Ya hemos hablado antes de la Psicología del Asco y de la visión evolucionista de esta emoción que considera que el asco evolucionó para ayudar a los humanos a evitar el contacto físico con venenos, parásitos y patógenos. En esta entrada voy a comentar un artículo (capítulo de libro en realidad) que propone una hipótesis alternativa. Los autores de este trabajo llaman “Hipótesis del Origen Físico” a la hipótesis tradicional, -a la de que el propósito del asco es evitar las toxinas y enfermedades infecciosas-, y ellos proponen una “Hipótesis del Origen Social” del asco. Según este punto de vista, el asco apareció en gran medida como una respuesta funcional para prevenir el contacto con extranjeros o con gente que actúa de una manera no-normativa, es decir, de manera no acorde con las normas del grupo. Esta respuesta tiene un doble propósito: reducir las enfermedades transmitidas por congéneres y mantener la reputación dentro del grupo.
Rottmann, DeJesus y Gerdin no dicen que la hipótesis tradicional del origen físico sea errónea. Aceptan que explica parte del problema pero creen que es necesario complementarla y por ello afirman que la evitación de enfermedades no es el principal motor de la evolución del asco ni el más importante. La hipótesis del origen físico parte de un sistema para prevenir el consumo de sustancias dañinas y la típica expresión facial de asco es claramente compatible con el rechazo de una comida. También hay un solapamiento neuronal y fisiológico entre los mecanismos del asco y del mal sabor o rechazo a una comida. Y, por otro lado, es evidente que las materias que disparan el asco (fluidos corporales, heces, etc.) son potenciales transmisores de parásitos y patógenos. Así que la hipótesis física es convincente y tiene buenos argumentos a su favor.
Sin embargo, Rottman y cols. plantean que esta hipótesis no es suficiente para explicar el asco. Hay algunos estudios que no encuentran que el asco dispare conductas que eviten estímulos contaminantes. Por ejemplo, el asco no hace que tratemos las heces de forma adecuada o que la gente se lave las manos después de defecar, aunque estas son las causas principales de transmisión bacteriana y diarreas (según los autores). Algunas materias que transmiten patógenos como la carne pútrida son una fuente nutritiva importante en sociedades de cazadores recolectores. La fermentación es una fuente de elaboración de comidas (queso, etc.) que son muy apreciadas. Tampoco está claro que el asco sea crucial para evitar el contacto con vectores de enfermedad. Otras emociones, en particular el miedo, puede cumplir esa función. Hay estudios que muestran que la neofobia a los alimentos (la evitación de nuevos alimentos que ocurre en los niños entre los 2-6 años de edad) se asocia a aumento del pulso, de la respuesta galvánica de la piel y de la respiración lo que sugiere que es motivada más por la ansiedad y el miedo que por el asco. También es un dato que los animales han conseguido evitar patógenos y parásitos (muchos ungulados tienen mecanismos para evitar el contacto con heces) sin la emoción del asco.
Pero hay un punto que es realmente difícil de explicar con la hipótesis física tradicional, el de la ontogenia del asco, es decir su desarrollo y aparición a lo largo de la vida del individuo: los niños no muestran asco, el desarrollo del asco es muy tardío. En humanos, la época de mayor riesgo de infecciones son los primeros cinco años de vida (diarreas, neumonías, etc.), el periodo que va desde la lactancia cuando la madre pasa los anticuerpos al feto hasta que madura el sistema inmune, cosa que ocurre hacia los cinco años. Y los datos que tenemos indican que los niños no evitan comidas contaminadas (como platos con saliva de otras personas o estornudos) hasta los cinco años. Tampoco evitan jugar con personas que dan muestras de estar enfermas hasta los seis años. Algunos aspectos del asco, como la capacidad de identificar las expresiones faciales de los demás, no se desarrollan hasta los nueve años de edad.
Posibles explicaciones para este hecho serían que el asco, como todas las adaptaciones, implica compromisos y que puede ser adaptativo aprender de forma gradual lo que no es higiénico porque esto puede ser diferente en cada cultura. También es un hecho que los niños pequeños en culturas primitivas son transportados por su madre la mayor parte del tiempo y amamantados hasta los 3-4 años y no suelen ser abandonados sin vigilancia. Pero es verdad que este desarrollo tan tardío del asco es sorprendente.
La hipótesis social podría explicar mejor este desarrollo tardío porque sí tendría sentido que el asco apareciera a mitad de la infancia cuando los niños empiezan a evitar a miembros de otros grupos y cuando su vida empieza a ser dominada por la preocupación por la reputación y el estatus. Los niños muestran gran atención a indicadores de pertenencia al grupo (sexo, raza, edad, lengua) y prefieren la relación -así como aprender- de individuos que son como ellos, que se les parecen. La preferencia por el endogrupo aparece hacia los cinco años de edad y el prejuicio contra el exogrupo hacia los 6-7 años (los estudios indican que el favoritismo por el grupo propio y la denigración del otro grupo son dos procesos diferentes y que la predilección por el endogrupo aparece antes). En definitiva, la aparición del asco en la infancia media facilitaría la derogación del grupo extraño y serviría para calibrar el asco a las normas e ideales del endogrupo.
La hipótesis social del asco propone que el dominio en el que actúa el asco no es el de la transmisión de enfermedades sino el de la otra gente. El asco evolucionó en buena medida como un mecanismo para excluir a individuos del endogrupo por medio de la estigmatización y el ostracismo y para prevenir el contacto con miembros de grupos externos. Aunque estas conductas de exclusión pueden ser motivadas por un posible contagio, la estigmatización también ocurre con miembros del grupo que no colaboran o que no siguen las normas o con miembros de un grupo exterior. Todas las formas de estigmatización pueden disparar el asco aunque no esté implicado el riesgo de contagio. La hipótesis social del asco también explicaría que no se desarrolle el asco cuando hay déficits de socialización. Por ejemplo, la capacidad de reconocer la expresión del asco falla en la psicopatía y la aversión a sustancias contaminantes no ocurre en personas con autismo. Hay datos de que el asco se dispara por conductas que se ven como social y moralmente desviadas a pesar de que no haya signos de enfermedad. También es clara la relación del asco con la moralidad aunque no haya riesgo de enfermedad. En general, se estigmatiza y evita a la gente por muchas razones y el asco puede facilitar esta evitación tanto cuando hay riesgo de contagio como si no lo hay.
Con respecto a las preferencias por las comidas, es probable que dado que diferentes ecologías suponen diferentes tipos de venenos o de amenazas es importante que la fuente de información sea local y adaptada a cada contexto. Pero Rottman y cols. opinan que una razón importante para el aprendizaje social en el campo de los alimentos es desarrollar una preferencia por comidas que son socialmente aceptables dentro de una cultura por lo que señalan la pertenencia a un grupo. Aunque algunos tabúes alimentarios se relaciona con la salud, este no es siempre el caso y en general los tabúes existen para crear identidad social y para crear fronteras entre grupos. Por las preferencias alimenticias los niños pueden saber quién pertenece a su grupo y quién no.
Resumiendo, según la hipótesis social el asco es fundamentalmente una emoción social que desgraciadamente favorece la deshumanización, la xenofobia, el tribalismo y la estigmatización del diferente. Tener conocimiento de ello puede ayudarnos a combatir nuestra tendencia natural a experimentar asco en determinadas situaciones y a que esto afecte negativamente a nuestras interacciones sociales. Ser consciente de ello podría ayudarnos a no estigmatizar a individuos que no se adhieren a las normas sociales, al diferente o al extranjero.
@pitiklinov
Referencia:
Rottman J, DeJesus J.M., Gerdin E. The Social Origins of disgust. En The Moral Psychology of Disgust Nina Strohminger y Victor Kumar, Eds. (En preparación para 2018)
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