sábado, 4 de agosto de 2012

El lugar adecuado para vivir


Es indudable que el ser humano puede vivir en casi cualquier medio o lugar, desde selvas o desiertos al Polo Norte. Pero también es verdad que estudios llevados a cabo en el campo relativamente nuevo de la Psicología ambiental durante los últimos 30 años apuntan consistentemente a la siguiente conclusión: la gente prefiere vivir en ambientes que tienen una semejanza con la savana africana donde supuestamente tuvo origen nuestra especie. A las personas les gusta tener una vista sobre una superficie de hierba con árboles ocasionales o agrupados en pequeños bosquecillos. También queremos agua en la proximidad, sea un río, un manantial, un lago...Y, por último, nos gusta colocar nuestra casa o lugar de residencia en una prominencia, en algún lugar elevado desde donde se controla el entorno. Por contra, a la gente no le gustan los bosques muy cerrados sin capacidad de ver en profundidad, ni una vegetación muy desordenada con estructuras ásperas e incómodas en el suelo. Preferimos líneas de visión abiertas. Esto ocurre así en diferentes culturas, desde Norteamérica hasta Corea , Japón o Nigeria.
Todas las especies, desde el protozoo hasta el chimpancé, instintivamente busca el hábitat que debe ocupar para sobrevivir y reproducirse. En ecología se le denomina selección del hábitat y es un paso crítico para la supervivencia: si encuentras el lugar adecuado para vivir, todo lo demás va ser más fácil. Siguiendo reglas innatas, los animales se encaminan a lugares a los que su anatomía y su fisiología está particularmente adaptada. En el caso humano, esto es mucho más dudoso y desde luego no se puede afirmar que ocurra lo mismo que en los animales, pero la hipótesis de la que me hago eco es que ciertas características de nuestro hábitat ancestral encajan con las elecciones de los seres humanos actuales, obviamente cuando estos pueden elegir.
Gordon Orians ha elaborado esta idea y, según su planteamiento, el ambiente ancestral contiene tres características clave que ya he mencionado al inicio:
  • La savana en sí. Campo de visión amplio para detectar animales y bandas rivales a largas distancias
  • Algún relieve topográfico como comentábamos: elevaciones, colinas, lomas, acantilados, crestas, es decir posiciones ventajosas desde las que hacer una mejor vigilancia y que sirvan de protección durante la noche.
  • Lagos y ríos. Además de ofrecer agua, peces y otras fuentes de alimentación, existen pocos enemigos naturales del hombre que puedan vadear una masa de agua profunda, por lo que pueden servir también de perímetro de defensa
Si juntamos estas tres características, observamos que la gente que puede elegir ( los ricos) suelen poner sus casas o sus villas en lugares altos que dominan una extensión de tierra con árboles y con agua. Lugares míticos como Edimburgo, Potala, o  la Acrópolis de Atenas cumplen en líneas generales la regla y también es evidente cómo incluso en nuestra ciudades modernas llenamos nuestras casas de plantas, tiestos, aves, perros, acuarios, etc., intentando recrear esa naturaleza perdida. En Pompeya, los romanos construían jardines cerca de cada pensión, restaurante o residencia privada, con hierba, flores, pequeños árboles, fuentes, y si esto no era posible, por falta de espacio, pues entonces los propietarios pintaban las paredes con atractivas pinturas de plantas o animales. En los jardines japoneses se pone el mismo énfasis en ordenar árboles, arbustos y fuentes. Los árboles se podan y cuidan dándoles una altura y forma de copa que recuerda a las acacias, predominantes en la savana ( el tipo de árbol que la gente prefiere en las encuestas).
Algunos pueden pensar que ciertos ambientes son sencillamente “bonitos” o “agradables” y que eso es todo, ¿para qué darle más vueltas a lo obvio? Pero la respuesta es que lo obvio tiene normalmente un significado muy profundo. Algunos ambientes son agradables por la misma razón que el azúcar es dulce, el incesto y el canibalismo repugnante, o los pechos de una mujer atractivos para un hombre. Cada respuesta tiene su sentido anclado en nuestro distante pasado genético. En general, lo que llamamos estética puede no ser más que las sensaciones agradables que obtenemos de unos estímulos concretos a los que nuestros cerebros están intrínsecamente adaptados.

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