miércoles, 30 de enero de 2013

El Animal Cultural y el libre albedrío



Toda la teoría está en contra del libre albedrío, toda la experiencia a favor
- Samuel Johnson

He terminado hace poco The Cultural Animal, Human Nature, Meaning, and Social Life, de Roy F. Baumeister, y os voy a hacer una reseña o pequeño resumen de lo que ofrece el libro. Se trata de una obra monumental, un trabajo impresionante, de casi 400 páginas, muy denso y que lleva su tiempo leer, pero en conjunto creo que merece la pena. Lo que Baumeister intenta hacer es un resumen de la naturaleza humana: qué somos, qué queremos, cómo pensamos, cómo sentimos, cómo actuamos y cómo interactuamos, una empresa bastante ambiciosa.


La tesis central del libro es que la naturaleza nos diseñó para la cultura, que la mente humana está diseñada por la selección natural para permitirnos pertenecer a la cultura. Baumeister defiende que la cultura ha influenciado la naturaleza y creo que esa idea es perfectamente defendible. Ya hemos hablado aquí del Efecto Baldwin, del ejemplo de la intolerancia a la lactosa como cambio genético debido a un cambio cultural, así que me parece un planteamiento válido en principio. La cultura, a su vez ha sido seleccionada porque aporta ventajas reproductivas al ser humano. Cosas como el lenguaje, la acumulación de conocimiento, la división del trabajo y el intercambio y cooperación aportan ventajas para la especie humana, y la prueba es que hemos llegado a los 7000 millones de individuos en el planeta, mientras que nuestros más cercanos parientes, los primates, se enfrentan a la extinción.

En el primer capítulo Baumeister distingue entre un mundo físico, un mundo social y un mundo cultural. Muchos animales viven en el mundo físico, viven solos e interactúan con el ambiente físico para conseguir todo lo que necesitan. Otros animales viven en el segundo mundo, el mundo social.Trabajando juntos consiguen cosas que no podrían conseguir por separado. La interacción social es por tanto una estrategia biológica cuyo éxito puede medirse en base a los criterios biológicos de supervivencia y reproducción. Y la cultura es el tercer ambiente. Baumeister acepta que existe un rudimento de cultura en chimpancés y otros primates, pero nada comparable a la cultura humana. Algunos animales encontraron que podían sobrevivir y reproducirse con más éxito utilizando la cultura. La cultura para Baumeister es conducta aprendida, un conjunto de creencias, prácticas, instituciones, costumbres y mitos construidos por un grupo humano, y que son pasados de una generación a la siguiente. Baumeister da mucha importancia al sentido o significado, el mundo cultural es un mundo compartido de sentidos o significados. La cultura es un sistema basado en la información que permite a la gente vivir junta y satisfacer sus necesidades. A diferencia de otros psicólogos sociales, Baumeister admite que la cultura tiene su base en la biología y que, a pesar de las diferencias, son más importantes las semejanzas entre todas las culturas que las diferencias. Reconoce que la cultura no puede moldear al ser humano como le de la gana, que el ser humano no es una tabla rasa y que la cultura tiene unas limitaciones en lo que puede conseguir. Habla de los ejemplos del comunismo, de los kibbutz israelíes donde se intentó saltar por encima del núcleo familiar, por ejemplo, y tuvieron que dar marcha atrás. También comenta como ejemplo de ello el caso conocido de Bruce Reimer, un niño que sufrió un problema en el pene tras una operación de fimosis y que fue criado como una niña pero al final apareció su naturaleza masculina. La cultura puede influir la conducta, pero hasta cierto punto.

En el segundo capítulo Baumeister toca unos temas muy interesantes aunque un tanto filosóficos. Desarrolla lo del sentido que he comentado antes. Dice que la cultura está hecha para el sentido, solo por medio del sentido puede uno almacenar y comunicar información, y que, sobre todo, el lenguaje codifica sentidos. Dice que el mundo cultural no es un mundo físico pero que, a pesar de ello, la causalidad social o cultural es real. El test básico, nos dice, para ver si una persona cree en la realidad social es este: “¿ crees que las ideas pueden mover moléculas?”. En otras palabras, ¿la distribución física de la materia en el universo puede ser alterada, aunque sea levemente, por realidades que no son físicas? Se refiere a las ideas. Las ideas son reales pero son independientes de los cerebros particulares. Aunque unos cerebros desaparezcan pueden seguir existiendo en otros cerebros. Según Baumeister, la conducta responde al sentido, que no es una realidad física, sino que depende de unos supuestos compartidos por un grupo cultural. Como ejemplo de realidad no física pone el dinero. El dinero no es una realidad física sino un acuerdo compartido. Un billete de 1000 pesetas ya no es nada, es una realidad física, un papel, pero al perder el sentido ya no sirve. Otro ejemplo serían las leyes. En toda esta reflexión Baumeister adopta una postura bastante platónica. Dice que los números por ejemplo ya existían antes de que existiera el hombre y antes de que se llegaran a utilizar. Plantea que 7x 4 ya eran 28 en la época de los dinosaurios. Mucha gente no estaría de acuerdo con esto, y lo dejo ahí  para el que quiera romperse la cabeza. Pero sí quiero marcar un punto en el que creo que tiene razón, en que el ser humano responde al sentido, a cosas que no existen o que no se ven, más incluso que a las cosas reales. Creo que es efectivamente una de las características diferenciales del ser humano.

En el tercer capítulo habla Baumeister de las cosas que quiere la gente. Habla de unos deseos heredados del mundo animal: comida, evitar el dolor y seguir el placer, evitar las heridas y la muerte, control ( la gente quiere tener control de las situaciones), dinero ( aunque decía que el dinero era un significado, se traduce en libertad de hacer o tener cosas y en recursos), poder, territorio y posesiones. Luego hay unos deseos heredados del animal social: el sentido de pertenencia, que es uno de las necesidades más básicas y poderosas del ser humano, el sexo ( más plástico y variable en humanos que en otros animales), la agresión. En este tema de la agresión comenta que cuanto más cultural es un animal, la agresión cada vez ofrece menos beneficios que en animales inferiores, como medio instrumental de conseguir recursos. Me parece que Baumeister es otro más de los autores que sufren un ataque de optimismo, como Steven Pinker que dice que cada vez hay menos violencia, o Matt Ridley y su optimismo racional. No digo que no tengan razón, pero Baumeister se olvida de que la cultura genera a su vez formas nuevas de violencia o de agresión, que no existen en animales inferiores. Me refiero por ejemplo a la ideología. Los animales no se matan entre ellos por cosas que no existen nada más que en sus cabezas ( ideas religiosas o políticas...). Otros deseos del ser humano son el de cuidar, el de ayudar. Por último Baumeister habla de motivaciones humanas creadas por la cultura. Reconoce que la cultura no crea motivaciones o deseos nuevos sino que modifica los ya existentes. Habla de autoestima, culpa, el lenguaje y el deseo de hablar y compartir ( cotilleo), el éxito y llevar una vida con sentido.

En el capítulo cuatro habla de cómo piensa la gente. Habla de por qué pensamos, de la inteligencia ( que busca patrones), del lenguaje, de las expectativas, de cómo entendemos la causalidad, del inconsciente y la mente automática, de la memoria, del razonamiento, y del razonamiento moral también. Un repaso amplio pero no realiza grandes aportaciones, a mi modo de ver.

En el capítulo cinco habla de las emociones, y aquí sí aporta una matización que tiene su interés. Define lo que son, reconoce con Damasio que son una de las motivaciones básicas de la conducta y que sin emociones no podemos pensar y no podemos decidir, sin ellas el pensamiento giraría en el vacío. Pero luego nos dice que las emociones son para la vida social, que si se acompañan de unas manifestaciones físicas bastante claras, que los demás pueden ver, es porque son formas de comunicación, que si no, las sentiríamos exclusivamente por dentro. También explica que decidimos nuestras acciones en base a las emociones que esperamos sentir al actuar. Esta tarde yo puedo ir a ver a mi abuela, o a ver un partido de fútbol, o trabajar en una presentación que tengo que hacer, o ir a charlar con unos amigos, por mencionar solo algunas de las miles de cosas que podría hacer. Las emociones que anticipadamente espero sentir me permiten comparar entre estas diferentes acciones y probablemente elegiré la opción que me promete el mejor resultado emocional. La emoción sería la moneda de las decisiones, el mínimo común denominador de esas aciones o posibilidades tan diferentes. Es decir, nuestra conducta perseguiría las emociones. También nos sirven para aprender. Si yo hago algo que disgusta a mi abuela me sentiré culpable por ello y aprenderé a no volverlo a hacer porque no quiero sentirme mal, culpable, de nuevo. Esta es la razón, según Baumeister de que no podamos controlar las emociones. Si yo pudiera sentirme mejor a voluntad, si pudiera dejar de sentirme culpable por lo que he hecho a mi abuela y sentirme feliz, no tendría necesidad de cambiar mi conducta. Puedo seguir comportándome mal con ella (y con cualquiera, no solo con mi abuela) sin consecuencias negativas para mí. Pero de esta manera la vida social sería imposible. Si yo quiero dejar de sentirme mal tengo que cambiar mi conducta, tengo que pedir perdón a mi abuela y tengo que evitar comportarme así en el futuro. Todo ello hace que la vida social sea posible.

En el capítulo seis Baumeister habla de cómo actuamos y trata fundamentalmente del libre albedrío. Baumeister cree que tenemos libre albedrío y le da mucha importancia para defender su postura al hecho de que podemos diferir o retrasar nuestras conductas, a que no actuamos al primer impulso. En este punto difiero bastante frontalmente de Baumeister. Reconoce que la conducta surge de procesos automáticos inconscientes, no es necesaria consciencia ni razonamiento para  producir conducta, y los animales inferiores así nos lo demuestran,  pero Baumeister plantea que el sistema consciente puede puntualmente alterar el flujo de esos procesos inconscientes y dirigirlos en un sentido u otro. Reconoce que son efectos pequeños pero significativos. Pensando, uno podría actuar de una manera diferente a como habría actuado en el primer impulso, o automáticamente. El problema que le veo a este planteamiento es que si yo tengo un impulso a hacer una cosa, la necesidad de pensar y cambiar ese primer impulso tiene que venir de otras motivaciones, de otras causas o razones, y no solo de la razón o la reflexión. Lo ilustro con un ejemplo del propio Baumeister. Entran unos ladrones en mi casa y me piden mi dinero, o puede incluso que a mi mujer. Mi primer impulso natural es resistir agresivamente en cuyo caso me matarían. La capacidad de superar ese primer impulso ( y darles lo que quieren) me permitiría sobrevivir. Impecable el razonamiento pero yo no veo libertad por ningún sitio. Mi idea de la libertad no es precisamente entregar mis posesiones a punta de pistola. 

Tiene razón Baumeister en que lo que llamamos libre albedrío  -esa capacidad de retrasar o diferir un acto- ha sido seleccionado por la selección natural porque es adaptativo. Si yo tengo sed y voy a ir a beber a una charca y veo que hay un tigre, me viene bien poder esperar y aguantarme la sed hasta que el tigre se vaya. Efectivamente esa capacidad ha sido seleccionada por la selección natural, pero habría mucho que discutir si eso implica libertad. Al final estoy obligado a beber y si el tigre no se va o busco otra charca (si la hay) o tendré que jugármela o morir de sed. Por otra parte, esto lo hacen también los animales. Un chimpancé tampoco iría a beber si hay un tigre y también puede retrasar su conducta. Os puedo poner otro ejemplo: dormir. Yo puedo retrasar la hora de ir a dormir o puedo incluso no dormir una noche pero al final  tengo que dormir o me muero, yo no puedo elegir no dormir. Tal y como yo lo veo no soy libre de elegir no dormir.

Baumeister hace casi sinónimo al libre albedrío del auto control. Los humanos nos podemos autocontrolar y eso es señal de nuestro libre albedrío. Pone otro ejemplo como que yo puedo tener un primer impulso a beber o a comer algo, pero que luego me lo pienso y me doy cuenta de que esa comida viola un principio religioso, o que no tengo dinero para comprar el agua, y no voy a entrar a un restaurante y cogerla, u otro tipo de limitaciones...Y yo sigo sin ver libertad por ningún sitio. ¿Por qué no hago una cosa que quiero hacer? como Baumeister plantea tiene que haber limitaciones o inconvenientes que me lo impidan porque de otra manera lo haría. Evidentemente si no tengo dinero para comprar la comida me arriesgo a ir a la cárcel si la robo...¿eso es libertad? El propio Baumeister reconoce que la moralidad es una de las formas que tiene la cultura o la sociedad para controlar al individuo, para hacer que no actúe de modo egoísta y conforme  así su conducta a las normas del grupo. Sin moralidad la vida social sería imposible, esto es evidente, y la moral es un producto de los animales sociales, no existe en animales que viven de forma aislada. Dice Baumeister que las reglas morales y leyes existen para impedir que la gente haga lo que quiere hacer, y que obedecer las leyes requiere que la persona reprima sus impulsos iniciales. El autocontrol hace precisamente esto. Pero a mí me parece que el autocontrol es en realidad heterocontrol interiorizado, llamamos autocontrol al control social de nuestra conducta. Un ejemplo. Un hombre casado sale una noche, se toma unas cervezas y tiene la oportunidad de tener relaciones con una mujer que no es su esposa. El hombre se lo piensa, se da cuenta de que si tiene relaciones sexuales se va a sentir culpable. Hay que decir que normalmente sentimos más culpa por acciones que tienen que ver con las personas con las que tenemos más vínculos emocionales que con extraños. Si yo no devuelvo una llamada de mi esposa o hijo me voy a sentir mal, pero no si no devuelvo la llamada de un extraño. Este hombre valora que no quiere sentir esa emoción aversiva que es la culpa, y que tampoco quiere correr el riesgo de que le abandone su mujer. La culpa es un aviso de que podemos perder una relación o vínculo valioso, por eso no la sentimos por un extraño. Valora también que si se divorcia va a tener que pasar una pensión, su calidad de vida se va a resentir, y al final decide no acostarse con la mujer que ha conocido. ¿Podemos concluir que eso es un acto libre? Yo personalmente no lo veo así. Este hombre no ha realizado su primer impulso porque hay un montón de cosas que se lo impiden, por lo tanto, no me parece una decisión libre. Si a hacer lo que quiere la sociedad lo llamamos libre albedrío, pues entonces estaría de cuerdo. Y la persona tiene que hacer lo que quiere la sociedad o el grupo porque fuera del grupo estamos perdidos, no podemos existir. De manera que este hombre lo que está haciendo es seguir la misma programación de todos los seres vivos, que es mirar por su propia supervivencia y  bienestar , y en este caso tiene que ceder a presiones sociales, lo mismo que en otro caso cedería a presiones físicas y no se acercaría a beber a una charca en la que hay un tigre.

Decía E.O. Wilson que el ser humano seguía atado por la naturaleza, por los genes, por una correa, aunque esa correa sea más larga que en otros animales. Como esta correa es más larga podemos tener la impresión de que somos libres y podemos saltar y  movernos a derecha e izquierda, pero a fin de cuentas estamos atados. Pero reconozco que a la hora de pensar sobre el libre albedrío influye mucho la personalidad del pensador, algunos por temperamento se fijan más en la botella medio llena y otros en al botella medio vacía. Por eso es muy difícil que nos pongamos de acuerdo. Algunos siempre ven que hay un margen de maniobra. Incluso si me arruino y tengo que ir a vivir debajo del puente, como se dice, puedo elegir entre un puente u otro, así que sigo teniendo libertad de elección. Para otros sin embargo eso no es capacidad de elección, según esa otra visión tener libertad es poder elegir entre dormir en casa  o en un hotel, o debajo de un puente. 

El capítulo siete y último lo dedica Baumeister a hablar de cómo interactúa la gente, de la familia, de  la violencia y agresión, de la ayuda y cooperación, del poder y de las relaciones entre grupos. En conjunto creo que es un libro interesante, que recoge casi todos los conocimientos de la Psicología Social. Aparte de cosas en las que se pueda o no estar de acuerdo con el autor, como el problema del libre albedrío, creo que hay otro fallo global que el propio Baumeister reconoce. Me refiero a que Baumeister no habla apenas de las cosas malas que nos ha traído la cultura. Ya hemos hablado del éxito reproductor evidente, de los 7000 millones de personas que poblamos el planeta. Pero tampoco sabemos si este éxito va a continuar, se puede morir de éxito. Demasiada cultura podría ser tan mala como unos cuernos demasiado grandes y pesados como los del alce irlandés, que se extinguió aparentemente por eso. Habla Baumeister del poder de las ideas, de lo irreal o no material. Y yo comentaba el problema de la ideología. El ser humano es capaz de matar millones de semejantes como hemos visto el siglo pasado en base a cosas tan absurdas como querer crear un hombre nuevo, en la URSS socialista, o a si Dios es uno o es trino, en tiempos de las herejías. Estas barbaridades no las haría ningún animal. Tenemos el grave problema de que no podemos ponernos de acuerdo en cuál es la realidad; la realidad se define socialmente y si un grupo decide que lo real es tal cosa, eso es real aunque no lo sea. A mi modo de ver esta gran ventaja del ser humano es también su principal talón de Aquiles y no sabemos todavía de qué lado se inclinará la balanza. Podríamos estar caminando tranquilamente hacia nuestra extinción.


lunes, 28 de enero de 2013

El Bostezo


colaboración de Juan Medrano

A lo largo de la vida bostezamos en torno a 250.000 veces, lo que sugiere que el bostezo (también llamado oscitación, o casmodia, cuando es patológicamente intenso) tiene la suficiente importancia para que le dediquemos tanto tiempo y gasto energético. Si reparamos en que el bostezo se observa en todos los vertebrados (parece que el único requisito es disponer de una mandíbula ósea) y en todos ellos se produce con el mismo esquema motor, incluso en animales, como los équidos, que respiran exclusivamente por vía nasal. En el humano se registran bostezos desde la duodécima semana de vida intrauterina, reduciéndose su frecuencia al final del periodo fetal y en el primer año de vida, para mantenerse después en una meseta a lo largo de la infancia y edad adulta y decrecer en la vejez, una curva, por cierto, similar a la del sueño REM.

En sentido estricto, un bostezo es un ciclo respiratorio paroxístico que dura entre 5 y 10 segundos (aun siendo variable entre individuos parece ser estable en cada persona). Entraña una serie de movimientos que se suceden siempre en el mismo orden. Comienza por una inspiración amplia, lenta y muy profunda, con la boca muy abierta (lo que hace que la faringe pueda llegar a cuadruplicar su diámetro), que se produce al tiempo que la laringe se abre alcanzando las cuerdas vocales su máximo grado de abducción. Durante esta maniobra, se inspira aire esencialmente por vía oral. Se sigue esta inspiración de una breve parada del flujo ventilatorio, que representa el acmé o clímax del bostezo y se suele acompañar de oclusión de los párpados o estiramiento de las extremidades. Tras ello viene una espiración pasiva, ruidosa, más o menos lenta, que se acompaña de la relajación de todos los músculos participantes; la boca vuelve a cerrarse, la laringe recupera su posición inicial y el individuo experimenta, con la resolución del bostezo, una sensación placentera.

Los griegos y los mayas consideraban al bostezo un intento del alma por escapar del cuerpo, y ya desde antiguo existían normas sociales al respecto (por ejemplo, en el mundo hindú bostezar en público era una especie de pecado.   Su estudio científico es relativamente reciente. En 1942 Moore pudo demostrar la contagiosidad del fenómeno, utilizando para ello tanto “bostezadores” especialmente entrenados, como el sonido típico de bostezo emitido por un gramófono o, finalmente, imágenes cinematográficas. Gracias a tan ingeniosos procedimientos, auténticamente innovadores en aquella época, Moore comprobó que sus colaboradores entrenados para simular oscitaciones, hábilmente colocados en iglesias y capillas, eran capaces de provocar que los asistentes a oficios religiosos bostezaran, tanto si frecuentaban los servicios matutinos como los vespertinos. Incluso pudo intuir que el cansancio no era un requisito necesario para la oscitación, ya que bostezaban más los que asistían a la iglesia por la mañana. También comprobó que el sonido de un bostezo reproducido mediante un gramófono inducía bostezos en personas ciegas en mayor medida que en un grupo control de videntes y que la imagen cinematográfica de una niña bostezando provocaba oscitaciones en los espectadores.

En nuestra era existen entusiastas investigadores sobre el bostezo, como Gallup (que rastrea su fisiología evolutiva), Walusinski (master de una enciclopédica web sobre el fenómeno) y Provine, que dedica a la oscitación un amplio capítulo en su reciente libro “Curious behavior”. Fruto de las investigaciones de este autor sabemos que el bostezo es mucho más contagioso que el hipo o la risa. Ver o escuchar a alguien que bosteza hace que un muy elevado porcentaje de seres humanos reproduzca esa conducta en menos de cinco minutos. Se da la circunstancia de que no es necesario ver frontalmente al oscitador; cualquier ángulo de visión puede generar contagio. A la búsqueda del estímulo crítico, Provine expuso a sus probandos (indefensos estudiantes de Psicología, como suele ser habitual) a imágenes de bostezadores en las que se había eliminado la boca pero la que conservaban otros rasgos como los ojos cerrados, y comparó su capacidad para disparar la conducta con otras imágenes que recogían exclusivamente bocas en amplia oscitación. La cara bostezante sin boca resultó ser un estímulo mucho más potente que la boca abierta, que en opinión de este investigador se queda relegada a la condición de estímulo neutro. Entre otras implicaciones, como señala el propio autor, esto supone que la norma de urbanidad que impone cubrirse la boca cuando uno bosteza no tiene ninguna efectividad para evitar el contagio de la oscitación. Otro aspecto importante es que la presencia de un observador activo y atento reduce el contagio e incluso la producción de bostezos espontáneos, según ha podido comprobar nuestro autor.

También induce oscitaciones la idea o el pensamiento del bostezo, o leer un texto en el que aparezca reiteradamente la palabra bostezo la frecuencia de la conducta se incrementa significativamente (tal vez lo esté comprobando el lector de esta entrada), algo que no pasa cuando uno lee reiteradamente palabras como hipo o risa o la descripción de un médico explorando las amígdalas a un paciente con la boca completamente abierta; se da la circunstancia de que esta inducción del bostezo no requiere que la persona está especialmente cansada o somnolienta.

Al igual que el estornudo y el orgasmo, el bostezo culmina en una forma de clímax, lo que explica que se le encuentren similitudes con el placer sexual. El autor más prolífico en esta materia es Wolter Seuntjens, un estudioso holandés que elaboró una tesis doctoral al respecto y es webmaster de una interesante página al respecto; resumió en su día su investigación en un artículo del Journal of Improbable Research (la revista que año tras año concede los Premios IgNobel, dicho sea de paso). Y la relación entre bostezo y orgasmo no es algo demasiado rebuscado, si tenemos en cuenta la relación entre las hormonas sexuales y la oscitación. En otras especies de mamíferos, los machos bostezan con mucha mayor frecuencia que las hembras. Esta diferencia se ha pretendido explicar alegando que el bostezo pondría de manifiesto los poderosos colmillos del macho y sería una especie de aviso o amenaza para competidores. Curiosamente, los productos que estimulan la transmisión dopaminérgica, como la apomorfina, o ciertos canales serotoninérgicos, como el mCCP, son capaces de provocar bostezos y erecciones en las ratas macho, pero este efecto desaparece cuando la rata está castrada y por tanto falta un aporte de testosterona. Nuestra especie no solo es la única en que ambos sexos son sexualmente activos en todo momentos sino que también es la única en la que los dos géneros bostezan por igual, lo que establece un paralelismo entre actividad sexual y oscitante. Redondea la relación la existencia de casos aislados de pacientes, varones y mujeres, que describían orgasmos o sensaciones análogas ligadas a los bostezos cuando estaban en tratamiento con clomipramina, un antidepresivo de potente acción serotoninérgica.

Las personas con una hemiplejia producen a veces estiramientos del miembro paralizado cuando bostezan. Este fenómeno, denominado “paracinesia braquial oscitante” por Walusinski, se puso en su momento en relación con la conservación de una supuesta vía motora emocional y ha sido explicada posteriormente por el mismo autor como debido a que la lesión de las vías corticoneocerebelosas del sistema extrapiramidal desinhiben la vía espinoarqueocerebelar, permitiendo que el brazo paralizado sea estimulado por el núcleo reticular, que armoniza los ritmos respiratorios y locomotores.

Sobre la función del bostezo se ha escrito mucho. Una conducta tan compleja, que implica la participación de tantísimos músculos y que ha persistido a lo largo de toda la evolución de los vertebrados, razonaron sin duda quienes propusieron estas hipótesis, tiene que cumplir un papel fisiológico. Smith ha revisado estas propuestas, comprobando que son de lo más dispar: incrementar (o reducir el nivel de alerta, garantizar (en la vida fetal) el correcto funcionamiento de la articulación temporomandibular, indicar aburrimiento, mareo, hemorragia o encefalitis, marcador de actividad dopaminérgica, prevención de atelectasias, oxigenación cerebral, evacuación de detritus amigdalinos potencialmente infecciosos… así, hasta 20 variadas sugerencias, lo que da idea de los palos de ciego que dan los investigadores para explicar una conducta aparentemente tan trivial. Algunas hipótesis conjugan elementos de otras, como la sugerencia de que el bostezo mejora la falta de concentración ligada a la hipoxia y de esta manera contrarresta el aburrimiento.

Más recientemente, Gallup ha formulado una hipótesis novedosa, que sostiene que el bostezo sirve para reducir la temperatura cerebral, una teoría que ha examinado en diversas situaciones y modelos experimentales y que a día de hoy, concluye, está refrendada también por las modificaciones fisiológicas observadas tras las oscitaciones. Gallup ha podido demostrar que los periquitos se produce un incremento de la frecuencia de bostezos cuando aumenta la temperatura. En las ratas, en cambio, las oscitaciones (no así los estiramientos) son más frecuentes con las variaciones al alza y a la baja de la temperatura. En los humanos Gallup ha centrado sus investigaciones en la influencia de la temperatura y sus cambios en la capacidad de contagio del bostezo, que es menor a temperaturas bajas o después de habernos mantenido un tiempo en temperaturas más altas; el paso de un ambiente más fresco a otro cálido, en cambio, aumenta la probabilidad de contagio. La respiración nasal (que tiende a refrigerar el cerebro) o la mera aplicación de frío en la frente (evidentemente, otro mecanismo que reduce la temperatura cerebral) también se asocian, en las investigaciones de Gallup, a una reducción del contagio. En el bostezo, sostiene nuestro autor, a pesar de que la protagonista es la boca y no la nariz, se puede producir una ventilación de los senos paranasales que facilitan que el calor cerebral se disipe, como de hecho sucede en algunas especies de aves. La tendencia a producir bostezos observada con algunos antidepresivos que modifican la actividad serotoninérgica puede deberse, según Gallup, a que estos medicamentos incrementan la temperatura cerebral, tanto en dosis terapéuticas como en sobredosis, algo que guarda cierta coherencia con el hecho de que los medicamentos que combaten la depresión tienden a elevar la temperatura cerebral, en tanto que los que se utilizan en la manía tienden a reducirla.

La contagiosidad del bostezo merece, ciertamente, un capítulo aparte, ya que remite a aspectos psicobiológicos de gran interés. Clásicamente se ha sostenido que la oscitación contagiosa es un rasgo netamente humano, y en los últimos años se ha vinculado a las recientemente descubiertas neuronas espejo, base de la empatía. De hecho, se ha podido comprobar mediante técnicas de neuroimagen que el contagio del bostezo se asocia a la activación de áreas cerebrales relacionadas con el sistema de las neuronas espejo y la empatía. Sin embargo, cada vez son más frecuentes los estudios que demuestran su existencia no ya en primates o en otras especies de mamíferos, sino incluso en periquitos, algo que puede relacionarse también con la creciente impresión de que la empatía existe en formas más elementales en especies aviarias, como los loros y los córvidos.

En nuestra especie, recordemos, la frecuencia del bostezo es máxima en la vida fetal, y después del nacimiento, para después ir decreciendo. Sin embargo, la capacidad de ser contagiado por la oscitación ajena es tardía, y no se instaura hasta los 4 o 5 años de edad, como han podido demostrar Anderson y Meno presentando vídeos de personas bostezantes a niños de corta edad, lo cual guarda proporción y coherencia con la idea de que el desarrollo psicológico entraña una gradual separación del egocentrismo inicial para pasar a interesarse por los demás y sus estados y reacciones emocionales. Curiosamente, en el chimpancé se da un fenómeno análogo, puesto que en una experiencia en la que se mostró un vídeo de congéneres bostezantes a seis hembras adultas acompañadas de tres crías se pudo comprobar que estas últimas no se contagiaban, mientras que las adultas oscitaban sin el menor pudor, inducidas a ello por la contemplación de la película. También en el chimpancé se ha podido vincular la contagiosidad a la proximidad del bostezante, de modo que cuanto más cercano biológica o socialmente (pertenencia al mismo grupo) sea el individuo que bosteza tanto más probable es que el que contempla la acción replique la conducta. En los seres humanos sucede lo mismo: nos contagian sus bostezos más los familiares que los amigos, los amigos más que los conocidos y los conocidos más que los desconocidos, lo que significa que el humilde bostezo es nada menos que un marcador de empatía y de proximidad afectiva y emocional.

Con estos datos no es de extrañar que la contagiosidad del bostezo sea un área de interés en la investigación sobre trastornos mentales en los que existe un defecto de la empatía y la inteligencia social, como son el autismo o la esquizofrenia. Por ejemplo, Haker y Rössler han podido comprobar que en comparación con controles las personas afectas de esquizofrenia experimentan un menor contagio de la risa o los bostezos presentados en vídeos. En realidad, este hallazgo confirma de alguna manera la vieja idea de Lehmann de que el bostezo es un fenómeno de interés psicopatológico cuya presencia o ausencia puede dar idea de la severidad de la esquizofrenia. Lógicamente, habría que armonizar esta hipótesis con el hecho de que los medicamentos que empleamos para tratar la enfermedad reducen precisamente la frecuencia de las oscitaciones. En cuanto al autismo, si bien los niños diagnosticados de trastorno generalizado del desarrollo no difieren de los niños neurotípicos en cuanto a frecuencia y duración de sus bostezos, si que muestran una tendencia mucho menor a contagiarse de la oscitación ajena. Es de interés el hecho de que esta dificultad para contagiarse del (empatizar con el) bostezo es mayor cuanto más grave sea al trastorno generalizado del desarrollo, de modo que las personas con autismos verbales o que en general no presentan las formas clásicas y más en la línea de la descripción de Kanner tienen una capacidad de replicar los bostezos ajenos más cercana a la de la población neurotípica. Un dato interesante es que si se fuerza que los niños con autismo mantengan un contacto visual con la imagen en video del bostezante la contagiosidad de la oscitación es mayor.

Así pues, da la impresión de que en el futuro la investigación sobre el bostezo nos permitirá conjugar datos provenientes de la Fisiología, la Etología, la Psicología, la Psicopatología, la Biología y Psicología Evolutivas e incluso la terapéutica farmacológica. ¿Quién se atreverá, por lo tanto, a banalizar la importancia de un buen bostezo?

sábado, 26 de enero de 2013

La Mente Humana y las Probabilidades


La mente humana es un desastre manejando las probabilidades, las matemáticas de la incertidumbre. El pensamiento estadístico no es lo nuestro (desde luego no es lo mío), y esto es algo en lo que coinciden muchos expertos. Garret Lisi dice que estamos cableados para ser incompetentes, a pesar de que encontramos innumerables circunstancias en el día a día en las que necesitamos hacer buenos cálculos probabilísticos para nuestro bienestar. Un buen argumento que lo demuestra es que el propio lenguaje que utilizamos no expresa bien las probabilidades. Para expresar probabilidad decimos  cosas como “probablemente”, o “normalmente”, que implican un porcentaje que va del 50 al 100%, pero si queremos ser más precisos tenemos que decir algo como “con una certidumbre del 70%” , y si hablamos así nos van a mirar raro.También, habitualmente, sobreestimamos la probabilidad de sucesos muy raros pero muy malos o graves ( que un ladrón entre en casa a robarnos), y subestimamos la probabilidad de algo muy común pero no tan llamativo o impactante ( la lenta acumulación de grasa en una arteria o una tonelada más de dióxido de carbono en la atmósfera). Voy a ilustrar el problema con tres ejemplos, aunque la lista de sesgos, o de fallos, de la mente humana a la hora de  calcular riesgos estadísticos sería interminable.

Un sesgo muy conocido es la denominada falacia del jugador, la idea de que si han salido ya cuatro caras al tirar una moneda al aire, existen mayores probabilidades de que salga una cruz. Dicen que mucha gente se ha arruinado en Montecarlo y otros casinos por este tipo de pensamiento. Es evidente que la probabilidad de que al lanzar una moneda al aire salga cara es del 50%, cada vez que se tira, y que es independiente de la historia previa. Este era fácil.

Otra falacia conocida es la llamada falacia de la tasa base ( base rate fallacy) que se da cuando ignoramos la información general acerca de la probabilidad de un evento y nos centramos en la información específica. Lo vemos con un ejemplo. Imaginaos que a cualquiera de vosotros le van a hacer un test para detectar un cáncer raro que tiene una incidencia en la población del 1% ( esta es la tasa base de la que luego nos vamos a olvidar). En investigaciones se ha comprobado que la fiabilidad del test es de un 79%. Más exactamente, aunque el test no falla en detectar el cáncer cuando está presente, da positivo en 21 % de los casos en los que el cáncer no está presente, es decir, que tiene unos falsos positivos del 21%. Te haces el test y te da positivo, la pregunta es: ¿cuál es la probabilidad de que tengas el cáncer? Si piensas como la mayoría de la gente vas a asumir que si la fiabilidad es de casi el 80% y has dado positivo, pues tienes casi un 80% de riesgo de tener el cáncer , ¿no es así? Pues no, la respuesta es que estás equivocado.  Si piensas eso es que te has olvidado de la tasa base. Según Keith Devlin, del que estoy copiando el ejemplo, el riesgo es de un 4,6 %, ( no me preguntéis cómo se hacen los cálculos), un riesgo significativo desde luego pero mucho menos que el 80% que todos pensamos.

Por último, vamos a ver el Efecto Certidumbre ( Certainty Effect). Supongamos que estás jugando a la ruleta rusa. ¿Cuánto pagarías por quitar una bala de la pistola dependiendo de:
  1. Hay cuatro balas ( el cargador es de 6), y por lo tanto si quitamos una bala quedan 3.
  2. Hay solo una bala y por lo tanto quitarla reduce el riesgo a cero?

La mayoría de la gente dice que pagaría más por quitar la única bala existente y reducir el riesgo a cero, pero estadísticamente la mejoría es la misma, y sería más lógico pagar más en el primer caso porque es en el que tienes más probabilidades de morir. Pero la gente paga un dinero extra por la certeza de bajar de un riesgo pequeño a cero, de manera que pueden estar absolutamente seguros de que no corren peligro. 

En otro estudio, se ofrecía a los participantes la probabilidad de ganar 3000 $ garantizados, o, por contra,  tener una probabilidad del 80% de ganar 4000$. La mayoría de la gente cogía los 3000$ cuando es mejor la opción del 80% de 4000$ ( 0,8 veces 4000$, es decir, 3200$). Si el problema se plantea en términos de perder dinero entonces la gente prefiere correr el riesgo, es decir, si planteamos que hay un 80% de riesgo de perder 4000$ frente a un riesgo cierto de perder 3000$, entonces la gente prefiere el riesgo ( el 80% de perder 4000$) más que la pérdida garantizada de 3000$, lo que vuelve a ser irracional. Es decir, que la gente da un valor extra a la certeza.

Bien, queda demostrado que la mayoría somos unos incompetentes en el manejo de las matemáticas de las probabilidades. El problema es que en muchas decisiones de la vida diaria ( riesgos financieros, riesgos de salud, etc.) estamos enfrentándonos a decisiones de este tipo, y mucha gente se puede decir que es analfabeta de las probabilidades, o analfabeta del riesgo. Muchas personas pueden estar firmando hipotecas, o productos financieros, o tomando decisiones en otras cosas, sin entender muy bien lo que están haciendo. Parece que el problema es un problema de diseño de la mente humana. Los cazadores recolectores no tuvieron  que enfrentarse a problemas de hipotecas y de porcentajes, y se manejaban bien con dicotomías de todo o nada; y tal vez por eso nosotros carecemos de los mecanismos para entender estos problemas. La única solución que se me ocurre es que en la escuela expliquen estas cosas con analogías concretas que sí podamos entender, y no de manera abstracta. Tal vez el libro ese de Probabilidad para Dummies sea una buena opción. De lo contrario, el número de analfabetos irá en aumento.

Referencias

The Base rate. Keith Devlin
Risk literacy. Gerd Gigerenzer
Randomness. Charles Seife
Living is fatal. Seth Lloyd
Todos ellos en This will make you smarter, by John Brockman
Existe traducción al castellano: Este libro le hará más inteligente:


jueves, 24 de enero de 2013

¿Vivir cada día como si fuera el último?



La vida no debería ser un viaje hasta la tumba con la intención de llegar de manera segura y en un buen estado de conservación corporal, sino llegar derrapando de costado envuelto en una nube de humo, totalmente usado, totalmente desgastado, y gritar al llegar: “Wow! Vaya viaje!!
-Hunter S. Thompson


“Vive cada día como si fuera el último”. Este es un enfoque de la vida que ha sido periódicamente ensalzado por algunos filósofos y líderes religiosos. Pero...¿es realmente viable? Si hoy fuera tu último día, probablemente no te preocuparías de limpiarte los dientes, de lavar la ropa, ni de comer vegetales, ni de resistir la tentación. Seguro que no gastarías tu último día limpiando tu apartamento, o pagando facturas. Pero si realmente vivieras cada día de esta manera, enseguida acabarías pobre, enfermo y posiblemente en la cárcel. Esa recomendación es absurda.
-Roy Baumeister 
(je, je, provocador el amigo Baumeister eh?)



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lunes, 21 de enero de 2013

La Evolución Química y el Origen de la Vida


Acabo de leer What is Life? How Chemistry Becomes Biology, de Addy Pross, un libro sobre el problema del origen de la vida que parafrasea el famoso título de libro de Erwin Schrodinger What is Life?( es también un libro cortito, aunque algo más que el de Schrodinger, se ve que no hay todavía mucho que decir sobre el Origen de la Vida ;)). Os voy a explicar primero la idea fundamental del libro y os cuento después los experimentos en los que se basa esa idea.

Fijaos en la Figura 1 donde se describen las dos fases en la aparición de la vida:
  1. La primera fase es el paso de la No-vida a la Vida simple. A esta fase química en la que la vida emerge de la No-Vida se le da el nombre de Abiogénesis.
  2. La segunda fase es el paso de la vida simple a la vida compleja. Esta es la fase biológica y está perfectamente explicada con la Selección Natural de Darwin
Figura 1

La Teoría de la Evolución se admite que es aplicable desde que aparece el primer ser vivo ( el famoso LUCA, last universal common ancestor) y Darwin mismo, con muy buen criterio,  no se metió con el problema del origen de la vida, porque lo veía irresoluble en su tiempo. Pues bien, lo que nos dice Addy Pross es que ya había evolución antes de que apareciera la vida. Lo que él dice es que estas dos fases son en realidad un único proceso continuo, y que existe una Evolución Química o Molecular antes de la Evolución Biológica, y que son en realidad la misma cosa. También nos dice que la Vida es un tipo especial de Química.

Vamos con las pruebas y datos para decir esas cosas que dice Pross. En 1967, Sol Spiegelman, un microbiólogo de la Universidad de Illinois realizó uno de los experimentos clásicos más importantes en Biología Molecular, cuando consiguió que se produjera replicación molecular de ARN (Acido Ribonucleico) en un tubo de ensayo. Spiegelman simplemente mezcló una hebra de ARN con los bloques de los que se compone el ARN y una enzima catalizadora para acelerar la reacción. Los bloques de los que se compone el ARN son los nucleótidos Guanina (G), Adenina (A), Citosina (C), y Uracilo (U). La forma en la que se realiza el proceso la tenéis en la Figura 2, pero no os asustéis de esta pequeña explicación bioquímica porque los resultados del experimento son muy sencillos de entender.
Figura 2

Lo que ocurre resumido es lo siguiente. El ARN actúa como plantilla y sobre él se van depositando los nucleótidos siguiendo la regla de que U va con A y G va con C. Luego estos nucleótidos se unen entre sí formando una hebra, una cadena de nucleótidos complementaria, que posteriormente se separa y queda libre. Esta hebra es como la imagen en el espejo de la primera, es decir que no es igual a la primera, pero esta segunda hebra actúa a su vez de molde para un nuevo proceso de replicación, y en dos pasos hemos conseguido una hebra igual la original. Pero esto no es lo importante...

...Lo interesante viene ahora. Este proceso de replicación no es perfecto y a veces un nucleótido erróneo se pega a la plantilla, por ejemplo un C en lugar de un A. Este fallo da lugar a un ARN mutante, y pasado un tiempo tenemos dos poblaciones de ARN, el ARN original y el ARN mutado. Y aquí es donde Spiegelman observó algo espectacular. A lo largo del tiempo la solución se llenó de ARN mutante porque se replicaba más rápido que el ARN original. De hecho, ¡la secuencia original puede llegar a desaparecer con el tiempo! Es decir, ¡se está produciendo selección darwiniana al nivel molecular! Dado que los ARN más cortos se replican antes, la hebra original compuesta de unos 4000 nucleótidos se acortó y acabó en unos 550. Esto recuerda de forma asombrosa a cuando organismos como las salamandras que viven en la oscuridad se deshacen de los ojos porque ya no son necesarios. Verdaderamente increíble. Antes de que sigamos es importante recalcar que este proceso del experimento de Spiegelman es totalmente químico, no biológico. El ARN es una molécula, no es un ser vivo. Y el hecho de que una molécula que se replica lentamente evolucione a una que se replica más rápido se debe exclusivamente a factores químicos. Es decir, que cuando unas moléculas replicantes compiten por los bloques comunes de los que están compuestas, los replicadores más rápidos desplazan a los más lentos, que pueden llegar a desaparecer. El paralelismo con las ideas de Malthus y con la extinción de las especies creo que es evidente. Por lo tanto, lo que se llama selección natural en el mundo biológico también opera en el mundo químico. La secuencia: replicación-mutación-selección-evolución existe a nivel químico. Este fenómeno de evolución molecular o química ha sido observado por otros investigadores y es hoy en día un experimento documentado y admitido.

Pero hay más. En la biología y la ecología hay un principio que se llama el principio de exclusión competitiva que dice que no pueden existir competidores completos, es decir, tiene que haber una diferenciación ecológica para que dos especies puedan coexistir. Si dos especies ocupan el mismo nicho ecológico la que esté mejor adaptada al nicho desplazará a la otra. Si las dos especies se alimentan de recursos diferentes entonces sí pueden sobrevivir. El ejemplo clásico es el de los pinzones de las Galápagos con diferentes tipos de picos para los diferentes tipos de semillas, pero hay muchos otros. El principio que nos interesa es que distintas variedades de una especie pueden existir siempre que se adapten a alimentarse de diferentes recursos. Y lo fascinante es que esto ocurre también en el mundo químico.

Esto lo descubrió Gerald Joyce en otro experimento. Cuando dos ARN, pongamos ARN-1 y ARN-2 se replicaban y evolucionaban en presencia de un sustrato determinado eran incapaces de coexistir. Si el ARN-1 era más rápido en replicarse el ARN-2 se extinguía. Si poníamos un sustrato diferente, podía ser el ARN-2 el que extinguía al ARN-1. Pero lo más interesante ocurrió cuando se dejó a dos moléculas de ARN evolucionar en presencia de 5 sustratos diferentes. Entonces los dos ARN fueron capaces de coexistir pero de una manera inesperada. Al principio, los dos ARN usaban los cinco sustratos en grados diversos para replicarse pero, con el paso del tiempo, cada molécula de ARN evolucionó para optimizar su capacidad replicativa con respecto a diferentes sustratos. El ARN-1 evolucionó para optimizar su replicación con uno de los cinco sustratos, mientras que el ARN-2 evolucionó para utilizar otro de los cinco sustratos. Evidentemente, aquí las moléculas de ARN están comportándose exactamente igual que los pájaros y otras muchas especies biológicas. Los pájaros simplemente están haciendo lo que ciertas moléculas empezaron a hacer millones de años atrás. Es decir, que la química y la biología están conectadas.

A la luz de estos experimentos llegamos a la conclusión de que la Abiogénesis y la evolución biológica son en realidad un único proceso y que, como decía al principio, ya había evolución antes de que hubiera vida. Creo que es una idea muy poderosa. Hay que decir en honor a Darwin que él ya intuyó este principio, como se refleja en una carta a George Wallich en 1882: “el principio de continuidad hace probable que este principio de la vida se demuestre algún día que es parte de una ley más general”. Lo que yo me pregunto es si este principio podrá extenderse en el futuro al mundo de la Física.

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viernes, 18 de enero de 2013

Místicos, Drogas y Evolución


Esta entrada va a ser más especulativa de lo habitual porque os voy a trasladar un par de preguntas que me intrigan desde hace tiempo, para las que evidentemente no tengo respuestas definitivas, pero voy a intentar decir algo con sentido al respecto. Quede claro que hablo siempre desde el punto de vista “científico”, desde el de un naturalista que analiza un fenómeno y no entro en el contenido espiritual o religioso del tema que vamos a tratar. Las dos preguntas son las siguientes
  1. ¿Por qué las drogas tienen efectos psicotropos?
  2. ¿Por qué algunas drogas tienen efectos del tipo enteógeno, es decir, por qué producen esa alteración de conciencia en la que se suele experimentar una unión con el Cosmos, un sentido de trascendencia, de pérdida del yo, y de conexión con algo más grande?
Empezaremos por la primera, que es la más fácil. Las drogas naturales producidas por las plantas y hongos ( cannabis, peyote, ayahuasca, amanita, etc.) son productos defensivos que las protegen de sus depredadores, los insectos fundamentalmente. Las plantas no se pueden mover y utilizan para defenderse una batería de productos químicos con diferentes acciones. Por ejemplo, cuando son atacadas por orugas son capaces de producir unas feromonas que atraen a las avispas parasíticas de las que ya hemos hablado, las cuales atacan a la oruga ( además la feromona que producen es específica para cada tipo de oruga, y cada tipo de avispa solo acude si identifica que el agresor es la oruga que a ella le interesa). Evidentemente estos productos son anteriores a la existencia del ser humano y no están diseñados para proporcionarnos un viaje. No todos son psicotropos pero una gran mayoría tienen efecto a nivel del SNC. ¿Por qué es esto así?Uno podría pensar que sería más lógico por ejemplo, que estos productos produjeran estados aversivos o de miedo, que se dirigieran tal vez contra el S. Digestivo ( lo cual muchos de ellos hacen) y provocaran náuseas, vómitos, diarrea y otros efectos gastrointestinales desagradables.

Conviene tener presente que muchas de estas drogas que actúan sobre el Sistema Nervioso pertenecen al grupo de la triptaminas, que se sintetizan a partir del triptofano y son productos muy similares al neurotransmisor serotonina. Bien, una posible explicación es que los neurotransmisores, como la serotonina, tienen también una historia evolucionista y existen en animales inferiores, y uno de los lugares donde se encuentran es precisamente en el aparato digestivo, que es probablemente su primera ubicación, porque la serotonina existe ya en gusanos o animales que no tienen un Sistema Nervioso digno de tal nombre. Siguiendo esta línea de pensamiento, no es sorprendente que al actuar las drogas sobre una diana que luego se movió al cerebro, alteren también el funcionamiento del mismo. Hasta aquí la cosa parece tener lógica. También podríamos especular sobre una “intención” de las plantas de actuar sobre los ganglios nerviosos ( o cerebros rudimentarios) de los insectos buscando descoordinar y bloquear sus conductas depredadoras. No parece descabellado tampoco. Por lo tanto, tenemos algunas ideas para responder a la primera pregunta.
Pasemos ahora a la segunda pregunta, que tiene más miga. Entendemos que las drogas actúen sobre el cerebro pero podrían dar lugar a muchos tipos de alteraciones desde alucinaciones de muchos tipos, alteraciones emocionales, de conciencia y distorsiones variadas de la realidad. Sin embargo, un buen grupo de ellas producen de forma consistente unos efectos muy concretos. A estas sustancias se las designa con el neologismo enteógeno, Son efectos psicoactivos que no se pueden abarcar del todo con la etiqueta de alucinógenos. Me refiero a esa sensación de trascendencia, de inmortalidad, de inefabilidad, de disolución del yo en algo más grande, el Universo, el Cosmos, o como queramos llamarlo. Son efectos subjetivos pero podemos decir con bastante seguridad que universales. La mayoría de las personas que experimentan con ayahuasca, por poner un ejemplo, refieren poco más o menos los mismos síntomas o vivencias. Y lo mismo ocurre con la psilocibina, donde se observan efectos de 9 tipos:
  1. Unidad, con pérdida del sentido del yo
  2. trascendencia del tiempo y el espacio
  3. un afecto positivo vivido con mucha profundidad
  4. sentido de lo sagrado
  5. sentido de haber conseguido un conocimiento intuitivo que se vive como profundamente verdadero
  6. paradojalidad
  7. dificultad para describir lo que ha ocurrido (Raimon Panikkar ha analizado bastante esta dificultad)
  8. transitoriedad, todo vuelve a la normalidad en horas
  9. persistencia de los cambios positivos en actitud y conducta ( algunas personas refieren un antes y un después de esta experiencia, y una sola experiencia deja una influencia para toda la vida)
Una sustancia muy importante de esta familia de las triptaminas es la Dimetiltriptamina (DMT). La ayahuasca es una combinación de DMT e IMAO ( inhibidor de la monoaminooxidasa) que hace que sea activa por vía oral. La DMT se ha encontrado en 50 plantas de 10 familias y parece que en algunos mamíferos, y no se entiende el significado de esta amplia distribución. Actúa sobre múltiples receptores cerebrales y se ha especulado con que se podría producir endógenamente en humanos(la glándula pineal es un lugar probable pues ya  produce melatonina, que pertenece a la familia de las triptaminas, y dispone de todo el material enzimático necesario), y también con que juegue un papel en el sueño natural, en las experiencias cercanas a la muerte y en la esquizofrenia (la hipótesis de la transmetilación). 

Las experiencias cercanas a la muerte ilustran muy bien el problema que estamos tratando. Nos encontramos en estos casos con unas experiencias  subjetivas, pero también universales, la mayoría de los sujetos refieren unas vivencias muy similares (la luz y el túnel, la sensación placentera, ver el cuerpo desde fuera, etc.). Personalmente no me parece muy difícil de explicar este fenómeno y es muy lógico pensar que la hipoxia secuencial de determinadas estructuras cerebrales de lugar a esas sensaciones comunes. También en enfermos epilépticos se han producido esas mismas experiencias ( autoscopia) lo que sugiere la presencia de un mecanismo neurológico subyacente. No me parece necesaria la hipótesis de Rick Strassman de que se segrega DMT en las experiencias cercanas a la muerte, aunque tampoco es descartable por ahora,  pero en cualquier caso, aunque no conozcamos los detalles concretos del mecanismo, se intuye su presencia. 

Por otro lado, nos encontramos con que los místicos, sean sufíes, cristianos o de la religión que sea, así como los meditadores budistas,  describen unas experiencias muy similares a las que se consiguen tomando enteógenos. Cambiando algunas palabras, las experiencias de Santa Teresa y las que se viven bajo los efectos de la ayahuasca y demás drogas son prácticamente equivalentes...volvemos a hablar de la desaparición del yo, de algo más grande, de trascendencia... Todo ello sugiere que existe en el cerebro un mecanismo, circuito, o módulo que da lugar a estas experiencias de trascendencia y que ese módulo se puede activar por varias vías ( drogas, meditación...)

Pero la pregunta entonces es: ¿ Por qué ha aparecido un mecanismo como este? ¿Cuál es su historia evolucionista? ¿Cómo ha llegado a existir algo así? ¿Qué función adaptativa ha cumplido, si es que cumple alguna ? ¿Si este mecanismo no es adaptativo por sí mismo, estamos ante un subproducto de algo que sí es adaptativo? ¿Qué puede ser ese algo? Porque tiene que ser algo que todos tenemos. La hipótesis adaptativa creo que la podemos descartar con seguridad. Los místicos como Santa Teresa, o los monjes budistas, no dejan hijos así que no podemos estar hablando de un módulo o mecanismo que se ha desarrollado durante milenios por la selección natural para cumplir una función religiosa o espiritual. 

Bien, recientemente he encontrado en Haidt ( The Righteous Mind) una posible respuesta a esta pregunta ( por cierto, el mejor libro que he leído en 2012). A Haidt le gustan las metáforas como la del elefante y el conductor, y para describir la naturaleza humana dice que somos 90% chimpancé y 10% abeja. Lo que quiere decir con esto es que cuando nos comportamos egoístamente funcionamos en modo chimpancé y cuando actuamos por el bien del grupo actuamos en modo abeja. Describe entonces las emociones colectivas. Relata cómo un tal William McNeill que fue soldado durante la 2ª Guerra Mundial, y luego fue un importante historiador, describe su experiencia en el ejército. Correr o desfilar en formación al principio le parecía una bobada, pero cuando su unidad se sincronizó bien empezó a experimentar un estado alterado de conciencia: “ las palabras son inadecuadas para describir la emoción despertada por el movimiento al unísono que la repetición implicaba. Recuerdo un sentimiento de bienestar, más específicamente un extraño sentimiento de alargamiento personal, una especie de hinchazón, de ser más grande que la vida, gracias a la participación en un ritual colectivo”. Dice también McNeill: “ para muchos veteranos...la experiencia del esfuerzo común en la batalla ha sido el punto culminante de sus vida. El Yo pasa a ser Nosotros y Mi se convierte en Nuestro y el destino individual pierde su importancia. Creo que es nada menos que la seguridad de la inmortalidad que hace que el auto-sacrificio sea en esos momentos relativamente fácil. Yo puedo caer pero no moriré porque lo que es real en mí seguirá adelante y vivirá en los camaradas por los que doy la vida”. Habla  también de cómo en las danzas primitivas los hombres y mujeres caían en éxtasis, y que esas danzas son una biotecnología para unir a los grupos. Y voy a citar otro ejemplo más de la intensidad de esta emociones colectivas. Se trata de Tony Hsieh, el CEO de la empresa Zappos. com que hizo una fortuna a los 24 años cuando vendió la empresa a Microsoft. Hsieh cuenta una experiencia en una fiesta Rave con estas palabras: “ Fui barrido por un sentimiento de espiritualidad, no en el sentido religioso, sino una conexión profunda con todos los que estaban allí y con el resto del Universo...era como si la existencia de la conciencia individual hubiera desaparecido y se hubiera reemplazado por una conciencia de grupo”.

Haidt con esa metáfora del chimpancé y la abeja nos está hablando de que somos individualistas pero también colectivistas, de que a veces hacemos el bien por el grupo y no el bien propio. Habla  de que para eso tiene que haber mecanismos que anulan el yo para crear un superorganismo, más o menos lo que les ocurre a las células  cuando pasan a formar parte de los organismos multicelulares, de cómo una célula renuncia a su yo para formar parte de un organismo multicelular. Entonces, tendríamos un interruptor que nos pone en modo colectivo ( en modo abeja) y hay muchas cosas que disparan ese interruptor que desata las emociones colectivas: la meditación, las drogas, bailar sincronizados, experiencias de trance... (no deja de ser curioso que una emoción que nace a partir de lo colectivo se pueda disparar en la mayor soledad, en la meditación… ). Existiría una tecla en el cerebro, un correlato biológico, que sería la base o el mecanismo que disparan las experiencias místicas, espirituales y las drogas. El origen de esa tecla estaría por tanto en las emociones colectivas. En cuanto a la neurobiología de ese mecanismo que nos traslada a un estado mental colectivo de tipo místico Haidt habla de la Oxitocina y de las neuronas espejo pero sin entrar en detalles.

Personalmente me convence bastante la idea, aunque reconozco que nos faltan muchos pasos. Lo planteo más como un embrión de hipótesis que permite por lo menos una aproximación al entendimiento de la evolución de los estados alterados de conciencia, a la evolución de la meditación, y a la evolución de los efectos de las drogas. Por último, no hace falta insistir en la relación entre religión y enteógenos ( casi todas las religiones utilizan sustancias de este tipo), hasta el punto de que algunos autores proponen que los enteógenos son una de las causas fundamentales del  origen de la religión. Si esto fuera así, nos encontraríamos con la divertida paradoja de que el origen de nuestras religiones se encuentra en los productos que diseñaron las plantas para defenderse de los insectos. O, como dice la etimología de la palabra enteógeno (“que tiene a Dios dentro”), las plantas inventaron a Dios y lo metieron dentro de una molécula.

Con la colaboración de Ana di Zacco ( @Anazacco)

Referencias