sábado, 24 de mayo de 2014

Gorilas y hablar conduciendo

Christopher Chabris y Daniel Simons son mundialmente famosos por el experimento del gorila, uno de los más conocidos en Psicología. Es ese famoso vídeo en el que te piden que cuentes los pases que hacen con el balón dos equipos de baloncesto y mientras estás contando aparece una chica disfrazada de gorila que se queda en el centro de la escena varios segundos, hace algo llamativo según las diferentes versiones y luego se va. A pesar de estar en escena unos 7 segundos, la mitad de la gente no ve el gorila. Si no conoces el vídeo, lo tienes en la página web de un libro escrito por estos autores llamado El Gorila Invisible. 

En este libro, Chabris y Simons tratan de 6 ilusiones de la vida cotidiana y la primera es la que ejemplifica el experimento del gorila: la ilusión de la atención, o ceguera por inatención. La ilusión de la atención consiste en que experimentamos menos parte del mundo visual de lo que nosotros creemos, en la creencia errónea de que procesamos toda la detallada información (en este caso visual) que nos rodea. Creemos que atendemos (y que por lo tanto notamos y recordamos) mucho más mundo alrededor de nosotros del que realmente captamos. Creemos que deberíamos ver cualquier cosa que está justo enfrente de nosotros, pero la realidad es que sólo captamos una pequeña parte del mundo visual que nos rodea. También creemos que si dirigimos nuestros ojos a algo lo vamos a ver conscientemente. Y, aunque parezca contraintuitivo, eso no es cierto. En diferentes experimentos del gorila se han colocado aparatos en los ojos a los sujetos que nos permiten saber a qué lugar de la escena están mirando, y, sorprendentemente, se ha comprobado que los sujetos que no vieron el gorila le miraron durante un segundo, exactamente igual de media que los que sí lo vieron.

Entre los ejemplos de ilusión de atención que estos autores tratan en el libro hay uno muy importante por la gravedad de sus consecuencias. Tanto una extensa investigación, como estudios epidemiológicos, demuestran que conducir mientras se habla por teléfono es muy peligroso. Según algunos estudios el daño a la conducción causado por hablar por teléfono es comparable a los efectos de conducir intoxicado. A pesar de ello, mucha gente cree que esto no les afecta a ellos, que los demás son unos inútiles y no deberían hablar por teléfono pero que cada uno de nosotros sí podemos hacerlo. Hay que decir también que los sistemas de manos libres no disminuyen ese riesgo. El riesgo de hablar por teléfono no se debe al manejo del teléfono con las manos, sino a nuestras limitaciones de atención y de autoconciencia de lo que hacemos. Experimento tras experimento demuestra que el manos libres no tiene beneficios frente a teléfono manual.

Tal vez te sorprenda saber también que hablar con un pasajero no tiene prácticamente ningún riesgo ni afecta apenas a la capacidad de conducir. ¿Por qué? Primero, porque el esfuerzo para oír a alguien que está a tu lado es menor que intentar entender a alguien por teléfono. Segundo, porque el pasajero aporta otros dos ojos para controlar la carretera. Pero la razón más importante es que el pasajero está siguiendo el tráfico como el conductor y si ve que hay que realizar alguna maniobra complicada, o algo que requiere atención, se va a callar y continuará luego la conversación. La persona que habla por teléfono no ve esto y sigue suponiendo una presión para el conductor para que siga hablando.

Pero, volviendo a la ilusión de atención en general, si esta ilusión es tan grave, ¿cómo ha podido sobrevivir nuestra especie para escribir acerca de ella? ¿Por qué no se comieron los tigres a nuestros despistados ancestros? Por un lado hay que decir que la ceguera por inatención y la acompañante ilusión de la atención son consecuencias de la vida moderna. Aunque nuestros ancestros tuvieran problemas de atención, su mundo visual era menos demandante. Nuestros circuitos neurológicos de atención y visión están construidos para peatones, para velocidades de a pie, no para velocidades de coche. Mientras caminamos, un retardo de unos segundos no va a tener consecuencias, pero, conduciendo, un retraso de una décima de segundo puede ser fatal.

Por otro lado, la gente tiene confianza en que puede hablar por teléfono conduciendo porque no han encontrado nunca evidencia de que no puedan hacerlo. Y por “evidencia” nos referimos  a una experiencia personal, no a anuncios o historias de que eso les pasa a los demás. Experiencia personal es  que nos ocurra - o estemos a punto de sufrir- un accidente. Es paradójico y curioso pero los conductores que  cometen errores no los notan, precisamente porque están distraídos. Somos conscientes sólo de los objetos inesperados que captamos, no de los que nos han pasado desapercibidos. Por eso pensamos que tenemos una buena percepción del mundo exterior.

¿Y cuál es la solución de la ilusión de la atención? Pues es muy difícil, porque es algo inherente a nuestra capacidad de concentrarnos. La atención es un juego de suma cero: si atendemos a una cosa desatendemos a todas las demás, es así como funciona nuestro cerebro. Para ver todo lo que hay en una escena deberíamos mirarla en plan contemplativo, sin fijarnos en nada en especial, sin contar pases ni nada por el estilo, y así veríamos el gorila. Pero de esa manera nos perdemos todos los beneficios de la capacidad de concentrarnos especialmente en algo. En definitiva, confiemos en la suerte de que -la mayoría de las veces- no detectar algo inesperado no tiene mayores consecuencias.

@pitiklinov

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