sábado, 23 de enero de 2021

Malos tiempos para el escepticismo

   



“Una sociedad liberal se sostiene sobre el principio de que todos debemos tomar en serio la idea de que podemos estar equivocados. Esto significa que no debemos poner a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, fuera del alcance de la crítica.”

-Jonathan Rauch


“La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas presentes en el espíritu al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar”.

-Scott Fitzgerald



Vivimos unos tiempos muy malos para el escepticismo, la razón, la crítica, la duda y los matices. Hoy en día las narrativas se venden en paquetes y tienes que comprar el paquete completo y sólo hay dos posiciones, los que compran el paquete completo o los que lo rechazan. Como digas: “pues mira, de tu narrativa me parece bien esto y esto pero sin embargo creo que eso de ahí y eso otro no es así…”, automáticamente vas al lado de los negacionistas, conspiranoicos o de los enemigos que rechazan ese discurso y lo que ello conlleva. La crítica racional, o la duda razonable, han desaparecido, sólo hay buenos y malos, blanco y negro.


Recientemente he leído Kindly Inquisitors, un libro que -aunque está escrito inicialmente en 1993- sigue siendo muy actual (lo cual son malas noticias porque indica que las cosas han ido a peor). En él, Jonathan Rauch hace una defensa de la ciencia, de la libertad de expresión y del escepticismo. En este libro, Jonathan Rauch resume así el principio esencial del escepticismo: “debemos todos tomar en serio la idea de que cualquiera de nosotros, y todos nosotros, podríamos, en cualquier momento, estar equivocados.” Nadie está por encima del escrutinio y tampoco lo está ninguna creencia.


Un corolario de este principio es que la crítica sincera es siempre legítima. Si cualquier creencia puede ser errónea, nadie puede legítimamente afirmar que se ha acabado la discusión, nunca. 

-En otras palabras: nadie tiene la última palabra.


Y otra conclusión es que ninguna persona puede decir que está por encima de ser evaluado o criticado por otros. Además, si todo el mundo puede estar equivocado nadie puede reclamar tener un poder especial para decidir lo que está bien y está mal.

-En otras palabras: Nadie tiene autoridad personal (tiene la que le otorga sostener una creencia que, de momento, está respaldada por datos y no ha sido refutada, no una autoridad personal)


De acuerdo con estas premisas obtendríamos la regla escéptica que dice: “Nadie tiene la última palabra: tú puedes afirmar que una declaración está establecida como conocimiento sólo si puede ser refutada, en principio, y sólo en la medida en que aguanta los intentos de refutarla.”


Esto no quiere decir que valga igual lo que dice la OMS que los antivacunas ni requiere tampoco renunciar al conocimiento. Y no quiere decir no llegar a conclusiones o a actuaciones. Adelante, concluye lo que quieras o toma decisiones y explica las razones. Pero a lo que sí hay que renunciar es a la certeza y hay que admitir que esas decisiones y creencias pueden necesitar ser corregidas.


Como decía, hoy en día ha desaparecido en la gente la capacidad de albergar en su mente ideas contradictorias, como dice Scott Fitzgerald, y convivir con la realidad de que todo es complicado y con muchos matices de grises, que casi nada es blanco y negro. Esta parece ser la esencia de la nueva visión de narrativas en paquetes. Hoy en día es imposible ya un planteamiento del tipo: “Por un lado tenemos tal…pero por otro lado -junto a lo anterior, al lado de lo anterior- tenemos cual”. 


La amenaza al escepticismo viene desde diferentes frentes. Por un lado, están los fanáticos. Los fanáticos ya saben cuál es la verdad, el principio fundamentalista es: los que saben la verdad deben decidir lo que está bien y el que niegue la verdad evidente deber ser castigado. Es el totalitarismo, tener ideas incorrectas es un crimen y ésta ha sido la doctrina de algunas religiones, por ejemplo, la cristiana.


Pero otras amenazas a este escepticismo provienen desde posturas humanitarias e igualitarias aunque conducen a un lugar parecido. Permitir las ideas incorrectas o los “errores” es arriesgado y han proliferado los fact-checkers y avanza por todos lados la tentación de crear Ministerios de la Verdad. Preocupa la desinformación, las noticias falsas y con razón. Pero contra esta tendencia, Rauch nos plantea que suprimir los errores tiene más riesgos y peligros que no suprimirlos, básicamente porque para llevarlo a cabo hay que crear una autoridad que dice lo que es verdad y lo que no lo es. Una vez creada esa autoridad, un “error” será cualquier cosa que las autoridades no quieren oír. Circula un chiste -que ilustra esto muy bien- que dice que en la URSS por supuesto que había libertad de expresión, lo único que ocurría es que no se permitía decir mentiras… Obviamente, el Politburó decía lo que era verdad y mentira. Es oportuno recordar que casi todas las grandes ideas fueron al principio consideradas erróneas y subversivas. Con Ministerios de la Verdad nunca habrían salido adelante, los Ministerios de la Verdad no van a favorecer el progreso. Un mundo como el reflejado en la novela 1984 de Orwell no es un modelo a seguir.


¿Y por qué está desapareciendo esta capacidad de disentir de una manera razonada, de hacer una crítica constructiva, de aceptar que en muchos temas hay, a la vez, razones a favor y razones en contra? ¿Por qué hemos caído en el “si no estás a favor estás en contra” en el “con nosotros o contra nosotros”? ¿Por qué este pensamiento por lotes? Pues como todo en esta vida las razones son complejas pero una de ellas es que estamos moralizando todos los temas. Cuando se moralizan los temas, como veíamos en la entrada anterior, nuestra postura es la verdad absoluta, desaparece la tolerancia y tendemos a poner el fin por encima de los medios. Las reglas que defiende Rauch pueden parecer muy exigentes pero son un pilar central de nuestra sociedad para poder gestionar los conflictos que siempre van a existir y para poder seguir haciendo ciencia. 


@pitiklinov



sábado, 16 de enero de 2021

La Psicología de las Convicciones morales


"La moralidad une y ciega. Nos une en equipos ideológicos que luchan entre sí como si el destino del mundo dependiera de que nuestro lado gane cada batalla. Nos ciega al hecho de que cada equipo está compuesto por buenas personas que tienen algo importante que decir.”

-Jonathan Haidt, La Mente de los Justos


En esta entrada voy a repasar las características que hacen que las creencias morales sean diferentes a cualquier otro tipo de creencias. Las actitudes que se mantienen con una convicción moral se viven como “mandatos morales”, como los denomina Linda Skitka, la autora a la que voy a seguir para hablar del tema, y psicológicamente son muy diferentes a otras actitudes y creencias, lo cual tiene importantes consecuencias a nivel político y social. Una característica de los principales debates que dividen a la sociedad (aborto, matrimonios del mismo sexo, pena capital, eutanasia…) es que por lo menos uno de los bandos (y casi siempre los dos) define su posición en términos morales, es decir, en términos de bueno o malo, bien y mal. Cada bando siente que es evidente y obvio que su postura es la moralmente buena y que mantener la contraria es no sólo estar equivocado sino ser inmoral y malvado. Los asuntos que se contemplan con una perspectiva moral quedan cerrados al compromiso o a los acuerdos y la gente se siente motivada a actuar y a luchar contra lo que consideran indudablemente malo desde el punto de vista moral.


Existen importantes diferencias entre entre actitudes que reflejan preferencias personales, convenciones normativas o imperativos morales. Las preferencias personales se dejan a la discreción de cada uno y no están reguladas socialmente. Por ejemplo, si una persona o familia prefiere veranear en la montaña o en la playa es una cuestión de gusto, otras opciones no se consideran buenas ni malas, simplemente diferentes. Las convenciones, por contra, son nociones que se comparten social y culturalmente acerca de la forma en que normalmente se hacen ciertas cosas. Las autoridades, las normas y las leyes a menudo sancionan esas convenciones. Aunque se espera que todas las personas que pertenecen al grupo entienden y se adhieren a esas convenciones o normas, no se considera que las personas que no pertenecen al grupo tienen que adherirse a ellas. Por ejemplo, en Inglaterra hay que conducir por la izquierda pero en otros lugares se debe hacer por la derecha y en unos lugares hay que llevar cierta indumentaria a una  boda y en otros no. Pero los asuntos que se consideran imperativos morales sí se generalizan y se aplican con independencia de los límites de grupo: el bien es el bien y el mal es el mal, para todos. Por poner un ejemplo, la persona que  considera que matar es malo no adopta la postura de que él mismo no va a matar pero que el quiera que mate. No es una cuestión de gustos o preferencias personales, es algo que se considera universal, como vamos a ver. Y aquí empezamos a ver el problema que las creencias morales tienen para la democracia, la convivencia y la política al limitar la tolerancia para opciones alternativas. Las creencias morales no sólo obligan al que las tiene sino a los demás, y ahí empezamos a apreciar el conflicto que se genera con la libertad personal. Las creencias morales no determinan sólo la conducta del que las sostiene sino la conducta de todos los demás.


Skitka y sus colaboradores llevan décadas analizando las características de las actitudes que reflejan convicciones morales (mandatos morales). Los mandatos morales se experimentan como universales y objetivos, son también más motivadores de acciones y están íntimamente ligados a las emociones. Vamos a ver estas características con un poco más de detalle a continuación.


Universalidad


Las personas piensan que sus normas morales personales deben aplicarse a todo el mundo. Si uno tiene la convicción moral de que la circuncisión femenina está mal moralmente, seguramente considerará que está mal en todo el mundo y que es algo que no se debe hacer. Las personas experimentamos las actitudes que sostenemos con una convicción moral como absolutas, como normas universales verdaderas que otros deben compartir de manera que, como decía, proyectamos nuestras convicciones morales en los demás. Tal vez podemos llegar a comprender que hay diferencias de opinión en lo que consideramos imperativos morales, pero probablemente estamos convencidos de que si pudiéramos explicar a esas personas que piensan diferente “los hechos” acerca de ese asunto en el que hay desacuerdo, esas otras personas verían la luz y aceptarían nuestro punto de vista.


Objetividad


De la misma manera, las personas experimentan sus creencias morales como algo observable, como propiedades objetivas de las situaciones o como hechos acerca del mundo. Si le preguntáramos a una persona que considera que la circuncisión femenina está mal por qué está mal, probablemente se quedaría algo confundido y respondería: “Porque está mal”. Que está mal es algo evidente, tan claro como que dos más dos son cuatro.


Autonomía


Las personas consideran que las convicciones morales representan algo diferente, o algo independiente, de las preocupaciones de cada uno por ser aceptado o respetado por las autoridades o los grupos. En otras palabras, los mandatos morales son autónomos, no heterónomos. En las convicciones morales las personas piensan que los deberes y derechos se siguen de los propósitos morales que subyacen a las normas de grupo, los procedimientos y los dictados de las autoridades. Es decir, no es algo que hacemos porque lo dicen las autoridades o nos lo imponen desde fuera. No es que las creencias morales sean anti-grupo o anti-autoridad, y sirven de hecho para unir al grupo, pero la fuente de legitimidad no es la autoridad o el grupo y no depende de ellos, es algo que está por encima de la autoridad incluso. La gente se centra más en sus ideales, en lo que se debe o no se debe hacer y esto está por encima incluso de las autoridades. Tanto es así que  las personas piensan que los mandatos morales obligan incluso a Dios. En este estudio se llevan a cabo dos experimentos y la conclusión es que la gente piensa que ni siquiera Dios puede convertir hechos morales que se consideran malos en moralmente buenos. Curiosamente, la gente cree que Dios puede hacer cosas lógica y físicamente imposibles pero los hecho morales no puede cambiarlos.


Emociones


La intensidad de las emociones que las personas experimentan en relación a las convicciones morales es mucho más fuerte que la intensidad de las emociones asociadas a cualquier otra convicción. La indignación que sentimos ante las transgresiones morales no tiene nada que ver con la que sentimos ante violaciones de preferencias o de convenciones. Puede que sintamos también malestar o ira ante la violación de convenciones normativas pero la magnitud de la reacción afectiva es mucho menor. La satisfacción y orgullo de cumplir con las normas morales es asimismo mucho mayor que la de cumplir con convenciones o normas que no son morales. Este componente emocional está relacionado con la capacidad de motivación que tienen las convicciones morales.


Motivación y Justificación


Las convicciones morales mueven a la acción. Reconocer un hecho es independiente normalmente de cualquier fuerza motivacional. Si yo reconozco que las moléculas de agua están formadas por dos partes de hidrógeno y una de oxígeno eso no supone ningún mandato para la acción. Pero si yo creo que el aborto (o, alternativamente, interferir con la voluntad de una mujer de proseguir o no un embarazo) es algo que está mal moralmente, esto lleva incorporado una etiqueta del tipo “se debe” o “no se debe” hacer que motiva la conducta posterior. Y las convicciones morales proveen también una justificación para nuestras respuestas y nuestras acciones. Que algo está mal -que es malo moralmente, incluso monstruoso- es la justificación para nuestra posición y nuestra conducta. Así que las convicciones morales se experimentan como una combinación única de algo objetivo, verdadero, que impulsa a la acción y que justifica nuestras acciones.


Intolerancia


Una implicación de las características tratadas hasta ahora es que la tolerancia de diferentes puntos de vista no tiene cabida cuando hablamos de convicciones morales: lo bueno es bueno y lo malo es malo, punto. La gente no quiere trabajar, ni vivir cerca ni siquiera comprar en una tienda de alguien que sabe que no comparte sus convicciones morales. Las personas mantienen una distancia física mayor con aquellos que no comparten sus convicciones morales  e incluso los discriminan si tienen la oportunidad. Las convicciones morales se asocian con intolerancia.


Inoculación contra la obediencia a autoridades


Este punto es una derivación del de la autonomía tratado más arriba pero conviene remarcarlo por separado. Cuando las personas tienen una certeza moral, juzgan incluso a las autoridades según su concepto de bien y mal y deciden si el sistema está bien o si está roto y no funciona como debiera. Es decir, la gente se guía por sus principios morales y si considera que las autoridades no los siguen, se pueden sentir liberados de su obligación de obedecerlas. Recordad que hemos comentado que ni Dios puede saltarse las normas morales así que de ahí para abajo ninguna otra autoridad puede tener legitimidad si se salta los mandatos morales. Pero no se nos escapa la trascendencia de lo que estamos estamos tratando, estamos hablando de la posibilidad de no cumplir leyes o normas promulgadas por esas autoridades con el riesgo de violencia y conflicto social que ello implica. Hay investigaciones que cita Skitka donde se observa que las personas rechazan a las autoridades y el gobierno de la ley cuando perciben que violan sus convicciones morales. 


Sabemos que las personas son influenciables y tienden a mostrar conformidad con la opinión mayoritaria. Son famosos los experimentos de Asch o de Cialdini acerca del conformismo y de la influencia social donde se observa que la gente se deja llevar por la opinión de la mayoría. Pero cuando las personas tienen fuetes convicciones morales, no se dejan influenciar por los que las tienen diferentes y -como hemos visto- se distancian, se resisten a esas otras visiones y hasta se oponen. La gente mantiene sus puntos de vista y sus convicciones morales a pesar de las presiones para ceder y seguir a la mayoría y lo hace, como decimos, a pesar de que la presión provenga de las autoridades y las leyes. 


Barrera para la resolución de conflictos


Si las personas no ceden ni ante las autoridades o la ley cuando tienen fuertes convicciones morales, una consecuencia es que es muy poco probable que estén dispuestas a aceptar compromisos, o acuerdos o a ceder en ningún tipo de negociación que implique asuntos morales. Tanto en el laboratorio como en los conflictos que ocurren en la vida real, buscar procedimientos o soluciones para conflictos que implican convicciones morales es difícil, doloroso, complejo o directamente imposible.


Activismo político


Diversos estudios han corroborado que si las personas tienen convicciones morales es más probable que voten y que participen y se impliquen activamente en la vida política, en buena medida porque viven como una obligación hacer algo al respecto del problema moral que perciben. Es más probable que la gente participe en manifestaciones, boicots a productos o que incluso sacrifique sus propios intereses para cumplir con lo que ordenan sus mandatos morales. Las convicciones morales motivan a las personas a votar o a implicarse en actividades políticas incluso cuando estas conductas pueden ser costosas para ellas. Parece que aportan a la gente el coraje y la motivación necesaria para implicarse en la creación de un mundo mejor. Por otro lado, las convicciones morales no admiten ser votadas y resueltas por mayoría, lo que entra en conflicto con las reglas del juego democrático. Por ello es letal para la convivencia moralizar las opiniones políticas.


Moralidad frente a justicia. El fin justifica los medios


Cuando las personas tienen fuertes convicciones morales ponen los fines por encima de los medios para conseguirlos -su foco principal son los fines- y están dispuestas a aceptar cualquier medio que conduzca al resultado deseado, incluida la mentira y la violencia. El fin justifica los medios. Lo importante es que la autoridades tomen la decisión “buena” y eso es más importante que el camino por el que se llega a esa decisión. La moralidad es imperativa, la justicia es normativa y negociable. Por lo tanto, cuando la justicia y la moralidad entran en conflicto, no hay ninguna duda: las personas perciben las convicciones morales como universales psicológicos y verdades objetivas. La moralidad bate a la justicia. Por ejemplo, si  una persona cree que un acusado es culpable y merece el castigo, está mas dispuesta a saltarse las garantías procesales y los procedimientos que garanticen un juicio justo y la presunción de inocencia.


Violencia Moralista


Un corolario o consecuencia que se deduce de todo lo anterior es que las personas tienen mayores probabilidades de saltarse los frenos existentes en la sociedad contra la violencia (limitaciones establecidas por las leyes y las autoridades) cuando se mueven por convicciones morales. Hemos visto asesinatos de médicos que realizaban abortos, atentados terroristas y limpiezas étnicas que tenían algo en común: la gente que hizo todas esas barbaridades estaba motivado por convicciones morales. De esta violencia moralista ya hemos hablado aquí.


Si repasamos todos estos aspectos comentados, se nos hace evidente el lado oscuro de las convicciones morales y de nuestra mente moral. La historia está repleta de atrocidades que fueron justificadas invocando los principios morales más elevados y que fueron perpetradas sobre personas que estaban igualmente convencidas de su superioridad moral. La justicia, el bien común, la ética universal y Dios han sido utilizados para justificar todo tipo de opresión, asesinato y genocidio. Como dice Haidt, las convicciones morales unen y ciegan, son a la vez pegamento y dinamita social. Dado que las convicciones morales se asocian a considerar que el fin justifica los medios y a apoyar la violencia, es una prioridad de la ciencia investigar cómo promueven formas constructivas pero también destructivas de acción política.



@pitiklinov

 


Referencias:


Jonathan Haidt. La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Editorial Deusto. Planeta 2019.


Skitka LJ, Hanson BE, Morgan GS, Wisneski DC. The Psychology of Moral Conviction. Annu Rev Psychol. 2021 Jan 4;72:347-366. doi: 10.1146/annurev-psych-063020-030612. Epub 2020 Sep 4. PMID: 32886586.


Skitka, L.J. and Morgan, G.S. (2014). The Social and Political Implications of Moral Conviction. Political Psychology, 35: 95-110. https://doi.org/10.1111/pops.12166


Skitka, L. J. (2010). The psychology of moral conviction. Social and Personality Psychology Compass, 4(4), 267–281. https://doi.org/10.1111/j.1751-9004.2010.00254.x


Tugendhat, Ernst. (2006). El problema de una moral autónoma. Estudios de Filosofía, (34), 255-268. Retrieved January 10, 2021, from http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-36282006000200015&lng=en&tlng=es.


Reinecke, M. G., & Horne, Z. (2018, September 19). Immutable morality: Even God could not change some moral facts. https://doi.org/10.31234/osf.io/yqm48


Asch, S. E. (1956). Studies of independence and conformity: I. A minority of one against a unanimous majority. Psychological Monographs: General and Applied, 70(9), 1–70. https://doi.org/10.1037/h0093718


Cialdini RB, Goldstein NJ. Social influence: compliance and conformity. Annu Rev Psychol. 2004;55:591-621. doi: 10.1146/annurev.psych.55.090902.142015. PMID: 14744228.





viernes, 8 de enero de 2021

El Tribalismo Ideológico amenaza nuestras sociedades y no sólo en los EEUU.


Los seres humanos tenemos una predisposición al tribalismo, a dividir el mundo en Ellos  y Nosotros. Pero hasta ahora se ha prestado mucha más atención al tribalismo intersocietal, el que ocurre entre sociedades, naciones o grupos diferentes, el tipo de tribalismo que da lugar a las guerras, conflictos étnicos y genocidios. Sin embargo, actualmente estamos asistiendo a la expansión de un tribalismo interno dentro de las sociedades occidentales al que Allen Buchanan llama tribalismo intrasocietal en su libro Our Moral Fate y cuya trascendencia ha quedado demostrada con los recientes acontecimientos en el Capitolio estadounidense. En este artículo voy a compartir una serie de datos que ya conocíamos sobre los EEUU y voy a seguir a Buchanan en un intento de explicación de lo que estamos viviendo.

Con respecto a Estados Unidos, en varias encuestas de opinión, los investigadores encuentran que un número creciente de estadounidenses justifican el uso de la violencia contra el otro partido para conseguir sus objetivos políticos. Algunos de los datos son estos:


- Entre los estadounidenses que se identifican como demócratas o republicanos, uno de cada tres cree ahora que la violencia estaría justificada para avanzar en los objetivos políticos de sus partidos, un aumento sustancial en los últimos tres años.


- En septiembre de 2020, 44% de los republicanos y 41% de los demócratas dijeron que habría por lo menos "un poco" de justificación para la violencia si el candidato del otro partido ganara las elecciones. Esas cifras eran ambas más altas que las de junio, cuando el 35% de los republicanos y el 37% de los demócratas expresaron el mismo sentimiento.


 - Del mismo modo, el 36% de los republicanos y el 33% de los demócratas dijeron que estaría por lo menos "un poco" justificado que su lado "utilice la violencia para avanzar en los objetivos políticos", frente al 30% tanto de los republicanos como de los demócratas en junio.


- En encuestas previas a las elecciones de Noviembre de 2020, hubo un aumento aún mayor de la proporción de demócratas y republicanos que creían que habría "mucha" justificación para la violencia si su partido perdiera en noviembre. La parte de los republicanos que ven una justificación sustancial de la violencia si su partido pierde saltó del 15% en junio al 20% en septiembre, mientras que la parte de los demócratas saltó del 16% al 19%.


-Estas cifras son aún más altas entre los partidarios más ideologizados. De los demócratas que se identifican como "muy liberales", el 26% dijo que habría "mucha" justificación para la violencia si su candidato pierde la presidencia, en comparación con el 7% de los que se identifican como simplemente "liberales". De los republicanos que se identifican como "muy conservadores", el 16% dijo que creen que habría "mucha" justificación para la violencia si el candidato republicano pierde, comparado con el 7% de los que se identifican como simplemente "conservadores". Esto significa que los extremos ideológicos de cada partido son de dos a cuatro veces más propensos a ver la violencia como justificada que los miembros de la corriente principal de su partido.


Si a estos datos añadimos otros, como que el 38% de los demócratas y el 38% de los republicanos dijeron que se sentirían algo o muy molestos ante la perspectiva de que su hijo se casara con alguien del partido opuesto, o que según la encuesta de octubre de 2020 Singles in America Reports, el número de personas que buscan pareja, pero que creen que no es posible salir con una persona de afiliaciones políticas opuestas, ha aumentado de alrededor de un tercio en 2012 a más de la mitad en 2020, con un incremento de 4 puntos porcentuales sólo en los últimos 12 meses, el panorama que presenciamos es muy grave. Otras investigaciones utilizan una escala o termómetro de sentimientos que va desde 0 grados (sentimientos muy fríos) pasando por 50 grados (sentimientos neutros) hasta 100 grados (afecto muy cálido) para valorar el “calor” o afecto positivo que uno siente hacia su propio partido y el partido rival. Y lo que encuentran es interesante: el afecto  por el propio grupo se ha mantenido en el mismo rango, unos 70-75 grados, desde el año 1980 hasta el año 2020, pero el afecto por el partido contrario se ha desplomado desde un 40% hasta un 20% actualmente. Es decir, no es que se ame más al grupo propio sino que se odia más al rival.





Así que parece claro que estamos ante un ejemplo de lo que Allen Buchanan denomina tribalismo intrasocietal, es decir, que se ha generado una división Ellos/Nosotros dentro de una misma sociedad o grupo y cada grupo relega al otro a un estatus inferior, una respuesta tribal y excluyente contra gente de nuestra propia sociedad, no contra miembros de otras sociedades. Vemos que han surgido dos identidades morales -se produce hasta un emparejamiento selectivo, según el que los individuos de una tribu no se casan con los de la otra- y esto da lugar a dos “naciones morales” dentro de una misma nación, hasta el punto de que se justifica el uso de la violencia contra el grupo rival. Antes de continuar es importante ser conscientes de una reflexión que nos tiene que hacer sentir humildes: esta forma de tribalismo está ganando los corazones y las mentes de algunas de las personas más inteligentes y con niveles de estudios más elevados de algunos de los países más democráticos y que más respetan los derechos humanos del mundo.  


El tribalismo intersocietal podemos decir que es el original y más ancestral, los seres humanos a lo largo de la historia se han agrupado en tribus, bandas, reinos, estados, etc., y han competido con otras tribus y estados. Según el enfoque evolucionista, esto es lo que ha hecho que nuestra mente haya incorporado mecanismos psicológicos como la tendencia a la división Ellos/Nosotros, ya que era vital al encontrarse con un individuo poder catalogar si era miembro del Nosotros o del Ellos. Pero en las sociedades modernas occidentales no nos encontramos en un ambiente de guerras con otros países o algo por el estilo. Salvo los actos de terrorismo llevados a cabo por terroristas de otros países o la hostilidad hacia emigrantes, no vemos tribalismo intersocietal en los países desarrollados.


El tribalismo intrasocietal, por contra, ocurre cuando grupos que anteriormente eran considerados miembros de nuestra sociedad pasan a ser excluidos y a ser considerados extraños y peligrosos. Este tipo de tribalismo, según Buchanan, puede tomar dos formas:


-Tribalismo Intrasocietal impuro. Se refiere a que este tipo de tribalismo no surge de la nada, no se crea desde cero, sino que se basa en resucitar divisiones ya existentes previamente en la sociedad (por ejemplo entre yankees y sureños por la guerra civil en USA; entre cristianos y judíos, etc.) y volver a considerar extraños y enemigos a esos grupos. Los conflictos que tuvieron lugar tras la ruptura de la Federación Yugoslava en los años 90 del siglo pasado serían una ilustración de este tribalismo impuro. Personas étnicamente serbias o croatas, incluyendo personas que habían sido buenos amigos y vecinos y que se veían como iguales, pasaron a verse como extranjeros y enemigos. Por supuesto que existe una “construcción social” de esas diferencias pero existe una base previa a partir de la que líderes como Slobodan Milošević reaniman divisiones y odios.


-Tribalismo Intrasocietal puro. En este caso la división se crea sin ninguna base o realidad previa. Se construye socialmente un Otro desde la nada. Dado que no se apoya en divisiones étnicas, religiosas o de otro tipo, ¿de dónde sale este tribalismo intrasocietal? Buchanan propone que lo que nos está dividiendo en las sociedades modernas occidentales es la ideología, las creencias son capaces de generar una división Ellos/Nosotros y de esto es de lo que vamos a hablar. Conviene tener presente que para que en una sociedad se produzca una regresión al tribalismo no es necesario que las amenazas que el otro grupo supone sean ciertas, todo lo que se necesita es que se crea que es así. Son las creencias, y no los hechos, lo que importa. 


¿Cuáles son la causas, por qué se está produciendo una regresión al tribalismo en nuestras sociedades? La respuesta corta es que no lo sabemos pero podemos aventurar algunas hipótesis que no son excluyentes entre sí:


1- En tiempos de incertidumbre y de crisis económica hay datos de que se produce un incremento  de la xenofobia, de los sentimientos negativos hacia los inmigrantes, del racismo, del antisemitismo y de otras formas de exclusión tribal. La tendencia innata a la división Ellos/Nosotros está siempre de fondo y puede reactivarse.


2- La ausencia de un enemigo exterior, en el caso de Estados Unidos la desaparición de la URSS. Parece que no podemos tener una identidad si no es contra alguien, que no podemos vivir sin un Ellos al que oponer un Nosotros. Una parte muy importante de la identidad, para prácticamente todo el mundo, es su pertenencia a un grupo y saber quiénes no somos parece ser tanto o más importante que saber quiénes somos.


3-La competición por el poder dentro de una sociedad es uno de los motores del tribalismo. Y aquí tenemos varios aspectos. Ya hemos comentado el caso de Milošević o de otros líderes (sería el caso de Trump) que recurren a fomentar al tribalismo para mantener o tomar el poder, aprovecharse de esa tecla de nuestra naturaleza humana puede ser rentable en términos de conseguir poder.


4-La ideología. Este es un factor esencial para Buchanan que propone una definición de ideología según la cual se trata de un sistema de creencias y las correspondientes actitudes que: a) orienta a los individuos al proveerles de un mapa del mundo social ofreciéndoles una caracterización simplificada del mismo (lo cual es necesario porque necesitamos un mapa sencillo de nuestro mundo social), b) incluye un diagnóstico  de lo que está bien o mal, de lo que es bueno o malo en ese orden social existente, mientras que apela  y refuerza las identidades morales grupales y c) aporta recursos para justificar moralmente diversas acciones cooperativas por parte del grupo con base en ese diagnóstico de lo que está bien y mal.


Las ideologías, por tanto, crean una división en la sociedad en Ellos y Nosotros, atribuyendo todo lo malo a Ellos y todo lo bueno a Nosotros, una división que es muy difícil, si no imposible, de superar. 


¿Cuáles son las funciones sociales y psicológicas de las ideologías? Como decimos, orientan al individuo al aportarle un mapa social reduciendo así la complejidad de las sociedades modernas hasta unas generalizaciones muy simples (en casos extremos, patentes falsedades). También es importante que la ideología coordina la acción de todos los miembros que la comparten. Las ideologías facilitan la cooperación entre los miembros de un grupo identitario al coordinar sus creencias y valores y al unificarlas en una narrativa que provee un diagnóstico moral del mundo exterior y de lo que es necesario hacer. La parte negativa, evidentemente, es que las ideologías suponen un serio obstáculo para la cooperación con otros grupos. Es debido al hecho de que las ideologías conectan con la identidad moral que la gente está dispuesta a hacer grandes sacrificios, incluso hasta el punto de dar sus vidas en aras de mantener esas creencias ideológicas. Esta  misma estrecha conexión con la identidad moral explica también por qué las ideologías pueden motivar a la gente a hacer cosas terribles a otra gente.


Los seres humanos tienen una profundo deseo -una necesidad irreprimible- de una identidad moral y tienen también una poderosa necesidad de pertenencia, de reconocerse como miembros de algún grupo o grupos y las identidades de grupo que tienen un sustancial componente moral satisfacen ambas necesidades. Las ideologías divisivas acentúan (o incluso crean) las identidades morales de grupo  y lo hacen contrastando el grupo que es central para nuestra identidad con otro grupo que suele ser caracterizado de una manera amenazante. Nosotros somos la fuente de todo lo que es bueno y justo en una sociedad debido a nuestras admirables virtudes mientras que Ellos son la fuente de todo lo que es malo y erróneo debido a sus vicios. Si Nosotros conseguimos moldear la sociedad según nuestros virtuosos valores, todo irá bien. Si ellos triunfan y preservan el orden social que respalda sus valores, las cosas irán muy mal.


De manera que las ideologías son heurísticos, una especie de atajos mentales para orientarnos sin tener que estudiar datos ingentes de información, lo que nos impediría actuar dadas las criaturas finitas que somos. Por ejemplo, las ideologías nos indican a quién escuchar y a quién no. Si es uno de Nosotros pues se merece que le escuchemos; si el que habla pertenece al Ellos, entonces ya sabemos que está contaminado por todos los defectos de “esa gente” y no hay que escucharle. O bien no tiene información o bien no es honesto. Además, ocurre otra cosa: si tú escuchas a los miembros de lo que tu grupo considera Ellos, eres sospechoso para los miembros de tu grupo. Rehusar escucharles a Ellos es una clara señal de identidad y solidaridad con el grupo. Si escuchas podrías contagiarte de sus ideas patógenas y tu propia disponibilidad a escuchar indica que puedes ser desleal. Así que las ideologías funcionan como una especie de Sistema Inmune anti-creencias que te aísla y te protege de creencias que podrían falsificar las tuyas lo mismo que el sistema inmune te protege de patógenos.


Conviene volver a señalar cuál es el problema del tribalismo, aún a riesgo de resultar repetitivo. El problema no es que el tribalismo anule nuestra mente moral y nos lleve a actos inmorales destructivos, no. El problema del tribalismo es que utiliza nuestra mente moral, se sirve de la fuerza destructiva de nuestra convicciones morales, que son vividas como mandatos morales y la dirige hacia la exclusión, la discriminación o incluso la violencia. El problema es que el tribalismo aprovecha los principios morales existentes y el poder de motivación  y de compromiso de nuestra identidad moral y de nuestras convicciones morales para producir un resultado inmoral. El tribalismo es nuestra mente moral en acción, nuestra moralidad cometiendo actos inmorales. Esto es lo que hace que la retórica del tribalismo sea tan efectiva, y tan peligrosa. Más que vencer o anular nuestros principios morales básicos, los absorbe, los incorpora y los redirige hacia objetivos inmorales explotando la motivación y la mente moral al servicio de la inmoralidad.


La conclusión de todo lo que estamos comentando es el grave peligro que las ideologías -y el tribalismo intrasocietal que generan- suponen para la convivencia y para la democracia. Un ingrediente esencial del juego democrático es ver a nuestros adversarios ideológicos como potenciales copartícipes en el proceso de determinar entre todos cuál es el bien común y cuáles son los caminos para conseguirlo. Es decir, implica contemplar a los que piensan diferente como seres razonables, como personas decentes y honestas que tienen otras ideas. La democracia requiere aceptar que en una sociedad hay diferentes visiones y opciones legítimas y que la gente va a votar y elegir entre ellas. Pero el ambiente que se ha generado en muchas de nuestra sociedades modernas es que sólo hay una opción legítima (la nuestra), que sólo se puede pensar una cosa y que los que piensan de forma diferentes son una amenaza, hasta el punto de que, como hemos visto, está creciendo la convicción de que estaría justificado recurrir a la violencia para impedir esas otras opciones que ya no son legítimas. Jonathan Rauch dice en su libro Kindly Inquisitors: “Una sociedad liberal se sostiene sobre el principio de que todos debemos tomar en serio la idea de que podemos estar equivocados. Esto significa que no debemos poner a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, fuera del alcance de la crítica; significa que debemos permitir que la gente se equivoque, incluso cuando el error ofende y molesta, como a menudo sucede”. No parece ser ésta la norma por la que nos estamos guiando ya.


El tribalismo intrasocietal movido por la ideología está haciendo que la democracia sea imposible al minar el respeto entre iguales que requiere. Parece que esto es lo que está ocurriendo en EEUU, como hemos visto, así como en otros lugares. La democracia no funciona si ves a la gente que piensa de forma diferente como la encarnación del mal y, por lo tanto, como gente con la que no sólo no se puede colaborar sino que son una fuerza peligrosa que hay que derrotar. El tribalismo ideológico está erosionando nuestras sociedades y está generando un riesgo muy grande de violencia y de ruptura. Es urgente reconocer el problema y buscar soluciones.


@pitiklinov










miércoles, 6 de enero de 2021

Desmontando el Feminismo Hegemónico


Cuando a veces me he referido al feminismo en mi blog o en Twitter, en algunas ocasiones han surgido comentarios que más o menos venían a decir que no generalice con eso del feminismo, que hay diferentes feminismos y corrientes, que no todo el mundo piensa lo mismo y que no existe tal cosa como “el feminismo”. Tienen razón, es verdad que si revisamos la teoría y la historia feminista eso es cierto, pero a la hora de la verdad y desde un punto de vista práctico, me parece a mí que todos los feminismo se pueden dividir en dos: el feminismo que habla y los feminismos que callan. 


Cuando yo mismo, u otras personas, nos referimos al feminismo, nos estamos refiriendo a ese feminismo dominante que habla e impone una narrativa concreta. Podemos llamarlo feminismo hegemónico, radical, feminismo dominante o de cualquier otra manera pero es el feminismo que se ha convertido en ley, el que tiene el BOE por el mango, el que ha generado toda un industria y el que está en el gobierno. Se ha convertido en una especie de religión de estado que impregna todas las esferas e instituciones de la sociedad y a él es al que nos referimos los ciudadanos de a pie cuando hablamos globalmente del feminismo. Hay otros feminismos que también existen, como decían en 2006 en una carta en el Pais Manuela Carmena y otras 200 mujeres, haberlos haylos, pero en los últimos años no se les ha oído ni se les ha visto y ya es sabido que el que calla, otorga. 


Es verdad que ahora mismo esa hegemonía se ha resquebrajado un poco y  estamos presenciando, por ejemplo,  un debate entre dos corrientes del feminismo que tiene que ver con la definición del sujeto del feminismo, con la cuestión básica de quién es una mujer y quién tiene derecho a declararse jurídicamente como tal. El debate no está ocurriendo sólo en España y es muy conocida la postura que ha tomar J.K Rowling en él y la respuesta que ha recibido, pero en nuestro país estas dos posturas opuestas están representadas en parte por los dos partidos actualmente en el gobierno, PSOE y Podemos. En el eje del debate están la definición de mujer y la confusa cuestión del género. Un bando -feminismo radical, TERFs…- parece curiosamente que recupera la biología (aspecto al que el feminismo siempre ha dado la espalda) y reclama que tiene un lugar en esa definición de mujer, que se trataría por así decirlo de una cuestión de hardware. Por contra, el otro bando -feminismo queer, de género…- reivindica que ser mujer es una cuestión de software, de performance. Pero no es de esto de lo que quería hablar.


La intención de esta entrada es comentar la publicación de un libro que reivindica el feminismo liberal, un libro que discute y rebate -con argumentos y datos- los postulados del feminismo hegemónico en una serie de temas como la brecha salarial, el techo de cristal, la gestación subrogada, la prostitución o la violencia de género (y la Ley de Violencia de Género). Es un feminismo que no es biofóbico, no niega la biología y la evolución, no considera que somos unas tablas rasas y que todo es una construcción social, no es victimista, no ve a la mujer como un criatura que no ha llegado todavía a la mayoría de edad y que es por lo tanto incapaz de saber lo que quiere, necesitando la tutela del estado, y no ve al hombre como el demonio que está en el origen de todos lo males.


El libro está coordinado por Irune Ariño, que es la autora también de algunos capítulos, y cuenta con la colaboración de Francisco Capella, Santiago Calvo, Cuca Casado, Marina de la Torre y María Blanco que realiza el prólogo. Extraigo algunos párrafos de las Conclusiones finales donde explican su posición:


“El feminismo ha sido un movimiento muy positivo cuando ha ido de la mano del liberalismo, en la medida en que ha trabajado por la emancipación de la mujer y por la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres en la educación, la participación política, el acceso al mercado laboral y la actividad sexual y reproductiva. Ha pasado de ser una reivindicación legítima, de una parte de la sociedad que era sojuzgada y cuyos derechos no eran reconocidos, para alejarse de ese legítimo objetivo y convertirse en una excusa para desplazar el eje del debate político y justificar medidas políticas liberticidas. Marca la agenda política de gobiernos y medios de comunicación y decide sobre lo que está bien y lo que no. Esa politización del feminismo le ha llevado a posiciones muchas veces críticas con el Estado…


Utiliza un discurso victimista que presenta a todas las mujeres como indefensas frente a la tiranía de los hombres y necesitadas de ayuda estatal para empoderarse y conseguir su libertad. Se ha enfocado en intentar moldear la sociedad a través de la legislación, lo que ha generado una red clientela de organizaciones subvencionadas: institutos de mujer, observatorios, talleres, informes, estudios de género, organizaciones no gubernamentales, etc. Este discurso ha ido ganando espacio y aprobación, tanto en la mayoría de medios de comunicación como en los partidos de todos los colores, ha polarizado debates legítimos y necesarios como el de la violencia en la pareja, el aborto o la prostitución y ha construido un relato que divide a los ciudadanos en buenos y malos…


El feminismo expuesto más arriba no es la única forma de defender la igualdad existente. El feminismo liberal ha estado representado por diversas autoras a lo largo de la historia, desde Mary Wollstonecraft, pasando por Voltairine de Claire, Harriet Taylor, Suzanne La Follette, hasta Wendy McElroy, Martha Nussbaum o Christina Hoff Sommers. Todas ellas comparten una visión que se centra en la persecución de la eliminación de privilegios y trabas legales que han subordinado (y en muchos lados todavía subordinan) el papel de las mujeres al de los hombres…


En la actualidad las feministas liberales se han agrupado en torno a movimiento críticos con el feminismo hegemónico. Sin embargo, cada vez más se niegan a abandonar la lucha por la reapropiación del término feminismo.


El liberalismo defiende que la mujer es un sujeto ético autónomo con los mismos derechos y obligaciones que el hombre. Es dueña de sí misma, tiene derecho de propiedad y puede contratar voluntariamente con otros. No es tratada como una menor de edad que debe ser tutelada por no ser capaz de valerse por sí misma ni como una víctima sistemática que necesita protección especial. Controla su sexualidad y puede vivir sola, en pareja o con quien quiera, casándose o no, y teniendo hijos o no. Sus derechos son derechos individuales, exigibles por todos los individuos adultos sin distinción alguna, que chocan contra los derechos colectivos que reclama el feminismo dominante. Y el estado no debe imponer creencias éticas a sus ciudadanos sino salvaguardar estos derechos.”


Así que parece que el feminismo liberal ha vuelto y es bienvenido. Espero que este libro marque sólo el inicio del surgimiento de esas otras voces que hasta ahora no hemos escuchado y que continúen desmontando más dogmas de la doctrina de ese feminismo hegemónico. Si queremos hacer un buen diagnóstico y abordaje de los problemas, es muy importante romper el monólogo de ese único feminismo dominante y  permitir que entren más voces en la conversación, algo que beneficiará a toda la sociedad. En esa conversación, el feminismo liberal ha estado desde el principio y sigue siendo, sin duda, una voz muy valiosa.


@pitiklinov