Colaboración de Juan Medrano
“Soy un asiduo suscriptor de la prensa científica. Últimamente, en Science News, publicaron unas notas acerca de los nuevos elementos psicotrópicos, del grupo de los llamados benignativos (que inclinan al bien), los cuales se distinguen por el hecho de reducir la mente a la serenidad y la alegría aun en ausencia del más mínimo motivo. ¡Bah! ¡Dejémonos de tonterías! Tenía bien frescas en la memoria esas notas: el hedonidol, la benefactorina, la enfasiana, el euforiasol, el felicitol, el altruismol, la bonocaresina y toda una amplia gama de derivados, sin contar el grupo de los hidroxilenos amínicos sintetizados con todos aquellos cuerpos, tales como el furiasol, la lisina, la sadistina, la flagelina, el agressium, el frustraciol, la amocolina, y muchos otros preparados pertenecientes al llamado grupo zurrológico (que insta a zurrar y maltratar a todo ser, vivo o muerto, que se halla cerca de uno) y entre los cuales cabe destacar primordialmente el zurrandol y el atacandol”.
Stanisław Lem: Congreso de Futurología, 1971
Las repercusiones morales de los fármacos están recibiendo
últimamente una atención que va más allá de lo meramente anecdótico. Molly
Crockett, entre otros autores, ha publicado sus estudios de cierta
sofisticación, centrados en la aversión a provocar daño a otros, dimensión
moral hiperaltruista que parece estar afectada en la sociopatía y que reviste
un especial interés puesto que la mayor parte de las personas muestra un menor
rechazo a causarse daño a sí mismas que a provocárselo a otros. Crockett y su
grupo han conseguido manipular esta dimensión farmacológicamente, en un estudio
en el el citalopram, antidepresivo ISRS que potencia la transmisión
serotoninérgica, aumentó en los sujetos experimentales el rechazo al daño tanto
a terceros como a sí mismos, mientras que la levodopa, precursora de la
dopamina, redujo el hiperaltruismo. Las variaciones fueron dosis-dependientes.
Comentaremos más en detalle un artículo
publicado hace cerca de dos años por Levy y otros autores australianos y
británicos que comparten un interés por la Neuroética, artículo que analiza las
consecuencias sobre la moral de ciertos fármacos. Para clarificar las cosas,
empiezan por definir la toma de decisiones morales como el proceso de formar
juicios acerca de cómo determinados agentes (quien toma la decisión u otras
personas) deberían actuar moralmente. Y por conducta moralmente significativa
entienden cualquier conducta humana que esté guiada por, se adecúe a, o
infrinja, normas morales de forma significativa. En opinión de los autores,
algunos fármacos pueden mejorar la psicología y el comportamiento humanos, en una
especie de doping moral de
impredecibles consecuencias. Para entendernos, y sin meternos en más
profundidades, hablamos de moralidad en relación con las normas relacionadas
con beneficiar o dañar a otros agentes. Los autores dedican una extensa tabla
final a comentar el efecto que muchos medicamentos y sustancias de abuso pueden
tener sobre la moralidad a través de sus efectos sobre la cognición, la
conducta o la emoción, pero su análisis pormenorizado lo centran exclusivamente
en tres grupos de fármacos.
Comienzan con los betabloqueantes, y en particular con el
primero de ellos, el propranolol, originalmente antihipertensivo pero que
también resulta eficaz en el tratamiento del temblor y que se usa en la
profilaxis de la migraña y en la ansiedad social. Desde finales de los años 70 se
ha empleado para la modificación de conductas violentas o agresivas en diversos
colectivos (daño cerebral, discapacidad intelectual, demencia). También se ha ensayado
en el trastorno por estrés postraumático (TEPT), por sus efectos de bloqueo de
los efectos de la adrenalina en los procesos de consolidación de la memoria. La
hipótesis es que administrar propanolol inmediatamente después de sufrir un
acontecimiento traumático prevendría el desarrollo de un TEPT evitando que el
recuerdo de la experiencia y de la emoción asociada se consolide.
Para los autores, si el TEPT se debe a una excesiva consolidación
de la memoria, el uso de propanolol podría generar el problema opuesto: una
insuficiente consolidación. De esta manera se vería alterado también algo
fundamental para nuestra identidad, que se asienta en una narrativa que depende
de la memoria. Se ha llegado a decir que el
propanolol ocasionaría una situación de auténtica mendacidad (sic) o falsedad:
aunque los sujetos recuerden el acontecimiento, al estar inoculados contra su
impacto emocional, vivirán como si los acontecimientos traumáticos no hubieran
ocurrido.
Al margen de sus usos experimentales, el problema principal
sería cuál es el efecto que el propanolol está produciendo en su extensivo uso
habitual, que viene produciéndose desde hace décadas, y por el impacto que
tengan otros betabloqueantes más recientes que lo han ido sustituyendo. Algunos curiosos experimentos han mostrado
que las personas bajo los efectos del propanolol sufren un “sesgo conservador”,
es decir muestran más aversión por el riesgo. Este efecto podría afectar su
comportamiento en su vida cotidiana, por ejemplo en su comportamiento como
testigos de delitos e identificación de los posibles culpables (algo que por
otro lado les haría más fiables, dado que la mayoría de los errores en condenas
se basan en las declaraciones de testigos visuales). Más complejo es, sin
embargo, su efecto sobre cuestiones más puramente morales. Los autores se
apoyan en el elemento visceral de algunas reacciones morales, que autores como
Haidt han conseguido vincular con una emoción básica como el asco y que podrían
entenderse a partir de la hipótesis del marcador somático, de Damasio, según la
cual los estados somáticos (o su representación neural) influyen en los
procesos de toma de decisiones y en nuestro razonamiento. Desde ese punto de
vista, el hecho de que los betabloqueantes reduzcan el efecto de la adrenalina
y noradrenalina sobre la amígdala, una estructuras cerebral que se supone
relevante para los marcadores somáticos. De
esta manera, el propranolol podría producir un aplanamiento de las respuestas
emocionales y, con ello, de los juicios morales de ellas derivados. Los
autores, de hecho, informan de que han podido verificar esta hipótesis en sus
investigaciones.
Otro posible efecto
moral del propranolol sería la mitigación del sesgo implícito contra los
extraños, por su citada acción inhibitoria a nivel de la amígdala, una
estructura cerebral que participa en el miedo como respuesta emocional. Los
autores han comprobado, de hecho, que una sola dosis de 40 mg de propranolol
produjo una reducción del sesgo implícito racial; es decir: redujo la
prevención, el miedo y el rechazo frente a personas de otras razas.
El segundo bloque al que dedica su análisis el grupo de Levy
es el de los antidepresivos ISRS, sobre los que apuntan datos en la línea de
los comunicados por Crockett. A nivel experimental, los ISRS son también
capaces de potenciar la conducta social afiliativa, es decir, de potenciar la
cooperación. Dado que la depleción de triptófano, precursor de la serotonina,
parece asociarse a una menor tolerancia ante acuerdos y repartos injustos, los
autores conjeturan si la terapia con ISRS provocará exactamente el efecto
contrario. En este sentido, desde la perspectiva clínica, aunque se sabe que pueden
a veces asociarse a conductas violentas, el tratamiento con ISRS se asocia
a una reducción de la agresividad y de la impulsividad.
Por último, Levy y colaboradores se centran en la oxitocina,
la llamada hormona de la empatía, que viene ensayándose para potenciar las
habilidades y la cognición sociales de personas con autismo o esquizofrenia. Aunque
su uso farmacológico más obvio, como potenciador de las contracciones uterinas,
no parece tener repercusiones emocionales relevantes, ya que aplicada
sistémicamente, no atraviesa la barrera hematoencefálica, su administración
transnasal o el efecto de otros medicamentos que incrementan sus niveles
cerebrales (anovulatorios, glucocorticoides) sí podrían potenciar la acción
prosocial de la oxitocina endógena, con sus consiguientes repercusiones
morales. Los resultados de experimentos con juegos de interacción, la
administración de oxitocina podría dar lugar a un incremento de la confianza en
otras personas, incluso desconocidas y, a la inversa, también podría potenciar
los comportamientos dignos de confianza. Ahora bien, esa confianza, esa empatía
inducida por la oxitocina tiene el importante matiz de que se dirige a personas
del intragrupo, es decir, no es indiferenciada, sino que se dirige hacia los
más cercanos, de modo que la defensa de los intereses de las personas más
próximas inducida por la oxitocina puede convertirse en actuaciones
abiertamente contrarias a los sujetos ajenos al grupo si pudieran tener (o
pudiera creerse que tienen) inclinaciones o conductas que perjudiquen a
familiares o allegados.
Por completar el tema, y para alinearlo con los hallazgos de
Crockett, habrá que hablar de los fármacos de acción dopaminérgica, aunque Levy
y colaboradores no se detengan en ellos. Es
sabido que en pacientes con Parkinson que son tratados con medicamentos
agonistas de la dopamina se observan conductas impulsivas como juego
y compras patológicas, e hipersexualidad que puede dar lugar a
comportamientos agresivos y que en ausencia de este condicionante
neuropatológico y neurofarmacológico se juzgarían inmorales. De forma
complementaria, un
estudio realizado en Suecia hace unos años con datos de 82.647 pacientes en
tratamiento con estabilizadores del humor (un grupo muy heterogéneo como para
extraer conclusiones) y antipsicóticos (antagonistas dopaminérgicos) observó
que reducción de delitos del 24 y 45%, respectivamente, cuando los sujetos
estaban en tratamiento farmacológico. Aplicando análisis más detallados que
consideraban variables como cualquier tipo de delito, delito relacionado con
drogas, delito leve y arresto violento, se mantenía una reducción de los
delitos entre el 22 y el 29% en los que tomaron antipsicóticos, y dicha
reducción era más notable en los que tomaban dosis altas o los recibían en
formulaciones de acción prolongada.
¿Cómo sintetizar toda esta información? Levy y colaboradores
contemplan lo que podrían ser consecuencias positivas y negativas del modelado
moral por parte de los fármacos. Y ciertamente, todo puede llevar a
conclusiones opuestas o, al menos, esa parece ser la visión de los autores.
Reducir el temor al extraño con propranolol puede ser bueno porque estimulará
la cooperación y reducirá los enfrentamientos, pero también puede rebajar el
nivel de cautela y redundar en consecuencias negativas si ese extraño tiene
intenciones aviesas. Que los ISRS reduzcan la propensión a causar daño a otras
personas, a priori, solo puede despertar elogios y parabienes, pero sería
contraproducente en un sistema social en el que se prevé que quien tenga
comportamientos delictivos sea castigado, como contraproducente sería un exceso
de confianza inducido por estos fármacos en un mundo real en el que abundan las
personas que podrían beneficiarse de ello. Y de la oxitocina ya ha quedado
dicho que su efecto empatizante y prosocial parece circunscribirse al grupo
propio, por lo que una potenciación de su actividad podría redundar en
violencia hacia otros grupos; en esa línea, fenómenos como el genocidio o el
terrorismo podrían verse potenciados por la oxitocina (o, alternativamente, que
quienes practican estas conductas animados por un sentimiento de grupo, están
inflados de oxitocina).
Levy y colaboradores alertan además sobre el experimento
fármaco-moral que puede estar llevándose a cabo en los millones de personas que
toman propranolol (o betabloqueantes en general), o ISRS, o fármacos que pueden
potenciar la oxitocina. La tentación es aceptar su planteamiento y pensar, por
ejemplo, que la progresiva reducción de la violencia en el ser humano, glosada
por Pinker, bien podría tener que ver, al menos en la última centuria, con el
uso intensivo de medicamentos que de directa o indirectamente influyen en
nuestra conducta y moralidad. Es más: teniendo en cuenta el grave problema de la farmacocontaminación, que incorpora
trazas de medicamentos a través del agua a nuestra alimentación, a la larga
toda la población está expuesta a una sopa de fármacos y todos podríamos estar,
sin quererlo, viéndonos sometidos a la acción de betabloqueantes, ISRS y
productos que ponen a nuestra oxitocina a cien. Pero no deja de ser un
razonamiento sesgado, toda vez que los propios autores alertan de que los
efectos que a primera vista pueden parecer beneficiosos desde el punto moral
pueden ser perjudiciales en un análisis más amplio. Por otra parte, habría que
matizar mucho las conclusiones de los autores. Por ejemplo, el propranolol no
es desde luego el betabloqueante más utilizado en nuestros días como
antihipertensivo, y otros que sí tienen un papel importante en el tratamiento
de la hipertensión se caracterizan por una menor liposolubilidad y un paso al
SNC menos acusado que el propranolol, por lo que el efecto real de la familia a
nivel poblacional será escaso. Pero es verdad que podría contraargumentarse
recordando que el nadolol, un betabloqueante hidrosoluble recientemente
desaparecido de nuestro mercado, obtiene reducciones en comportamientos agresivos,
algo que se ha querido explicar à la
Damasio proponiendo que este producto modificaría el efecto del exceso de
adrenalina, reduciendo las “señales de crisis” adrenérgicas que envía el cuerpo
al cerebro.
Pero hay que recordar que los experimentos en los que los
fármacos seleccionados por los autores han cambiado dimensiones cognitivas,
emocionales o conductuales relacionadas con la moralidad, tienen en común que
se han realizado tras tomas agudas, limitadas y puntuales de medicación. Al
trasladar estas experiencias a la terapéutica, que salvo para el caso del uso
de propranolol para la ansiedad situacional, es continuada, se pasa por alto un
fenómeno importante, que es el de la sensibilización de receptores, con el que
se han explicado durante años las adicciones o la posibilidad de que el
tratamiento prolongado con antipsicóticos provoque psicosis. El tratamiento
crónico con propranolol o con ISRS, desde esta perspectiva, perderían su
influencia sobre la moral. También hay considerar hasta qué punto el análisis
es completo: ¿a cuántos fármacos no les podríamos encontrar un fundamento para
razonar que actúan sobre la moralidad? Al margen de los psicofármacos, sabemos
que hay antibióticos (minociclina), anitiinflamatorios, hipouricemiantes
(alopurinol), e incluso mucolíticos (acetilcisteína) con acciones tan notorias
sobre la transmisión nerviosa que se han probado en diversas indicaciones
terapéuticas en Psicofarmacología. ¿Por qué no buscar la confirmación
experimental de que los gotosos tratados con alupurinol podrían tener juicios
morales más objetivos, si resulta que es un producto que parece mejorar la
psicosis? ¿O a qué esperamos para verificar en el laboratorio psicológico que
tener mocos es bueno para la moral porque al tratarlos con acetil-cisteína
conseguimos que tomen un producto que se ha ensayado con éxito en adicciones,
problemas estos que conllevan una inevitable espiral de egocentrismo? Por
último, se echa en falta alguna consideración al efecto que sobre la moralidad
tendría, el día en que llegue a comercializarse, un grupo de medicamentos, los
llamados “serénicos”,
que se concibieron como idóneos para el manejo de la agresividad.
La impresión que queda después de leer a Levy y sus coautores
es que su planteamiento es un interesante ejercicio teórico, con poco
recorrido, y que sirve sobre todo para plantearse una distopía al estilo de lo
que sugiere la cita introductoria de Stanisław Lem. En esa línea podemos
plantearnos si una intervención para modelar (manipular) farmacológicamente la
moralidad podría tener lugar a nivel individual o poblacional. Supongamos que
queremos que alguien sea confiado pero no demasiado: habrá que darle la dosis
justa de ISRS. O que buscamos potenciar la empatía: habrá que darle oxitocina
exógena (o corticoides, para potenciar la endógena), pero como potenciaremos
solo la empatía intragrupo, para evitar fenómenos colaterales como el racismo o
el genocidio, tendremos dos alternativas: o bien educamos a la gente y
cambiamos la sociedad y la cultura para que consideremos que nuestro grupo es
todo el género humano, sin distinción de razas, credos o clases, lo que
requiere cierto tiempo y esfuerzo, o tiramos por la vía de la compensación
farmacológica y complementamos su pauta con propranolol para anular el sesgo
implícito. A nivel poblacional uno podría fantasear con además de clorar y
fluorar las aguas, enriquecerlas con fármacos que potencien la oxitocina, y con
propranolol y con ISRS, y si hace falta y por si acaso, un poco de eltoprazina,
el serénico que hizo más nombre. Es una perspectiva inquietante, no solo por lo
que tiene de distópico, sino porque con tanto tropiezo seguro que además de la
moralidad de la población se veían afectadas las propiedades físico – químicas
del agua y usando cuchillo y tenedor para tomarla.
Fuentes:
Crockett MJ, Siegel JZ,
Kurth-Nelson Z, et al. Dissociable Effects of Serotonin and
Dopamine on the Valuation of Harm in Moral Decision Making. Curr Biol 2015; 25: 1852-9
Fazel S,
Zetterqvist J, Larsson H, et al. Antipsychotics, mood stabilisers,
and risk of violent crime. Lancet 2014; 384: 1206-14.
Healy D,
Herxheimer A, Menkes DB. Antidepressants and Violence:
Problems at the Interface of Medicine and Law. PLoS Med 2006; 3(9): e372.
Levy
N, Douglas T, Kahane G, et al. Are You Morally Modified?: The Moral Effects of
Widely Used Pharmaceuticals. Philos Psychiatr Psychol 2014; 21: 111-125.
Olivier B, Rasmussen
D, Raghoebar M, Mos J. Ethopharmacology: a creative approach to
identification and characterisation of novel psychotropics. Drug Metabol Drug Interact
1990; 8: 11-29
Pinker S. Los ángeles que llevamos dentro. Barcelona:
Paidós, 2012
Ratey JJ, Sorgi P, O’Driscoll GA, et al. Nadolol to treat aggression and psychiatric
symptomatology in chronic psychiatric inpatients: a double-blind,
placebo-controlled study. J Clin Psychiatry 1992; 53: 41-46.
Colaboración de Juan Medrano
11 comentarios:
Muy interesante el artículo. La utilización de fármacos para el control de la conducta es muy antigua, y hoy está generalmente aceptado su uso en casos como los de los pederastas. No habría que descartar en un futuro su utilización para casos graves de comportamiento antisocial NO NECESARIAMENTE DELICTIVOS (ése sería el punto a discutir). Pero para eso habría que tener más y mejores datos.
Por otra parte:
"La tentación es aceptar su planteamiento y pensar, por ejemplo, que la progresiva reducción de la violencia en el ser humano, glosada por Pinker, bien podría tener que ver, al menos en la última centuria, con el uso intensivo de medicamentos que de directa o indirectamente influyen en nuestra conducta y moralidad."
Pinker, por lo menos, explica que el constante descenso de las conductas agresivas es muy anterior a la "última centuria", de modo que la influencia farmacológica queda descartada.
En cualquier caso, es sorprendente que haya centros de estudio como este de la universidad de Oxford, por ejemplo http://www.practicalethics.ox.ac.uk/ que tratan esta cuestión (http://www.practicalethics.ox.ac.uk/ht/neuroethics/main) y sin embargo no abordan en absoluto la cuestión de los cambios culturales conducentes al comportamiento prosocial (o "conducta afiliativa") que está demostrado que, hasta ahora, ha sido un camino más productivo que el uso de "filtros" y "pócimas" de la bondad...
¿¿¿ "Casos graves de comportamiento antisocial no delictivos" ??? Vamos, gente antipática. Y nda más antipático que los buenos reunidos necesitados de gente mala (haya o no niños por medio) y sintiéndose por supuesto muy buenos y científicos.
Recordar nuestros principales enemigos: 90% de delitos cometidos por hombres, 70% de siniestralidad de tráfico varones. Elementos peligrosos. Carne de cañón para el delito de autor. Pues antes de que acaben multándonos los feos a mí y a mis compinches x nuestro careto masculino, queremos al menos el riesgo de 10 pederastas sueltos por cada inocente acusado de lo mismo. Vaya, el estado de derecho lo llaman. El respeto y no minusvaloración del constructo libertad individual frente al imperio de la estética social.
Al final la ética cool y desencajada (aunque de acción) que proclamamos tendrá que desempolvar el tiranicidio [que no incluye el boicot a la libre circulación de ideas (seguramente menos mediocres que las nuestras)]. Pero no tragamos con las estrellas amarillas en las solapas de la gente. Ni tampoco queremos policías de la mente circulando por las calles sospechando a la mínima del vehemente o desabrido. Una sociedad de amos que presumen de corderos.
Nuestro único riñón sano es nuestro. Y con ello no defendemos menos el futuro de nuestras hijas y sobrinas.
"¿¿¿ "Casos graves de comportamiento antisocial no delictivos" ??? "
Ésta es la cuestión. Porque resulta que el "tipo penal" lo crean los políticos en base a la demanda social del momento. La pederastia era muy aceptada en diversas épocas y diversas sociedades, y ahora se ha convertido en un crimen horrendo.Parece, por tanto, que en esta época somos afortunados. Pero sucede que hay otras maldades que todavía no están tipificadas y que sin embargo la psicología social ya puede describir (por ejemplo, el lenguaje despectivo, hiriente e insultante que los políticos usan todos los días por la tele a horario de máxima audiencia).
Que la "neuroética" haga descubrimientos acerca de los patrones de conducta no hace sino confirmar que puede lograrse una "ética objetiva" de la prosocialidad. Lo lamentable es que estos descubrimientos se pongan al servicio de los usos y costumbres del momento, cuando deberían ser los usos y costumbres del momento los que habrían de amoldarse a una forma de prosocialidad objetiva, ahora que estamos más cerca de determinarla.
Claro está que, si todo lo que la "neuroética" hace es aplicar fármacos y desprecia los controles de tipo cultural que ya sabemos que son más eficaces (y, sobre todo, más asequibles), entonces no podemos esperar desafiar ya la idea convencional de moralidad.
"Policía de la mente" no necesitamos porque mucho más eficaz que los controles penales es el control cultural. Ese control que hace que hoy, por ejemplo, no nos hagan gracia los chistes sobre tartamudos y homosexuales. Y, como se sabe, tras el cambio de costumbres -siempre detrás- han llegado algunos tipos penales al respecto (creo que se llaman "delitos de odio" o algo por el estilo).
No se ha entendido nada de mi beligerancia.
No pretendo ser el rompehuevos del blog, pero ese propio derecho de acción mío lo baso también en un juicio 'natural' u 'objetivo' que consiste en ser el dueño de mis pertenencias. Pero ante todo en que esa supuesta mayor o menor prosocialidad de alguien está sometida igualmente juicio de valor. A que a cualquiera puede parecerle prosocial comer a besos a sus vecinos y al vecino que éste se dedique a lo suyo.
En el fondo, el jucio pretendidamente 'objetivo' de prosocialidad no encierra más que una licencia, que representa la supuesta superioridad moral de los sentimientos fuertes de cohesión social (que ya sabemos en que se sustentan: religión, patria, etc).
Cada robot biológico humano tendra su propia y caracteristica 'neuroética'. Y si tengo que escoger, el único valor cultural universal objetivo que consiento es el espíritu crítico y la democracia liberal. Pero aun así, acepto que es jugar con la epistemología del esclavo y su obediencia debida.
"esa supuesta mayor o menor prosocialidad de alguien está sometida igualmente juicio de valor."
"En el fondo, el jucio pretendidamente 'objetivo' de prosocialidad no encierra más que una licencia, que representa la supuesta superioridad moral de los sentimientos fuertes de cohesión social (que ya sabemos en que se sustentan: religión, patria, etc). "
El conocimiento es lo que nos hace más humanos, y renunciar al conocimiento acerca de la naturaleza humana y entregar el poder para programar nuestra cultura al azar de la política y a otros irracionalismos y arbitrariedades me parece una pésima forma de ser coherentes con todo lo que se ha ganado hasta ahora.
Los "sentimientos fuertes de cohesión social" son solo "fuertes" en apariencia. El proceso civilizatorio hace ya tiempo que eligió la "debilidad" a la "fuerza" a la hora de fomentar la prosocialidad (incluso el detalle de que los esqueletos del hombre civilizado son más frágiles que los del hombre primitivo). ¿Qué es la prosocialidad? Pues básicamente expandir las relaciones de confianza entre los individuos, anulando, en la medida de lo posible, la competitividad, la indiferencia y la agresividad. Y si te fijas en la evolución de las culturas ("proceso civilizatorio") encontrarás esa pauta. La misma idea de "superioridad moral", en tanto que implica supremacía y jerarquía ya va en dirección opuesta.
Hasta ahora, las ciencias sociales han sido "heterónomas", es decir, se han convertido en servidoras de los prejuicios culturales del momento, y sin embargo el humanismo informado nos ofrece las mejores oportunidades de desarrollar la autonomía de la racionalidad. El nihilismo y la arbitrariedad solo benefician a quienes, desde posturas irracionales sí que quieren imponer sus propias contradicciones. El bueno de Kant tenía razón. La libertad no puede ser indiferencia.
No hay teleología en la condición humana. El progreso civilizado, social, a mi modo de ver se debe exclusivamente a un estupor. Al estupor definitivo de que no hay certezas, pero también al estupor ante nuestra propia y demostrada capacidad de autodestrucción (eso de que si nos ponemos a dar palos y pepinazos todos a una ya no va a haber un ganador). Los dos bien juntitos.
Lo civilizatorio no ha dejado de ser hoy como siempre una amalgama de facciones y familias. El bicho humano no es racional ni desinteresado y nunca lo será. Y si en algún momento, en un arrebato global de nuevo y optimista cientifismo, se implantara tal eugenesia planificada dónde únicamente se mezclaran 'blanditos' puros con 'blanditos' puros (LA RAZA), sería la puntilla irreversible en nuestra viabilidad. Al final la inteligencia social biológica necesita de diversidad: de cierta discapacidad y del egoísmo biológico. Estoy seguro.
Y la libertad negativa, el derecho natural de ser islas, ha acabado siendo históricamente nuestro más preciado contrapoder, la mejor ventana de emergencia. La escotilla exterior en ese decorado mesiánico, distópico, siempre renovado y monstruosamente grácil (cargado de buenas intenciones) del Show de Truman.
De todas maneras, has despertado en mí muchas y variadas preguntas y prometo estudiar más.
Hola me gusta mucho este blog me parece muy interesante. Yo soy estudiante de administración de empresas y quería saber si hay alguna bibliografía que me puedan recomendar sobre el tema de sesgos en la toma de decisiones que afecten los negocios, ya que me gustaría hacer mi tesis sobre este tema. Cualquier sugerencia me sera de gran ayuda. Gracias y sigan así con el blog. Saludos :)
Hola Anónimo,
hay todo un campo relacionado con ese tema que es la Behavioral Economics ,https://en.wikipedia.org/wiki/Behavioral_economics
o Economía conductual https://es.wikipedia.org/wiki/Econom%C3%ADa_conductual
Empieza por Pensar Rápido, Pensar despacio de Daniel Kahneman:
http://www.casadellibro.com/libro-pensar-rapido-pensar-despacio/9788483068618/1989599
Saludos
Muchas gracias por responder tan prontamente :). Y sobre neurociencia y los negocios hay bibliografía o es lo mismo que la economía conductual. Saludos.
Nuevo artículo relacionado con el tema:
http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0149763415301329
¿Es la conducta de los que toman betabloqueantes más ética?
Ratas a las que se les da midazolam dejan de ayudar a otras a salir de una caja:
http://journal.frontiersin.org/article/10.3389/fpsyg.2016.00850/abstract
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