sábado, 19 de diciembre de 2020

Moralización de la respuesta a la Covid. Segunda Parte

Se ha publicado un nuevo artículo (todavía no ha pasado peer review) sobre el tema de la moralización de la respuesta a la Covid -la moralización de la distancia física en este caso- y lo voy a utilizar como pretexto para seguir hablando de este fascinante asunto que ya tratamos en una entrada anterior. Me voy a centrar más en los aspectos teóricos y prácticos y no analizaré en detalle el artículo sino sus conclusiones principales.

La moralización consiste en considerar un asunto como perteneciente al campo de la moralidad (el campo de la distinción entre lo bueno y lo malo, o el bien y el mal) y como resultado hay algo que se considera malo y que se condena, en el caso de la Covid no mantener la distancia o no usar mascarilla. La moralización es el proceso por el que las preferencias se convierten en valores, por ejemplo, la preferencia de fumar o de comer carne, cuando se moraliza, se convierte en algo malo moralmente y condenable. Las convicciones morales tienen unas características determinadas y dos propiedades claves son que cuando algo se moraliza se considera universal y objetivamente verdadero. Es decir, no hay discusión ni compromiso posible.


¿Por qué moralizamos los humanos? Cada vez hay más consenso en que la moralidad es un mecanismo psicológico para resolver problemas de coordinación de los grupos humanos. En esta visión, la moralidad (en el sentido de capacidad humana, instinto o sentido moral) es una adaptación, es decir, algo que ha pasado el filtro de la selección natural porque contribuye al éxito reproductivo. Los individuos o grupos que moralizaron los problemas fueron capaces de actuar colectivamente de una manera más eficaz que los que no lo hicieron. Es difícil imaginar un problema que requiera más una conducta colectiva rápida y eficaz -una coordinación y un cambio en las reglas de cooperación importante-  que una pandemia. Así que una pandemia tiene todos los boletos para que la respuesta a la misma se moralice. Ha ocurrido a lo largo de la historia en repetidas ocasiones y esto es lo que encuentra el estudio que comentamos aquí: la gente moraliza, considera justificado condenar a los que no guardan la distancia y culpan a los ciudadanos de la severidad de la pandemia.


¿Por qué sería la moralización más eficaz para resolver los problemas que otras alternativas? Vamos a detenernos un poco en esto y para ello vamos a ver lo que dice la guía de la OMS sobre el uso de mascarillas en el contexto de la Covid (actualizada el 1 de Diciembre). En la página 8 revisa primero la evidencia que existe sobre el uso de mascarillas en contextos comunitarios y luego da sus recomendaciones. El primer párrafo, que tenéis en la imagen, dice: “actualmente existe sólo una evidencia científica limitada e inconsistente que apoya la eficacia del uso de mascarillas por personas sanas en la comunidad para prevenir la infección por virus respiratorios, incluido el SARS-CoV-2”. Analiza luego artículos y revisiones que no encuentran eficacia y algunos otros que sí.



Una vez que ha revisado la evidencia, pasa a dar las recomendaciones o las guías. Y dice justo antes: “A pesar de la limitada evidencia de un efecto protector de usar máscaras en contextos comunitarios, además de todas las otras medidas preventivas recomendadas, el GDG aconseja el uso de mascarillas en los siguientes casos”.



¿Qué creéis que es más eficaz decirle a la ciudadanía para que la población utilice las mascarillas?:

1- Lo que dice la ONU, es decir, la evidencia no es concluyente pero aconsejamos esto y lo otro…

2- Lo que dice este colega mío psiquiatra en este artículo del New York Times en el que afirma que hay que detener a los médicos peligrosos que siembran dudas sobre la eficacia de las mascarillas porque “de hecho, hay una evidencia científica indisputable de que ambas (mascarillas y distancia social) son eficaces para prevenir o limitar la expansión del virus”.


Vamos a empezar por los argumentos a favor de lo segundo y en contra de lo primero. Decir lo segundo es mucho más claro, elimina los grises y reduce todo a blanco y negro. No usar mascarilla se convierte en un pecado, en algo moralmente malo y se puede condenar. Las personas se van a sentir condenadas y estigmatizadas y nadie quiere ser condenado por lo que se incentiva que todos cumplan con las normas. Todo el mundo ve lo que le pasa al que no cumple (el castigo) y nadie quiere que le castiguen de la misma manera. Una pandemia es algo muy serio, mueren muchas personas y no es el momento de ser exquisito científicamente y esperar al estudio clínico randomizado controlado con placebo definitivo y perfecto que nos diga cuál es la verdad científica. Los matices los podemos dejar para más adelante. Hay que actuar, hay que actuar todos juntos y hay que actuar ya. Podemos ver que la moralización responde muy bien a nuestro problema. Si aceptamos la incertidumbre, los individuos pueden decir: “cómo me culpabilizas o me obligas a llevar mascarilla si no sabemos a ciencia cierta si las mascarillas funcionan…”. Corremos el riesgo de caer en la indolencia y la inoperancia. Así que podemos ver con mucha claridad por qué existe la moralización. La segunda opción va a batir a la primera nueve veces de cada diez. Considerar que no usar mascarilla es un crimen y un pecado es más eficaz que considerar que usar mascarilla es una medida razonablemente lógica y potencialmente útil en una situación de incertidumbre.


Pero la moralización tiene también sus costes e inconvenientes. Uno de ellos podría ser que si las instituciones transmiten a la ciudadanía como verdades científicamente comprobadas medidas que no lo son, la ciudadanía puede perder la confianza en estas instituciones y puede pensar que si le está mintiendo en estas cosas le puede estar mintiendo también en otras. Esto es un desastre para todos. Es difícil exagerar el valor de la credibilidad de las instituciones sanitarias y científicas. La credibilidad, como la reputación, es algo muy difícil de conseguir, es un proceso constante a lo largo de la vida, pero se puede perder en segundos y luego es muy difícil de recuperar. Por otro lado, la estigmatización tiene sus propios problemas. A la gente no le gusta enseñar sus pecados, a todos nos gusta aparecer ante los demás de la manera más favorable posible. Si contagiarse de una infección se convierte en algo malo y pecaminoso, la gente puede ocultarlo y también, por ejemplo, cuando les pregunten los rastreadores puede negar, ocultar o no colaborar confesando cosas que son condenables socialmente. 



Personalmente, me inclino por la primera opción. Si las autoridades me dicen que tenemos una situación de emergencia y que la información que tenemos es incompleta, pero que hay que decidir y que tenemos que decidir en un ambiente de incertidumbre; si me dicen que valorando los costes y los beneficios de usar mascarilla van a tomar la decisión de hacer obligatorio su uso en tales y tales situaciones, yo estoy totalmente dispuesto a colaborar y me sentiría tratado como una persona adulta. Porque creo que un problema que tenemos en esta sociedad en muchos ámbitos es que muchas veces nos tratan a la población como si fuéramos niños de cuatro años a los que hay que contarles que existen los Reyes Magos porque si les decimos la verdad no lo van a entender o van a quedar traumatizados. Actualmente, parece que tenemos que transmitir a la población que todo está controlado, que sabemos cuál es la verdad, que vivimos en un mundo seguro y predecible. Además, esta postura tiene un trasfondo paternalista y elitista: “nosotros, las élites, sí podemos saber o hablar de estas cosas pero no se lo podemos transmitir a la población porque son como niños”. A mí me parece, por contra, que una sociedad que trata a los individuos como niños de cuatro años no tiene mucho recorrido, y que si queremos tener un futuro digno de tal nombre es importante tener una sociedad de individuos adultos, con capacidad crítica y de raciocinio y no una sociedad cada vez más infantilizada. Los tiempos en que un Churchill dijo a la población que sólo podía prometer sangre sudor y lágrimas nos pillan ya muy lejos. Y lo peor es que igual nos tratan como niños de cuatro años porque queremos que nos traten como niños de cuatro años…


Pero bueno, hemos visto lo que es la moralización y, supuestamente, por qué ocurre. Pero este artículo que menciono contesta a otra pregunta muy interesante. ¿Quiénes son los que moralizan? ¿Quiénes son los que condenan y culpabilizan a los demás? En psicología moral hay dos perspectivas o dos contestaciones a esta pregunta. Una es que la gente moraliza por egoísmo, es decir, que cuanto más probable es que uno se beneficie del cumplimiento público de las medidas que se moralizan (distancia física, mascarillas…), más probable es que uno apoye la moralización. Robert Kurzban va un poco más allá incluso al decir que nos interesa manipular a los demás para que tengan las conductas que a nosotros nos benefician pero no vamos a entrar en ello. La segunda perspectiva es que la gente moraliza por altruismo, por el bien común o por el bien de los demás. No voy a prolongar el suspense…¿qué encuentra el estudio? que moralizamos por egoísmo. Parece que la gente moraliza más si ellos mismos se pueden beneficiar de 

la moralización.


En este sentido, sería interesante estudiar hasta qué punto la moralización de la respuesta a la Covid ha sido una respuesta de abajo- arriba o de arriba-abajo. Seguramente sea una combinación de las dos pero me parece que el componente que va de arriba hacia abajo es evidente. Creo que los gobiernos han promocionado esta narrativa de la pandemia centrada en la responsabilidad ciudadana (que la pandemia desaparece si todos practicamos las medidas recomendadas) y es obvio que es una narrativa que les beneficia. Al principio de la pandemia se cuestionaba la respuesta y gestión de los gobiernos pero luego se ha pasado a cuestionar la respuesta de la ciudadanía lo cual exonera a los dirigentes.


Para acabar, una última cuestión. Una vez que algo se moraliza el proceso de des-moralizarlo, es decir, de sacarlo del campo moral puede ser my difícil o imposible. Paul Rozin llama Amoralización a este proceso por el que algo que es un valor vuelve a ser una preferencia. Entre las dos opciones que os he dado más arriba, la primera es racional. Si surge nueva evidencia, la OMS puede corregir su guía y sus recomendaciones en el sentido que sea sin mayor problema. Pero cuando ocurre una moralización una de las opciones está prohibida y esto es incompatible con la ciencia. Una de las opciones no se puede estudiar y si se estudia, va a ser muy difícil publicarlo. Estamos viviendo ahora la petición de retractación de artículos porque los resultados no encajan con nuestros valores (ver esta caso como ejemplo). Aunque se justifiquen estas peticiones en base a problemas metodológicos de los artículos, la indignación no es científica, sino moral. Todas las investigaciones tienen problemas y el método científico es publicar criticas, datos y argumentos contrarios e ir construyendo entre todos un cuerpo de conocimiento. Si nos ponemos a retirar todos los articulo que tienen problemas y limitaciones deberíamos eliminar el 99% de los artículos científicos. 


Debido a esto, es muy probable que creencias o métodos no respaldados por la evidencia científica se perpetúen porque se necesitan para desterrarlos no sólo unos científicos capaces y competentes, sino unos científicos valientes, unos héroes que se atrevan a enfrentarse al orden establecido. 


Es muy conocida la historia de los monos, los plátanos y la escalera en la que se perpetúa una norma por obediencia y tradición aunque ya no exista un motivo para ello. Pero hay una historia real parecida. Los aztecas realizaban sacrificios humanos para que el sol saliera cada día (o por lo menos eso se cuenta). Parece que pensaban que había que realizar esos rituales y sacrificios para dar fuerza al sol y que así consiguiera salir cada mañana. Podemos escandalizarnos y pensar que cómo es posible que exista una barbaridad anticientífica y cruel como esa y que encima existiera durante largos periodos de tiempo…Pero daos cuenta de una cosa: los sacrificios funcionaban..los aztecas hacían sus sacrificios y el sol salía cada mañana…


Si naces en una cultura donde te enseñan desde pequeño unas normas que a lo mejor existen desde hace cientos o miles de años, quién es el que va a ponerlas siquiera en cuestión….¿Y si el mundo se acaba por no hacer esos sacrificios? ¿Quién se atrevería a plantear que igual no hay una relación causal entre el sol y los sacrificios y que es sólo la evolución espontánea? Enseguida nos viene Galileo a la cabeza cuando hablamos de este conflicto entre ciencia y moral pero probablemente los principales descubrimientos científicos se los debemos a héroes que combatieron moralizaciones como la que ahora estamos extendiendo.



@pitiklinov




Referencia:


Alexander Bor y cols (2020) . Moralizing physical distancing during the COVID-19 Pandemic -Personal Motivation predict moral condemnation. PsyArXiv Preprints




lunes, 7 de diciembre de 2020

Sobre la Moralización de la respuesta a la COVID-19

Este artículo que voy a comentar concluye que los esfuerzos para combatir la COVID-19 han sido moralizados, es decir, combatir la COVID-19 se ha convertido en un mandato moral que tiene muchas de las cualidades de lo que se considera un valor sagrado. Debido a ello, el daño que puedan causar las medidas para luchar contra la COVID-19 (sean costes económicos, en derechos y libertades o en muertes) se perciben como más aceptables que los costes debidos a no combatir la COVID, por ejemplo costes debidos a priorizar la economía o costes que no tienen nada que ver con la COVID, como reducir accidentes de tráfico. Pero antes de resumir el artículo vamos a recordar lo que es el proceso de moralización del que ya hablamos aquí.


En cualquier cultura, en un momento determinado, existe un consenso acerca de las actividades que caen dentro del dominio de la moral y las que caen fuera. Pero esta dicotomía no es estable o inamovible, sino que el estado moral de una actividad fluye y cambia con el tiempo. La Moralización es el proceso por el que una actividad que previamente se consideraba fuera del campo moral entra dentro del mismo. Por citar un ejemplo, en los últimos años se ha ido moralizando el consumo de carne de manera que ha aumentado la creencia de que comer carne es inmoral. Al proceso inverso, es decir, que un objeto o actividad considerada moral salga del dominio moral, Paul Rozin lo denomina Amoralización. Un ejemplo podría ser el cambio en las actitudes hacia la homosexualidad. Lo que no se comprende  muy bien son las causas de este proceso de moralización, es decir, por qué en determinado momento una conducta se moraliza o se amoraliza. Parece haber, sin embargo, un consenso en que la percepción de un daño es algo esencial. Podemos verlo en el caso de la carne. Cada vez más gente considera que el sufrimiento causado a los animales de los que nos alimentamos no está justificado. Es probable que el proceso de moralización no pueda funcionar sin la existencia de un daño (real o percibido).


Volviendo al artículo, el estudio consiste en dos experimentos. El primero de ellos se realiza en USA con una muestra de sujetos de TurkPrime a la que se les presenta una serie de escenarios que describen 3 tipos de costes:


1-Coste social. En este escenario el Dr. Bloom, que es un experto en salud pública, critica las medidas que ha tomado su ciudad. En un escenario las medidas han sido priorizar la economía y en el otro escenario las medidas han sido combatir la COVID-19. Pero el escenario es exactamente el mismo, la tasa mortalidad por caso es 1% en ambos escenarios, por ejemplo.

El resultado es que al Dr. Bloom, en ambos casos, se le acosa en Twitter y se pide su dimisión, etc.


2-Coste Sanitario. En estos escenarios se presenta a los participantes unos modelos estadísticos que han cometido una serie de fallos que han llevado a una infra-estimación de la diseminación del virus y en el otro a una sobre-estimación. Las consecuencias sanitarias y en muertes son iguales en ambos casos.


3- Coste en derechos humanos. En este escenario un policía comete un abuso de poder y multa a 15 personas o incluso llega a detener a una persona (que en los videos se ven que no han quebrantado la ley) pero en un contexto lo hace porque cree que se han saltado las medidas de protección frente al virus y en el otro caso cree que se han saltado las normas de circulación.


El resultado es que los participantes muestran una asimetría en sus valoraciones de manera que aceptan los costes sociales (el acoso al experto), los costes sanitarios (las enfermedades y  muertes por el error estadístico) y los costes en derechos humanos (el abuso de poder del policía)  cuando estos costes han sido debidos a los esfuerzos para contener al virus. La aceptación del daño, cuando es debido a las medidas contra la COVID-19, viene mediada, según los autores, por la indignación moral. Los esfuerzos para eliminar el virus reducen la indignación moral y los deseos de castigar y aumenta, por contra, la aceptación del daño que resulte de los mismos. Por otro lado, las personas que más miedo tienen a contraer la infección y los que se identifican como liberales (en sentido americano, es decir, demócratas) moralizaron más los esfuerzos a  favor de reducir el daño de la COVID-19.



El segundo experimento tiene lugar en Nueva Zelanda a primeros de Octubre un momento en que no hubo ningún caso registrado en el país, es decir, se había eliminado el virus. En este segundo estudio se les presenta a los participantes dos propuestas de investigación exactamente iguales pero la primera plantea que abandonar la estrategia de eliminación del virus (la que ha seguido Nueva Zelanda) puede aumentar el sufrimiento humano, mientras que la segunda plantea que continuar la estrategia de eliminación puede aumentar el sufrimiento humano. Los datos y la información son iguales en ambas.


Los resultados son que los participantes evaluaron la propuesta que cuestionaba la estrategia de eliminación (la que ha seguido Nueva Zelanda) como de menos valor, de menos calidad y al equipo que la realizó como menos competente que la propuesta partidaria de mantener la estrategia de eliminación. La indignación moral volvía a ser el mediador de esta valoración y también resultó que los participantes que se sentían más amenazados de poder contraer el virus y los que se consideraban más de izquierdas mostraron una mayor asimetría (se supone que Nueva Zelanda no está tan polarizada como USA).


Las conclusiones globales del estudio son que ante la amenaza tan grave, urgente y visible que está suponiendo la COVID-19, los esfuerzos para reducir el daño que produce se han moralizado y se han convertido en mandatos morales, de forma que los efectos secundarios de estos esfuerzos (sean en forma de muertes, consecuencias económicas o pérdidas de libertades) se aceptan como más tolerables que idénticos daños que no se deban a esfuerzos relacionados con la COVID-19.  Estos resultados son compatibles con los resultados del conjunto de trabajos existente en psicología sobre un campo que se llama de los valores sagrados. Las asimetrías se deben  a la indignación moral y las personas con más miedo de contraer el virus y los de ideología política más de izquierdas muestran una mayor indignación moral. Como esto ocurre tanto en USA como en Nueva Zelanda, los autores deducen que no se debe a un determinado clima político sino que probablemente refleja la existencia de diferencias ideológicas o en valores profundas entre la derecha y la izquierda. La izquierda pondría el énfasis en evitar el daño y los conservadores en las libertades personales. 


Estos hallazgos ilustran una consecuencia importante de la moralización, que hemos visto en la vida real y que el segundo experimento de este estudio corrobora, a saber, que han existido desacuerdos entre científicos de prestigio pero que la moralización ha hecho imposible el debate mesurado y la valoración de los datos y los argumentos. La postura adoptada por Suecia o la que ha propuesto la Great Barrington Declaration han sido condenadas públicamente por otros científicos como inmorales o no éticas. Hemos visto cómo se ha atacado personalmente a John Ioannidis o a Sunetra Gupta y no por troles de las redes sociales sino por otros colegas. Hemos hablado en este blog con frecuencia de los peligros de la moral. Las convicciones morales se viven como objetivas y como universalmente obligatorias por lo que conducen a la intolerancia, al castigo y al silenciamiento de  los que no comparten esas mismas creencias morales. 


Hemos visto cómo la posibilidad de tener un debate científico ha saltado por los aires. Se ha creado el bando de los buenos y el bando de los malos y cualquier discusión o conversación matizada sobre los costes de las estrategias ante la COVID-19 ha resultado imposible. Esta ausencia de debate científico ha tenido probablemente unos costes por la toma de decisiones equivocadas por desconocimiento exacto de la realidad. Esfuerzos que podrían haber conducido a una mayor comprensión del coste de las medidas y estrategias adoptadas han sido desanimados, no han recibido fondos o han sido obstaculizados o rechazados, lo que supone un coste para toda la sociedad. Tal vez más adelante, en frío, pueda volver a hacerse ciencia, pero la triste realidad es que durante la pandemia ha resultado imposible.


Aparte de todo lo anterior quería hacer una reflexión sobre otro aspecto moral de esta pandemia, independiente -pero creo que complementario- del anterior. Frans de Waal habla del círculo de la moralidad de la siguiente manera (aunque en realidad prefiere la imagen de una pirámide flotante como vamos a ver). Afirma que la moralidad surgió evolutivamente para tratar primero con la propia comunidad, después con otros grupos; más tarde, con los humanos en general y finalmente, ha englobado a los animales no humanos. Al decir de De Waal, el círculo de la moralidad se extiende más y más solo si está garantizada la salud y la supervivencia de los niveles y círculos más internos. Cuando los recursos se reducen, el círculo se encoge y las conductas morales se pliegan hacia lo más íntimo, algo que está en consonancia con la afirmación de Peter Singer de que un aumento de la riqueza entraña un aumento de las obligaciones para con los necesitados. 


A diferencia de Singer, de Waal prefiere conceptualizar este círculo moral como una pirámide flotante. La fuerza que eleva la pirámide del agua -su flotabilidad- procede de los recursos disponibles. El tamaño que asoma por encima del agua refleja  la amplitud de la inclusión moral. Cuanto más se eleva la pirámide, más amplia será la red de ayuda y obligaciones. La gente que está a punto de morirse de hambre sólo puede permitirse una pequeña punta de la pirámide moral: cada uno irá a la suya. En época de necesidad prevalecen en todo caso las obligaciones para con los más cercanos, las obligaciones más básicas, las presididas por la lealtad, que para De Waal es un deber moral básico.



Y creo que esto es lo que hemos observado en esta época de pandemia, que nuestro círculo moral se ha constreñido al aquí y al ahora y nos hemos olvidado de los que están más lejos y de lo que viene después. Hemos visto gobiernos que han retenido respiradores para atender primero a su población, o peleando y pujando en el mercado para conseguir el material de protección del que carecían; no se han tenido en cuenta las repercusiones económicas para los países más pobres de detener la economía y el turismo; se han abandonado campañas de vacunación de niños en Africa y en otros lugares así como diagnósticos y tratamientos de enfermos de cáncer; las consecuencias sobre el medio ambiente del uso generalizado de mascarillas ha pasado a un segundo plano, etc.  Como dice de Waal, es lógico cuando hay una amenaza y nos atenaza el miedo y no estoy juzgando, sólo estoy describiendo este estrechamiento del círculo. 


Me parece que observando la estrategia que hemos seguido en esta pandemia a nivel global vemos efectivamente un hundimiento de la pirámide, una respuesta insolidaria, parroquiana y egoista de los países más ricos para con los países más pobres y de los ciudadanos o grupos más ricos de cada país con respecto a los más pobres. En este país hemos visto, por ejemplo, que un gobierno que se ha subido el sueldo en plena pandemia ha tomado medidas que han impedido que muchos ciudadanos puedan ganarse el suyo. Y hemos visto también a gente que tiene un sueldo seguro y la posibilidad de teletrabajar pidiendo que nos quedemos en casa, cosa que un vendedor ambulante de Mexico o Bangkok no puede hacer. Me pregunto qué habría pasado si en tiempos de pandemia la ley exigiera bloquear las cuentas de todos los ciudadanos y asignar a todos y cada uno de nosotros un sueldo de 1.000€, desde los miembros del gobierno a la cajera del supermercado pasando por los sanitarios. ¿Habrían sido las medidas las mismas cuando los que las toman tienen skin in the game, como dice Taleb?


Esta pandemia no ha sido sólo un problema sanitario, ha sido un problema económico y también un problema moral. Pero creo que no ha habido un debate o una conversación sobre los dilemas y aspectos morales asociados a la pandemia y a las decisiones para enfrentarla. Espero que en algún momento tenga lugar ese debate y que  la sociedad aprenda de lo sucedido y diseñe estrategias de afrontamiento que impidan cuando llegue la próxima pandemia, por un lado, que la ciencia se pare y, por otro, que eviten todo lo que se pueda el estrechamiento del círculo moral o el hundimiento de la pirámide moral flotante que dice de Waal.



@pitiklinov