martes, 19 de noviembre de 2013

Estoy en la Nueva Ilustración Evolucionista



Bueno, este blog empezó con una entrada homenaje a La Nueva Ilustración Evolucionista y va a concluir, por lo menos temporalmente, con otra entrada dedicada a esa revista on-line. Ya sabéis que desde Septiembre estoy publicando en esa web y escribir  en dos  blogs es bastante complicado, así que he decidido dar descanso a este blog y publicar solo en la Ilustración, que lleva una línea perfectamente compatible con los temas que a mí me interesan.

Quiero agradecer a todos los seguidores y a todos los que habéis comentado en el blog vuestro apoyo  en estos años. He aprendido mucho al pensar en compartir las cosas que me parecían interesantes con vosotros. Eso me obligaba a revisar más en profundidad los temas para poder exponerlos con la mayor claridad posible, y espero que vosotros hayáis conocido también cosas interesantes y que os hayan hecho pensar.

En la Ilustración voy a seguir haciendo lo mismo: compartir cosas que creo que merecen la pena que sean conocidas así como preguntas que todavía no tienen respuesta y misterios que todavía desconocemos. Así que os animo a todos a pasar por allí. La Nueva Ilustración pretende ser un foro donde aprender y discutir sobre evolución y sobre todas las disciplinas que tienen relación con ellas, que son todas, porque nada tiene sentido en Biología si no es a la luz de la evolución.


¡Nos vemos en la Nueva Ilustración Evolucionista!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

¿A quién beneficia el Auto-Control?

Después de hablar del Yo como un caballo de Troya, Matt Lieberman se mete con el autocontrol. El autocontrol se puede decir que son los frenos del cerebro. Estudios previos parecen situarlo en el córtex prefrontal ventrolateral, especialmente en el del lado derecho. Es la única región del córtex prefrontal que es más grande en el lado derecho que en el izquierdo, pero curiosamente esta asimetría no aparece hasta el final de la adolescencia, cuando aumentan las capacidades de autocontrol significativamente. Pero la cuestión que se plantea Lieberman es: ¿a quién beneficia el autocontrol? ¿Para qué o para quién existe?

Nos propone un pequeño experimento mental. Imaginemos que nos abducen unos marcianos mientras dormimos y nos llevan a su nave. Estos marcianos han desarrollado unas habilidades neuroquirúrgicas enormes y están deseosos de ejercitarlas. Así que  están decidiendo entre dos posibilidades para ti: la primera sería  alterar tu cerebro de manera que pierdas definitivamente tus impulsos, tus deseos y tus reacciones emocionales, y la segunda sería dejar todo eso en su sitio pero manipular tu cerebro de forma que no puedas controlar esos impulsos, deseos y emociones. Los marcianos no saben por qué opción decidirse y te piden opinión a ti. Es la clásica batalla entre emoción y autocontrol, entre el capitán Kirk y el Sr. Spock. Lieberman ( y probablemente la mayoría de nosotros) dice que elegiría mantener sus impulsos y deseos. Sin impulsos ni emociones no tendría motivación para hacer nada. No tendría la urgencia de besar a su mujer y su hijo, el deseo de ir al monte en bici, etc. Sin todas esas cosas la vida no valdría la pena.

Bien. Pero antes de operarte resulta que los marcianos han perfeccionado su técnica y son capaces de operar a todos los habitantes de una ciudad de golpe, mientras duermen, sin que se enteren. Y van a empezar por tu ciudad. Deciden que no te van a operar a ti -a ti te dejarán con tus emociones y tu autocontrol- pero te piden tu opinión esta vez para decidir qué hacerles a los habitantes de tu ciudad (una nota al margen: tu decisión no afectará a tu familia y amigos, porque están todos de vacaciones). ¿Dónde prefieres vivir, en Kirckville o en Spocktown? La decisión de Lieberman (y probablemente la de la mayoría de nosotros) es diferente en este caso a lo que elegiría para sí mismo. A Lieberman no le gustaría vivir en una ciudad de gente impulsiva que no puede controlarse, porque serían una amenaza constante para su seguridad.

Estas dos hipotéticas decisiones sugieren que valoramos que los demás tengan autocontrol mucho más que lo que valoramos tenerlo nosotros mismos. Pero si asumimos que esto es verdad, la inversa también lo es. Es decir, si yo valoro el autocontrol más en los demás que en mí mismo, también es verdad que a la gente de mi alrededor les importa más que yo tenga autocontrol de lo que me importa a mí. Mi autocontrol les beneficia más a ellos que a mí mismo.

El autocontrol es el precio de admisión en sociedad. Si no frenas tus impulsos acabarás en la cárcel o en un psiquiátrico. Si los frenas, te dejarán que sigas tranquilamente haciendo tus cosas. A la gente con autocontrol se les paga más porque el autocontrol permite a esa gente hacer cosas que son de gran valor para el resto de la sociedad. El punto importante aquí es que la sociedad valora el autocontrol más de lo que valora nuestra calidad de vida. John Lennon contó una vez una historia de cuando iba a la escuela primaria que tiene relación con esto.  Le preguntaron qué quería ser cuando fuera mayor, y él escribió: “feliz”. Los profesores le dijeron que no había entendido la pregunta, y él les contestó que ellos no habían entendido la vida. Para los profesores lo que él quería ser de mayor se refería a qué iba a hacer de beneficio para la sociedad. Su felicidad era una repuesta sin sentido para ellos.

Muchas personas dedican años y años de esfuerzo para ser médicos o abogados, o lo que sea, para darse cuenta luego de que no son felices. Pero la sociedad respeta a los médicos (bueno, cada vez menos) porque dan un servicio importante para todos. Muchas veces, cuando pensamos que estamos valorando la inteligencia u otras cualidades, lo que estamos valorando es el autocontrol. Por ejemplo, en la admisión a una Universidad lo que estamos valorando es el autocontrol: ¿cuánto has sido capaz de contenerte y de no distraerte con todo tipo de impulsos y deseos, durante 13 años y has sido capaz de centrarte en estudiar?

El filósofo Jeremy Bentham propuso una manera de construir todo tipo de edificios, lo que el llamó Panopticon que conseguiría que todo el mundo hiciera lo que debía hacer. El plan de Bentham era que toda la gente de un grupo (fueran estudiantes, presos, pacientes de un hospital, etc) fueran capaces de ser observados continuamente (esto era antes de las cámaras de vídeo). La idea era construir todas las habitaciones o celdas en círculo con las puertas abiertas hacia el centro donde estarían los observadores. Pero la agudeza de Bentham estuvo en que lo importante era no que los presos o estudiantes fueran vistos todo el rato, sino que ellos creyeran que podían ser vistos en todo momento. Para ello, los guardas o tutores no podían ser vistos por los presos o estudiantes. El guarda podía estar mirando para otro lado pero eso el preso no lo sabía. Es decir, la forma de conseguir que la gente se comporte y se frene no es que sean vistos por una autoridad. Es suficiente con que la gente sepa que son visibles.

Hay mucha evidencia experimental que da la razón a Bentham. En un estudio los sujetos engañaban más si las luces de la habitación estaban casi apagadas y no podían ser vistos y hay otros estudios muy famosos donde la gente engaña menos, o dona más para una organización, si hay un poster con unos ojos en la habitación. Pero más ilustrativo es un trabajo con estudiantes donde el mero hecho de que exista un espejo en la habitación, de que el sujeto se vea a sí mismo (y , por lo tanto, deduzca que es visible), disminuía la probabilidad de engañar ( 71% sin espejo, frente a 7% con espejo). Todo recordatorio de que somos criaturas que pueden ser vistas, juzgadas y evaluadas activa nuestro autocontrol para que nos conformemos a las normas del grupo. ¿Y sabéis qué región cerebral se activa cuando vemos una imagen de nosotros mismos? Pues el cortex prefrontal ventrolateral derecho, efectivamente.

De entrada solemos pensar que el autocontrol está al servicio de nuestros intereses y que nos sirve para controlar nuestras vidas. Pero Lieberman nos cuenta que el autocontrol beneficia a la sociedad. Estamos construidos de manera que el recuerdo más ligero de que somos objetos sociales nos mantiene controlados. El autocontrol  refuerza la conexión social porque nos ayuda a priorizar el bien del grupo  por encima de nuestros estrechos intereses.  El autocontrol aumenta nuestro valor para el grupo social y al someternos a las normas grupales reforzamos la identidad del grupo también. El autocontrol es una fuente de cohesión social dentro del grupo poniendo al grupo por encima del individuo. Esa es la esencia de la armonización social. No solemos darnos cuenta del grado en que  la sociedad moldea nuestras mentes, la forma en que construimos nuestras creencias y objetivos y de qué es lo que hace que ejerzamos el autocontrol en diferentes situaciones.

Todas estas nociones son contraintuitivas. La idea de que nuestros valores personales nos son implantados por la sociedad y que nuestro autocontrol existe en parte para frenar, más que para apoyar, al yo es anatema para nuestra forma de pensar acerca de “quiénes somos”. Pero la neurociencia está ayudándonos a ver la realidad de estas afirmaciones, que nuestro sentido del yo más profundamente personal, y nuestra fuerza de voluntad frecuentemente sirven para mantenernos en buena relación con el grupo. Armonizar es un trabajo duro pero, aparentemente, la evolución pensó que merecía la pena alinear nuestras actitudes y creencias con las del grupo más que ponerlas en su contra.

@pitiklinov en Twitter

Referencia





jueves, 7 de noviembre de 2013

El Yo es un Caballo de Troya del grupo


El Yo es la estratagema más oculta de la evolución para asegurar el éxito de la vida en grupo
-Matthew Lieberman


El libro de Matthew Lieberman Social. Why our brains are wired to connect gira alrededor del hecho de que los seres humanos estamos cableados para ser sociales. Hay cosas interesantes a lo largo del libro como sus estudios, y los de otros autores, demostrando que el dolor social ( p. ej. la exclusión social, el aislamiento, la soledad) utiliza los mismos circuitos cerebrales que el dolor físico. Pero no vamos a hablar de eso ahora sino del capítulo 8 de este libro que lo dedica a una idea bastante contraintuitiva: que el Yo, algo que creemos muy íntimo y personal, es en realidad un Caballo de Troya del grupo, un programa cargado en nuestro cerebro que en realidad no trabaja para nosotros, sino para los demás.
Matt Lieberman

En Occidente tendemos a pensar que el yo es lo que nos hace especiales, que nos provee con un único destino para alcanzar nuestros fines personales y conseguir la autorealización. Nos imaginamos el yo - nuestro sentido de lo que somos- como un tesoro herméticamente cerrado, una fortaleza impenetrable a la que tan solo nosotros tenemos acceso. Pero Lieberman nos cuenta en este capítulo que el Yo es similar en muchos aspectos al software, o aplicaciones, que se cargan a un terminal de ordenador para que pueda funcionar en red con otros ordenadores y con un servidor. Como señala en la frase que he destacado como cita que el Yo es la estratagema más oculta de la evolución para asegurar la vida en grupo. Para Lieberman el Yo es un engaño que permite al mundo social entrar dentro de nosotros y tomar posesión de nuestras mentes sin que nos enteremos.

Esta idea no es nueva, no hay nada nuevo bajo el sol, y ya se le había ocurrido, entre otros, a Nietzsche, pero Lieberman nos va a aportar algunos datos (por supuesto no definitivos, pero sí sugerentes) desde la neurociencia. He aquí lo que decía Nietzsche:

“Pensemos lo que pensemos y digamos lo que digamos acerca de su “egoísmo”, la gran mayoría no hace nada por su ego a lo largo de su vida: lo que hacen lo hacen por el fantasma de su ego formado en las cabezas de los que les rodean y que les ha sido comunicado a ellos”

Nietzsche creía que nuestro sentido del yo no era algo interno a nosotros, un núcleo verdadero dentro de nosotros al que vamos ganando acceso a lo largo de nuestra vida. Para él el sentido del yo es algo construido primariamente por las personas de nuestra vida, y que el yo es un agente secreto trabajando más para ellos que para nosotros.

Es claro cómo cambian las costumbres y las modas y cómo nuestro gusto se conforma al de la mayoría de la gente, desde ropas a gustos estéticos y demás. Inyectar nuestros gustos desde fuera dentro de nosotros en una “operación clandestina”  lleva a una armonización y mejor funcionamiento social. Cada uno de nosotros tiene una variedad de impulsos y si los actuara cuando no es adecuado, o con la gente inadecuada, la sociedad se hundiría. Según Lieberman,  el Yo existe para que el grupo social ( familia, escuela, país…) suplemente nuestros impulsos naturales con unos impulsos sociales. El mundo social imparte una colección de creencias acerca de nosotros mismos, de la moralidad, y de lo que es una vida con sentido. Debido a cómo funcionamos, nos enganchamos a estas creencias como si fueran ideas a las que hemos llegado por nosotros mismos, el auténtico producto de nuestra voz interior. No es suficiente para nosotros reconocer los valores y creencias del grupo. Tenemos que adoptarlos como propios para que sirvan de guía a nuestra conducta. En otras palabras, igual que pasó con el Caballo de Troya, mucho de lo que constituye nuestro sentido del yo llega desde fuera al abrigo de la noche. Nuestro cerebro utiliza estas fuerzas externas para construir y actualizar el Yo.

Imaginaos el siguiente juego. Estamos sentados en una habitación unas 20 personas y cada uno tenemos una carta con nuestro valor en la frente, nosotros no podemos verla , pero sí vemos el valor escrito en la frente de los demás. Se nos pide que nos emparejemos con la persona que tenga la carta de más valor que quiera emparejarse con nosotros. Al principio no tenemos una idea de nuestro valor, pero eso tiene fácil arreglo: enseguida la mujer con el as de oros va a tener un grupo de admiradores alrededor, mientras que al hombre con el dos de espadas nadie le hará ni caso. George Herbert Mead y Charles Cooley  plantean que la forma en que aprendemos acerca de nosotros mismos en el mundo real no es muy diferente de lo que ocurre en este juego de cartas. A este proceso lo llaman generación de una valoración reflejada ( reflected appraisal generation). Una valoración reflejada sería lo que yo pienso que tú piensas de mí. Se nos bombardea desde pequeños con feedback acerca de nosotros mismos, sea con palabras, pero también con conducta no verbal y con el tono de voz. Y usamos esta información para descubrir quiénes somos. Más que mirar hacia adentro, miramos a los otros para aprender acerca de nosotros mismos. 

Lieberman y Jennifer Pfeifer llevaron a cabo un estudio con adolescentes y Resonancia magnética cerebral. Lo voy a resumir brevemente. Un gran número de estudios de los que Lieberman ha hablado en capítulos anteriores relacionan un área del cerebro en concreto con el sentido del Yo: el cortex medial prefrontal (CMPF). Y existe otras zonas cerebrales, el llamado Sistema de Mentalización, que tiene que ver con adivinar las intenciones, creencias y motivaciones de los demás. Esas áreas incluyen el córtex prefrontal dorsomedial, la unión témporo-parietal,el precúneo, el cortex cingulado posterior y los polos temporales. Entonces se pide a los adolescentes que realicen valoraciones directas  (pienso que soy muy inteligente) y reflejas (mis amigos piensan que soy muy inteligente) acerca de ellos mismos. Lo primero que se observa es lo esperado: cuando hacen valoraciones directas se activa el CMPF y cuando realizan valoraciones reflejas el Sistema de mentalización. Pero lo que ya era más sorprendente es que los adolescentes mostraban una fuerte activación del Sistema de Mentalización cuando estaban haciendo valoraciones directas. Los adultos no hacen esto. Recordad que el Sistema de Mentalización se asocia típicamente con pensar acerca de los estados mentales de los demás. Estos resultados sugieren que, incluso cuando se pregunta a los adolescentes qué piensan de sí mismos, podrían haber traído a su mente en realidad valoraciones reflejadas…lo que ellos creen que otros creen acerca de ellos mismos. es como si el CMPF tomara nuestra valoración de lo que otros piensan de nosotros como un poder o sucedáneo (proxy) de lo que nosotros deberíamos pensar acerca de nosotros mismos.

Este y otros estudios sugieren que el CMPF está implicado en la construcción del Yo y que esta región está menos herméticamente cerrada de lo que solemos pensar. Si el CMPF es en realidad un conducto por el que asimilar los valores y creencias de los que tenemos alrededor, entonces el Yo puede ser un mecanismo por y para el mundo social. La existencia del CMPF asegura que un sistema común de valores sea compartido por los miembros de una comunidad. Aunque creemos -volviendo a los adolescentes- que en esta época se vuelven hacia sí mismos en busca de su yo interior, la mayoría lo que hacen es abrazar la identidad de los que tienen alrededor (amigos, amantes , o los diversos grupos en los que se integran en esa época) Lejos de ser ellos mismos, lo que están haciendo es cargar en su mente los programas, las aplicaciones que ven a su alrededor, las cuales, una vez cargadas, se convertirán en su identidad. Nuestro yo trabaja para el grupo, para asegurar que encajemos en el grupo. Tenemos impulsos egoístas y tenemos impulsos sociales internalizados como parte de nuestro Yo.

Resumiendo, experimentamos la autoconciencia como un proceso privado interno pero según psicólogos como George Herbert Mead, Charles Cooley o Matt Lieberman, la autoconciencia es en realidad un proceso altamente social durante el cual se nos recuerda lo que la sociedad espera de nosotros y entonces nos empujamos a nosotros  mismos en esa dirección.

@pitiklinov en Twitter

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