Existe un número creciente de estudios que sugieren que la biología influye de manera importante en las creencias y conductas políticas. Es un polémico campo en el que no hay acuerdo, por supuesto, algunos estudios no se han replicado, pero los trabajos van aumentando y eso quiere decir que hay que tomarse el tema en serio. En este artículo de Nature tenéis una buena revisión de la historia de estos estudios. Wikipedia tiene también una entrada dedicada a la llamada Genopolítica que revisa el tema. Estudios de gemelos apoyan el papel de los genes en la ideología política, y siguen apareciendo investigaciones que plantean que la tríada de valores tradicionales - autoritarismo, religiosidad y conservadurismo- está sustancialmente influída por factores genéticos. Estos tres valores reflejan una tendencia única subyacente, que han llamado tradicionalismo y son más compartidos por gemelos monocigóticos que dicigóticos.
Pero no es en este tema de genética y política en el que quiero entrar de lleno sino en el de la relación entre ideología y personalidad que ya tratábamos en la entrada anterior. Vamos a conceder, para seguir con la discusión, que todo esto es cierto y que la genética influye en la orientación política. ¿Cómo es esto posible? Pues obviamente no lo sabemos, pero sí podemos estar seguros de que no existe el gen liberal ni el gen anarquista ni nada por el estilo. ¿Cómo pueden los genes influir en la orientación política? Una explicación muy razonable es que lo hagan precisamente a través de la personalidad. Hablábamos en el post anterior de los cinco grandes, las cinco dimensiones de personalidad fundamentales (apertura, responsabilidad, agradabilidad, estabilidad y extroversión) y sabemos que estas dimensiones de personalidad tienen un componente hereditario (la heredabilidad de estos rasgos de personalidad, aunque varía, es cercana al 50%).
Un rasgo clave es el de apertura a la experiencia ya que sabemos que predice la tolerancia social y el liberalismo político. La dimensión de apertura se caracteriza por curiosidad, búsqueda de novedades, apertura mental, interés en la cultura, en las ideas y en la estética, mejor tolerancia de la ambigüedad y la incertidumbre. La gente con elevadas puntuaciones en apertura busca la complejidad, la novedad, acepta más rápidamente los cambios y las nuevas visiones del mundo. La gente baja en apertura busca la simplicidad y la previsibilidad, se resiste al cambio, respetan la tradición y son más cerrados de mente, conservadores y autoritarios. Explicado en qué consiste la apertura a la experiencia, si ahora os pregunto quién creéis que va a aceptar mejor cuestiones como el matrimonio gay o la inmigración, que alteran la sociedad tradicional, estaremos todos de acuerdo en que las personas que puntúan alto en apertura van a aceptar con más facilidad estos cambios.
Por lo tanto, los genes nos van a proporcionar unas tendencias en nuestra forma de ser y según esa forma de ser nos vamos a encontrar más cómodos con ciertas ideologías y políticas que con otras. Si esto fuera cierto, explicaría en buena medida el hecho conocido de que las discusiones políticas no sirven para nada, de que no consigues hacer cambiar a nadie de opinión a base de razones. Si habéis discutido de política con amigos o compañeros de trabajo, y todos lo hemos hecho alguna vez, seguro que os habéis ido para casa pensando cómo es posible que los demás estén tan ciegos, con la particularidad de que nuestros amigos piensan lo mismo de nosotros. Teniendo en cuenta lo que estamos hablando llegaríamos a la conclusión de que no cambiamos de opinión porque las diferencias ideológicas reflejan diferencias de personalidad, y no podemos cambiarnos a nosotros mismos.
Pero el conocimiento de estos datos yo creo que nos podría servir para que aceptáramos mejor a los demás. Normalmente estamos muy orgullosos de nuestras ideas, como si fueran fruto de un duro trabajo racional personal que nos ha llevado a resolver profundos problemas intelectuales. Darnos cuenta de que son fruto de predisposiciones innatas y de influencias ambientales y sociales también, como veíamos en la entrada anterior, nos podría llevar a sentirnos un poco más humildes con respecto a ellas y tal vez eso mejorara la convivencia. Tal vez nos podría llevar a aceptar que hay gente buena y razonable que está a favor del matrimonio homosexual y gente también buena y razonable que está en contra del matrimonio homosexual y que el mundo no se divide en los “buenos” (los que piensan como yo) y los “malos” (los que no piensan como yo). A fin de cuentas, una sociedad necesita tanto conservar cosas como cambiar cosas; ni podemos tirar todo lo existente a la basura, ni podemos negarnos a aceptar lo nuevo y mejorar lo existente.
Toda esta compleja cuestión de la relación entre personalidad e ideología da para plantear algunas hipótesis, muy especulativas, que no me resisto a esbozar, aunque sea someramente. La idea central sería que muchas diferencias ideológicas son en realidad diferencias de personalidad. Esta idea tiene aplicaciones en campos que van desde la vida cotidiana hasta la filosofía y la ciencia. Por ejemplo, desde hace años mantengo con dos amigos del alma una interminable discusión acerca de la existencia del libre albedrío, ellos a favor, yo en contra. Está todo dicho y redicho y las mismas cosas e ideas son interpretadas de manera diferente por cada bando. He llegado a la conclusión de que lo que nos impide entendernos son diferencias de personalidad. Probablemente ellos puntúan más alto en responsabilidad y estabilidad y no pueden admitir un mundo donde no somos nosotros los que decidimos y somos responsables de nuestros actos. Por lo visto, yo debo ser más irresponsable e inestable :).
Esta misma sensación la he tenido cuando últimamente he leído algunos libros de filosofía especialmente de filosofía de la moral (Searle, Joshua Greene, los Churchland…). Ante cualquier problema, todos ellos hacen un recorrido histórico excelente y revisan a los mismos autores (Descartes, Spinoza, Kant, Hume, etc.). Si llegar a conclusiones fuera algo estrictamente racional todos ellos, superinteligentes y leídos, deberían llegar a la misma conclusión, aunque esta fuera la de que no hay respuesta al problema que estamos estudiando. Sin embargo, lo que he visto es que unos se inclinan pongamos por caso por el Utilitarismo (Greene), mientras que otros descartan o llegan incluso a ridiculizar al utilitarismo. Sospecho que ello se debe a diferencias de personalidad y no primariamente intelectuales. También sospecho, por ejemplo, que la filosofía que construyó Kant, por nombrar a uno, tiene mucho que ver con su personalidad rígida y religiosa. Si hubiera sido un crápula y un viva la pepa no habría creado esa filosofía.
Y en el campo de la ciencia me pregunto si es posible que sólo científicos con determinada personalidad puedan tener determinadas ideas (esto explicaría también en parte la relación entre creatividad y locura). Por ejemplo, creo que una persona con alta amabilidad, “buena” y muy empática no habría podido tener la idea de la inclusive fitness, la visión de la biología centrada en el gen, tal y como se le ocurrió a Hamilton ( y no quiero decir con esto que Hamilton no fuera una buena persona). Yo aventuraría que una persona empática, con mucha agradabilidad no habría pensado nunca en algo tan frío como que somos vehículos de unos genes que buscan su propia reproducción y sus intereses…su mente agradable y buena no le permitiría ni plantearse eso. Se necesita una mente del espectro autista, como la de Hamilton, capaz de pensar más fríamente, más sistematizadora que empática, para llegar a esas conclusiones.
Pero reconozco que todas estas ideas son hipótesis personales altamente especulativas que planteo con el ánimo de haceros pensar un poco, más que con el de convenceros. A fin de cuentas, soy consciente de que vosotros tenéis otra personalidad y forma de ser y de que no os puedo cambiar :).
@pitiklinov
1 comentario:
Pues teniendo en cuenta que mi ideología política es muy poco frecuente (anarcocapitalismo) a lo mejor es que mi personalidad también lo es.
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