Este es el título de un reciente artículo del New Yorker que me ha parecido interesante comentar aquí. Comienza comentando los resultados de una encuesta de Gallup sobre la evolución entre los norteamericanos. Los números son verdaderamente sorprendentes: el 46% de ellos piensa que Dios creó a los humanos en su forma actual en el plazo de los últimos 10.000 años. Solamente un 15% piensa que los humanos han evolucionado sin la guía de un pode divino. Lo que llama la atención de estos números es su estabilidad ya que no han cambiado prácticamente nada desde que Gallup empezó a hacer la encuesta hace 30 años. En 1982 el 44% de los norteamericanos mantenía posturas creacionistas, igual que en la actualidad.
Estos resultados plantean la pregunta de por qué es tan difícil creer en algunas ideas científicas. ¿Qué hace que la mente humana sea resistente a unos hechos que han sido corroborados por una abrumadora evidencia científica? Y es aquí donde nos cuenta un interesante estudio de Andrew Schtulman en la revista Cognition que explica la tozudez de esta ignorancia. Según señala Schtulman, los humanos no son tablas rasas listos para asimilar los últimos resultados científicos. Más bien venimos de fábrica con unas intuiciones acerca del mundo, como que el sol gira alrededor de la Tierra, muchas de las cuales no son ciertas. Esto significa que la educación científica no es simplemente cuestión de aprender nuevas teorías sino que más bien se trata de desaprender nuestros instintos, de deshacernos de ellos como las serpientes cambian de piel.
Schtulman inventó un test en el que realizaba múltiples preguntas a estudiantes juntando afirmaciones que son verdad científica con otras que no lo son. Según lo esperable, los estudiantes necesitaban más tiempo para comprobar la veracidad de afirmaciones que contradecían sus instintos, como que la Tierra gira alrededor del Sol o que el aire está compuesto de materia. Aunque sabemos que esto es cierto tenemos que superar nuestros instintos, lo que nos lleva un tiempo de retraso en la respuesta. Pero lo que es más sorprendente acerca de estos resultados es que incluso después de internalizar un concepto científico - la mayoría está de acuerdo con Copérnico en que la Tierra no es el centro del Universo- la creencia ancestral persiste en nuestra mente. Simplemente aprendemos a ignorarla. En palabras de Schtulman: “ cuando los estudiantes aprenden teorías científicas que entran en conflicto con sus ideas innatas,¿qué ocurre con sus ideas previas? Nuestros hallazgos indican que las teorías primitivas son suprimidas por las científicas, pero no las suplantan”. Todo esto es aplicable a la teoría de la Evolución porque contradice nuestras ideas innatas, como que puede existir diseño son un diseñador,esto es realmente contraintuitivo.
En 2003 Kevin Dunbar mostró a estudiantes unos vídeos de dos bolas de diferentes tamaños cayendo. En el primero las dos bolas caían a la vez y en el segundo la más pesada caía más rápido. Estos vídeos eran una reproducción del famosos experimento de Galileo tirando bolas desde la torre de Pisa, historia que es probablemente una leyenda urbana que el físico nunca realizó. Los estudiantes que no sabían mucha Física encontraron el vídeo en el que las dos bolas caían a la vez como no realista ( intuitivamente somos aristotelianos). Cuando les estudió con Resonancia Magnética observó que se activaba la corteza cingulada anterior, zona que se activa cuando percibimos errores o contradicciones. Pero Dunbar realizó el mismo experimento con licenciados en Física que, lógicamente, sabían la respuesta y en sus Resonancias Magnéticas se activaba la corteza prefrontal dorsolateral, que es una zona inhibidora, es decir, que suprime representaciones no deseadas. Según Dunbar, la activación de estas zonas quiere decir que los físicos estaban ocupados suprimiendo o inhibiendo sus intuiciones. Este trabajo extra no es siempre agradable ( se suele llama a esto disonancia cognitiva).
Así que parece que lo que está ocurriendo con la evolución es bastante normal. Costó unos cientos de años que la revolución de Copérnico fuera aceptada y parece que, al ritmo que vamos, la revolución darwiniana costará otro tanto.
Personalmente, siempre me había costado entender la convivencia en la misma persona ( o sociedad) de ideas científicas y religiosas -ya que me parecían polos opuestos de una misma dimensión- y la explicación empiezo a intuir que es la diferente historia evolucionista de los impulsos, o instintos, científico y religioso. Creo ahora que son dos instintos humanos con orígenes diferentes y con funciones diferentes. La ciencia se basa probablemente en la necesidad de explorar y de conocer el entorno y en este caso tenemos que ser objetivos, por la cuenta que nos tiene, porque si te encuentras de cara con un tigre no te lo quitas de encima con hechizos o con la imaginación. Pero la religión, según la mayoría de los autores que la han estudiado desde un punto de vista evolucionista, tiene que ver con la unión del grupo, el miedo a la muerte y otras necesidades también básicas del ser humano. Si aceptamos que no somos una unidad ( como decía W.D.Hamilton o Ramachandran más recientemente) y que somos un manojo de instintos contradictorios ( egoístas-cooperadores, promiscuos-puritanos, etc.) resulta muy fácil de entender. La idea del yo sería una ilusión que une procesos que corren en paralelo dentro de nosotros. Según la visión de Hamilton, dentro de nosotros habría genes científicos que han sido seleccionados por unas razones y también genes religiosos que lo han sido por otras, y somos -como decía él- el embajador de facciones enfrentadas. De ahí muchas de nuestras contradicciones internas. Dicho de otra manera, la ciencia y la religión no serían polos opuestos de un mismo continuo dimensional sino que serían dimensiones diferentes y podemos situarnos o puntuar de forma diferente en cada una de ellas.
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ResponderEliminarGracias. Genial.
ResponderEliminarComo dijera E Punset: Tus neuronas no saben quién eres. Ni les importa.
El cambio es una amenaza para el cerebro. El cerebro está diseñado para la supervivencia y cualquier cambio lo toma como una amenaza, así antes de tan siquiera tomar el cambio como una opción el cerebro ya ha dicho que no (E PUnset)