domingo, 30 de agosto de 2020

La Religión como forma de prevenir las epidemias


“A lo largo del mundo antiguo los “sistemas de cuidado de salud” estaban integralmente relacionados con la religión. El cuidado médico fue una actividad religiosa.”
-Carol Meyers

Esta entrada es un comentario-resumen del libro The Good Book of Human Nature, un libro que expone unas ideas que, dadas las circunstancias en las que se encuentra el mundo en este año 2020 -en medio de una pandemia por un coronavirus-, resuenan especialmente con lo que estamos viviendo. The Good Book of Human Nature, del antropólogo evolucionista Carel Van Schaik y el historiador Kai Michel, es un libro que hace una lectura antropológica y evolucionista de la Biblia y cuya tesis principal es que la Biblia es un libro que fue escrito para dar sentido al cambio más grande en la historia del ser humano: su paso de una sociedad igualitaria de cazadores  y recolectores a una sociedad agrícola. La agricultura, la revolución neolítica, fue definida por Jared Diamond como “el mayor error en la historia de la humanidad” y, según los autores de este libro, la Biblia no sería otra cosa que un conjunto de estrategias para lidiar con todos los desastres y calamidades que el paso a una sociedad agrícola y sedentaria trajo consigo.

Además de las calamidades que ya existían previamente, como las catástrofes naturales (terremotos, etc), la agricultura trajo consigo muchas otras como las desigualdades sociales, las guerras a gran escala, una peor salud en general (la caries dental explotó, disminuyó la estatura, etc.), y un tipo de desastre que para los autores del libro es el más importante de todos: las epidemias. Los cazadores-recolectores estaban muy poco expuestos a enfermedades infecciosas porque vivían en grupos muy pequeños y además eran nómadas, dejando por ejemplo, sus residuos corporales (excrementos humanos potencialmente infecciosos) atrás al moverse continuamente de un lugar a otro. Si un virus letal afectaba a un grupo humano, podría acabar con él, pero el propio virus desaparecería al destruir la base para su propia existencia.

Con la agricultura, el estilo de vida se hace sedentario y las condiciones higiénicas cambian totalmente dándose la posibilidad de que los excrementos humanos contaminen por ejemplo el agua potable. Análisis de coprolitos -heces semifosilizadas- han demostrado que la incidencia de lombrices intestinales, tricocéfalos y otros parásitos aumentaron dramáticamente entre los primeros agricultores. Además, con la domesticación de animales se produce el salto de muchas infecciones desde el ganado al ser humano: la peste, la viruela, el sarampión, la gripe, el cólera…Los núcleos de población aumentan -surgiendo las ciudades y el hacinamiento que conllevan- y se generalizan el comercio con lo que por primera vez los patógenos disponen de reservorios de cientos de miles de humanos en los que residir así como la posibilidad de transmitirse de unas poblaciones a otras.

No es difícil imaginar el shock que supuso para nuestro ancestros enfrentarse a estas terribles y misteriosas epidemias que nadie sabía de donde venían (sólo hay que ver el shock que siguen suponiendo actualmente para nosotros a pesar de nuestros conocimientos científicos sobre la existencia de los microbios). Estas epidemias se convirtieron en una presión evolutiva. Cualquier cosa que reduzca el éxito reproductivo de una población de una manera significativa se convierte en una presión evolutiva o selectiva. Es decir, cualquier mutación que reduzca los efectos de estas epidemias va a ser rápidamente seleccionada. Y por supuesto que se produjeron cambios genéticos en el sistema inmune como defensa contra los patógenos, pero esos cambios-aunque pueden ser relativamente rápidos- llevan cierto tiempo. Era necesaria también una adaptación no sólo biológica sino también cultural, y aquí es donde interviene la religión.

La tesis del libro es que aunque la religión partió de una premisa equivocada (a saber, que las epidemias las producía Dios) generó una serie de medidas y conductas que sí resultaron eficaces contra los patógenos. El mundo antiguo no tenía conocimiento de las bacterias y la gente en todas las culturas ha atribuido siempre las enfermedades a los “espíritus” o a los dioses (sigue pasando hoy en día cuando todavía hay gente que atribuye por ejemplo el VIH o el  huracán Katrina a un castigo divino). El antropólogo George Murdock ha descrito el fenómeno de la “agresión de los espíritus” que define como la “atribución de la enfermedad a acciones hostiles, arbitrarias o punitivas de algún ser sobrenatural malevolente”. Y tras estudiar 139 sociedades históricas y actuales sólo encontró dos en las que no pudo confirmar esta creencia.

Pero claro, cuando llega el monoteísmo la cosa cambia bastante. Ya no podemos atribuir las terribles epidemias a dioses malignos sino que tenemos que explicarlas con el único dios existente y no queda otra salida que conceder que el Dios supuestamente bueno y todopoderoso es también el que nos manda las plagas. De hecho, en el Antiguo Testamento hay muchos pasajes en los que el propio Dos amenaza con mandar diversas plagas. Así que para arreglar esta contradicción no queda otro remedio que recurrir al pecado. Es decir, la miseria y las desgracias se convierten en un problema moral: Dios manda esas plagas porque somos pecadores y hemos hecho algo malo. Y la solución es obvia: la profilaxis más importante contra la enfermedad es mantener una relación intacta con Dios. Como ya hemos dicho, Religión y enfermedad infecciosa están íntimamente ligadas y la religión sería un sistema de protección cultural contra los patógenos (también contra otras calamidades pero en menor medida, según los autores).

¿Cómo protege la religión contra las infecciones? Bien, sabemos que, además del Sistema Inmune como tal, existe lo que se llama un Sistema Inmune Conductual, es decir una serie de conductas que evitan que nos pongamos en contacto con los patógenos en primer lugar. La propuesta de los autores es que la Torá es un ejemplo de Sistema Inmune Conductual. Hay muchas reglas y rituales en la Torá que podríamos llamar “medicina aplicada” o “salud pública”. Aunque no vamos a analizarlas todas, vamos a mencionar algunas para entender la idea:

-Reglas para el trato con gente de otras religiones, extraños en definitiva, personas que pueden portar parásitos a los que nuestro sistema inmune no está acostumbrado

-El estigma: evitar a los enfermos porque son personas que han caído en desgracia, alejadas de la gracia de Dios por sus pecados. Asociarnos con ellos es contrariar a Dios y evitándolos evitamos el contagio.

-La Torá tiene cantidad de referencias, se podría decir que está fascinada incluso, con los fluidos corporales, excrementos, cadáveres o incluso el bestialismo al que menciona también en alguna ocasión. Hay medidas higiénicas como enterrar los excrementos humanos, manejo de cadáveres, relaciones con extraños como hemos comentado, normas dietéticas y prohibiciones con respecto a ciertos alimentos, reglas higiénicas que hay que cumplir incluso en las batallas, etc. También hay referencias a medidas que podríamos considerar como de cuarentena en relación a la lepra o a los fluidos corporales, como en Levítico 15:2-18. Los autores de la Torá eran conscientes de que los fluidos corporales eran peligrosos aunque no supieran la razón. Merece la pena señalar que muchas de las medidas y normas tienen un componente altamente obsesivo, muy similar a la conductas de pacientes con Trastorno Obsesivo-Compulsivo.

El punto que los autores intentan transmitir es que estamos ante un tipo de protomedicina, un conjunto de medidas que evitaban las fuentes de infección y eran eficaces en reducir los contagios. Es decir, los antiguos no conocían los microbios pero ante el más peligroso de los problemas (la epidemias), desarrollaron un sistema de prevención. Dios sirvió como una herramienta heurística que ayudó a la gente a encontrar soluciones a pesar de la falta de conocimientos. Y el mecanismo es sorprendente. Una falsa premisa (que las epidemias son obra de Dios) inicia un intenso análisis y observación de la realidad que lleva a la implementación de unos procedimientos que tienen un efecto real: medidas higiénicas que disminuyen el riesgo de contagio, leyes que gobiernan el matrimonio y que disminuyen el riesgo de enfermedades hereditarias, etc. Aunque el Dios que da lugar a estas leyes no exista, esto no evita que sea de gran ayuda.

Personalmente, creo que viendo nuestro comportamiento ante la pandemia actual por Covid-19, en una sociedad supuestamente laica, no es difícil encontrar paralelismos con lo que acabamos de describir. Por ejemplo: 

-La instauración de lavados de manos y con geles hidroalcohólicos de todo tipo de superficies: mesas, sillas, zapatos o la compra del supermercado, con un gran componente obsesivo-compulsivo.
-La moralización de las medidas de protección: la adopción del uso de la mascarilla es sinónimo de buena persona y su mal uso de pecador y malvado, por ejemplo. 

-La culpabilización a la ciudadanía de la existencia de la pandemia tiene muchas similitudes con la perspectiva que hemos comentado sobre el pecado y el castigo divino. Si no acabamos con la pandemia es porque no nos portamos bien y somos malos, porque si siguiéramos todas las normas de las autoridades sanitarias, acabaríamos con ella. Es decir, que si existe la pandemia es porque nos la merecemos por nuestra mala conducta. 

Viendo algunos de estos fenómenos, sí que me parece que pueden tener razón, por lo menos en parte, los autores en su hipótesis de que las epidemias fueron uno de los factores esenciales en el surgimiento de las religiones. Si nos encontráramos en el primer milenio antes de Cristo, no me cuesta mucho imaginar que de aquí podría surgir una religión sin demasiado problema.

En resumen, estamos ante un libro que plantea la teoría de que las catástrofes en general -y las epidemias en particular- son un factor clave para entender las religiones. En prácticamente toda cultura estudiada por los antropólogos, las tragedias incontrolables han sido causadas por un agente sobrenatural. Las enfermedades han sido asociadas con actores sobrenaturales desde tiempo inmemorial, cada terremoto ha sido visto como la obra de seres poderosos. Esta predisposición es tan potente que la seguimos viendo en nuestro tiempo y ha habido personas que han atribuido el VIH o el huracán Katrina a un castigo divino. Las catástrofe han sido los dioses. Según la hipótesis de los autores de que la religión es una protección cultural contra las catástrofes, toda sociedad que quisiera sobrevivir tuvo que desarrollar medios para protegerse de las catástrofes y epidemias. El análisis que hacen de la Torá es un ejemplo de cómo funciona un sistema de este tipo. Solo las sociedades que desarrollaron sistemas eficaces de prevención y previnieron los estallidos de rabia divina -las plagas y epidemias- sobrevivieron. Si la hipótesis de los autores es correcta, debería haber similares sistemas de protección-prevención en otras culturas antiguas también.

@pitiklinov

Referencia:










sábado, 1 de agosto de 2020

La Dictadura de la Virtud y La Religión como Antídoto


“Las peores epidemias no son las biológicas. Las peores epidemias son las morales.”

- Albert Camus, La Peste


No quites nunca una valla hasta que sepas la razón por la que fue colocada
-G.K. Chesterton

El bolchevismo como fenómeno social será reconocido como una religión, no como un movimiento político ordinario.
-Bertrand Russell, The Practice and Theory of Bolshevism,1920

La política moderna es un capítulo en la historia de la religión. Las más grandes de las convulsiones revolucionarias que han moldeado gran parte de la historia de los dos siglos pasados fueron episodios en la historia de la fe, momentos en la larga disolución del Cristianismo y el surgimiento de la moderna religión política. El mundo en el que nos encontramos al comienzo del nuevo milenio está lleno de los escombros de proyectos utópicos, que aunque se encuadraron en términos laicos que negaban la verdad de la religión, fueron de hecho vehículos de mitos religiosos.
-John Gray, Black Mass,2007


Es una idea muy extendida en nuestra cultura que la religión (Dios) es la fuente de la moral y que sin el sostén de la religión la tendencia natural del ser humano seria cometer pecados y el mal. En este blog, el origen biológico de la moral lo he tratado regularmente mostrando que no podemos entender nada sobre la moral sin la evolución. Tenemos un instinto o una capacidad moral como tenemos un instinto o capacidad para el lenguaje y ese instinto es un mecanismo psicológico evolucionado, producto de la selección natural. En esta entrada voy a presentar la contraintuitiva tesis de que la religión no es en realidad el origen de la moral sino un freno, un control cultural, para mantener nuestros instintos morales a raya (aclaro que estoy pensando sobre todo en la religión católica que es la que tengo más cerca y puede que lo que digo no sea aplicable a otras). Voy a describir la situación moral que estamos viviendo en nuestra sociedad actual (una situación que podemos considerar de Dictadura Moral) y en base a ello voy a proponer que los instintos morales del ser humano pueden desbocarse (cosa que creo que está ocurriendo ahora) y que cuando la religión tradicional ha sido más fuerte los fenómenos que estamos viviendo ahora no ocurrían. Sugiero que la religión tradicional tiene medios (normas y rituales) para canalizar nuestros instintos morales de manera que no perjudiquen al funcionamiento de la sociedad en su conjunto ( lo cual, a mi juicio, está ocurriendo en estos momentos).

Creo que una característica definitoria de la época que estamos viviendo es que estamos asistiendo al auge de una serie de movimientos que podemos considerar “progresistas” en conjunto, fuertemente relacionados, como la corrección política (political correctness, PC) , la justicia social (los guerreros de la justicia social (SJW) en versión negativa), la exhibición o el señalamiento de virtud (Virtue signalling), el postureo moral o exhibicionismo moral, el wokismo (woke), estar “despierto” en cuestiones de justicia social y raciales, la indignación moral en las redes, las difamaciones rituales y los linchamientos morales, el despido de gente de sus trabajos por sus creencias políticas o morales,  la moralización continua de cosas que antes eran neutras moralmente: comer carne, usar el coche o el avión, etc.; el avance del altruismo efectivo en sociedades como la norteamericana aunque menos por ahora en la nuestra, etc.

Lo que todos estos fenómenos ilustran es que estamos viviendo una espiral moral, una especie de carrera de armamentos moral en la que continuamente surgen nuevas normas morales que son desplazadas enseguida por otros nuevos mandamientos de manera que nadie puede estar seguro de ser lo suficientemente bueno porque cuando cumples con unos requisitos aparecen nuevas exigencias a las que responder y adaptarse. Hace poco las palabras eran violencia pero ahora ya hemos pasado a que el silencio es también violencia. Por ejemplo, defender la libertad de expresión es ahora una cosa de derechas y mala moralmente. Tratar a las personas como individuos, algo que Martin Luther King defendió en su momento, es también ahora malo moralmente. Ahora lo correcto es tratar al sujeto según el grupo identitario al que pertenece (identity politics) y no por el contenido de su carácter. Un resultado de todo esto es que la gente no se atreve a expresar sus opiniones por miedo a herir a alguien y a las consecuencias que eso puede acarrearle en su vida, en su trabajo o en su carrera (62% de los estadounidenses dicen en una encuesta reciente que tienen miedo a expresar  sus ideas). Según este otro estudio, el porcentaje de estadounidenses que tiene miedo a compartir sus ideas y se autocensura se ha triplicado desde los años 50 del siglo pasado (era McCarthy) a la actualidad. No lo hacen por miedo al estado sino por presión social y miedo a ser despedidos o etiquetados. Se está imponiendo un totalitarismo sin estado que se manifiesta en la cultura de la cancelación: la censura, acallar y eliminar al disidente, al que no sigue la ortodoxia.

Ya he señalado en otra entrada los peligros de esta moralidad desbocada. El principal problema es que la moralidad tiende a invadir o metastatizar otros terrenos, otras instituciones, que no deberían funcionar con el código binario bueno/malo, como la ciencia cuya principal obligación debe ser buscar la verdad. Si la moral metastatiza esas otras instituciones todo el funcionamiento de la sociedad y su eficacia se va a ver comprometida, el software que hace que funcione nuestra sociedad va a corromperse. Por poner un ejemplo, Coca-Cola y otras empresas han retirado la publicidad de Facebook porque, según ellas, no frena lo suficiente los discursos de odio. Es decir, Coca-Cola al dirigirse a la sociedad tiene que empezar diciendo: somos una empresa feminista, antiracista, comprometida con el medio ambiente, con la justicia social, etc…y una vez establecido eso: “…también hacemos un refresco que está muy bueno y nos gustaría que lo compraras”. Atrás quedaron los tiempos en que una empresa de coches se dedicaba a hacer coches y una de zapatillas a hacer zapatillas. Ahora todo el mundo tiene que señalar virtud y demostrar su militancia en la religión de lo políticamente correcto.

Son muchos los autores que han señalado el parecido o las similitudes entre todos estos fenómenos laicos que estoy comentando y la religión (para un tratamiento filosófico de fondo leer Black Mass, de John Gray). En su momento se señaló el paralelismo del marxismo con la religión y ahora la raíz religiosa del progresismo, o del movimiento por la justicia social, etc. Hay un consenso bastante grande en que la religión tradicional se ha sustituido por diferente religiones laicas, como ya traté en el blog, con sus pecados originales y todo.

¿Por qué ocurre esto? Nuestra capacidad moral no sólo consiste en ver que existen cosas buenas y malas moralmente ahí afuera (en el mundo) sino también en una necesidad de señalar a potenciales parejas y aliados que somos buenos, que somos un buen compañero de pareja o un buen aliado y miembro de una coalición o grupo. En esta entrada sobre las colas de pavo real políticas me hacía eco de las ideas de Geoffrey Miller de que señalar virtud es algo que atrae al sexo opuesto y hay estudios que muestran, efectivamente, que el altruismo es una característica atractiva para las mujeres que buscan una relación a largo plazo. Sea por las razones que sea, el argumento es que señalar virtud, que nos adherimos a las normas morales del grupo, es una necesidad que forma parte de nuestra naturaleza y una de las funciones que ha cumplido la religión tradicional ha sido la de servir para señalar nuestra virtud al grupo. Si esto es cierto, si la religión tradicional desaparece se verá inevitablemente sustituida por otras doctrinas que cumplan esta función. Parece que hay muchos datos de que esto es lo que está ocurriendo. En definitiva, que estamos condenados al eterno retorno de la religión, que nunca nos libraremos de ella. Tal vez no se manifieste en creencias sobre seres sobrenaturales pero sí en una doctrina y unas normas morales que no pueden ser cuestionadas si no quieres ser excluido del grupo.

Por otro lado, las redes sociales han abaratado este señalamiento de virtud a los demás. No es necesario ir a trabajar de colaborador con una ONG a Africa varios años o donar la mitad de nuestro sueldo a una ONG (algo evidentemente costoso) para mostrar lo buenos que somos. Basta con publicar cada día algún tuit atacando al grupo que ostenta las creencias contrarias a las nuestras o con sumarnos a los linchamientos que inicien los miembros de nuestro grupo. Algo relativamente sencillo y que no lleva mucho tiempo.

Pero vamos al punto que comentaba al principio ¿Cómo frena la religión este instinto moral humano? La religión institucionaliza una serie de conductas, procedimientos y rituales que sirven para señalar nuestra virtud a la comunidad. Hay que ir a misa los domingos, confesar los pecados y comulgar, no comer carne en cuaresma, etc. Uno cumple con esas cosas y ya demuestra que es un buen miembro de la comunidad. Digamos que la religión “certifica” nuestra cualidad moral y esto mantiene a raya nuestro instinto de señalar virtud y permite que podamos dedicarnos a otras cosas. Pero si la religión desaparece, mostrar que somos buenos sigue siendo necesario (si aceptamos mi planteamiento de que es un fenómeno psicológico que forma parte de nuestra dotación de fábrica)  así que irremediablemente hay que buscar vías alternativas. Y en estas alternativas no está claro cuándo hemos señalado suficiente virtud y -dado que estamos compitiendo con los demás a ver quién es el más virtuoso- pues hay que inventar nuevas normas si queremos diferenciarnos de todo lo que están haciendo ya los demás.

Cuentan las crónicas una anécdota sobre Stalin. Se celebró un congreso del partido en alguna región de la URSS y para cerrar el acto todos se pusieron de pie a aplaudir al líder amadísimo, Stalin. Pero pasaban los minutos y seguían aplaudiendo porque nadie se atrevía a ser el primero en dejar de aplaudir y poder ser acusado de falta de compromiso y amor con el líder y el partido. Al final alguna personalidad paró y se sentó y todo el mundo hizo lo mismo. Al día siguiente esa persona fue detenida. Aplicado a lo que estamos tratando, necesitaríamos una señal de que podemos dejar de aplaudir, de que ya hemos sido lo bastante buenos. 

Parece haber también una diferencia muy importante entre la religión tradicional y las nuevas religiones y es la ausencia de perdón en estas nuevas religiones. Por lo menos en la religión católica tradicional uno se puede confesar si ha hecho algo malo y se le pone una penitencia (en forma de rezos o lo que sea) y así se produce la reconciliación y la vuelta al rebaño del descarriado. En estas nuevas religiones no parece haber algo similar, en los linchamientos en las redes se busca el despido del infractor, su muerte social y no pocos casos han acabado con el suicidio de la persona linchada. Pedir perdón generalmente no sirve de nada, sólo confirma que el atacado cometió efectivamente un pecado mortal y se merece lo que le ocurra.

Un fenómeno interesante y nuevo es el de despedir a la gente por sus ideas. A este señor le han despedido por ir haciendo, de manera distraída mientras conducía, un gesto con los dedos que ahora se asocia a los supremacistas blancos.  Cisco ha despedido a empleados que objetaron al apoyo de la compañía a BLM, a James Damore le despidieron de Google y la lista de académicos, periodistas y otros profesionales despedidos es muy larga como para referirla aquí. Lo que no se entiende es en qué momento se consideró que los empleadores son responsables de las creencias de sus empleados y cuándo se decidió que se tenían que convertir en policías del pensamiento y de las creencias de sus empleados. Hasta hace poco, si un empleado hacía algo ilegal debería responder ante la justicia y punto, nadie estaba obligado a profesar determinadas creencias (antiguamente sí que había que ser un buen cristiano, claro). Pero ésta es la realidad ahora y, dadas las circunstancias económicas, no es ninguna broma. Despedir a una persona es dejarla sin los recursos necesarios para  su supervivencia y la de su familia.

Discusión y Tendencias futuras

Siempre ha existido una tensión entre la tendencia a institucionalizar o mantener unas normas y la tendencia a superarlas y cambiarlas por otras. Todas las religiones han sufrido movimientos continuos de reforma y de renovación con vuelta a una cierta estabilidad para ser luego desafiada esa normalidad con nuevas exigencias. Esto es lógico porque los cambios sociales y económicos, tecnológicos y de todo tipo conducen a nuevos estilos de vida para los que las viejas normas no son ya adecuadas. Pero también parece necesaria una cierta estabilidad en las doctrinas. Si las normas morales explotan y se produce una aceleración moral desbocada en la que lo que se considera bueno hoy no lo es la semana que viene, la sociedad no va poder funcionar, la colaboración y cooperación entre todos sus miembros se va a ver resentida.

Cabe la posibilidad de que yo tenga una visión sesgada porque la religión que he conocido ha sido una religión católica en retirada y podría ser que cuando la religión fue realmente fuerte (en la Edad Media o épocas anteriores) la asfixia moral y el ambiente opresor en la sociedad fuera mucho más grande de lo que yo he conocido. Si esto fuera así, lo que estaría ocurriendo es que estas nuevas religiones están reproduciendo lo mismo que ocurría con las viejas y que sólo se relajará el ambiente moral cuando se debiliten.

¿Qué puede pasar en el futuro? es difícil hacer predicciones. Como comento, es posible que se produzca un asentamiento de estas normas y que se institucionalicen de alguna manera los requisitos para certificar o demostrar ante los demás que uno es un buen miembro de la comunidad. Un ejemplo de movimiento en esta dirección  podría ser esta noticia de que la Universidad de California va a exigir unos cursos en estudios étnicos y de justicia social a sus alumnos para poder graduarse. Tal vez podemos interpretar esto como un ejemplo de esa institucionalización a la que me refería. 

Si, por contra, la moralidad siguiera desbocada creo, como decía más arriba, que convertir todas las esferas de la vida en una cuestión de buenos y malos va a afectar al funcionamiento, rendimiento, eficacia y creatividad de todas las instituciones sociales. Las universidades se van a convertir en algo más parecido a seminarios o madrasas que a centros de innovación y debate científico. La sociedad o cultura que siga esta evolución va a estar en desventaja frente a otras culturas o sociedades cuyas instituciones no queden metastatizadas por este crecimiento moral sin freno. 

En cualquier caso, hay una realidad muy importante: la moral es un arma muy eficaz de control social, es más potente que la economía o el poder político para controlar a los demás. El que tiene el poder moral, el que escribe las normas morales, manda y domina. Estamos viviendo una batalla por la supremacía moral. Actualmente la estamos viviendo en la forma de una lucha por el rol y estatus de víctima ya que vivimos en una victimocracia, en una sociedad del victimismo, y el que consigue ese rol consigue la supremacía moral. El discurso del que tiene la supremacía moral no puede ser cuestionado sea cual sea su contenido, su lógica o su razón. Ir contra ese discurso hace que uno quede excluido. Esto sugiere que va a ser difícil ver una estabilidad moral en el horizonte cercano. Y no es impensable que el totalitarismo sin estado al que me refería más arriba se convierta en leyes y en un totalitarismo estatal en toda regla que regule todos los aspectos de nuestra vida. 1984 quedó atrás cronológicamente pero hay muchos datos de que la sociedad descrita por Orwell nos puede estar esperando a la vuelta de la esquina. 

En resumen, la religión, por un lado, alimenta nuestros instintos morales estableciendo mandamientos,  normas y doctrina en los que expresarse. Pero, por otro, supone un control a esos instintos  al establecer rituales y procedimientos que limitan la competición virtuosa entre los individuos y nuestra búsqueda utópica de santidad. Remover la religión da lugar a que las viejas doctrinas se sustituyan por otras nuevas mientras que parece haberse eliminado la función de control que canalizaba los instintos morales humanos. Se produce así un crecimiento tumoral de la moral que deteriora la salud de los individuos y la sociedad en su conjunto. Sería deseable encontrar un ritmo moral adecuado, ni demasiado lento ni demasiado rápido, para el buen funcionamiento de la sociedad.

@pitiklinov