jueves, 22 de agosto de 2013

Locos como nosotros. La Globalización de la mente occidental


Colaboración de Juan Medrano

El escritor y periodista Ethan Watters presenta en este libro la tesis de que en los últimos 30 años, en línea con el éxito internacional que está teniendo la Psiquiatría DSM y el modelo médico – psicofarmacológico y con los intereses creados de industria y profesionales, los modelos y concepciones estadounidenses han invadido el resto del mundo, colonizando y sustituyendo las concepciones psicopatológicas e incluso culturales de múltiples entornos sociogeográficos. Los simplones modelos estadarizados de los manuales de la APA, acogidos con entusiasmo, están ejerciendo de bulldozers a pesar de que su validez (por supuesto, discutible) se centra exclusivamente en la tradición médica, psicológica, filosófica y asistencial norteamericana, por lo puede dudarse sobre su aplicabilidad a otros entornos. Según el autor, la APA y sus manuales son a la Psiquiatría y a la cultura psicológica y asistencial de otros países lo que McDonald’s a su gastronomía, y para ello selecciona cuatro casos y situaciones muy sugestivos: la epidemia de trastornos de la conducta alimentaria en Hong Kong desde mediados de los 90; la intervención (o tal vez) imposición humanitaria del TEPT y su abordaje en Sri Lanka tras el tsunami de 2004; el enfoque que culturalmente recibe en Zanzibar  la esquizofrenia en contraste con el propio de los EEUU (y, en paralelo, el curso evolutivo diferente de la enfermedad en países desarrollados o en vías de desarrollo) y la “introducción” del concepto de depresión en Japón desde el inicio del siglo XXI.


En 1994, una adolescente emaciada de 14 años cayó muerta a plena luz del día en una calle de Hong Kong. La prensa local, en su afán por cubrir un suceso tan impactante, encontró en Internet la descripción de un trastorno, la anorexia nerviosa, con la concepción occidental de la importancia de la obsesión por la delgadez. Encontraron un filón, y sus informaciones, tan alarmistas como bienintencionadas, dieron lugar a una explosión de la prevalencia de la anorexia en la ciudad y a campañas de concienciación sobre riesgos (que tal vez lo que consiguieron fue aumentar el número de casos). No es que no hubiera comportamientos de restricción dietética en la cultura china, sino que su contexto clínico y cultural era muy diferente al que conocemos en Occidente, además de que su número era muy inferior al que resultó después de la campaña periodística. Nadie mejor para atestiguarlo que un psiquiatra local, formado en el Reino Unido, el dr. Sing Lee, que acompaña y orienta a Watters en este capítulo y que le explica cómo a su regreso a Asia se encontró con esa forma local de restricción alimentaria, en absoluto vinculada a temor a la obesidad o a un culto a los cánones modernos de belleza femenina, pero que tras la muerte de la adolescente en la calle y la campaña mediática desatada asistió perplejo, años después, a la “occidentalización” de la anorexia en China, acompañada, además, de un espectacular incremento de de su prevalencia.
 
Sing Lee
El segundo capítulo plantea la occidentalización del trauma y de su abordaje en Sri Lanka tras el tsunami de diciembre de 2004. La invasión de ONGs dispuestas a tratar las secuelas psicológicas de la catástrofe tiene un regusto de déjâ vu histórico, y remeda tiempos pasados caracterizados por un celo evangelizador de infieles e ignorantes (en este caso, ignorantes de la verdad psiquiátrica occidental). Los counsellors y psicólogos que desembarcaron en la isla proclamaban la verdad del daño psíquico para los supervivientes según la visión individualista occidental y ofrecían con celo misionero los rituales de curación espiritual, siguiendo el paradigma del trastorno por estrés agudo y el trastorno por estrés postraumático y trastocando concepciones locales que han sido útiles, según apunta Watters, para apuntalar social y psicológicamente a los pobladores de la isla, sometidos al trauma continuado de una prolongada guerra civil evitando un mayor derramamiento de sangre. El entusiasmo de los profesionales desplazados a la isla está en perfecta consonancia con el modelo actual de una especie de debriefing in situ que hace que no haya catástrofe o trauma en nuestro entorno sin que aparezca el correspondiente equipo de psicólogos prestando ayuda a víctimas y allegados.  Algo que se ha convertido en automático y reflejo y que hace unos meses dio pie a que se desplazase un equipo de profesionales para reconfortar a 1200 esquiadores que se habían quedado aislados en una estación pirenaica, previendo una situación traumática que los propios afectados desecharon al reclamar que en lugar de psicólogos se les subiera tabaco.


Para su capítulo sobre la esquizofrenia en Zanzibar, Watters se apoya en la experiencia transcultural de Juli McGruder, una profesional norteamericana establecida en la isla, que le ayuda a comparar la vivencia local de la enfermedad, teñida de elementos culturales y religiosos que fusionan la creencia en los espíritus y los preceptos del Islam. El resultado es actitud más tolerante y permisiva para con los pacientes que sugiere a Watters la impresión de que la diferente actitud y el grado dispar de exigencia entre los dos entornos socioculturales podría explicar la paradoja de que la esquizofrenia tenga una mejor evolución en países en vías de desarrollo que en los que disfrutan de las economías más punteras.
 
Juli McGrudeer
Mención especial requiere el último capítulo, que recoge la promoción de la depresión en un país como Japón en el que el concepto no se había asentado y en el que las ventas de antidepresivos eran insignificantes en relación con las propias de los EEUU. Watters nos cuenta el metódico plan desarrollado en especial por GSK para promocionar la paroxetina que, partiendo del adagio de que el buen vendedor no vende Coca-Cola, sino que vende sed, comenzó por convencer a los psiquiatras y médicos locales de que la depresión es un fenómeno incontestable y frecuente. Asimismo se apoyó en una cuidada presentación del suicidio como algo psicopatológico y remediable para terminar por conseguir que la idea de la depresión penetrara en la cultura y que de alguna forma llegase a ser vista por la población como una especie de diagnóstico chic.

El autor ha tenido el buen juicio de buscar guías adecuados para su viaje por cada uno de los entornos y choques culturales y psiquiátricos que nos presenta; también es encomiable la bibliografía que ofrece para cada capítulo. Su propuesta es que de la misma manera que el American way of life va colonizando todo el mundo, la American Psychiatry está haciendo lo propio con las formas locales de psicopatología y las visiones que estas tienen de la curación o el manejo de los problemas. Se imponen así modelos y concepciones pasando por alto que el sufrimiento humano que es algo más que un mero fenómeno biológico y sintomático y que se nutre del (y se puede entender mejor en el) contexto cultural. Llevado de su celo reivindicativo de las culturas y modos de enfermar locales Watters llega a plantear el empuje globalizador del DSM puede hacer desaparecer algunas variantes etnopsiquiátricas de enfermedad mental, lo que representaría una pérdida para el ser humano comparable a la de la extinción de especies animales y vegetales para la biosfera. Sin duda la comparación tiene algo de epatante, pero hace pensar. Al fin y al cabo, el sufrimiento humano, de la índole que sea, es un fenómeno complejo, y la visión puramente médico-biológica escotomiza muchos de sus componentes y matices. Los humanos somos seres eminentemente sociales y nuestro ecosistema particular es la cultura. Su influencia tiene en el sufrimiento mental elementos patogenéticos y patoplásticos, por invocar conceptos médicos clásicos, a los que no podemos ser ciegos. La angustia del koro, pongamos por caso, no es un bien cultural a preservar, sino algo a remediar, pero que haya humanos que enferman a la manera del koro informa sobre la cultura local, sus valores y tendencias, sus preocupaciones, su ideología y su religión. La globalización patoplástica y el empuje colonizador de los modelos patogenéticos de la Psiquiatría norteamericana elimina el reconocimiento de estos elementos y, a lo peor, el valor curativo de matices culturales propios del individuo sufriente que no puede reconocer ni mucho menos utilizar la Psiquiatría Occidental.
 
Anuncio en un periodico japonés de la compañía farmacéutica Shionogi & Co. Divulgando el concepto de depresión. Muestra a la actriz Nana Kinomi animando a la gente a hablar acerca de la enfermedad
Watters también nos recuerda que las epidemias de anorexia en Hong Kong o de depresión en Japón tuvieron lugar en momentos de gran turbación social, desencadenados, respectivamente, por la incertidumbre que provocaba la inminente devolución a China de la antigua colonia británica o la crisis económica que sacudió a los nipones desde finales de los 80. La reacción reaccionamos psicológica y psicopatológica, incluso de forma colectiva, que los seres humanos mostramos a los contextos y situaciones sociales es algo que no percibe adecuadamente el modelo psiquiátrico pujante.
 
Ethan Watters
Y, por último, a uno le queda una cierta impresión de que los europeos también tendríamos que mirarnos un poco el efecto que sobre nuestra cultura psiquiátrica han tenido el DSM y la hegemonía de las concepciones norteamericanas de la Psiquiatría. Aunque nos encanten las posturas críticas con la APA y los sucesivos DSMs, no es nada raro que nos calemos la boina hasta las orejas –a veces hasta la apófisis xifoides- y como verdaderos catetos emulemos las modas que vienen del otro lado del Atlántico. El resurgimiento del uso de la clozapina tiempo después de que fuera “descubierta” en los EEUU justamente el mismo año en que se retiró de nuestro mercado es un ejemplo tan ilustrativo como lo es la entusiasta recepción a la noticia de la efectividad timorreguladora del valproico tras los ensayos clínicos norteamericanos, olvidando que su profármaco, la valproamida, llevaba un cuarto de siglo utilizándose en Europa en esa indicación. Si a esto unimos el éxito de los sucesivos DSMs o la biologización – farmacologización de nuestra Psiquiatría en el más puro estilo norteamericano, la conclusión es que si nos sorprendemos por las historias que cuenta Watters sobre el auge de la depresión en Japón o de la anorexia nerviosa en Hong Kong se debe exclusivamente a que nosotros ya estamos colonizados.

@pitiklinov en Twitter

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