Johann
Wolfgang Goethe (1749-1832) no solo fue uno de los principales maestros de la
literatura occidental, sino fue también un hombre de ciencia cuyo “Esbozo
de una teoría de los colores”
(1810-1820), va más allá de las consideraciones filosóficas, simbólicas o
poéticas y refleja sus estudios acerca de la luz y los colores. En un famoso
experimento con un prisma de cristal Goethe descubrió que la luz y la oscuridad
son necesarias para separar los colores y que el límite entre la región
luminosa y la oscura es la zona en la que el efecto se produce con mayor
facilidad. Pudo así explicar fenómenos luminosos como la formación de colores
en el arco iris, el amanecer y el crepúsculo, y cómo los colores violeta, azul,
rojo o amarillo se alineaban en cada caso.
La relación
del literato y hombre de ciencia alemán con la luz se prolongó hasta el mismo
momento de su muerte, en el que se cuenta que exclamó “Luz, más Luz”, en lo que
algunos sostienen era una petición y otros dicen que se trataba de una
descripción de lo que estaba experimentando en tan singular e inevitable
trance. Lamentablemente no tenemos ninguna manera de salir de dudas acerca de
qué quiso decirnos.
Goethe era en
cualquier caso un hombre del centro de Europa, una región menos bendecida por
la luz solar que la zona mediterránea. A pesar de ello, la tierra de nuestro
autor es mucho más iluminada, durante gran parte del año, que las zonas
extremadamente septentrionales o meridionales del planeta. En esas esquinas de
la Tierra es característico el contraste lumínico entre estaciones, y la
influencia de la oscuridad invernal en la población persiste a lo largo del
año, como se refleja en el hecho de que Escocia la gente se despida con buenas
noches… a las tres y media de una luminosa tarde estival. La sombra de la
temprana llegada de la noche en invierno se extiende así al feliz y luminoso
verano.
También en
esas regiones extremas del globo se hace especialmente notoria la influencia de
la oscuridad en el estado de ánimo, como se demuestra por el aumento de la
incidencia y prevalencia de depresión estacional a medida que nos alejamos del
Ecuador. Como es sabido, este cuadro es una forma de depresión atípica con
ánimo bajo, fatiga, hipersomnia, hiperfagia con craving por hidratos de carbono
–con el consiguiente aumento de peso-, y pérdida de libido. Lo típico es que
los síntomas cedan progresivamente a medida que aumentan las horas de luz,
hasta desaparecer llegado el verano. El trastorno se explica por un cambio de
los ciclos circadianos, con una secreción extrema de melatonina y, como no, se
habla de la implicación de la inevitable serotonina, cuya secreción requiere al
menos 1800 lux, una cantidad muy alejada de los 300 a 500 de los que disponen
habitualmente nuestras casas y lugares de trabajo.
La
importancia de la falta de luz en la etiopatogenia de la depresión estacional
animó a Lewy y a Rosenthal, hace algo más de 20 años, a ensayar el tratamiento
con luz, en lo que con el paso del tiempo ha dado en denominarse
“luminoterapia” o “fototerapia”. En pocos años el procedimiento alcanzó
relevancia asistencial, y de hecho, en 1992, diez años después de iniciarse el
tratamiento en Alemania, un 13% de los hospitales psiquiátricos ya realizaban
luminoterapia, mientras que otro 7% estaban interesados en implantarla. La
estratificación según el tipo de hospital demostraba que nada menos que el 57%
de los centros universitarios disponían del tratamiento. El procedimiento se
empleaba tanto en formas estacionales como en no estacionales de depresión,
aunque por lo general en las primeras en monoterapia y en las segundas como
tratamiento coadyuvante.
Para quienes
estén interesados en la luminoterapia, remitimos a un artículo
de Isabel Perancho publicado ya hace unos años en
El Mundo, en el que entre otros aspectos se comentaba un trabajo publicado en
el American Journal of Psychiatry que comunicaba con entusiasmo que el
tratamiento diario de 15 a 90 minutos es efectivo para reducir la severidad de
los síntomas, tanto
en depresión estacional, como no estacional. A
uno esto le sugiere que la luz es importante en todo tipo de depresiones. No en
vano, muchos pacientes con experiencia de fases depresivas previas se quejan de
que la depresión les azota cada año “con la caída de la hoja”, que suele
coincidir no solo con la reducción de horas de luz al día, sino con la
resincronización de relojes que adelanta una hora la aparición de la oscuridad
nocturna. Otro argumento puede ser que la luz solar protege del suicidio, como
han podido mostrar recientemente Vyssoki y
colaboradores en un estudio que, si bien no consigue
encontrar un efecto como para sacar a la banda, sí que es llamativo y
sugestivo.
Incluso la
Cochrane ha otorgado sus bendiciones a la terapia lumínica,
aunque como siempre, han sido tibias, cautelosas y provisionales. El aplauso de
medios tan cualificados posiblemente contribuya a que se termine por
estandarizar la técnica, y determinar si las sesiones deben ser matinales o
vespertinas, breves (30 minutos) con exposición lumínica intensa (10.000 lux) o
dilatadas (2 horas) con exposición menos enérgica (2.500 lux).
Podríamos
deducir, por lo tanto, que el estado de ánimo humano varía según la energía
lumínica cargue o descargue determinadas estructuras y elementos de nuestro
cerebro. Este rasgo, con cierta lógica, sería más acusado en el trastorno
bipolar, y de hecho, en ocasiones la luminoterapia puede
acelerar los ciclos de los pacientes bipolares o desencadenar hipomanía.
Este dato es coherente con la observación de la influencia de la luz ambiental
sobre los pacientes bipolares, sugerida por el predominio de fases depresivas
en invierno y episodios maniacos en verano, el riesgo de descompensación que
para estos pacientes conlleva el insomnio con exposición a luz, o la
efectividad de la terapia de deprivación de sueño en la depresión, siempre que
se mantenga al paciente expuesto a luz. Retomando estos elementos, un equipo
italiano (procedente por lo tanto de un país rico en sol) ensayó lo que
denominaron “Terapia de Oscuridad”
en un total de 16 pacientes bipolares a los que además del tratamiento habitual
de su cuadro, sometieron durante tres días a un régimen de 14 horas de
oscuridad forzosa entre las 6 de la tarde y las 8 de la mañana. Comparados con
un grupo control que recibió sólo la terapia convencional, los pacientes
conducidos al cuarto oscuro mostraron una reducción más rápida en la puntuación
global de la escala de Young para la manía, requirieron dosis más bajas de
medicación y pudieron ser dados de alta antes. Una salvedad importante: la
terapia de oscuridad sólo fue efectiva en los pacientes que fueron sometidos a
ella antes de que transcurrieran dos semanas desde el inicio del episodio
maniaco, lo que sugiere que transcurrido este tiempo el presumible desajuste de
ritmos biológicos se consagra y hace autónomo.
Pero las
cosas son más complejas, ya que al igual que la luminoterapia para la depresión
puede apoyarse en determinadas longitudes de onda, la oscuroterapia (valga el
neologismo) para la manía puede descansar sobre el bloqueo en concreto de la
luz azul. Recientemente, Henriksen y
colaboradores han comunicado el caso de un paciente
que mejoró rápidamente de un cuadro maniaco al añadir a su tratamiento unas
gafas que bloqueaban la luz azul (o, si se prefiere, que anulaban la parte del
espectro lumínico correspondiente a la longitud de onda que vemos como azul).
Los autores apuntan que este curioso efecto podría debirse a un fotorreceptor
retiniano, recientemente descubierto, sensible a la luz azul, que lleva la cosa
de transmitir el estímulo lumínico al reloj interno circadiano, el núcleo
supraquiasmático del hipotálamo. Bloquear la luz azul, por lo tanto, tendría el
mismo efecto sobre nuestro reloj interno (y nuestra actividad) que exponernos a
una oscuridad absoluta.
Otro ámbito
en el que se ha estudiado la influencia de la luz y las posibilidades de la
terapia lumínica es el de los trastornos de conducta de los pacientes con
demencia, en los que suele ser característico un incremento de la agitación a
última hora de la tarde, lo que se conoce como fenómeno de puesta de sol, que
puede ser achacado a la reducción de la estimulación lumínica o al cansancio y
que vendría a ser una especie de delirium tan recortado como puntual y tenaz en
su cotidiana presentación. Ancoli-Israel y asociados han estudiado el fenómeno
en pacientes con Alzheimer grave, encontrando que la
luminoterapia consigue retrasar hora y media el momento de aparición de los
trastornos comportamentales. En su opinión, es posible que
el tratamiento sea más efectivo en formas menos severas de la enfermedad, en
las que estaría menos afectado el núcleo supraquiasmático (esencial, como hemos
dicho, en la regulación de los ciclos circadianos, la secreción de melatonina y
la acción de la luz sobre el afecto y la conducta). Los mismos autores
comunican en otro trabajo que la luz terapéutica puede
mejorar el sueño y los ritmos circadianos de
estos pacientes. Eso sí, este mismo año, la Cochrane, con ese matiz entre
aguafiestas y ceniza con toques de Rottenmeier, nos ha dado a conocer que la
“evidencia” para el uso de esta forma de tratamiento en la demencia es
insuficiente, que hacen falta más estudios que se
centren en aspectos específicos y el patatín y patatán habitual de estos
señores (y señoras).
Pero por el
momento parece que no se comete ningún mal pensando que la luminoterapia y su
contrapunto del cuarto oscuro (o las gafas astutamente tintadas) pueden ser un
remedio eficaz y seguro para los trastornos afectivos, y en el terreno de la
asistencia psicogeriátrica puede servir para que al menos los pacientes
disfruten de luz natural o artificial y no se vean confinados a las catacumbas
que son algunos centros para personas con demencia. De esta manera la Terapia
Física en Psiquiatría iría más allá del electroshock o de aquellos vetustos
tratamientos a base de hidroterapia fría o caliente. Esperemos que esta visión
del cerebro humano como una pila se carga y se descarga no ayude a deshumanizar
aún más nuestra concepción de nosotros mismos.
Autor: Juan Medrano
Fuentes:
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3 comentarios:
Seria interesante conocer tambien o añadir a esta idea de la luz, la otra: el frio. ¿El frio combinado con la oscuridad qué efecto tendria?
El frío aletarga, por lo que igual algún día alguien investiga qué efecto podría tener en la manía alojar a los pacientes en cuartos oscuros y refrigerados. A los ancianos el frío les aterra; la imagen del viejo desvalido es la de alguien cubierto con mantita sobre las rodillas, y la del desfavorecido es la del que por escasez de medios no enciende la calefacción en invierno; esto debe generar en estas personas un sentimiento de indefensión que apagará (en el sentido de luz y calor) su vitalidad y su lucidez mental. El frío combinado con la oscuridad o la falta de luminosidad bien podría determinar un peor funcionamiento en personas con deterioro cognitivo. En definitiva, creo que en el extremo de la manía y en el del deterioro cognitivo, la luz y el calor van de la mano.
Excellent
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