La comisión francesa de investigación de accidentes aéreos (BEA) acaba de dar a conocer el informe sobre el accidente del avión de Germanwings que pilotaba Andreas Lubitz. No he leído el informe sino los comentarios que han aparecido en prensa, que no parecen haber tenido mucha repercusión en la ciudadanía. La conclusión principal, en el aspecto médico, es que hay que poner la seguridad de las personas por encima del secreto profesional y de la confidencialidad de los datos médicos.
Según informa el País, los investigadores sostienen que debe haber un equilibrio entre la confidencialidad y la seguridad aérea. Por eso recomiendan romper el secreto profesional en casos graves de desequilibrios psicológicos de los pilotos, si bien exigen “reglas claras” para determinar el comportamiento de los médicos en estos casos. Estas reglas no existen en Alemania, donde vivía el piloto, ni en casi ningún lugar del mundo, por lo que los expertos piden nuevas normas para aclarar qué hacer cuando chocan el secreto médico profesional y la necesidad de proteger a los viajeros. Los expertos sostienen que hay que definir las condiciones de seguimiento de los pilotos con antecedentes de problemas psicológicos aunque también destacan que los propios pilotos son reticentes a la hora de admitir posibles problemas psiquiátricos por miedo a perder el empleo. Por eso, recomiendan también programas y planes de ayuda y apoyo a los profesionales de la aviación.
Bien, creo que esas “reglas claras” no van a existir porque no se pueden dar. El suicido y el homicidio realizado por pacientes mentales son sucesos muy raros que no se pueden predecir precisamente por su rareza. Y un suicidio ampliado como el realizado por Lubitz es un auténtico cisne negro, algo todavía más raro dentro de lo raro. Ahora que ha ocurrido nos parece, por la falacia retrospectiva o del historiador, que era claramente previsible que ocurriera. Pero realmente no lo era. Por eso, creo que tomar medidas contra cisnes negros no va a impedir que ocurran y va a complicar el tratamiento de la mayoría de los casos normales que podemos ver a diario (que incluyen muchos otros casos además de los de pilotos de aviación).
Decía en la entrada sobre antipsiquiatria y antipsicología que vivimos en una sociedad que se caracteriza por dos elementos irreconciliables: tratar y cuidar al paciente con un trastornos mental y ocuparse de la seguridad de la comunidad en la que vive, las dos cosas a la vez. El viejo dilema entre libertad y seguridad. No queremos estigmatizar a los pacientes mentales pero a la vez no queremos que conduzcan (lo que les impide acceder aun trabajo) y se van a realizar, por ejemplo, controles sorpresa para ver si los pilotos toman drogas o antidepresivos. Un deseo es que todo tiene que estar previsto, todo tiene que ser perfecto y no se tolera la incertidumbre ni el error. Pero a la vez queremos que las personas sean libres y no tengan limitaciones de ningún tipo. Y por si fuera poco, se espera que los juicios sean de blanco o negro: no sólo hay que pensar en que un aviador deprimido vaya a estrellar su nave llena de pasajeros, sino que además hay que estar seguro de si lo va a hacer o no. En este tema del riesgo de actuación de una persona con un trastorno mental ocurre que actuar antes de un hecho es actuar demasiado pronto (porque no se sabe si realmente va a ocurrir) pero actuar después es actuar demasiado tarde.
La sociedad debería escoger un camino u otro, no se pueden cubrir a la vez los errores de tipo positivo y los de tipo negativo. Si yo un detector de humos lo regulo para que salte a la mínima me va a avisar de incendios que no son tales, tendré muchos falsos positivos. Pero si pongo el umbral para que salte my alto igual no se dispara cuando hay un incendio de verdad (falso negativo). Las dos cosas son imposibles. La sociedad debería elegir entre la seguridad y tomar medidas que van a limitar la libertad de la gente de manera que se actuará y se perjudicará a pacientes que nunca harían nada (es decir aceptar muchos falsos positivos). O, en el caso contrario, la sociedad debería mantener las libertades de las personas y aceptar que de vez en cuando pueden ocurrir casos como este. Pedir las dos cosas es pedir lo imposible, pero es lo que hay.
Veremos a ver qué normas se legislan pero lo que seguramente va a ocurrir es que las contradicciones de la sociedad recaerán una vez más sobre los psiquiatras y los psicólogos que evalúen a los pacientes, que tendrán que lidiar con la incertidumbre y la indefinición y responder después, a toro pasado, ante la ley.
@pitiklinov
La enfermedad mental, no tanto como en otras taras o enfermedades circunscritas a una insuficiencia física, es imposible de disociar de la identidad personal y el concepto que la colinda: poseer derecho a la libertad, esa virtud de respeto frío entre individuos por ser individuos y que revela sus atributos precisamente cuando no está. Porque hablamos de actos, sentido y emoción propios, bajo una piel. Para más precisión, de conductas condicionadas pero parcialmente, realizadas en un estado conservado y heterogéneo de vigilia. De un sujeto que calificado como loco, ansioso o depresivo no deja de ser sujeto, y de tener en sí innumerables posibilidades de comportarse y mirarse también a si mismo, por ejemplo, frente a otro enfermo con los mismos síntomas, y esto debería ser lo de menos, mentes siquiera extrapolables.
ResponderEliminarVolver a señalar la perversión resultante de incapacitar civilmente a alguien sin delito que es simultáneamente consciente de esa misma muerte o incapacitación civil sin delito. Es una situación tan desproporcionada (e indigna de vivirse para un adulto) que solo puede ser legítima limitada tanto en tiempo como en espacio.
Que predecir actos y no 'estados' sea determinista y una pretendida pero ridícula omnisciencia clínica no es lo importante. Lo terrible se use como coartada e indefinida. Una condena sin acotado.