domingo, 7 de diciembre de 2014

Neurobiología del Placer. Historia

James Olds
Montreal, 1953. Por suerte, Peter Milner y James Olds no tuvieron buena puntería. Como compañeros post-doctorales en la Universidad de McGill, bajo la dirección del renombrado psicólogo Donald Hebb, Olds y Milner estaban realizando unos experimentos que implicaban implantar electrodos en la profundidad del cerebro de ratas. Por medio de unos cables unidos a los electrodos estimulaban la región específica donde se habían implantado los electrodos. 

Un día de otoño, Olds y Milner estaban estudiando una rata en la que habían buscado como diana el sistema reticular del mesencéfalo, una región que investigaciones previas de otros laboratorios habían relacionado con el control del sueño-vigilia. Pero Olds y Milner habían fallado y el electrodo se había ido a una región llamada el septum. La rata estaba en una caja rectangular con las esquinas etiquetadas A,B,C y D. Cuando la rata iba a la esquina A, Olds apretaba un botón y le daba un pequeño choque eléctrico por medio del electrodo. Al de unos pocos choques, la rata volvía continuamente ala esquina A hasta que finalmente se quedó dormida en otro lugar. Al día siguiente la rata seguía más interesada en la esquina A que en las otras. Olds y Milner estaban excitados: creían que habían encontrado una región cerebral que cuando era estimulada provocaba una curiosidad general. Sin embargo, los siguientes experimentos en esta misma rata probaron que este no era el caso. Al de un tiempo, la rata había cogido el hábito de volver a la esquina A para ser estimulada. Los investigadores trataron ahora de dirigir la rata a otra esquina administrando choques cada vez que la rata iba hacia la esquina B. La cosa funcionó. Al de cinco minutos la rata iba a la esquina B. En nuevos experimentos quedó claro que se podía guiar a la rato a cualquier esquina con breves choques.

Figura1
Muchos años antes, B. F. Skinner había inventado la “caja de Skinner”, para realizar condicionamiento operante, en la que el animal por medio de una palanca disparaba un estímulo de refuerzo, como agua o comida o un estímulo negativo como un choque doloroso. Las ratas colocadas en esta caja aprendían rápidamente a apretar la palanca que daba la recompensa y evitar la del choque. Olds y Milner modificaron el diseño de la caja de Skinner (ver figura 1) de manera que la palanca provocaría la estimulación cerebral por medio del electrodo implantado en el cerebro. El resultado fue, quizás, uno de los experimentos más dramáticos en la historia de la neurociencia de la conducta: las ratas apretarían la palanca hasta 7.000 veces por hora para estimular sus cerebros. No estaban estimulando un “centro de curiosidad” sino un centro de placer, un circuito de recompensa, cuya activación era más poderosa que cualquier otro estímulo. En experimentos posteriores las ratas preferían estimular el circuito del placer a la comida y el agua. Las ratas macho ignoraban a hembras en celo y las ratas hembra abandonaban a sus crías para apretar la palanca. Algunas ratas se autoestimulaban 2.000 veces por hora durante las 24 horas excluyendo cualquier otra actividad. Apretar la palanca se había convertido en todo su mundo.

Se programaron nuevos estudios variando sistemáticamente la ubicación de los electrodos para mapear el circuito de recompensa del cerebro. Los experimentos demostraron que la estimulación de la superficie del cerebro (neocórtex), no producía recompensa. Sin embargo, en la profundidad del cerebro no había un único lugar del placer sino todo un circuito de estructuras conectadas: el área ventral tegmental, el núcleo accumbens, el haz prosencefálico medial y el septum, así como porciones del tálamo e hipotálamo. No todas las regiones producían el mismo placer. En algunos sitios las ratas se estimulaban 7000 veces por hora y en otras solo 200.

Figura2
Ya sé lo que estás pensando: ¿ocurre lo mismo en humanos? ¿colocar electrodos en humanos también produce un loco placer que es mejor que el sexo y la comida? Pues tenemos la respuesta a esas preguntas, las malas noticias es que proceden de experimentos sin ninguna ética. El Dr. Robert Galbraith Heath fue el fundador y jefe del departamento de Psiquiatria y Neurología de la Universidad de Tulane en Nueva Orleans. Trabajó allí de 1949 a 1980 y en este tiempo un área de interés importante para él fue implantar electrodos en pacientes psiquiátricos institucionalizados, a menudo afroamericanos, con el loable objetivo de aliviar los síntomas de trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia o la depresión. El problema es que no se preocupaba de pedir el consentimiento de los pacientes y que diseñaba unos experimentos que no habrían sido aprobados por ningún comité de ética.

Quizás el ejemplo más impresionante de estos experimentos es el trabajo titulado: “Estimulación septal para la iniciación de conducta heterosexual en un hombre homosexual”, que fue publicado en el Journal of Behavioral Therapy and Experimental Psychiatry en 1972. la idea subyacente al estudio era que la estimulación septal provocara placer y combinar o asociar este placer con imágenes heterosexuales con la intención de provocar conducta heterosexual. De manera que al paciente B-19, un joven homosexual de 24 años, que sufría depresión y Trastorno Obsesivo-compulsivo se le llevó a la sala de operaciones. Se le implantaron nueve electrodos en diferentes regiones cerebrales y se esperó tres meses a que curaran las heridas de la cirugía (ver la figura 2). Al de ese plazo se fueron estimulando todos los electrodos por turno y resultó que sólo uno de ellos provocaba placer. Cuando se le dejó al propio paciente que apretara el botón llegaba a un punto en el que se estimulaba continuamente y había que desconectarlo a pesar de sus protestas.


Robert Heath
Así que el paciente B-19 respondió igual que las ratas. Si se le dejaba, prefería autoestimularse a hacer cualquier otra cosa. Pero no sólo se probó en hombres. También hay ejemplos en mujeres, como una a la que se le implantó un electrodo en el tálamo para controlar el dolor pero el electrodo afectó a estructuras próximas provocando un intenso placer y sentimiento sexual. La mujer se estimulaba todo el día hasta el punto de abandonar la higiene, las obligaciones familiares y provocarse una ulceración en el dedo con el que ajustaba la amplitud de la señal. Les pedía a sus familiares que limitaran su acceso al estimulador para pedirles inmediatamente que le dejaran usarlo. 

Pero volvamos al paciente B-19. Antes de que le estimularan el cerebro le mostraban películas con relaciones heterosexuales que al principio le dejaban indiferente. Pero, al darle posteriormente la estimulación, pedía que le volvieran a poner las películas y llegó a excitarse sexualmente, tener una erección y masturbarse (todo ello en el poco sexy ambiente del laboratorio). Así que como el paciente empezaba a mostrar conductas heterosexuales, ¿qué hicieron los investigadores? ¿Sería capaz de tener relaciones sexuales con una mujer? Después de valorar todas las opciones, los doctores Heath y Charles E. Moan tomaron una decisión muy científica: tras conseguir la aprobación del fiscal general del estado de Luisiana, contrataron los servicios de una prostituta para que fuera al laboratorio de Tulane y sedujera al paciente B-19. Y lo consiguió: tuvieron relaciones sexuales y, a pesar de tener colocados los electrodos de la máquina de EEG, el paciente eyaculó en la vagina de la prostituta.

¿Se convirtió en heterosexual el paciente B-19? Pues después del alta del hospital tuvo relaciones con una mujer casada durante meses, para alegría de los doctores Heath y Moan, pero seguía teniendo relaciones homosexuales con hombres, principalmente para conseguir dinero. No se le pudo hacer un seguimiento a largo plazo. En la discusión de su artículo, ambos doctores escriben que la estimulación placentera había cambiado su conducta sexual pero es muy dudoso que cambiaran sus preferencias sexuales a largo plazo y, además, estamos hablando de un único caso.

Afortunadamente, las terapias de conversión homosexual con cirugía cerebral y estimulación del circuito del placer se abandonaron, pero lo que todos estos experimentos en ratas y humanos nos enseñan es el inmenso poder que tiene la estimulación eléctrica directa del cerebro para influenciar la conducta humana, por lo menos a corto plazo.

@pitiklinov

Referencias:







5 comentarios:

Ivan de Entusiasmado.com dijo...

Muy interesante. Enhorabuena por el artículo.

Masgüel dijo...

"—Necesitarás un calmante —dijo una voz. Era una enfermera—. Manten la cabeza quieta y te daré medio amp de placer. Así la piel no te molestará.
La enfermera le puso una gorra blanda. Parecía metálica pero era suave como la seda. Tuvo que clavarse las uñas en las palmas de sus manos para no contorsionarse en la cama.
—Grita si quieres —indicó la enfermera—. Muchos gritan. Dentro de un par de minutos la gorra encontrará el lóbulo cerebral indicado.
La enfermera caminó hacia el rincón e hizo algo que Mercer no pudo ver. Se oyó el chasquido de un interruptor. El fuego de la piel no se calmó. Mercer aún lo sentía, pero de pronto ya no importaba. Tenía la mente colmada de un delicioso placer que palpitaba brotándole de la cabeza y bajando por los nervios. Había visitado los palacios de placer, pero nunca había sentido algo parecido. Quiso dar las gracias, y giró en la cama para ver a la enfermera. Sintió que todo el cuerpo le relampagueaba de dolor, pero el sufrimiento quedaba lejos. Y el placer palpitante que le brotaba de la cabeza y le descendía por la médula espinal para volcarse en los nervios era tan intenso que el dolor era una percepción remota y sin importancia. Ella estaba de pie en el rincón.
—Gracias, enfermera —dijo Mercer.
Ella no dijo nada. Él la miró con mayor atención, aunque resultaba difícil fijar la vista cuando aquella oleada de placer le barría el cuerpo como una sinfonía inscrita en los nervios. Concentró la mirada en la enfermera y advirtió que ella también llevaba una gorra metálica blanda. La señaló. Ella se sonrojó.
—Pareces un buen hombre. No me delatarás —dijo ella como en un sueño.
Él sonrió afablemente. Ésa era su intención al menos, pero con el dolor en la piel y el placer en la cabeza no tenía idea de cómo sería su expresión.
(...)
Ella se acercó a la cama, se inclinó, le besó en los labios. El beso era tan lejano como el dolor; Mercer no sintió nada; la catarata de placer palpitante que se despeñaba desde su cabeza no dejaba lugar para más sensaciones. Pero le gustaba la cordialidad del gesto. Un hosco y cuerdo rincón de su mente le susurró que quizá fuera la última vez que besaba a una mujer, pero en aquel momento parecía carecer de importancia. Con dedos hábiles, ella le ajustó la gorra.
—Eso es. Eres muy dulce. Fingiré que me he distraído y te la dejaré puesta hasta que venga el médico.
Con una sonrisa radiante le estrujó el hombro y salió del cuarto. La falda ondeó como un relámpago blanco. Mercer vio que tenía las piernas muy torneadas. Era bonita, pero la gorra... ¡Ah, lo importante era la gorra!. Mercer cerró los ojos y se dejó estimular los centros cerebrales del placer. Aún sentía el dolor en la piel, pero no le afectaba más que la silla del rincón. El dolor era simplemente algo que estaba dentro del cuarto."

Un planeta llamado Shayol. - C. Smith (1961)

Pitiklinov dijo...

Gracias Ivan por tus palabras
Y gracias Masgüel por la cita y la referencia

idea21 dijo...

En 1972 Michael Crichton publicó su novela "El hombre terminal", aparentemente inspirada en experiencias por el estilo de la que narra Pitiklinov, entre ellas las de Rodríguez Delgado.

¿Alguna moraleja de este tipo de historias?

Masgüel dijo...

"¿Alguna moraleja de este tipo de historias?"

http://www.dailymotion.com/video/x4m04c_a-hole-in-the-head-do-it-yourself-t_shortfilms
:)