domingo, 4 de junio de 2017

El Cerebro Altruista


Colaboración de Juan Medrano

Reconocido experto en los efectos de las hormonas sobre la conducta y director del Laboratorio de Neurobiología y Conducta de la Universidad Rockefeller, Donald W Pfaff (1939) defiende en “The altruistic brain: How we are naturally good” la tesis que el ser humano es buena gente por naturaleza, hasta el punto de que la respuesta conductual por defecto es la respuesta moral, de ayuda, solidaridad y apoyo. Pfaff plantea que esta respuesta moral no se calcula, no es racional, sino más cercana a lo emocional y a lo automático, porque nuestro cerebro viene de serie altruista, preparado o cableado para el comportamiento moral, al estilo de la preparación que según Chomsky trae de fábrica para la gramática.


La especie humana es la especie cooperadora por naturaleza. Pero además, puede contribuir a la disposición a la conducta moral la importancia que en las sociedades humanas y primates en general tiene la reputación de cada individuo, como se demuestra en la obra de De Waal, por ejemplo. Ayudar a los demás favorece el establecimiento de alianzas y refuerza la posición y la imagen de cada cual, al tiempo que si invocamos la idea de la selección por parentesco, en la medida en que los grupos que practican la solidaridad y el apoyo hay genotipos compartidos se beneficiarán de conductas que favorezcan la supervivencia del mayor número posible de sus miembros. El hecho de que la solidaridad y la compasión son consustanciales a nuestra especie cuenta, asimismo, con un creciente refrendo arqueológico, con el hallazgo del cuidado con que se enterraba a niños en un yacimiento austriaco, hace más de 25000 años, los indicios sólidos de la supervivencia y el especial rito funerario destinado a otro menor con un importante traumatismo craneoencefálico en Israel o los aún más remotos del apoyo a niños con discapacidades importantes en Atapuerca. La antigüedad de estos hallazgos sugieren que la capacidad de conmoverse y el impulso a la solidaridad son en el ser humano más un factor intrínseco de la especie que un añadido cultural.

Para Pfaff son de importancia habilidades generales de nuestra especie que tienen su trasunto en la actuación moral: anticipación de consecuencias, capacidad para enjuiciar y posibilidad de elegir entre alternativas. Cita a Hoffman para referir al elemento más filogenético y evolutivo de estas capacidades: “aunque ningún primate contemporáneo parece tener sistemas morales como los nuestros, sí poseen los ingredientes conductuales necesarios –apego, vinculación, cooperación, abandono y detección de abandono, empatía- para lo que se ha dado en llamar “sentimientos premorales”. El altruismo recíproco es una forma de sentimiento premoral que requiere la capacidad de dar y aceptar beneficios, previendo o anticipando el compromiso de devolución de la ayuda”.

Gran parte del libro que comentamos se dedica a la presentación de su teoría de cerebro altruista, junto con sus bases neurofisiológicas. Para nuestro autor, la decisión moral de ayuda sigue cinco pasos, cada uno de los cuales estaría sustentado por mecanismos identificados en el cerebro para habilidades o funcionamientos más generales. El primer paso consiste en la representación o simulación mental de la acción necesaria (ayudar a una persona necesitada porque, pongamos como ejemplo, se encuentra en peligro). El segundo paso es la percepción de la persona que será objeto de la conducta altruista. Cuando el actor no se encuentra frente a esa persona (por ejemplo, cuando se entera de que hay alguien en una situación comprometida a una cierta distancia) la percepción se consigue bien mediante la visualización mental de esa persona, si la conoce, bien mediante la de una especie de “individuo genérico”, una imagen estándar del ser humano, como una persona anónima que puede requerir apoyo (como víctima de un siniestro, de una catástrofe natural). La consecuencia de esta doble vía de representación es que nos movilizamos para socorrer o apoyar a alguien conocido que sabemos que está en dificultades, pero también lo hacemos, con los matices que se quieran poner, para contribuir a la ayuda internacional a las víctimas de un terremoto, y en este segundo caso lo hacemos no porque conozcamos su nombre o sus rasgos, sino porque son representadas en nuestra mente por la figura humana genérica.

El tercer paso, según Pfaff, es la fusión de la imagen del autor con la del objeto de la ayuda. Se debe a un aumento de la excitabilidad neuronal cortical, de modo que la activación de las neuronas que representan a la otra persona o al humano genérico sufriente se excitan al tiempo las que representan al autor. Para esto existen al menos tres mecanismos identificados. El primero es la reducción de la inhibición cortical por disminución de la actividad de sinapsis inhibitorias; uno se siente tentado a pensar que la clásica “exaltación de la amistad” que se describe en la intoxicación por etanol tiene su origen en este mecanismo de fusión por inhibición de la inhibición. El segundo es la activación de puentes intercelulares (gap junctions) que potencian la comunicación de modo que se comparte más información. El tercer mecanismo que propone Pfaff es la acción excitatoria de la acetil colina. También participarían en este tercer paso las neuronas espejo, que reflejan y representan las acciones de los otros y son un mecanismo de identificación. En situaciones en las que hay una intensificación de cualquiera de estos mecanismos se produce una fusión de la información, de modo que, por ejemplo, aumentan los errores en la discriminación de caras. En el marco de la teoría del cerebro altruista, la existencia de estos mecanismos y la constatación de sus efectos permiten plantear que es posible que el impulso de ayuda se deba a que la diferencia entre autor (benefactor) y objeto (beneficiado) se difuminen hasta prácticamente anularse. Dicho de otra manera, el actor, fusionado con la persona a la que ayuda, estaría ayudándose en virtud de este paso que difumina la diferencia y favorece la integración de los dos individuos a un nivel neorofisiológico.

El cuarto paso es el que pone en marcha al cerebro altruista, y consiste en la activación del interruptor ético, por denominarlo de una manera operativa. Con este paso, el actor se dispone a hacer lo que querría para sí. El principio de la ayuda basada en dar o hacer lo que uno querría recibir o que se le hiciera es universal, como plantea Pfaff. Hunde sus raíces en muchas tradiciones filosóficas, culturales y religiosas y, por tanto, habla más de lo que es humano “de serie” y nos viene dado que de lo que es adquirido a través de la educación, la cultura o la religión de cada grupo. Lleva de la fusión - identificación del paso previo a la empatía y, explica nuestro autor, puede vincularse a fenómenos neurofisiológicos en los que la amígdala juega un papel importante. En tanto que es así, en tanto que filogenéticamente antiguo y neuroanatómicamente profundo, el acto altruista es más emoción que razón.

El quinto y último paso es la realización del acto. Pfaff remite a los mecanismos que ponen en marcha la conducta motora, sin olvidar la valencia positiva (favorecedora de la acción) o negativa (inhibitoria a través del asco moral) con que la carga la actividad de la ínsula.

Para explicar el trasunto neurofisiológico (y por lo tanto consustancial, y por lo tanto, seleccionado) Pfaff ofrece documentadísimas observaciones sobre los mecanismos íntimos del altruismo, en los que –somos mamíferos- la relación sexual (hormonas sexuales) o el vínculo maternofilial (oxitocina) o la solidaridad de la pareja para sacar adelante a las crías (hormonas sexuales y oxitocina) son la base para que impulsos más elementales y orientados hacia la procreación, se extiendan al grupo de humanos.

Expuesta a grandes rasgos la teoría, merece la pena hacer hincapié en algunos aspectos importantes, planteados por el propio autor en una serie de capítulos que vienen a ser corolarios de la idea del cerebro altruista y sus bases experimentales. También propondremos algunas ideas que Pfaff no desarrolla pero que ciertamente podrían derivarse de su planteamiento de que el ser humano tiende al apoyo y cómo se articulan los mecanismos que sustentan esta tendencia.
Donald Pfaff


-El paso 4 de la teoría, señala Pfaff nos explica por qué no actuamos habitualmente mal contra los demás. No querríamos causarnos daño, por lo que una vez fusionados con el objeto (paso 3) sería ilógico dañarlo. Por otra parte, la valencia negativa de algunos actos impide el desarrollo de conductas lesivas hacia otros.

-Igualmente, explica nuestro autor, su teoría permite plantear una explicación para la sociopatía, que sería que en estos individuos habrá defectos en al menos los pasos 3, 4 y 5

-El papel de la cultura, explica Pfaff, no queda excluido por su teoría de la disposición innata a obrar moralmente. De hecho, ese papel consistiría en la potenciación del altruismo innato. Si algo caracteriza al cerebro es su plasticidad, que a su vez supone la modificación de sus capacidades. Aunque el altruismo sea una capacidad innata y no algo que deba infundirse, sí puede incrementarse, mejorarse, ampliarse. La práctica altruista enriquece y fortalece los circuitos altruistas de la misma manera que hacer pesas aumenta el volumen y la fuerza del bíceps. Una educación en valores, una valoración (si vale el término) del altruismo, reforzará los comportamientos solidarios y de ayuda.

-A la luz de la teoría de Pfaff tiene sentido la sugerencia de Pinker  en “Los ángeles que llevamos dentro” acerca de la importancia de la literatura y en particular la narrativa en el descenso de las conductas violentas en los últimos años. El autor canadiense sugiere que la novela identifica al lector con los personajes, le hace compartir emociones y por tanto empatizarlas y, en el contexto de la teoría del cerebro altruista, aumentaría la disposición al paso 3 de la teoría. Aquí se harían selectivamente pesas para la fusión con el objeto de la ayuda.

-También desde la perspectiva de Pfaff es posible encontrar un especial sentido al mecanismo para disponer a cualquier ser humano hacia la victimización de sus semejantes. Los ideólogos de los genocidios pueden ser monstruos, pero los ejecutores de la monstruosidad suelen ser personal muy vulgares que no serían activados por las consignas de sus líderes sin no se produjera el paso previo de la deshumanización de las víctimas. Para ser exterminados, los judíos, los bosnios, los armenios, los serbios, los croatas, los negros africanos, los indígenas americanos, tuvieron que ser previamente ser vistos como no-humanos por sus victimarios. El trabajo del líder malvado es convencer a su masa de que nada tiene que ver con el colectivo al que se ataca. En términos de Pfaff, la deshumanización es una abolición del paso 2 que impide que se produzca el paso 3.

-En paralelo, esos líderes perversos buscan la consolidación de la vivencia de pertenencia al grupo y la defensa colectiva e interindividual frente a un exogrupo amenazante o presentado como tal. La base neuroendocrinológica bien podría atribuirse a la oxitocina, una hormona que dispone a la socialización y la ayuda intragrupo, y a la defensa de la prole (o de los allegados, o de los comilitones, o de los compatriotas, o de los correligionarios) contra el grupo extraño, externo, peligro potencial, para lo que cada vez hay más apoyo científico, e incluso antropológico.
Una visión optimista de la Oxitocina


-La agresión sexual podría relacionarse con una “separación” de la víctima: la mujer agredida se convierte en objeto sin derechos, se deshumaniza. No es posible así identificación ni mucho menos fusión alguna, y por tanto, no hay percepción de sufrimiento derivado de la violación.

-La idea de Pfaff de la importancia de la plasticidad cerebral y la influencia de la educación, puede pensarse que es posible la generalización del altruismo. Es decir, algo que trascienda el grupo íntimo y cercano, permitiendo que el ser humano amplíe el concepto genérico de quién es su igual (paso 2), de modo que la imagen con la que es posible fusionarse (paso 3). Cobra sentido aquí la propuesta religiosa del “todos somos hermanos” o la “brotherhood of men” (habría que decir, en tiempos de políticamente respetuosa terminología, “siblinghood of persons”, pero da la impresión de que esta construcción echaría por tierra la armonía de “Imagine”). Estas consignas proclaman la igualdad (identidad, fusión) de los seres humanos y representan un intento de extender el grupo y la solidaridad más allá de lo más básico, elemental y mediado por la oxitocina. Formar a los niños en el reconocimiento como iguales (en la identificación que favorezca la fusión) con otros colectivos generalizaría el impulso altruista y reduciría las posibilidades de actuación agresiva, violenta o egoísta. En otros términos, si el ser humano viene de fábrica con disposición a la ayuda intragrupal, en la medida en que seamos capaces de ampliar el grupo reconociendo a otros humanos como integrantes del mismo fomentaremos la solidaridad, la cooperación y la paz.

-Lamentablemente, si bien nuestra especie pudo progresar mediante la cooperación y la disposición de su cerebro hacia el altruismo, otro rasgo que nos caracteriza es el de la escisión o ruptura de los grupos, un fenómeno tan ubicuo que se han propuesto mecanismos evolucionistas y ecológicos para explicarlo. La escasez de recursos, la emergencia de nuevos líderes carismáticos, o simplemente la aparición de oportunidades de exploración o mejora de alternativas, hacen que el ser humano, solidario, cooperador, tienda a romper sus grupos que, una vez disueltos se convierten a menudo en enemigos difícilmente reconciliables. Las bromas entre vecinos (los chistes que bizkainos cuentan de gipuzkoanos y viceversa) no dejan de ser la manera benigna de trasladar al humor la tendencia a la deshumanización de otro muy cercano, para darle connotaciones negativas, como ser inferior, como malvado o como infiel en un impulso que posiblemente tenga su expresión más intensa en la violenta y genocida diferenciación religiosa y alfabética de serbios y croatas, un colectivo de origen e idioma común.



-En esta línea, asistimos al reconocimiento de derechos de grupos que una vez articulados ponen el acento en la diferencia y exigen (y de lo contrario se sienten agraviados) el cumplimiento de sus premisas, intereses y deseos o que pasan, paradójicamente, a cuestionar los de otros colectivos. La proliferación por decenas de “géneros” que reclaman la adaptación de la vida social a sus necesidades (o deseos, o intereses) corre el riesgo de convertirse no en el reconocimiento de la diferencia, sino en el mecanismo de diferenciación. No en el puente para la inclusión en el grupo, sino en la vía para la escisión a través del agravio real o supuesto. El cisma existente en el feminismo francés con la consolidación de un movimiento específico de “afromujeres” (Mwasi) es otro ejemplo de la tendencia humana a la separación. Y el emergente racismo “antiblanco” en algunos medios universitarios norteamericanos ilustra que una vez configurado el grupo, una vez consolidados los lazos de solidaridad intergrupales, una vez articulado el “nosotros”, cuesta poco identificar “ellos” enemigos, anatemizarlos y negar sus derechos.

-La dialéctica entre altruismo (y la posibilidad de extenderlo si ensanchamos el grupo) y la escisión (que genera más grupos y potencialmente más conflictos) se complica con el fenómenos de identificaciones que aparentemente están muy distorsionadas. El animalismo, con reconocimiento de los derechos de los animales y la incorporación al “nosotros” de primates, cetáceos, mamíferos en general, o cualquier otro grupo, no tiene por qué ser anómala ni criticable, indudablemente. Pero sí tiene algo de peculiar, extraño e incluso poco natural que la solidaridad hacia esas especies incorporadas a nuestro “nosotros” difumine la compasión hacia miembros de nuestra especie. La reacción hostil hacia un niño enfermo que quería ser torero, al que en las redes sociales alguna persona deseó la muerte, hace pensar en una aberración de los pasos 2 y 3 del cerebro altruista de Pfaff, en la medida en que se establecen vínculos e identificaciones más sólidas con el bovino torturado y herido de muerte que con el humano con una enfermedad mortal. En este sentido, no parece que tildar de inhumana esa reacción sea exagerado.

La teoría del cerebro altruista de Pfaff es atractiva y abre sugerentes posibilidades para explicar nuestra fisiología, nuestra psicología y nuestra conducta. Y también nuestra conducta patológica. Y aun nuestra conducta problemática, moralmente incómoda o que desearíamos cambiar, pero que no por ello deja de ser característicamente humana. Una vez más nos encontramos ante lo apasionante que es la indagación acerca de la naturaleza humana y lo tortuoso del camino para acercarse a su conocimiento.


 Colaboración de Juan Medrano

7 comentarios:

De paseo por el mundo dijo...

Ser altruistas o egoístas no tiene mayor importancia, pienso yo, ya que son rasgos que se manifestarán en función del medio. En un planeta en donde la colaboración de los individuos facilite la vida, habrá más colaboración. Y para lo contrario, lo mismo.

Luis Tovar dijo...

En el penúltimo párrafo del texto se dice que las personas que reaccionaron con hostilidad respecto a un niño que quería ser torero se debió que a que esas personas tenían un mayor vínculo e identificación con el toro que con el humano. Pero esta explicación me parece incorrecta.

Si un niño dijera que el sueño de su vida es torturar a seres humanos me parece que esto provocaría en muchos la misma hostilidad que produjo el saber que el sueño de su vida era matar toros por diversión. ¿Y si dijera que el sueño de su vida fuera matar perros por diversión? La hostilidad se produce contra la intención manifiesta de hacer daño a otros. No tiene que ver con la especie, más bien tiene que ver con no discriminar en base a la especie.

La reacción de hostilidad contra ese niño es cuestionable por varios motivos, pero de ningún modo me parece que la reacción fuera consecuencia de tener más empatía con otros animales que con los humanos, como pretende sugerir el artículo. La posición animalista no presupone que haya que tener más consideración por los animales no humanos que por los humanos, sino que deberíamos tener la misma consideración sin importar la especie, al menos a un nivel moral básico.

Si sentir odio hacia un niño por querer ser torero es inhumano entonces no creo que sea menos inhumano considerar que está bien hacer daño a los animales por mera diversión.

Pitiklinov dijo...

Hola Luis,

Yo creo que sí se produce en ese caso un proceso de deshumanización del que se habla en el texto (y de nuestra tendencia a hacer escisiones). La diferente moral con respecto al tema de los derechos de los animales crea un ELLOS y un NOSOTROS. Para algunos animalistas este niño pertenece a ELLOS y por lo tanto ya no le aplicamos la misma moral que a los de nuestro grupo (no matarás) y a él sí le deseamos la muerte. Nuestra moral llega hasta los límites de nuestro grupo y el chico este se quedó fuera del endogrupo de algunos animalistas. Estamos ante un ejemplo de lo que algunos llaman violencia virtuosa:

https://evolucionyneurociencias.blogspot.com.es/2015/06/la-violencia-virtuosa.html

“El niño es malo, es el mal, nosotros somos los buenos, el bien, luego estamos autorizados…incluso debemos…”

Pero es que encima no estamos hablando de un adulto que se supone que es un agente moral autónomo. Estamos hablando de:
un niño
un niño con cáncer
un niño con cáncer que “dice que”…algún día…

Uff!!! es muy difícil justificarlo…

¿Qué tal, por ejemplo, haberle escrito una carta (pública o privada) con las razones por las que como animalista (o defensor de una moral que incluya a los animales que sienten dolor) uno cree que su deseo de ser torero cuando sea mayor es un error, etc, etc.?

Con respecto a la posición de que deberíamos tener la misma consideración moral sin tener en cuenta la especie es muy respetable pero también muy discutible desde el punto de vista filosófico y moral. Tomar el dolor (la capacidad de sentir dolor) como unidad de medida moral da para una larga discusión…


Un saludo

Luis Tovar dijo...

Bueno, en ese caso también podríamos apuntar que se produce un fenómeno de deshumanización cuando la gente quiere linchar a un pederasta o a un asesino o a cualquier otro individuo considerado abominable por sus actos. Pero ese impulso sería parte de la psicología humana y no tiene ninguna relación directa con el tema de los derechos de los animales.

Esa tendencia que señalas sería inherente a la naturaleza humana o una conducta motivada por la cultura, que se produce en todos los ámbitos sociales. Por tanto, es lógico que ocurra también en el ámbito animalista, que está constituido por seres humanos. Lo raro sería que no lo viéramos aparecer ahí. Pero no se trata de una conducta asociada al animalismo ni tiene que ver tampoco con lo que la perspectiva animalista defiende.

Que algunos animalistas se comporten de ese modo violento no tiene que ver con el animalismo como tal. Tendrá que ver con su naturaleza humana y sus peculiaridades psicológicas o sus costumbres culturales adquiridas. Pero no tiene relación con algún postulado que forme parte del enfoque animalista. Aparte de que sólo unos pocos individuos se comportan de esa manera, y parece que nos olvidamos de que muchos otros animalistas condenan toda forma de violencia.

La moral de los derechos animales no establece ni fomenta esa división entre "ellos y nosotros". Esa división podría ser consecuencia de una tendencia natural que surge en toda clase de contextos. Por el contrario, una perspectiva basada en los derechos de los animales excluye una discriminación moral basada en el grupalismo de "ellos y nosotros" y reconoce que todos los animales —incluyendo los humanos— tienen una serie de derechos inalienables, empezando por el derecho a ser tratado con respeto, por citar a Tom Regan.

Yo condeno la violencia en cualquier forma o modo, y apoyo el activismo no-violento. Por si acaso hiciera falta explicitarlo. Sólo pretendo aclarar que aquella conducta violenta no tiene relación causal con el animalismo en sí mismo ni menos aún específicamente con la posición de los derechos animales.

Por otra parte, yo no considero que el dolor o la capacidad de sentir dolor sea el criterio de consideración moral. La filosofía de los derechos animales no defiende tal cosa. Eso quizás lo defienda el utilitarismo, pero no la ética de derechos. Y que la especie no puede servir razonablemente como criterio de consideración moral me parece poco discutible a estas alturas; siempre que tengamos en cuenta la abundante bibliografía dedicada a rebatir punto por punto los argumentos usados para intentar defender el especismo. No se puede justificar racionalmente una discriminación moral basada en la especie más de lo que se puede justificar una discriminación basada en la raza o en el sexo.

Un saludo.

Sipe dijo...

Estamos programados con nuestro sistema neuronal para ser altruistas y ayudar a los otros, también para conectarnos, comunicarnos y colaborar con los demás, pero también para ser egoístas y ser agresivos y violentos. La cultura, la educación fomenta más unas características que otras, la pregunta es ¿En la sociedad actual los considerados grandes triunfadores que acumulan fortuna y poder que cualidades desarrollan, que fomentamos?.

idea21 dijo...

"No se puede justificar racionalmente una discriminación moral basada en la especie más de lo que se puede justificar una discriminación basada en la raza o en el sexo."

Este tipo de posicionamientos son extremadamente peligrosos. Es como decir:

"Tan asesino es quien manda matar a un inocente como quien manda matar a un millón"

Lo que equipara a Hitler con Churchill (como algunos historiadores revisionistas pretenden). Por no hablar del "el fin justifica los medios" que tantos marxistas utilizaban para justificar atrocidades (si exterminamos ahora a un millón de capitalistas salvaremos de la miseria y esclavitud a toda la humanidad futura).

La moralidad no consiste en llevar una contabilidad de beneficiarios de bienes y servicios ("el mayor bien para el mayor número") sino en expandir de forma coherente y progresiva un modelo de vida basado en el altruismo, la benevolencia, la confianza y la cooperación. Las especies no racionales (los conejos que se comen los huertos, los venados que destrozan los árboles frutales, los lobos que depredan a todos) no forman parte de ese modelo altruista. Tienen su propio modelo y su propia organización del comportamiento social dentro de su especie y con respecto a las demás especies.

Por lo demás, la misma idea de "derechos" tal vez pueda ser superada en el futuro para todos. Los "derechos" son afirmaciones negativas de límites y coacciones, y deberían ser sustituidos por concepciones activas de relaciones de benevolencia (algo así como la "ética del cuidado" que a veces se menciona).

No hay duda de que el maltrato a los animales debe desaparecer, cuando menos para beneficiar a los seres humanos del conformismo con ese tipo de comportamientos agresivos. Pero a mí no me horroriza que un niño quiera ser torero más que un niño que quiera ser soldado o guardián de la galaxia.

Cloe dijo...

Pasando por alto el final del post, me parece muy claro explicado el funcionamiento altruista y tengo una pregunta dices que puede haber fallos por defecto en algunos de los pasos ,pero ¿Y que pasa cuando hay exceso? ¿Por ejemplo en la fusión? ¿No sería esto también un fallo?