ilusiones de la vida cotidiana y la primera es la que ejemplifica el experimento del gorila: la ilusión de la atención, o ceguera por inatención. La ilusión de la atención consiste en que experimentamos menos parte del mundo visual de lo que nosotros creemos, en la creencia errónea de que procesamos toda la detallada información (en este caso visual) que nos rodea. Creemos que atendemos (y que por lo tanto notamos y recordamos) mucho más mundo alrededor de nosotros del que realmente captamos. Creemos que deberíamos ver cualquier cosa que está justo enfrente de nosotros, pero la realidad es que sólo captamos una pequeña parte del mundo visual que nos rodea. También creemos que si dirigimos nuestros ojos a algo lo vamos a ver conscientemente. Y, aunque parezca contraintuitivo, eso no es cierto. En diferentes experimentos del gorila se han colocado aparatos en los ojos a los sujetos que nos permiten saber a qué lugar de la escena están mirando, y, sorprendentemente, se ha comprobado que los sujetos que no vieron el gorila le miraron durante un segundo, exactamente igual de media que los que sí lo vieron.

Entre los ejemplos de ilusión de atención que estos autores tratan en el libro hay uno muy importante por la gravedad de sus consecuencias. Tanto una extensa investigación, como estudios epidemiológicos, demuestran que conducir mientras se habla por teléfono es muy peligroso. Según algunos estudios el daño a la conducción causado por hablar por teléfono es comparable a los efectos de conducir intoxicado. A pesar de ello, mucha gente cree que esto no les afecta a ellos, que los demás son unos inútiles y no deberían hablar por teléfono pero que cada uno de nosotros sí podemos hacerlo. Hay que decir también que los sistemas de manos libres no disminuyen ese riesgo. El riesgo de hablar por teléfono no se debe al manejo del teléfono con las manos, sino a nuestras limitaciones de atención y de autoconciencia de lo que hacemos. Experimento tras experimento demuestra que el manos libres no tiene beneficios frente a teléfono manual.

Tal vez te sorprenda saber también que hablar con un pasajero no tiene prácticamente ningún riesgo ni afecta apenas a la capacidad de conducir. ¿Por qué? Primero, porque el esfuerzo para oír a alguien que está a tu lado es menor que intentar entender a alguien por teléfono. Segundo, porque el pasajero aporta otros dos ojos para controlar la carretera. Pero la razón más importante es que el pasajero está siguiendo el tráfico como el conductor y si ve que hay que realizar alguna maniobra complicada, o algo que requiere atención, se va a callar y continuará luego la conversación. La persona que habla por teléfono no ve esto y sigue suponiendo una presión para el conductor para que siga hablando.

Pero, volviendo a la ilusión de atención en general, si esta ilusión es tan grave, ¿cómo ha podido sobrevivir nuestra especie para escribir acerca de ella? ¿Por qué no se comieron los tigres a nuestros despistados ancestros? Por un lado hay que decir que la ceguera por inatención y la acompañante ilusión de la atención son consecuencias de la vida moderna. Aunque nuestros ancestros tuvieran problemas de atención, su mundo visual era menos demandante. Nuestros circuitos neurológicos de atención y visión están construidos para peatones, para velocidades de a pie, no para velocidades de coche. Mientras caminamos, un retardo de unos segundos no va a tener consecuencias, pero, conduciendo, un retraso de una décima de segundo puede ser fatal.

Por otro lado, la gente tiene confianza en que puede hablar por teléfono conduciendo porque no han encontrado nunca evidencia de que no puedan hacerlo. Y por “evidencia” nos referimos  a una experiencia personal, no a anuncios o historias de que eso les pasa a los demás. Experiencia personal es  que nos ocurra - o estemos a punto de sufrir- un accidente. Es paradójico y curioso pero los conductores que  cometen errores no los notan, precisamente porque están distraídos. Somos conscientes sólo de los objetos inesperados que captamos, no de los que nos han pasado desapercibidos. Por eso pensamos que tenemos una buena percepción del mundo exterior.

¿Y cuál es la solución de la ilusión de la atención? Pues es muy difícil, porque es algo inherente a nuestra capacidad de concentrarnos. La atención es un juego de suma cero: si atendemos a una cosa desatendemos a todas las demás, es así como funciona nuestro cerebro. Para ver todo lo que hay en una escena deberíamos mirarla en plan contemplativo, sin fijarnos en nada en especial, sin contar pases ni nada por el estilo, y así veríamos el gorila. Pero de esa manera nos perdemos todos los beneficios de la capacidad de concentrarnos especialmente en algo. En definitiva, confiemos en la suerte de que -la mayoría de las veces- no detectar algo inesperado no tiene mayores consecuencias.

@pitiklinov

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Teoría de la Evolución y Normalidad en Psiquiatria

(Publicado originalmente en la Nueva Ilustración Evolucionista el 02-03-14)

La patología no es de otro orden que lo normal; la naturaleza no da saltos sino que pasa continuamente de lo normal a lo patológico.
-Francois-Joseph-Victor Broussais

El problema más grave a la hora de definir enfermedad mental es si conceptos como enfermedad y trastorno son términos científicos, biomédicos, objetivos, reales, o si son términos sociopolíticos que implican un juicio de valor.¿Puede la Teoría de la Evolución ayudarnos a definir lo que es normal y anormal en Psiquiatría? Jordan Smoller (Smoller, 2013) responde con un rotundo sí: 

“ La única forma de entender cómo se desbaratan el cerebro y la mente es saber primero cómo fueron diseñados para que funcionaran. Las disfunciones mentales existen porque hay funciones que se pueden perturbar. Los trastornos de ansiedad existen porque tenemos mecanismos cerebrales diseñados para detectar la amenaza y reaccionar ante ella. Cuando estos mecanismos se distorsionan o exageran, el miedo o la ansiedad pueden arruinarnos la vida”.

Para Smoller, cartografiar el territorio de lo normal es un trabajo fundamental para la Psiquiatría  porque la mejor forma de entender muchos trastornos es como perturbaciones de sistemas y mecanismos normales. Sin una referencia básica de cómo funcionan la mente y el cerebro, nuestras definiciones de anormal y normal dependen mucho de qué conductas decidamos que son inusuales, extrañas o problemáticas. Y en estas decisiones pueden influir fácilmente las modas culturales, la tradición histórica y las opiniones “autorizadas”. En lugar de partir de lo anormal deberíamos partir de lo normal: ¿Para qué se construyeron la mente y el cerebro? ¿Cómo se desarrollaron las funciones mentales y neuronales? ¿Cómo están organizadas?
Y Smoller cita a Jerome Wakefield, el autor que ha hecho la propuesta más seria hasta la fecha para utilizar la teoría de la evolución en la definición del trastorno mental (Wakefield, 1992, 2007). No se trata de una definición de trastorno mental perfecta, tiene sus problemas y, por supuesto, ha sido criticada por muchos autores, pero también es verdad que, hasta la fecha, nadie ha puesto sobre la mesa una propuesta mejor, ni basada en la teoría de la evolución, ni de otro tipo. El resto de la entrada la voy a dedicar a comentar y discutir en detalle esta propuesta.
La propuesta de Wakefield es una definición relativamente sencilla: “un trastorno es una disfunción perjudicial”. Esta definición es una definición híbrida, porque tiene dos componentes, uno es el daño o el perjuicio que genera, y este componente se refiere una condición que es valorada como negativa por los estándares socioculturales (los valores sociales). La eterna discusión a la hora de definir la enfermedad es si las enfermedades son entidades naturales o reales, o si son construidas por la cultura. Una cosa se puede considerar perjudicial en una cultura o sociedad y no en otra. De esta manera, Wakefield incorpora en su definición el componente de “construcción” que inevitablemente contiene toda definición de enfermedad. Pero, al hablar también de disfunción, está hablando de un hecho biológico, de una realidad, de algo comprobable científicamente, que no es totalmente arbitrario. La disfunción la ancla Wakefield en la biología evolucionista, es el fallo de un mecanismo psicológico para funcionar como fue seleccionado por la selección natural.

               Definición de Trastorno de Jerome Wakefield

Trastorno= Disfunción + Daño

Daño: condición juzgada negativa por los estándares socioculturales

Disfunción: un fallo en la función diseñada biológicamente. Se ancla en la Biología Evolucionista y se refiere al fallo del mecanismo interno para llevar a cabo las funciones diseñadas por la Selección Natural
          El concepto de Wakefield del trastorno mental como una “disfunción perjudicial o dañina” satisface por igual a los valores y a la biología. La primera condición básica de un trastorno mental es que implique unos estados mentales, o unas conductas, que sean dañinos para la persona. La esquizofrenia, Trastorno Bipolar, Depresión y demás cumplen claramente este criterio. Pero el daño no basta para definir un trastorno mental. Muchas cosas pueden resultar dañinas, el analfabetismo por ejemplo, pero no se nos ocurre llamarlas trastornos. El otro requisito es que los estados mentales o las conductas sean consecuencia del fracaso de una función diseñada biológicamente. Nuestro cerebro existe para realizar determinadas funciones que han sido diseñadas a lo largo de millones de años por la selección natural.
La definición de Wakefield tiene problemas. Vamos a ver algunos de ellos. El primero  sería el del daño. ¿daño para quién? ¿para el paciente o para los demás? En el caso de la Psicopatía o de la Pederastia el daño es principalmente para los demás, el paciente no se siente perjudicado por ningún trastorno. ¿Quién decide que existe un daño? ¿El paciente o los demás? Un paciente psicótico o maníaco tampoco se siente perjudicado. Pero si aceptamos que quienes decidan si hay un daño sean los demás, o la sociedad, empezamos a pisar un terreno resbaladizo abriendo la puerta a excesos como los de la U.R.S.S comunista donde los disidentes políticos eran considerados enfermos mentales. La defensa de Wakefield a este respecto sería recordar que el componente de daño no es suficiente y que habría que demostrar además la existencia de una disfunción, pero vemos que decidir si hay un daño no es tarea fácil.
Jerome Wakefield
Una segunda crítica que se le ha realizado es que el término disfunción, aunque pretende ser objetivo y basado en hechos, esconde en realidad unos valores. Intrínsecamente se dice que un supuesto mecanismo no está funcionando como debiera, por lo tanto, que esa diferente manera de funcionar es negativa y el empleo de la palabra “fallo” implica valores. Filosóficamente, esta crítica puede tener su punto de razón, pero en la práctica no me parece muy sólida. Si aceptamos que la función del corazón es bombear sangre y un corazón con insuficiencia cardíaca no está bombeando sangre como debiera, por supuesto que ese mal funcionamiento implica una valoración negativa, pero si llevamos las críticas hasta este extremo entonces es imposible definir trastorno o enfermedad. Creo que no es sensato admitir que un paciente que se está asfixiando por una insuficiencia respiratoria, o un paciente con Alzheimer al que se le olvida todo, simplemente están funcionando de otra manera…
Otra crítica que considero que tiene mucho más peso es que no conocemos en la mayoría de los casos en Psiquiatría cuáles son los mecanismos psicológicos normales diseñados por la selección natural y, por lo tanto, no conocemos cuáles son los mecanismos disfuncionales causantes del trastorno. Conocemos muy poco acerca de los mecanismos cerebrales subyacentes a las funciones psicológicas básicas, aunque intuimos que existe una disfunción biológica, y tampoco conocemos los caminos evolucionistas por los que llegaron a existir esas funciones psicológicas. Actualmente, y a pesar de todos los esfuerzos, los trastornos mentales son conceptos descriptivos sin que podamos decir nada sobre los posibles mecanismos biológicos subyacentes. No existe todavía ni un marcador biológico en Psiquiatría ni unos factores genéticos delimitados. Pero es que la Psicología y Psiquiatría evolucionista se encuentra todavía en pañales y tampoco puede aclarar y definir cuántos mecanismos psicológicos tenemos y su evolución filogenética desde estadios iniciales en animales inferiores hasta el ser humano. Basándome en estos datos, creo que la definición de Wakefield es en principio una buena definición, pero prematura, se adelanta a los tiempos, es un buen programa para investigación, para definir qué es lo que deberíamos hacer y buscar en el futuro, pero creo que no estamos todavía en condiciones de llevarla a la práctica. Tal vez por eso, el grupo de trabajo del DSM-5 no ha podido incorporarla. Sólo como ejemplo y experimento mental, la situación ideal sería la siguiente. En las últimas décadas hemos ido conociendo un mecanismo psicológico que se ha denominado “Teoría de la Mente”, que es un mecanismo para detectar las intenciones, deseos y motivaciones de los demás. Sabemos que este mecanismo psicológico se sustenta sobre una neurobiología que implica a la articulación temporoparietal, la corteza prefrontal medial y la corteza cingulada posterior. Conocemos, asimismo, que este mecanismo mental es disfuncional en el Autismo. Bien, éste sería el sueño de una clasificación psiquiátrica futura: un mecanismo mental definido y una enfermedad asociada a su fallo. (por supuesto el autismo no es simplemente un fallo de la Teoría de la Mente, pero no habría en principio graves problemas teóricos para que una enfermedad implicara el fallo de varios mecanismos). Evidentemente, estamos lejos de este objetivo.
Me voy a permitir en este punto un inciso para señalar un hecho que, tal vez, solemos pasar por alto en Psiquiatría. Decíamos ahora mismo que no sabemos cuáles son los mecanismos psicológicos normales de la mente humana, pero es que tampoco sabemos cuáles son los “mecanismos curativos normales” en Psiquiatria. Si yo me fracturo un hueso, el tratamiento es reducir e inmovilizar el miembro afectado, pero la curación la realiza el propio organismo que tiene mecanismos para reparar y consolidar el hueso fracturado, o para cicatrizar en el caso de las heridas, etc. No sabemos cuáles son los mecanismos mentales curativos equivalentes a la cicatrización o a la consolidación de fracturas en el plano físico. El concepto que más se ha acercado a este punto es el de Resiliencia, pero no ha habido un esfuerzo suficiente por aclarar los mecanismos psicológicos y biológicos que utiliza el organismo (si es que existen) para recuperarse de una psicosis, de una depresión, o de un TEPT. Soy consciente de que no es tarea fácil, pero creo que es un objetivo que no se ha señalado ni perseguido suficientemente a nivel teórico.
Jordan Smoller
Volviendo a las críticas a la definición de Wakefiel, Murphy y Woolfok han escrito bastante al respecto (Murphy y Woolfok, 2000). Uno de sus planteamientos es que puede haber trastornos sin disfunción, es decir, que el mecanismo psicológico está funcionando correctamente pero ha cambiado el ambiente, por lo que ese mecanismo ahora resulta disfuncional. Creo que esto es fundamentalmente un matiz y que la medicina evolucionista (Nesse y Williams,1994) contempla este caso del “desajuste” entre el mecanismo evolucionado y el ambiente entre sus causas de enfermedad. Uno de los ejemplos clásicos es nuestro apetito por las grasas y los dulces, que era perfectamente adaptativo en un mundo donde había escasez de los mismos, pero que se ha vuelto problemático en un mundo donde disfrutamos de abundancia de alimentos. En última instancia este problema del desajuste se debe a que la selección natural trabaja en una escala de tiempo muy larga, y le lleva miles, o millones de años, realizar sus ajustes.

Trastornos, Condiciones Tratables y Medicalización

Nos vamos a introducir ahora en terrenos todavía más complejos y filosóficos, pero el objeto de estudio lo requiere. Supongamos que tenemos los conocimientos psicológicos de los que ahora carecemos, y que somos capaces de definir los mecanismos psicológicos que componen la mente humana (los órganos mentales, por así decir), así como los trastornos resultado de su mal funcionamiento, y que aceptamos la definición de Wakefield. ¿Quiere esto decir que la Medicina –o la Psiquiatría- sólo debe tratar los trastornos mentales? El mismo Wakefield señala que los trastornos no son las únicas condiciones que los individuos, los médicos y los profesionales de la salud mental consideran merecedores de tratamiento. Es decir, condiciones que no son disfunciones evolucionistas pueden ser consideradas perjudiciales o dañinas, y ,sin embargo, podríamos considerar que algunas disfunciones evolucionistas son deseables o que no producen daño. Y aquí es donde toda la discusión que hemos seguido hasta ahora parece que no nos ha servido de mucho. Si el objetivo último de la definición de Wakefield era diferenciar problemas de la vida, o cosas que no son trastornos, de verdaderos trastornos, se supone que era para tomar decisiones en la práctica y para dejar fuera del campo de la Medicina, o de la Psiquiatria, problemas que no le pertenecen, y resulta que no lo hemos conseguido. Aparece ahora un nuevo concepto, “Condición Tratable”, que a fin de cuentas es lo que tiene importancia en la práctica para la vida del paciente y para el ejercicio de los médicos, convirtiéndose la definición previa de trastorno en un ejercicio retórico y teórico. 

Para que exista una Condición Tratable, según Cosmides y Tooby (1999) debe haber a) una condición caracterizable en una persona; b) una persona o unidad de decisión social cuyos valores y decisiones gobiernan las acciones con respecto a esa condición; c) una evaluación por parte de la persona, o unidad de decisión social, de que esa condición es negativa y debe ser cambiada (se considera “dañina” o perjudicial, “no deseable” o “insana”); y d) conocimiento de un método para cambiar la condición en la dirección deseada. El problema es que esta definición nos remite exclusivamente al mundo de los valores y de los deseos, y nos colocamos completamente fuera de la ciencia. A mi modo de ver, si obviamos el requisito de disfunción entonces no estamos ya en el mundo de los hechos biológicos sino en el de los culturales, o morales. Es decir, si la gente decide que la calvicie es una condición tratable, pues no hay más que hablar. Es inútil darle vueltas a si de verdad hay una disfunción de un mecanismo diseñado por la selección natural.

Preguntarme si un mecanismo está funcionando tal y como lo diseñó la selección natural es una pregunta científica: ¿Está el sistema visual reconociendo objetos? Esta pregunta en principio puede ser respondida científicamente (ahora o en el futuro si es que ahora no tenemos los conocimientos suficientes). Pero las cuestiones sobre valores no pueden ser respondidas científicamente. Por ejemplo, muchas personas de origen asiático, sobre todo mujeres, se están operando los ojos rasgados, aparentemente por razones estéticas, sobre todo en Corea del Sur. Llegados a este punto no tiene mucho sentido todo lo que venimos hablando de trastorno y de disfunción. Otro ejemplo: si me quedo en paro y sin dinero y tengo hijos que alimentar me voy a deprimir y angustiar y no dormiré por las noches. En este caso no hay ninguna disfunción de mecanismos evolucionistas, dado que ese estado emocional es adecuado a la situación vivida. Desde un punto de vista científico exclusivamente no deberíamos considerarlo trastorno, pero ¿hay que tratarlo? Y sobre todo: si esa persona (u otra en casos similares), quiere acogerse a beneficios médicos, como una baja laboral, etc., su condición debe ser tipificada como enfermedad o trastorno, y aquí llegamos al campo de la medicalización y psiquiatrización de la vida cotidiana. 
Resumiendo, podemos filosofar todo lo que queramos sobre el concepto de trastorno o enfermedad, pero al final habrá que tratar lo que la gente decida que quiere tratar. Creo que será la sociedad y la cultura la que dirá a la Medicina lo que debe hacer, y no al revés. Y la solución a esta situación no la va a aportar ni la teoría de la evolución ni ninguna otra teoría científica. Un individuo buscará tratamiento siempre que haya una discrepancia entre sus características, rasgos, o mecanismos, y sus aspiraciones. Además hay que tener en cuenta una cuestión muy importante: la evolución no trabaja para hacernos felices y sanos, por lo tanto los valores humanos no se corresponden con los estándares evolucionistas de función. Los mecanismos evolucionistas están ahí para que tengamos el mayor número de hijos. 
Otra cuestión diferente sería debatir quién debe pagar por el tratamiento de las condiciones tratables. Una posibilidad es que las disfunciones las cubra el sistema público y las condiciones tratables el propio sujeto, pero creo que esa postura tiene también problemas. ¿Deberiamos tratar en el sistema público un duelo patológico y no un duelo normal? Un trastorno adaptativo no es una disfunción ¿habría que tratarlos en el sistema público?
Pero es interesante a la vez darnos cuenta de un hecho, a saber, que la mayoría de las veces las aspiraciones de la gente tienen mucho que ver con el éxito reproductivo, con lo que en biología evolucionista se llama fitness. Cuando los hombres quieren tratar su calvicie, o las chicas asiáticas sus ojos rasgados, lo que buscan es mejorar su atractivo, su “valor de mercado”, y, por lo tanto, su capacidad de encontrar una pareja y que esta sea del mayor valor posible. Todo ello en beneficio de su éxito reproductivo. Sin embargo, no debemos confundir causas últimas y causas próximas, los individuos actúan por razones próximas, porque se sienten bien con su físico y con ellos mismos, pero es fácil darnos cuenta de que la mayoría de las cosas que la gente quiere tratar son problemas que afectan a su fitness.

@pitiklinov


Referencias

Aragona M The concept of mental disorder and the DSM-V Dial Phil Ment Neuro Sci 2009; 2(1):1-14

Cosmides L .and Tooby J. Toward an evolutionary taxonomy of treatable conditions. Journal of Abnormal Psychology 1999, vol 108,3,453-464

Murphy D & Woolfok RL The harmful dysfunction analysis of mental disorder. Philosophy, Psychiatry and Psychology 2000, 7,4,241-52

Nesse R & Williams G(1994) Why we get sick: the new science of darwinian medicine. New York. Random House

Smoller J. La otra cara de lo normal. Todos los secretos de la conducta normal y anormal. RBA 2013

Wakefield JC. The concept of mental disorder: on the boundary between biological facts and social values. Am Psychol 1992: 47:73-88

Wakefield JC. Disorder as harmful dysfunction: A conceptual critique of DSM-III-R´s definition of mental disorder. Psychol Rev 1992; 99:232-247

Wakefield JC. The concept of mental disorder: diagnostic implications of the harmful dysfunction analysis. World Psychiatry 2007; 6:149-156