Colaboración de Gregorio Montero González
En su libro sobre evolución del
cerebro y la conducta, The Triune Brain in Evolution: Role in Paleocerebral
Functions (1990), Paul MacLean describió tres formas de comportamiento
asociadas con la transición desde los reptiles a los mamíferos: cuidado,
comunicación vocal y juego. Estas conductas están dirigidas a la interacción
social y bajo determinadas circunstancias podrían dar lugar al apego. MacLean
creía que la emergencia de un circuito tálamo-cingulado a nivel del sistema
límbico era crítico para estas conductas y especulaba sobre la posibilidad de
que el abuso de sustancias y los trastornos adictivos fueran intentos de
remplazar opioides y otros factores endógenos que en condiciones normales son
aportados por el vínculo social. Por otra parte, dado que una importante
variedad de conductas sociales evolutivamente avanzadas (cuidado parental,
altruismo) podrían incrementar la probabilidad de supervivencia de una especie,
es razonable pensar que los circuitos cerebrales que controlan ciertas
conductas sociales evolucionaron a partir de sistemas más básicos y
filogenéticamente más antiguos, como los relacionados con la percepción y
alivio del dolor.
En esta entrada, exploraremos
estas hipótesis centrándonos en el Sistema Opioide Endógeno (Endogenous Opioid System o EOS por sus siglas en inglés. A partir
de ahora nos referiremos a este sistema como EOS o como sistema opioide,
en parte por motivos científicos y por otra parte pragmáticos, dado que las
siglas en español “SOE” pueden tener connotaciones políticas y despistar a
algunos lectores). Las preguntas que trataremos de responder son:
-
¿El apego y las adicciones podrían tener
sustratos neurobiológicos similares o incluso los mismos?
-
¿Qué implicaciones
podría tener desde una perspectiva evolucionista?
Conocemos el sistema opioide a
través del uso de ciertas sustancias y sus efectos sobre el sistema nervioso
central. El opium se ha venido
empleando desde hace cientos de años como sedante, analgésico y sustancia
recreativa para evadirse. Solo hace falta evocar la imagen de un fumadero de
opio asiático, escenario tan explotado en la literatura y el cine. Ya en el
siglo XX, se desarrolló toda una familia de analgésicos a partir de la planta
original: desde la heroína hasta la morfina, pasando por el tramadol (analgésico
más débil que los anteriores) o la codeína (antitusivo, típico en jarabes).
Estas sustancias actúan sobre una serie de vías a nivel del sistema nervioso
central y periférico, conocidas globalmente como EOS. Las tres familias de
receptores de este sistema son mu, kappa y delta, siendo actualmente los receptores mu los más conocidos y relevantes tanto en la práctica médica
(analgesia, sedación, paro respiratorio asociado a la sobredosis de opioides,
estreñimiento como efecto secundario típico de estos compuestos, etc.) como para esta entrada. Sin
embargo, es importante destacar que este sistema cuenta con sus propios
mediadores endógenos, esto es, producidos y segregados por las células del
sistema nervioso. Son las famosas endorfinas, relacionadas con todas las formas
de placer, desde el sexual hasta el que produce un buen solomillo al Pedro
Ximénez, pasando por el deporte. Menos conocidas son sus hermanas las
dinorfinas y encefalinas. Tanto las endorfinas como éstas últimas actúan de
manera similar a los opioides exógenos como la heroína o la morfina, tanto en
el cerebro como a nivel periférico. Sin embargo, el EOS interviene en numerosos
procesos fisiológicos más allá del placer: constituye una forma de analgesia
natural en situaciones de dolor o estrés intenso, modula otras vías a nivel del
sistema nervioso e incluso es parte esencial del efecto placebo. Ahora bien,
¿qué relación tiene el sistema opioide con las conductas de apego?
Las primeras evidencias de que el
sistema opioide podría estar implicado en las conductas de apego proceden de estudios
animales. Jaak Panksepp llevó a cabo varios
experimentos en los que separaba a crías de perros de sus madres en un periodo
precoz y evaluaba la reacción de las crías, centrándose en las vocalizaciones
de estrés (distress vocalizations) y la conducta motora. Encontró que la reacción
de las crías era diferente y mucho más intensa que la que producía la
separación del alimento, por ejemplo. Para evaluar la hipótesis de que el EOS
está implicado en el apego, administraba morfina a dosis muy bajas a las crías
durante el periodo de separación de la madre. El efecto era llamativo: el alivio que les producía hizo pensar a
Panksepp que la morfina de alguna forma simulaba la presencia de la madre1. Se podría
argumentar que este estudio presenta sesgos. Dado que la morfina es un sedante,
podría actuar reduciendo simplemente la ansiedad y el nivel de alerta de las
crías, de manera inespecífica. Sin embargo, esto queda descartado a la vista de
otros experimentos que no encuentran dicho alivio con el uso de barbitúricos o
ansiolíticos. Por otra parte, podemos concluir que no se trata simplemente de
un efecto sedante dado que las dosis eran tan bajas que las crías no
modificaban su conducta motora. En otras palabras, no llegaban a “colocarse”
con la morfina, sino que permanecían aparentemente normales pero más tranquilas.
El alivio producido por este opioide no solo se demostró en cachorros de perro,
sino en cobayas y otros mamíferos. Para poder obtener evidencias más sólidas y
específicas del papel del sistema opioide en el apego, se realizaron a cabo
experimentos con naloxona, un antagonista específico de receptores opioides
(particularmente mu). En crías de cobaya por ejemplo, la administración de
naloxona en el contexto de la separación de la madre incrementaba el llanto y
las vocalizaciones de estrés, en algunos casos hasta 6 veces2. Curiosamente, esta
reacción es similar a la que se produce en personas adictas a la heroína cuando
se emplea la naloxona, desencadenando un síndrome de abstinencia inmediato con
hiperalerta, ansiedad, inquietud psicomotriz, malestar general… Por tanto, el
estrés desencadenado por la separación de la madre parece obedecer, al menos en
parte, a una reducción en la actividad del sistema opioide. En otras palabras, la separación desencadena aparentemente un
síndrome de abstinencia a los opioides endógenos. Evidencias indirectas
apoyaron posteriormente esta hipótesis y procedían de otro campo: el de las
adicciones.
En 1971, Richard Nixon declaró
oficialmente una guerra diferente a todas las que había librado EEUU
anteriormente: la Guerra contra las drogas (War
on Drugs). Aunque ya desde comienzos del siglo XX y de la mano de Harry
Anslinger, se habían perseguido los narcóticos y particularmente la marihuana,
siendo ilegales primero en EEUU y posteriormente en el resto del mundo, había
un aspecto que parecía diferente en esta nueva “Guerra contra las drogas”:
estaba aparentemente sustentada en estudios científicos. En estos estudios, se
colocaba a una rata en una jaula y se le ofrecían dos bebederos. Uno solo con
agua y el otro con agua y una droga, cocaína o heroína. Se medía la
probabilidad de que el animal bebiera de uno u otro y se extraían conclusiones.
Cualquier persona, experta o no, concluiría lo mismo que aquellos experimentadores:
las ratas acudirían de forma compulsiva a beber del agua con droga. Este
sencillo tipo de estudios apoyó la noción de que las drogas eran la causa de
las adicciones y la solución era muy simple: prohibir, perseguir y criminalizar
las drogas. De esta forma teóricamente se acabaría con las adicciones. En esta
entrada no vamos a discutir la conveniencia o no de esta guerra contra las
drogas, pero sí vamos a analizar estos experimentos. Había un sesgo evidente,
un sesgo que saltaba a la vista: las ratas no tenían nada más que hacer en esas
jaulas. Solo podían drogarse. Estaban aisladas y aburridas, sin nada ni nadie con
quien jugar, socializar y llevar a cabo las necesarias conductas de grooming. Cuando
estos experimentos se repitieron años más tarde, arrojaron conclusiones que para muchas personas
resultarán sorprendentes: cuando en la jaula, en lugar de una rata sola metemos
varias ratas y les obsequiamos con un set de divertidísimas ruedas para correr
y objetos para roer, la inmensa mayoría de ellas acuden a beber en la misma
proporción al agua con cocaína o heroína que al agua normal. Solo un pequeño
porcentaje de las ratas presenta conductas compulsivas de consumo y tienden a
aislarse en una esquina, al margen del resto. Estos experimentos aportaron tres
líneas de evidencia esenciales:
1.
La causa
de la adicción no es la sustancia en sí misma. Es una causa necesaria pero
no suficiente y, en todo caso, se trata de una causa próxima pero no de la
causa última. Parece mucho más importante la vulnerabilidad individual
(genética, neurobiológica, que probablemente presentaban esa pocas ratas que se
volvían adictas y se aislaban del resto) y la vulnerabilidad ambiental (por
ejemplo, el contexto social, que explica en parte las conclusiones tan
diferentes aportadas por el estudio con ratas aisladas y ratas en grupo)
2.
En un contexto de interacciones sociales en grupo, los individuos parecen
desarrollar cierta resistencia a los efectos de los narcóticos. Una posible
explicación es que están sometidos de forma crónica a la estimulación de su propio
sistema opioide endógeno a través de las interacciones sociales. Dicha
hipótesis ha sido avalada posteriormente en estudios que demostraron que los
animales que conviven en grupo requieren de dosis mayores de morfina para la
analgesia, por una hipotética tolerancia crónica a los opioides endógenos.
3.
En
individuos vulnerables, los opioides
exógenos como la heroína parecen sustituir la necesidad de establecer
relaciones con otros individuos. Al igual que algunas de las ratas de estos
experimentos, se ha documentado de forma reiterada y es conocido por la mayoría
de nosotros, que los adictos a ciertas drogas tienden a alienarse de sus
relaciones ya establecidas. Una vez más, los opioides son las sustancias que se
relacionan más con esta tendencia al aislamiento social (frente a otras como la
cocaína o el cannabis que en la inmensa mayoría de los casos permiten a los
individuos seguir más o menos con sus relaciones previas, exceptuando estadios
avanzados de la adicción). De hecho, muchos adictos a la heroína refieren que
la sustancia remplaza la necesidad de amistades o relaciones sociales,
terminando en un aislamiento en el que la droga se convierte en pareja, amiga o
un familiar del consumidor.
Sobre este temática es altamente
recomendable leer el último libro de Johan Hari, Chasing the Scream. Aunque
está centrado en la temática de la Guerra contra las drogas, refleja parte de
estos estudios iniciales con sustancias y vínculo social3.
En la figura 1, se muestra un
resumen de las evidencias iniciales que fueron más importantes acerca de la
implicación del EOS en el apego (modificado a partir de una presentación
propia).
Existen más datos a favor del
papel del EOS en el apego. La naltrexona, un inhibidor selectivo de receptores
opioides, inhibe la capacidad de crías recién nacidas de elegir de forma
preferente a sus madres. Cuando no disponen de la activación normal
de su sistema opioide, no son capaces de saber cuál es su madre y se acercan de
forma aleatoria a las que están cerca3.
Por otra parte, en condiciones normales tanto en animales como humanos, el
contacto materno se asocia con un incremento de las concentraciones de
endorfinas en las crías (y también en las propias madres). Y gracias a las
unidades de neonatos, sabemos que el contacto piel con piel es analgésico en
recién nacidos humanos. De hecho, este conocimiento aportado en los últimos 15
años está cambiando el protocolo de atención a los recién nacidos prematuros en
las unidades de cuidados intensivos neonatales. Hasta ahora, se priorizaba el
aislamiento en incubadoras para mejorar el desarrollo y evitar complicaciones y
el tratamiento estándar del dolor era la sacarosa (azúcar, que efectivamente
activa de forma muy potente el sistema opioide). Sin embargo, la prematuridad
es una condición que conlleva la separación muy temprana de la madre. En los
últimos años se está extendiendo la práctica conocida como “cuidados canguro”,
que consiste en la colocación del neonato en el pecho descubierto de la madre,
durante intervalos de tiempo en el día, permitiendo el contacto directo piel
con piel del recién nacido y su madre. Se
ha visto que aquellas unidades que incorporan los “cuidados canguro” obtienen
mejores resultados en los prematuros, menor morbimortalidad, menores
requerimientos de analgesia y menores estancias (existen ensayos clínicos
aleatorizados recientes al respecto, por lo que estos resultados se apoyan en
el mayor nivel de evidencia científica). Además, aquellos que recibían el
contacto y las caricias de sus madres, mejoraban en su organización conductual
y control motor. Esto no debería sorprendernos, a la luz de múltiples estudios
de nuevo tanto en animales como humanos, en los que se replica de forma
constante que el contacto materno
facilita el desarrollo del nuevo ser tanto a nivel fisiológico, como afectivo
como en la regulación del estrés y la conducta (para leer una revisión completa, ver referencia 5). En palabras de
Lourdes Fañanás, bióloga e investigadora de la Universidad de Barcelona, “el
ser humano es el animal que nace menos desarrollado y más desvalido. Somos
verdaderos fetos extraútero que necesitamos la infancia más larga de todo el
reino animal para poder desarrollarnos”6.
En la figura 2 se muestra un
resumen de estas evidencias (modificado a partir de una presentación propia).
La separación de la madre en el
periodo inicial de la vida tiene efectos negativos y duraderos en el desarrollo
de la regulación de la alerta y la conducta en animales. Previamente en el
blog, describimos varios estudios que mostraban que la separación de la madre
llevaba a la apoptosis de múltiples áreas del cerebro inmaduro (por ejemplo,
córtex prefrontal y áreas límbicas), implicadas en la regulación afectiva,
conductual y la inhibición de impulsos (aquí).
Vimos que esto podría relacionarse con la posibilidad de desarrollar
disfunciones que conllevaran una menor resiliencia ante el estrés, hiper
reactividad ante estímulos adversos e incluso, una mayor probabilidad de
conductas impulsivas, autolesiones y suicidio.
El sistema opioide, así mismo, regula la función de la oxitocina y la
vasopresina, dos péptidos que solo encontramos en mamíferos (lo cual habla
por sí mismo de su relevancia y repercusiones a nivel evolucionista) y que
están fuertemente ligados al vínculo social (la función de la oxitocina en las
relaciones sociales ha sido tratada en una entrada previa, aquí). En relación
con la oxitocina, podemos referirnos
a ella como otro de los pegamentos sociales, junto al sistema opioide. Su
importancia es crítica en el vínculo maternofilial y se ha demostrado en
animales que es capaz de revertir la
recompensa y tolerancia por una de las sustancias con mayor potencial adictivo:
la cocaína. Es interesante que las madres de varios mamíferos son
aparentemente inmunes a los efectos adictivos de la cocaína durante las
primeras semanas tras el parto7.
Podría decirse que el amor por sus crías es la adicción más potente que existe.
Y en parte parece así. Cuando la concentración de oxitocina se reduce después
de este período, las hembras presentan de nuevo la usual reacción hacia la
cocaína, con una intensa liberación de dopamina a nivel mesolímbico. En este primer periodo crítico, la sinergia
entre la descarga de oxitocina y opioides endógenos parece capaz de mitigar el
efecto de recompensa de cualquier otra cosa que no sea cuidar las crías.
Llegando incluso a inhibir potencialmente el impulso de alimentarse, como
sabemos a partir de muchas de las mejores madres mamíferas, que ponen en riesgo
su propia vida dando de mamar durante meses a sus crías sin ingerir alimentos.
Es el caso de los osos polares o de diversas especies de focas. Que las madres
se entreguen de tal forma al cuidado de las crías y ni siquiera estímulos
ambientales tan potentes e intensos puedan distraerles de esta tarea tiene,
probablemente, repercusiones trascendentales para el éxito de los mamíferos tal
y como los conocemos hoy.
Por otra parte, se ha postulado
que otra de las funciones más
primordiales del EOS en mamíferos es inhibir el impulso de atacar, maltratar e
incluso matar a las crías propias8.
Algo que madres de otros animales fuera de la clase de los mamíferos hacen
frecuentemente y cuyo impulso, más que probablemente latente en el sistema
nervioso de las madres mamíferas debido a la herencia de esos genes más
antiguos, parece ser constantemente inhibido por el EOS. Es probable, así mismo,
que esto haya sufrido su propia evolución filogenética entre los mismos
mamíferos. Así, es mucho más frecuente que las hembras de ciertas ratas (como
los hámsters y bajo determinadas circunstancias) maten a sus crías, frente a la
probabilidad de que esto ocurra en mamíferos cuyo desarrollo filogenético es
más reciente, como en los grandes mamíferos, los primates y el ser humano. El
enorme sacrificio que supone la crianza de una gran parte de los mamíferos más
recientes a nivel filogenético se ha postulado como uno de los primeros actos
de altruismo por parte de estas madres (basta pensar en la diferencia de
inversión que supone criar actualmente a un hijo en la especie humana frente al
caso de las madres de los cocodrilos, que abandonan a su prole desde el momento
del nacimiento). Las bases
neurobiológicas del altruismo parecen también encontrarse fuertemente ligadas a
las mismas estructuras del apego y la recompensa social que estamos comentando
en relación con el EOS y la oxitocina. En un reciente estudio con
individuos especialmente altruistas (donantes de riñón a desconocidos), se ha
demostrado que dos áreas especialmente vinculadas con el alivio del dolor y el
cuidado maternal, en gran medida por parte del EOS (amígdala y sustancia blanca
periacueductal) se activan de forma más potente en estos individuos frente a
controles normales ante una situación en la que se exige el cuidado de otros y
empatizar con ellos9.
Que estructuras implicadas en el alivio del dolor propio y el cuidado de las
crías estén implicadas en el altruismo, la empatía y el intento de aliviar el
dolor de otras personas es otro punto intrigante y nos puede ofrecer
interesantes líneas de investigación acerca de los orígenes de la empatía y el
altruismo, además de nuevas alternativas terapéuticas en el tratamiento de
múltiples trastornos mentales, tales como al autismo o los trastornos
adictivos. No en vano, la naloxona se está ensayando en niños con trastornos
del espectro autista, por su potencial prosocial. Pero sobre todo es la
oxitocina la que se está ensayando como tratamiento en múltiples trastornos,
desde la esquizofrenia hasta los trastornos adictivos, el autismo o el
trastorno límite de la personalidad, como veremos a continuación.
La oxitocina también es esencial para la
memoria social, en parte debido a que modula la saliencia de los estímulos
sociales. Esto lo conocemos de cerca en humanos gracias a los ensayos clínicos
que se han realizado con oxitocina intranasal en pacientes con trastorno de la
personalidad límite. Se pensaba que podría reducir su hiper reactividad ante
estímulos estresantes sobre todo sociales, que favorecería la empatía y
reduciría la impulsividad. Sin embargo, aunque en algunos ensayos se ha visto
que esto es así, otros encuentran un preocupante empeoramiento psicopatológico
en el grupo de oxitocina frente a los controles (placebo) (para leer una revisión muy reciente de los resultados de estos ensayos
clínicos, véase la referencia 10). Una
de las explicaciones que se baraja es que la oxitocina no promueve una “buena”
relación social, tan solo podría incrementar la saliencia social en un contexto
dado. Cuando en los ensayos grupales, los pacientes se encontraban
tranquilos y confiaban en los compañeros y terapeutas, parecía que la oxitocina
mejoraba varias áreas a nivel psicopatológico. Pero cuando existía escasa
confianza y cierta tensión en el grupo, la oxitocina incrementaba estos
sentimientos llegando a desencadenar reacciones paranoides y mayor ansiedad. De
hecho, múltiples estudios, entre los que destacan los de De Dreu, encuentran
que la oxitocina también puede tener su lado oscuro. De acuerdo con una
perspectiva evolutiva sobre la funcionalidad de la cooperación, se concluye que
la cooperación motivada por oxitocina motiva:
1) El
favoritismo dentro del grupo
2) La
cooperación hacia miembros dentro del grupo pero no fuera del grupo
3) La
falta de cooperación motivada por la defensa hacia individuos externos amenazantes
Por lo tanto, además de su papel bien conocido en la reproducción y la
formación de vínculos sociales entre iguales, las funciones principales de la
oxitocina incluyen la defensa dentro del grupo frente a extraños (para leer una revisión sobre esta materia de
la propia De Dreu, véase la referencia 11). Esto puede tener importantes implicaciones
para el estudio de los fenómenos de segregación, xenofobia y racismo, además de
otras formas de lo que en psicología se llama “ellos/nosotros”, tema que ha
recibido varias entradas previamente en el blog (por ejemplo aquí)
Volviendo al sistema opioide,
habíamos visto previamente que aquellas crías a las que se les inhibía la
función normal de su EOS con naltrexona no eran capaces de identificar y
seleccionar a su madre entre varias. En los estadios más precoces y críticos
para la supervivencia de cualquier mamífero, en esas primeras horas en las que
la inmensa mayoría aún ni siquiera tiene desarrollada la visión o es capaz de
coordinarse a nivel motor, la capacidad de identificar por el olor a la madre y
recordarla (memoria social más primaria) parece estar íntimamente regulada por
el EOS y la modulación que este ejerce sobre la oxitocina y otros péptidos que
no hemos comentado, como la colecistoquinina. Por tanto, el EOS no solo tiene
relevancia por sí mismo para el apego, sino que regula la función de otros
péptidos estrechamente relacionados con el vínculo social, desde etapas muy
tempranas y durante todo el proceso de crianza.
¿Qué ocurre con otras formas de
vínculo social? Hasta ahora nos hemos centrado en el vínculo maternofilial por
ser el más estudiado y por su prioridad lógica desde una perspectiva
evolucionista. Sin embargo, existen
evidencias de que el EOS además de la oxitocina juegan un papel esencial en el
vínculo de pareja, con similares (amistad) e incluso entre humanos y animales
(por ejemplo, con perros domésticos o caballos). Aunque el vínculo
maternofilial ha acaparado la práctica totalidad de la investigación sobre el
apego, disponemos de estudios recientes centrados en dilucidar las bases
neurobiológicas en adultos. En cuanto al EOS, parece que los experimentos que
hemos mencionado previamente, en los que la morfina reducía el estrés de las
crías ante la separación de su madre y la naloxona lo incrementaba, se replican
en adultos. Es el caso de un estudio con parejas adultas de monos tití, una
especie monógama (como el ser humano…más o menos) en el que se investiga el vínculo
de pareja (pair-mate bonding)12.
Encuentran que los niveles de cortisol disminuyen con la morfina y se
incrementan con la naloxona, además de que esta última aumenta también la
activación psicomotriz (tal y como habíamos visto en los experimentos con crías).
Es interesante que en este estudio se midiera un parámetro más objetivo de
respuesta al estrés como son los niveles de cortisol. Aún más relevante es el
siguiente resultado: cuando su pareja está presente, los machos responden con
menor ansiedad a la infusión de naloxona, interpretándose que la presencia de la pareja actúa como una
especie de búfer o amortiguador de la inhibición del sistema EOS y, por tanto,
de la ansiedad, estrés e inquietud que se pretende inducir farmacológicamente.
Esto es razonable teniendo en cuenta la hipótesis que estamos defendiendo,
según la cual, el contacto social incrementa nuestros niveles de endorfinas,
nos tranquiza, nos ayuda a paliar el dolor y nos da placer. Es importante añadir a la ecuación otro
péptido esencial sobre todo en el vínculo de pareja, al menos en varios
estudios con animales: la vasopresina (para
leer una revisión acerca del papel de este péptido y la oxitocina en el apego,
véase referencia 13). Aunque exponer con detalle la función de esta
molécula en el vínculo de pareja escapa a los objetivos de este artículo,
resulta ineludible señalar una curiosidad. La vasopresina regula numerosas
funciones vitales a nivel fisiológico, tales como la tensión arterial, el
equilibrio homeostático y la filtración renal. Que una molécula que inicialmente
se dedicara a estas tareas adquiriera funciones filogenéticamente más avanzadas
en el plano social no deja de ser intrigante y al mismo tiempo lógico. Sabemos,
por ejemplo, que la vasopresina se relaciona con la reducción en los niveles de
presión sanguínea que la mayoría de humanos presentamos al acariciar a un
animal y podría relacionarse con el fuerte vínculo que tenemos con nuestros
animales domésticos. Es uno de los mediadores biológicos de que el grooming entre
personas y con nuestros animales de compañía resulte tan relajante. Pero no nos
engañemos con explicaciones “buenistas” acerca de la naturaleza. Esta
inhibición de la activación del sistema nervioso autonómico también podría
entenderse como una inhibición de impulsos de agresión hacia los individuos del
grupo, porque más que placer (que parece otorgarlo el sistema opioide como
hemos comentado previamente), lo que hace la vasopresina es frenarnos. Podemos,
por tanto, lanzar la siguiente analogía: la
vasopresina que en origen podría haberse destinado al equilibrio homeostático
interno del organismo en mamíferos, posteriormente parece haber adquirido
funciones de regulación del equilibrio homeostático social, facilitando el
vínculo de pareja y la cohesión del grupo, además quizá de la domesticación
de animales (inhibiendo la agresión también a estos). Y de nuevo, esto nos
devuelve al EOS, porque también parece que la evolución aprovechó estructuras
filogenéticamente más antiguas que ya poseíamos para que adoptaran funciones
más recientes. Así, el EOS se dedicaba al alivio del dolor físico y a
proporcionar placer asociado al alimento o la cópula, para posteriormente
proporcionar el mismo o más placer en las interacciones sociales, el cuidado de
las crías, el grooming y las diferentes formas de vínculo social. Resulta
ilógico pensar que la evolución se basa en un constante desarrollo de nuevas
estructuras y moléculas (lo que en física o economía se denomina modelo de
crecimiento inflacionario, en este caso de recursos biológicos), cuando lo más
sensato a nivel de economía biológica es aprovechar lo antiguo y tratar de
reciclarlo o mejorarlo para que adopte nuevas funciones cruciales para la
supervivencia. Quizá esto no sea así en todos los casos, pero el Sistema Opioide Endógeno, la oxitocina,
la vasopresina y la colecistoquinina parecen ejemplos de “economización de
recursos” por parte de la evolución biológica.
Por último, comentaremos un
aspecto a nivel genético que resulta especialmente interesante y clarificador. Ciertas variaciones en el gen del receptor
mu-opioide, particularmente en el exón 1 (OPRM1) han sido estudiadas por sus
implicaciones para el establecimiento del apego. En primates, una “simple”
variación de una base (lo que en genética se conoce como polimorfismo de una
sola base o nucleótido, en inglés Single
Nucleotide Polymorphism o SNP, cuyo resultado suele ser la variación de un
aminoácido en una determinada proteína) en el exón 1 del receptor mu-opioide,
da lugar a diferentes modelos de apego entre las crías y sus madres. En macacos Rhesus, aquellas que presentaban
uno de los alelos (alelo G), respondían con niveles mayores de estrés y
ansiedad ante la separación de la madre14.
Presentaban un tipo de apego similar a
lo que en términos humanos se ha descrito como apego inseguro. Este trabajo es
previo a otros posteriores que han demostrado que dicha variación genética en
el receptor mu-opioide podría conllevar a una pérdida de función de este
receptor. Es probable que la reacción exagerada de estas crías vulnerables a la
separación de sus madres se deba a la dificultad de aliviar el enorme estrés
que supone esta situación. Sin su sistema opioide funcionando a buen
rendimiento por una “simple” variación en una base de un único receptor de este
complejo sistema, estas crías nos recuerdan a aquellas de los experimentos
comentados más arriba, a las que se les inhibía casi por completo la función
del receptor mu-opioide por medio de la naloxona y reaccionaban con mayor
ansiedad, llanto e inquietud psicomotriz ante la separación de sus madres. Una
pregunta resulta obvia: si una variación tan puntual a nivel genético produce
diferencias tan importantes en una función tan compleja como es el apego
social, ¿qué resultados ocasionarán las otras múltiples y probables variaciones
no solo a nivel genético, sino de vulnerabilidad neurobiológica y ambiental que
tienen que ver con el EOS? ¿Qué consecuencias pueden tener sucesos tan
traumáticos como la negligencia o el maltrato por parte de los progenitores,
otros familiares o los iguales (por ejemplo en el bullying)? ¿Qué efectos tiene
la marginación y discriminación sobre los individuos sabiendo que la
pertenencia al grupo resulta tan esencial como se pone de manifiesto en los
experimentos con ratones a los que se les ofrecía agua con droga?
Probablemente MacLean no iba muy
desencaminado cuando lanzó las ideas que hemos expuesto al inicio de esta
entrada. Aunque resultaría muy polémico e incorrecto por definición decir que
el apego es una forma de trastorno adictivo, hemos visto que tanto el vínculo social como las adicciones
comparten múltiples estructuras neurobiológicas en común y que los procesos de
vinculación y separación generan reacciones en los individuos prácticamente
idénticas a las de consumo y abstinencia de drogas. Aunque nos hemos
centrado en el Sistema Opioide Endógeno y la oxitocina, también sabemos que las
estructuras dopaminérgicas implicadas en el sistema de la recompensa
(particularmente, el estriado dorsal y el núcleo accumbens) son comunes al
vínculo social además de ser una de las bases neurobiológicas más importantes
de los trastornos adictivos (podríamos
exponer estos estudios en otra entrada, pero para leer una revisión bastante
completa de esta materia véase la referencia 13). Resultaría ilógico y
permítanme decir, incluso obsceno, pensar que las estructuras cerebrales
implicadas en las adicciones surgieron ahí para que nos drogáramos. El hecho de
que el vínculo social comparta despachos y mensajeros en el sistema nervioso
central con circuitos más antiguos implicados con la alimentación, el alivio
del dolor, la reproducción o las adicciones, resulta de la mayor relevancia no
solo en términos de biología evolutiva y supervivencia de las especies. También
es crítico para acercarnos a algunas de las situaciones más complejas que
enfrentamos como sociedad en la actualidad y que derivarán presumiblemente en
algunos de los mayores retos de nuestro futuro como especie: la tendencia al
individualismo, soledad y alienación social, progresiva debilitación de nuestro
círculo social de apoyo, las múltiples formas de negligencia y maltrato hacia
los niños, tanto en el seno familiar como acercándonos a la realidad del
bullying o las cada vez más frecuentes separaciones de pareja, la problemática
del suicidio, el creciente problema de xenofobia y de radicalización del “nosotros
contra ellos”...
Una de las características más
esenciales de los mamíferos y de la especie humana es la complejidad social,
clave en muchos de nuestros éxitos hasta el momento. Pero el don se convierte
en problema: nuestra supervivencia no depende del consumo de heroína o cocaína,
pero sí de nuestra naturaleza social. Dependemos fuertemente de nuestras
relaciones sociales como si de una potente droga se tratara. ¿Pero entonces, no
habíamos quedado que el apego no era un trastorno adictivo?
Colaboración de Gregorio Montero González
BIBLIOGRAFÍA
NOTA:
solo se muestran aquellas referencias más relevantes por motivos prácticos y de
extensión. Si el lector está interesado en conocer alguna referencia en concreto
o más información puede comentarlo y se la facilitaré gustosamente
Las revisiones más interesantes que
he incluido sobre esta materia se encuentran en las referencias 2, 5, 8 y 13.
[1] Panksepp J. et al. The biology of social
attachments: opiates alleviate separation distress. Biol Psychiatry. 1978;
13(5):607-18.
[2] Herman BH, Panksepp J. Effects of morphine
and naloxone on separation distress and approach attachment: evidence for
opiate mediation of social affect. Pharmacol Biochem Behav. 1978;9(2):213-20.
[3] Johan Hari. Chasing the Scream. Ed. Bloomsbury
Circus. 2015
[4] Shayit M, Nowak R, Keller M, Weller A.
Establishment of a preference by the newborn lamb for its mother: the role of
opioids. Behav Neurosci. 2003;117(3):446-54.
[5] Weller A, Feldman R. Emotion regulation and
touch in infants: the role of cholecystokinin and opioids. Peptides.
2003;24(5):779-88.
[6] Lourdes Fañanás. Extraído de
su ponencia en las I Jornadas sobre Evolución y Neurociencia. Bilbao 2017.
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¡Me encantó el post! muchas gracias.
ResponderEliminarMe gustaría saber su opinión respecto a cómo se relacionaría las diferencias individuales en la expresión/extructura de los componentes del SOE con la teoría de las 5 grandes.
Saludos
Muchas gracias a ti Ricardo
ResponderEliminarLa pregunta que planteas es realmente una gran pregunta y es importante. Esta entrada sobre el apego y el sistema opioide es parte de una presentación más completa que suelo hacer incluyendo una segunda parte sobre rasgos de la personalidad y EOS y finalmente una unión de apego, personalidad y adicciones a través del EOS.
Para responder de manera resumida a tu pregunta. Efectivamente, no solo a nivel ambiental se relaciona el apego con los rasgos de personalidad. No solo la presencia de antecedentes traumáticos por ejemplo, puede generar diferencias en ciertos rasgos de la personalidad e incluso lo que conocemos como rasgos límites o antisociales de la personalidad. También existe una importante vulnerabilidad genética como sabemos. Aunque el modelo de los Big Five no se ha empleado prácticamente en estos estudios por preferirse el modelo del inventario TCI de Cloninger tetradimensional, existen estudios comparativos entre ambos que parecen señalar a una cierta correspondencia entre dominios de ambos.
A nivel del EOS, por estudios recientes de neuroimagen funcional y genéticos sabemos que el sistema opioide endógeno está implicado en la:
- Dependencia de la recompensa
- Evitación del daño
- Impulsividad (sobre todo en el trastorno límite de la personalidad, donde se ha replicado el hallazgo de disfunciones en la neurotransmisión opioide)
- Neuroticismo, resiliencia. Ciertos polimorfismos genéticos en el receptor mu opioide confieren mayor neuroticismo y menor resiliencia ante el estrés, al igual que ante la separación de la madre en las crías de macaco que expongo al final de la entrada.
- Capacidad de disfrute de las relaciones sociales.
Todos estos rasgos de la personalidad son esenciales también para los trastornos adictivos. Por lo tanto, el sistema opioide endógeno nos permite conectar la vulnerabilidad ambiental, genética y neurobiológica relacionando el apego, con los rasgos de personalidad y las adicciones.