La entrada anterior ha generado bastantes comentarios que agradezco sinceramente porque me ayudan a pulir y afinar mis ideas en un tema que es complejo, delicado y con muchos matices. Creo que algunos lectores no han entendido el punto principal al que mi amigo y yo nos referíamos, muy probablemente porque no me he explicado adecuadamente. En esta entrada quería desarrollar la Coda del post anterior para ver si eso clarifica nuestra postura.
Primero, quiero aclarar que el post anterior no va, en esencia, sobre el derecho al aborto, en general, o sobre el derecho al aborto de una persona con S. de Down en particular. Podemos hablar de eso pero lo que decidamos al respecto no afecta al tema de ese post que es el de la hipocresía: que la gente dice unas cosas pero en realidad piensa o hace otras. Dado que a todos nos gusta saber desde dónde habla la otra persona quiero aclarar mi postura sobre el aborto, aunque esto es irrelevante para el objeto de discusión. Personalmente me considero ateo hasta la médula (no creo en el libre albedrío o free will lo que me convierte en doblemente ateo) y considero, en el tema del aborto en general y el del aborto en el caso de S. de Down en particular, que es una decisión personal y que cada persona o familia debe hacer lo que crea que debe hacer. No creo que el Estado, ni nadie, les deba obligar a criar un hijo que la familia no desea tener o que le obligue a abortar un hijo que desean tener. Considero legítimo tanto abortar un S. de Down como llevar el embarazo a término y personalmente sería partidario de abortar en el caso de un diagnóstico prenatal de S. de Down. Acepto que esta postura es discutible y tiene muchos problemas pero también los tiene cualquier otra. Dicho esto, y dado que el tema del aborto es un tema más emocional que racional, como hablábamos en este otro post, los que estén de acuerdo conmigo pensarán que soy un tipo muy majo y los que no me pondrán en una lista negra. Vale.
Aclarado esto, vamos a intentar ser racionales y el tema que proponíamos es si decimos unas cosas pero realmente pensamos y hacemos otras. Es el tema de ser consecuentes o congruentes. Voy a derivar el tema hacia la Coda del post anterior para que podamos tener una perspectiva más amplia. Vamos a hablar de los enfermos mentales.
Si le preguntamos en una encuesta al ciudadano medio a ver qué piensan sobre el estigma de los enfermos mentales probablemente nos dirán que la enfermedad mental es una enfermedad como cualquier otra, que se merecen todo el respeto, que no hay que discriminarlos, y también añadirán que no está bien encerrarlos en psiquiátricos y otras cosas por el estilo. Bien, ¿hemos de creer al ciudadano medio? Creo que no. ¿Por qué? Porque hablar es gratis, las palabras son fáciles de pronunciar y tal vez lo que uno dice no refleja lo que de verdad piensa. Para dudar de ese tipo de afirmaciones me apoyo en lo que se suele oír en los raros casos en que un enfermo mental comete un acto violento. Es relativamente frecuente ver o escuchar comentarios de los vecinos, o ciudadanos en general, en el sentido de que esa persona debería estar encerrada o cosas por el estilo. También protesta la gente cuando se quiere abrir un centro de día, o algún otro centro o recurso para enfermos mentales, cerca de su domicilio.
Los psiquiatras recibimos de la sociedad un doble mensaje, lo que en el lenguaje de la profesión solemos calificar de “doble vínculo”, es decir, se nos dice una cosa y la contraria: que los enfermos mentales deben disfrutar de la misma libertad que cualquier otra persona pero también que debemos velar por la seguridad de la ciudadanía.
Y la prueba del nueve es la de las obras, no la de las palabras. Supongamos que tienes una pequeña empresa y estás buscando un trabajador con determinada cualificación. O imagina que buscas una persona para que cuide a tus hijos. Supongamos que uno de los candidatos padece esquizofrenia, ¿le contratarías? Supongamos, como planteaba en la entrada anterior, que existiera un test prenatal que diagnosticara esquizofrenia en el feto con una alta fiabilidad y tu hijo da positivo. ¿Abortarías?
Nuestra tesis es que si contratas al esquizofrénico o si no abortas entonces sí estás demostrando que no discriminas o estigmatizas al enfermo mental. Pero si abortas a un feto con esquizofrenia me estás diciendo claramente lo que piensas de la esquizofrenia, y no necesitaría escuchar tus explicaciones: obras son amores.
Parto de la base de que cuando abortas un feto con una patología, minusvalía o trastorno (o no contratas a un paciente esquizofrénico o no quieres un centro de día para adictos a tóxicos cerca de tu casa, etc), lo haces por una valoración negativa de esa condición (que a ti, al niño y/o tu familia en general os va a traer dolor, sufrimiento o infelicidad). Si un test prenatal te dice que tu hijo/a va a ser tan guapo/a como Brad Pitt o Angelina Jolie y con un cociente intelectual de 160 no le vas a abortar. Decir que abortar un S de Down o un feto con esquizofrenia no implica una discriminación o valoración negativa me parece bastante difícil de defender. Y eso es lo que consideramos una hipocresía: “Yo le aborto pero que quede claro que le considero igual que los demás” Personalmente no compro esa postura.
A todos nos gusta aparecer ante los demás como personas abiertas, guays, buenas y políticamente correctas. Más importante aún: a todos nos gusta aparecer ante nosotros mismos como guays, abiertos y políticamente correctos. Reconocer que tenemos miedo a los enfermos mentales o que consideramos que una persona con el S. de Down o con esquizofrenia no está al mismo nivel que una persona que no padezca esas patologías es algo que nos rechina y destroza la idea que tenemos de nosotros mismos. Además, es algo que puede hacer que seamos rechazados por los demás y , por lo tanto, algo que no podemos permitirnos. Esta contradicción interna es un fenómeno que en Psicología se llama Disonancia Cognitiva, que ya Esopo describió en su fábula sobre la zorra y las uvas. Nos resulta insoportable vernos así y tenemos que recurrir a eufemismos y al autoengaño para justificarnos. De eso es de lo que hablábamos.
@pitiklinov
4 comentarios:
El debate es muy interesante. Creo sin embargo que esta doblez no es tan inconsciente, y que aunque no se llegue a asumir completamente el riesgo común de la enfermedad ajena, la hipocresía social respecto al enfermo enfermo mental es afortunadamente hoy una forma admisible de considerarlo. Luego vienen las correcciones sociales generales a este prejuicio intrínseco (como incentivar contratar, con por ejemplo desgravaciones fiscales al empresario individual que obviamente 'duda' de la 'distinta' capacidad de trabajar de un concreto enfermo mental grave). Hay que verlo desde la óptica humana del tradicional despiadado desprecio de los grupos sociales dominantes respecto a los que no se ajustaban a una norma establecida, siempre fundamentalista (y esto es difícil de entender: antes de que se produjese la mayor o menor relativización postmoderna en todos los valores tenidos como ciertos). Solo hay que darse cuenta de la segregación inmemorial a los homosexuales. Qué peligro puede suponer para el status quo que un hombre se acueste en la intimidad de su alcoba con otro hombre. Pero a pesar de todo se manifiesta en una lucha de poder en aras de no disolverse como grupo. Y sigue ocurriendo, la gente acepta en general al homosexual, pero sigue teniendo y despreciando sin ambages en su subjetividad 'otros valores'. Desde luego es una forma de mantenerse vivo con las propias identificaciones. Y va ocurrir de todos modos, aunque sea más sutilmente, siempre que exista un mínimo de cohesión social.
Respecto a la presunta peligrosidad del enfermo mental, y su capacidad de generar temor, sí que creo que algo de esto hay cierto. En el sentido de que la gente normal no es violenta, quiere ser violenta si realmente lo es (yo sí creo, con acotación, en el libre albedrío). Luego, si se desea ser violento, y no se ostenta con antelación, de un modo u otro debes de engañar. Y supuestamente, toda simulación es susceptible de desenmascararse, por tanto la víctima predecirlo o anticiparse al hecho, al menos ilusoriamente. Pero un enfermo mental tiene ese riesgo (parece que bajo) de ser violento, no de quererlo ser, sino de serlo, a pesar de su responsabilidad, de todas sus partes aún cuerdas. Esto lo convierte a veces (y dentro de un margen) en un objeto, impredecible per se ante el otro. Creo que es un miedo, un riesgo, real pero que debería imponerse socializarlo, confiando, no sospechado en general, aunque algunos les suene fuerte, del psicótico crónico. Pienso en cómo casi nadie pone ningún reparo al riesgo de circulación del perro ciudadano. Mi propia libertad la pongo en todo momento en la picota cuando salgo a calle, precisamente porque los demás poseen su propia libertad. ¿Pero cuándo no se tiene? Me parece que es, la violencia delirante, un hecho mental excepcional, y encima si ese respeto se tiene con el perro ciudadano, o los borrachos, qué memos con el humano loco, que padece una enfermedad. Quería decirlo.
Bueno, quise condensar y me ha salido un truño infumable. Tengo esa inclinación, a obcecarme... Trataba de explicar que la identificación de un problema mental o una tara intelectual supone en si mismo un juicio, una calificación y una sospecha sobre la capacidades y cualidades que se consideran deseables y que se quieren predecir en alguien. Y que irremediablemente todos cuando queremos conseguir un objetivo tratamos de hacerlo con el menor costo posible y evitando la mayor cantidad de inconvenientes. Buscamos seguridad, que solemos considerarla un bien. No sé si es un sesgo cognitivo pero es un hecho. Que haya que proponer incentivos y discriminaciones positivas para que se rompa la estimación agorera que supone la identificación en alguien concreto de una enfermedad mental es otra cosa. Pero será inevitable que exista un cierto prejuicio, nos va en ello la eficiencia de nuestras propias decisiones. Por eso me parece un gran avance al menos que no se establezca una determinación social cuando no hay nada en juego. Hasta no hace mucho el loco o el discapacitado intelectual estorbaban del trato inmediato, o simplemente eran medio para autoafirmarse, siempre a través de su humillación y vejación. Que no se le considere 'cosas', dignas de desprecio, o aislamiento, sino personas a las que se desea en principio al menos lo mejor, creo que es un logro de la civilización extraordinario. No poner zancadillas es la condición sine qua non para que se puedan dar esas discriminaciones positivas que luego incentivan la integración. A pesar de esta, creo, que irreducible hipocresía, se puede ver afortunadamente el futuro con ilusión.
Planteas muchos temas ancr, yo creo que el miedo o el estigma del enfermo mental viene en buena medida por su conducta imprevisible, extraña o sin sentido. Por poner un ejemplo, hace poco un hombre mató a dos personas en una playa sin más ni más, sin conocerlas de nada. Esto asusta mucho porque destroza nuestra ilusión de control. Los accidentes de tráfico matan mucha gente pero tenemos la ilusión de control de que si vamos bien con el cinturón puesto y sin beber no nos puede pasar nada y es mentira, claro. A esto se le llama los "dread risks" Asustan más los cosas que son extrañas e incontrolables que otras más comunes aunque sean más graves. Es un tema de diseño de la mente humana.
A la hora de combatir el estigma de los enfermos y favorecer su integración conviene conocer estos funcionamientos de nuestra mente.
Creo que voy prefiriendo el desprecio que la hipocresía hace mas daño la segunda. Por cierto a mi perro que es un callejero le quieren mas en el barrio que a mi y hay algo que digo siempre que no se si viene al caso "Para ser un perro callejero hay que ser un buen perro".
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