domingo, 22 de julio de 2018

Humillación en las redes


Estamos creando una cultura donde la gente se siente constantemente vigilada, donde la gente tiene miedo de ser ellos mismos.
-Michael Fertik

Humillación en las redes es un libro sobre el avergonzamiento público en general, aunque buena parte del libro se dedica al avergonzamiento en las redes sociales. Se trata de un tipo de castigo propio de otros tiempos que había desaparecido en las sociedades industriales pero que ha reaparecido gracias a las redes sociales. El libro trata de las características de este fenómeno así como de las posibles defensas ante el mismo y, según dice su autor, fue escrito no porque se identificara con las víctimas (que también) sino porque se identificaba con los autores del castigo, esos guerreros de la justicia social (social justice warriors) que buscan y quieren hacer el bien, pero que tal vez debido a esa búsqueda moral del bien acaban haciendo el mal. Jon Ronson reconoce haber estado en el lado de los que se han mofado o han criticado a alguien por alguna cosa mal hecha pero que llegó un momento en que se cuestionó la idoneidad de esos comportamientos.

En el libro, Ronson ofrece una sucesión de casos de gente que ha cometido algún error, ha hecho alguna broma tonta o ha dicho realmente algo inconveniente en las redes sociales, especialmente en Twitter. Y cuando esa conducta se ha conocido han sido atacados por cientos o miles de personas que los han demonizado, humillado, les han hecho perder su trabajo o les han amenazado de muerte. ¿Se lo merecían? ¿Es esto algo justificado? ¿Cómo se puede alguien defender o recuperar si ha sido atacado de esta manera? ¿Hay vida después de haber sido destruido de esta manera? Esta es la temática del libro.

El primer caso que trata Ronson es el de Jonah Lehrer, periodista y escritor de libros relacionados con la psicología y la neurociencia. Lehrer tiene una licenciatura en neurociencia y un libro suyo famoso es Proust was a Neuroscientist. El caso es que en 2012 se descubrió que en un libro suyo titulado Imagine:  How creativity works había inventado frases de Bob Dylan que no eran reales y que Bob Dylan no había dicho nunca. Además se había autoplagiado reciclando textos que había publicado anteriormente. Ronson cuenta con detalle todo el proceso por el que el periodista Michael Moynihan descubrió estas conductas deshonestas y las publicó. Su libro Imagine así como el anterior How We Decide fueron retirados y Lehrer fue expulsado de Wired, tuvo que dimitir de otras revistas y lugares en los que colaboraba  y se quedó sin ingresos y con una brillante carrera totalmente destruida.

Como estamos viendo, el caso de Lehrer no tiene nada que ver en su gestación con las redes sociales pero sí tuvo luego mucho que ver por una cosa muy curiosa. El caso es que meses después del estallido de su caso la Knight Foundation le invitó a que diera la charla final en una conferencia que habían organizado. Se había preparado una pantalla gigante conectada a Twitter de manera que mientras Lehrer daba su charla los usuarios de Twitter podían ir tuiteando y al utilizar el hashtag #infoneeds sus tuits aparecían en tiempo real en la gran pantalla, es decir al mismo tiempo que Lehrer hablaba. La cuestión es que Lehrer había preparado un discurso para pedir perdón pero el discurso no gustó y no convenció  a nadie. Además, se supo en esa gran pantalla -por preguntas de los usuarios a las que respondió la Knight Foundation- que Lehrer había cobrado 20.000$ por la charla. El evento, que probablemente es el primer juicio realizado ante el tribunal de Twitter, fue un rotundo fracaso para Lehrer. No fue perdonado y su situación continuó siendo tan mala o peor que antes.

El siguiente caso que trata Ronson es el de Justine Sacco. Justine se encontraba en el aeropuerto de Heathrow camino a Ciudad del Cabo cuando se le ocurrió, intentando ser graciosa, tuitear a sus 170 seguidores lo siguiente: "Me voy a África. Espero no contraer el SIDA. Es broma. ¡Soy blanca!”. El caso es que antes de embarcar miró su Twitter y nadie había comentado nada y se pasó la mayor parte del vuelo durmiendo. Para cuando llegó al aeropuerto de Ciudad del Cabo, Justine había sido juzgada y condenada por racista por millones de personas en Twitter y su vida cambió para siempre. Por supuesto, fue despedida y su vida destruida. Como la propia Sacco le cuenta a Ronson: “fue increíblemente traumático. No duermes. Te despiertas en mitad de la noche sin saber dónde estás. De repente no sabes lo que se supone que debes hacer. No tienes programa. No tienes…sentido. Tengo 30 años. Tenía una gran carrera. No tengo un plan y si no empiezo a dar pasos para recuperar mi identidad y recordarme a mí misma quién soy a diario, me podría perder a mí misma”. Podríamos decir que esto es una descripción bastante buena de lo que es una muerte social.

Hay otros casos que relata Ronson como el de los desarrolladores Hank y Alex que hacen una broma en una conferencia y son expuestos en Twitter por una mujer, Adria Richards, que se encontraba en la fila anterior. O el de Lindsey Stone que se hizo una foto en plan broma delante de una señal que pedía silencio en el cementerio de Arlington como si gritara y con el dedo medio en un gesto poco respetuoso. Esto formaba parte de un juego de Stone con una amiga en el que hacían fotos fumando delante de una señal de prohibido fumar o delante de una estatua copiando la pose y cosas por el estilo. No vamos a entrar en los detalles de todos ellos.

Pero a partir de cierto punto en el proceso de creación de su libro sobre la humillación pública Ronson se pregunta si existe gente que ha conseguido superar esa humillación y seguir con su vida, si existen casos de ese tipo. Y la primera persona con la que habla es Max Mosley, que había sido piloto de coches y presidente de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA). En 2008 el tabloide News Of the World había publicado unas fotos de una orgía sadomasoquista de índole nazi, según el tabloide, con unas prostitutas. Mosley salió intacto del episodio, denunció a News of the World y ganó el juicio porque en realidad la ambientación de la escena sadomasoquista era simplemente militar, no nazi, y Mosley fue indemnizado. Psicológicamente, Mosley no había sufrido ningún tipo de trauma y tanto Ronson como él se preguntaban dónde podía estar la clave para evitar la experiencia traumática de la vergüenza. Tal vez Mosley tenía rasgos psicópatas, aventuró el mismo Mosley…O tal vez es, sencillamente, que Mosley se había negado a sentirse avergonzado; tal vez si la víctima abandona el pacto rehusando sentirse avergonzada todo el edificio de la humillación pública se derrumba…

Cuando Ronson se preguntaba cómo se puede sobrevivir a una humillación pública ocurrió un hecho que le permitió ampliar sus investigaciones. En Kennebunk se descubrió que el local donde una instructora de Zumba daba sus clases era en realidad un prostíbulo y se publicó la lista de clientes, 69 personas, que no habían acudido precisamente a bailar. Entre ellos había algún maestro, un abogado, un antiguo alcalde y un pastor de la Iglesia del Nazareno. Ronson escribió a  varios de ellos y el pastor accedió a hablar con él. Cuando Ronson habló con él su mujer le había abandonado y le habían echado del trabajo pero la humillación pública no había comenzado y Ronson y el pastor quedaron en que el pastor le llamaría cuando empezara. Pasó el tiempo y el pastor no llamaba así que Ronson le llamó a él. Y lo que el pastor le contó es que no había pasado absolutamente nada. La relación con sus tres hijas era muy buena y la gente se había portado de forma amable y correcta con él. Con otros hombres de la lista tampoco había ocurrido nada especialmente grave.

Parece que la gente les veía como seres humanos que habían tenido unas relaciones consentidas y que eso no era punible. Algo similar a lo de Mosley. Lo cual sugiere que en los casos de Sacco o de Lehrer la gente no era capaz de conectar empáticamente con ellos y verlos como personas que habían cometido un error. Tal vez el problema de las humillaciones públicas es una falta de empatía…Pero aunque estos casos no han resultado dramáticos para las personas implicadas no ocurre así en todas las ocasiones en las que se revelan datos sobre las vidas sexuales de las personas. Ronson cuenta dos casos, el del chef Ben Stronger y el predicador Arnold Lewis, que avisaron a News of The World que si revelaban secretos de sus vidas sexuales se suicidarían y efectivamente ambos se suicidaron. Así que todo el mundo no está hecho de la misma madera que Mosley o el pastor de la Iglesia del Nazareno.

Un hombre que estuvo a punto de suicidarse pero al final no lo hizo fue Mike Daisey, un showman que había mentido en un programa de radio que había hecho para This American Life. El programa iba de la condiciones de trabajo en China, en las factorías que fabrican los productos de Apple, pero Mike ni había estado en algunas de ellas y se inventó muchos datos. Mike estuvo a punto de suicidarse por ahogamiento en un lago pero al final decidió luchar y seguir adelante. Su visión de las cosas es la siguiente: “La manera en la que construimos la conciencia es contarnos la historia de nuestras vidas a nosotros mismos, la historia de quien creemos que somos. Creo que una humillación pública es un conflicto entre la personas que intenta escribir su propia narrativa y la sociedad tratando de escribir una narrativa diferente de esa persona. Una historia trata de escribirse encima de la otra. Y para sobrevivir tienes que ser el propietario de tu propia historia. O… escribes una tercera historia, reaccionas a la narrativa que intentan imponerte”. Puede que Mike Daisy tenga razón pero decir eso es más fácil que hacerlo. Cuando Twitter escribió la historia de que Justine Sacco era la chica del tuit racista sobre el SIDA ¿cómo se escribe otra historia? ¿Cómo se le da la vuelta a algo así?

Creo que Jon Ronson en su intento de buscar la salida a la humillación pública deja buenas preguntas en el aire sobre muchas cosas: sobre la psicología de la vergüenza y la culpa, sobre la psicología del castigo, sobre la psicología del perdón y la reconciliación, aunque no las aborda. No aborda por ejemplo el hecho de que castigar produce placer, que sentimos placer cuando castigamos a otros por su mala conducta. Pero sí toca de pasada el tema de la violencia virtuosa o el del señalamiento de la virtud. Comenta que el deseo de ser buenas personas y de señalar a los demás que lo son es lo que llevó a millones de personas a lanzarse con crueldad a aniquilar a Justine Sacco. La gente que la destruyó era gente decente y buena queriendo hacer el bien.

Que seamos capaces de castigar de esta manera creo que tiene ver con una visión errónea de la naturaleza humana y, por tanto, de la moral humana. Tendemos a pensar que ante los demás damos una imagen falsa de cómo somos pero que nuestro verdadero yo lo ocultamos entre bambalinas. Entonces se supone que las transgresiones morales que cometemos revelan nuestra verdadera naturaleza oculta, lo que realmente somos. Y una vez que esa transgresión se ha cometido ya no hace falta averiguar más, ya está demostrado que somos malos en lo más profundo. Malos y para siempre. 

Creo que es interesante que nos planteemos y estudiemos más a fondo todo lo relacionado con la vergüenza, el castigo y la culpa porque la resurrección del avergonzamiento público como consecuencia de las redes sociales nos está planteando situaciones que son nuevas y para las que no estamos preparados. El avergonzamiento público es algo muy antiguo: los linchamientos públicos y los castigos en la plaza pública. Pero en otros tiempos las cosas estaban reguladas, mejor o peor, pero reguladas. Por supuesto que se cometieron barbaridades atroces pero en casos menores estaba más claro el castigo. Tal vez a Justine Sacco o a Jonah Lehrer les habría correspondido 40 latigazos en la plaza pública y habrían podido seguir con su vida. Tal vez, como dice el juez Tad Pole, lo que ocurre ahora en Internet es peor:

“El sistema judicial occidental tiene un montón de problemas, pero al menos hay normas. Tienes derechos básicos como acusado. Tienes tu día ante el tribunal. Pero no tienes ningún derecho cuando eres acusado en Internet. Y las consecuencias son peores. Es mundial para siempre”.

Nos encontramos ante una versión nueva de un problema antiguo. Todo esto creo que  demuestra que el repertorio de conductas del ser humano es limitado y que cambia la tecnología pero no nuestra naturaleza. Y voy a concluir la entrada con la misma frase con la que Ronson acaba su libro:

“Las redes sociales dieron voz a los que no tenían voz. No las convirtamos en un mundo en el que la manera más inteligente de sobrevivir es volver a ser seres sin voz”


@pitiklinov

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martes, 3 de julio de 2018

Desigualdad no implica discriminación

En su librito (127 páginas de lectura) Discrimination and Disparities el economista Thomas Sowell se dedica a combatir la que él llama Falacia Invencible, la idea de que los resultados de cualquier empresa humana (distribuciones de ingresos, de empleo, de presencia de sexos en una carrera o en otra, etc.) serían iguales o comparables si no fuera por intervenciones sesgadas, por algún tipo de discriminación. Creer que los resultados obtenidos por diferentes individuos o grupos humanos deben ser los mismos en ausencia de discriminación es algo que desafía la lógica y la evidencia empírica  a nivel mundial y a lo largo de la historia de la que tenemos registros. Las disparidades no implican discriminación, si bien tampoco se puede excluir que realmente exista, pero eso hay que demostrarlo con pruebas y no asumir que la discriminación sea la explicación por defecto. Para encontrar un ejemplo de explicación alternativa a veces no hay que ir muy lejos y puede ser tan sencillo como la demografía. Hay más de veinte países con una edad media de la población de 40 años y existe otra veintena de países cuya edad media es inferior a los 20 años. Es evidente que no es racional esperar la misma productividad a nivel económico o la misma tasa de delincuencia (los jóvenes cometen un mayor número de delitos) en todos esos países. Para dar una idea, voy a comentar un par de cosas del libro que me han parecido interesantes:

Tipos de discriminación

La palabra discriminación tiene significados contrapuestos por lo que es importante saber lo que queremos decir con ella. Sowell distingue dos tipos de discriminación:

Discriminación tipo I: en un sentido amplio, discriminar es la capacidad para distinguir diferencias en las cualidades de las personas o de las cosas y escoger en consecuencia. Esto puede aplicarse tanto a la elección de un vino, una obra de arte o una pareja. Esta discriminación tipo I consiste en hacer distinciones basadas en hechos. Enseguida vamos a ver que hay dos tipos de discriminación I.
Discriminación tipo II: en un sentido más restringido y de uso más común, discriminar es tratar a la gente de forma negativa en base a asunciones arbitrarias o a aversiones que conciernen a los individuos de una determinada raza o sexo, por ejemplo. Esta es la discriminación que las políticas y leyes antidiscriminación quieren combatir.

En una situación ideal, la discriminación tipo I, aplicada a las personas, significaría juzgar a cada persona como un individuo, sin tener en cuenta el grupo al que pertenece. Pero esto no es posible en todos los contextos. Imaginemos que caminamos una noche por una calle oscura y vemos una sombra de una persona en un callejón…¿esperamos a ver quién es esa persona para juzgarla individualmente o cruzamos a la otra acera por si acaso? La sombra podría ser un vecino amable paseando a su perro, pero si es un ladrón la decisión de quedarnos puede tener un coste elevado. Estamos de acuerdo en que la discriminación I es preferible  porque significa tomar decisiones basándonos en realidades pero cuando hay una diferencia de costes entre usar la discriminación tipo I o la II el resultado final dependerá de lo grandes que sean esos costes.

Existe una variante de discriminación tipo I que consistiría en tener en cuenta evidencias empíricas pero no acerca del individuo sino del grupo al que el individuo pertenece. A la discriminación ideal, la de basar las decisiones en los individuos, la llama discriminación Ia y a la variante menos ideal -la que toma decisiones acerca del individuo basándose en hechos acerca del grupo- la llama discriminación Ib. Pero no hay que perder de vista que las dos son diferentes a la discriminación tipo II que es tomar decisiones basándose en nociones o animosidades que no tienen evidencia. Vamos a ver un ejemplo para ilustrarlo.

Imaginemos que el 40% de la gente del grupo X es alcohólica mientras que sólo el 1% de la gente del grupo Y lo es. Un empleador puede preferir contratar gente del grupo Y porque un alcohólico en el trabajo puede ser no sólo ineficaz sino también peligroso. Pero esto significaría que al 60% de la gente del grupo X se le estaría negando la posibilidad de trabajar cuando no son alcohólicos. Lo que es crucial para tomar estas decisiones es el coste de determinar si un individuo es alcohólico o no lo es, porque por lo menos el día que acudan a la entrevista de trabajo irán sobrios pero la conducta peligrosa aparecería más adelante. Los costes de un mal trabajador y de un mal producto los van a pagar sus compañeros, los clientes y desde luego el empleador que puede poner en peligro su empresa. Si el empleador siguiera esta política de coger trabajadores del grupo Y no estaría aplicando una discriminación I en su sentido más puro pero tampoco está haciendo una discriminación tipo II en el sentido de que su decisión se base en una antipatía personal o en un prejuicio. El empleador puede tener amigos incluso en el grupo X o pertenecer al grupo X pero prefiere no correr el riesgo de contratar gente de ese grupo. La decisión del empleador se basa en información correcta, pero correcta para el grupo no para el individuo y además ni siquiera es correcta para la mayoría de los individuos del grupo. esta sería la discriminación tipo Ib.

Existe un ejemplo real de este tipo de discriminación que cita Sowell en el libro. Un estudio mostró que, a pesar del rechazo de muchos empleadores a contratar hombres negros jóvenes  porque una significativa proporción de ellos tenía un historial delictivo, los empleadores que comprobaban sistemáticamente los antecedentes penales de todos los aspirantes tendían a contratar más jóvenes negros que otros empleadores. Es decir, cuando la naturaleza del trabajo hacía que el coste de comprobar los antecedentes mereciera la pena ya no era necesaria la información de grupo y el empleador podía valorar a los individuos. Esto es importante a nivel práctico porque mucha gente que quiere ayudar a los jóvenes negros ha defendido prohibir que los empresarios puedan comprobar la historia delictiva considerando que es discriminación racial incluso cuando se realiza a todos los aspirantes independientemente de la raza. Si los resultados de este estudio son ciertos, estas políticas bienintencionadas podrían estar perjudicando a las personas a las que intentan ayudar.

Los costes de la Discriminación (para los que discriminan)

Este tema de los costes de la discriminación para los propios discriminadores me ha sorprendido porque no lo había visto tratado antes y por algunos datos históricos que da Sowell. Resumiendo,  no podemos ir directamente de las actitudes a los resultados (aunque estas actitudes y decisiones sean racistas o sexistas) como si no hubiera factores intermedios como los costes que las decisiones tienen en un mercado competitivo. Las autoridades o instituciones pueden decidir o querer una cosa pero hay otros factores implicados. Los negocios que operan en el mercado de trabajo no son como los profesores que votan en una reunión en la universidad porque el voto de los profesores no tiene un coste para ellos mismos. Es decir, hay una diferencia fundamental entre decisiones que salen al mercado y decisiones que están aisladas del feedback que va a producir el mercado. Vamos a ver ejemplos.

En Sudáfrica durante el apartheid había una serie de limitaciones sobre el número de trabajadores negros que podían ser empleados en las diversas industrias y ocupaciones. Pero los empleadores blancos de industrias competitivas a menudo contrataban más trabajadores negros de los permitidos por la ley. En los años 70 se multó a empresas de la construcción por contratar a más trabajadores negros de los permitidos pero es que en otras industrias había más trabajadores negros que blancos en categorías particulares donde era ilegal por completo contratar trabajadores negros. 

No hay ninguna evidencia de que los empleadores blancos que contrataban trabajadores negros y violaban las leyes tuvieran una ideología con respecto a las razas diferente a los legisladores que habían hecho las leyes. Lo que era diferente en los empresarios con respecto a los políticos fue que el empleador que no contrataba trabajadores negros pagaba un alto precio en forma de pérdida de dinero mientras que el legislador no pagaba ningún precio. Mejor dicho, los políticos que no hacían esas leyes racistas pagaban un precio político ya que en un sistema en el que solo los blancos podían votar los trabajadores blancos sí querían protección frente a los trabajadores negros. Tanto los empleadores como los políticos persiguen sus propios intereses sólo que los incentivos y limitaciones son diferentes en un mercado competitivo que en una institución política.

Las leyes del apartheid decían también que era ilegal que la gente “no-blanca” vivieran en ciertas áreas pero la realidad era que mucha gente “no-blanca” vivía de hecho en esas áreas. De nuevo, lo esencial es el tema de los costes. Los costes de perder dinero por no alquilar a “no-blancos” entran en conflicto con los costes de desobedecer las leyes. Es verdad que un blanco racista puede preferir a los blancos antes que a los negros pero lo que es seguro es que se prefiere a sí mismo antes que a otros blancos…Y si otros empresarios salen adelante y él tiene que cerrar su negocio no va a ser muy feliz. A un blanco no le cuesta nada votar a candidatos que promueven la supremacía blanca pero los costes de no contratar trabajadores negros o alquilar pisos a “no-blancos” pueden hacer que su negocio no sea rentable o que se quede sin ingresos.

Los costes de la discriminación tipo II pueden ser muy bajos o inexistentes en 1) monopolios públicos 2) organizaciones sin ánimo de lucro y, por supuesto, en 3) el empleo gubernamental. En estas situaciones la discriminación tipo II es más frecuente que en los mercados competitivos, no sólo en Sudáfrica sino en otros lugares del mundo. No me voy a extender demasiado porque la entrada está resultando ya bastante larga pero en EEUU ocurrió lo mismo con las leyes sudistas que obligaban a los negros a sentarse en la parte de atrás de autobuses o en vagones diferentes en los trenes. La historia de estas leyes ilustra este lucha entre los incentivos y limitaciones económicos y los incentivos y limitaciones políticos. Lo que pasó es que muchas compañías de transporte (cuyos beneficios dependen de transportar gente al menor coste) se opusieron a la promulgación de estas leyes y pusieron demandas judiciales aunque las perdieron en los tribunales. Después, no hicieron nada por aplicarlas permitiendo que la gente se sentara donde pudiera y solamente cuando empezaron a caer multas las aplicaron. 

En definitiva, Sowell es un hombre que piensa con lógica, se explica con claridad e intenta basar sus argumentos en datos. Como todo, podemos estar o no de acuerdo con él y algunos de los estudios que cita tienen problemas, como los estudios sobre el efecto orden de nacimiento o otros estudios que dicen que los niños de clase alta escuchan más palabra en los primeros años que los de clase trabajadora. Pero en conjunto se trata de un librito muy recomendable del que se pueden aprender cosas.

@pitiklinov

Post-Script: hablando de esto de la discriminación y de que no tiene por qué ser discriminación todo lo que lo parece me he acordado del caso de la Universidad de Berkeley en 1973, se puede consultar en Wikipedia donde habla de la Paradoja de Simpson. Resulta que esta universidad tuvo unas cifras de admisiones de este año que eran estas:


La universidad tenia miedo de que les denunciaran por discriminación y analizó lo que había ocurrido. Resultó que al analizar las admisiones de los 85 departamentos, en 6 aparecía un sesgo aparente contra los hombres y solo en 4 contra las mujeres:



Parece que lo que había ocurrido es que las mujeres habían solicitado la admisión en departamentos con menos tasa de admisión y los hombres en departamentos con más tasa de admisión. Se trataría de un ejemplo de la paradoja de Simpson donde una tendencia en grupos de datos se revierte cuando se agrupan.