domingo, 12 de octubre de 2014

Los experimentos de Milgram y Zimbardo, a revisión

Los experimentos de Milgram son tan conocidos que no necesitan presentación. Junto con los experimentos de Solomon Asch y el de la cárcel de Stanford de Philip Zimbardo está entre los clásicos de la Psicología Social. Los resultados de todos ellos fueron tan impactantes que están en todos los libros de texto de Psicología, por lo menos por ahora, porque hay una tendencia en los últimos años a criticarlos y cuestionar su validez. 

Aquí tenéis una crítica del de Stanford de Zimbardo, realizada por Peter Gray, un profesor de Psicología autor de un libro de texto, donde explica las razones para no haber incluido el experimento en su libro de texto. Básicamente, argumenta que Zimbardo indujo y provocó los comportamientos de los estudiantes. Con respecto a los experimentos de Milgram, la crítica principal proviene de una autora, Gina Perry, que ha publicado un libro titulado Behind the shock machine: The untold story of the notorious Milgram Psychology experiments. Podéis leer un artículo resumiendo su posición aquí. Otra evaluación crítica de los experimentos de Milgram la podéis leer aquí y la revista Aeon acaba de sacar un estupendo artículo (como la mayoría de los suyos) sobre los experimentos.

No me cabe duda de que unos experimentos tan antiguos como estos (éticamente imposibles de repetir hoy en día) tienen todos los problemas metodológicos del mundo pero sospecho que las críticas a los mismos no son solo técnicas y académicas sino que el fondo de este revisionismo es negarse a aceptar la visión de la naturaleza humana que estos experimentos nos muestran. Según ellos, la situación tiene una gran importancia en nuestra conducta, hasta el punto de imponerse sobre nuestros valores internos. Estos experimentos nos dicen que hay un guarda de campo de concentración y un genocida dentro de nosotros y eso es muy difícil de aceptar. Necesitamos una visión más positiva de nosotros mismos y creer que nosotros no actuaríamos así.
Solomon Asch

Hay que tener en cuenta el contexto de estos experimentos. Los tres autores citados, Milgram, Asch y Zimbardo, son de origen judío y en los años posteriores a la II Guerra Mundial había una necesidad de entender lo que había pasado (Dorwin Cartwright dice que el hombre que más ha hecho por la Psicología Social ha sido Adolf Hitler), cómo era posible que los alemanes hubieran seguido a sus líderes hasta el extremo que lo hicieron. Por lo tanto, tenemos que entender estos experimentos como pequeños simulacros de situaciones terribles que habían ocurrido recientemente. 

Es un debate milenario el de si los seres humanos somos buenos o somos malos, si somos egoístas o somos altruistas. Mucha gente prefiere pensar que somos altruistas, colaboradores y dispuestos a hacer el bien. Pero es un debate mal planteado porque parte de la base de que el egoísmo es malo y el altruismo es bueno y si algo nos enseña la historia (y estos experimentos en menor medida) es que la causa de los mayores genocidios y crímenes contra la humanidad no han sido los instintos egoístas sino nuestros instintos grupales, nuestra tendencia a defender al grupo, nuestra colaboración y altruismo para con los miembros de nuestro grupo. El altruismo también puede ser malo. Como dice Ambrosio Garcia Leal, los ideales patrióticos, religiosos o de cualquier otra índole, asociados a la identidad tribal, han sido mucho más destructivos a lo largo de la historia humana que el egoísmo individual. Lo peor de nosotros es el egoísmo grupal.

Y ese egoísmo grupal se basa en la obediencia, el conformismo, la lealtad al grupo, etc., cuestiones que pretendían estudiar los autores citados. Es relativamente fácil luchar contra los enemigos pero es mucho más difícil enfrentarse a los “amigos” a los miembros del propio grupo y desobedecer cuando las acciones se presentan como buenas para el grupo (nación, grupo de creyentes…). Es trágico pero las mayores barbaridades cometidas a lo largo de la historia las han cometido personas que creían estar haciendo el bien, el bien para su patria o incluso para toda la humanidad. 
Philip Zimbardo

Sólo un ejemplo de la influencia de esta lealtad al grupo. Cuando los llamados escuadrones de la muerte, los Einsatzgruppen, que ejecutaban judíos en el frente del Este, iban a actuar, los mandos formaban a sus hombres y una vez todos unidos daban la oportunidad de que el que no quisiera ir se saliera de la formación. Desgraciadamente, eran muy pocos los que se salían. Pero si el planteamiento hubiera sido al revés, si los mandos hubieran pedido que los que quisieran formar parte del escuadrón se apuntaran y formaran habría sido más fácil negarse. Tal como lo hacían era muy diferente abandonar a tus compañeros, criticar implícitamente lo que iban a hacer y ser un traidor a los tuyos que sumarte voluntariamente a una ejecución.

Después de la II Guerra Mundial hemos vivido más guerras y genocidios, en Vietnam (matanza de My Lai), en la antigua Yugoslavia, en Ruanda…, hemos visto lo que ha ocurrido en la prisión de Abu Ghraib, por citar solo algunos ejemplos, y mi impresión es que Milgram y Zimbardo tienen razón. Aunque fuera cierto lo que dice Gina Perry de que el 60% de los sujetos de los estudios de Milgram desobedecieron, el dato me sigue pareciendo terrible. No tenemos que dejar que los árboles nos impidan ver el bosque. Estamos hablando de una autoridad que es simplemente un psicólogo con bata y de unos sujetos experimentales que no se juegan nada (creo que 4 $ dólares y pico que no queda claro si los cobraban en cualquier caso). Imaginaos ahora que estamos en tiempos de guerra y que el que da las órdenes es un mando de las SS (o los representantes de tu gobierno legítimo) y que lo que tú hagas o dejes de hacer va a influir en la suerte de tu familia y de tu nación. Yo personalmente no tengo mucha duda de lo que la mayoría de la gente haría.

Coda: Comento esto al final porque es muy especulativo y os puede parecer llevar las cosas demasiado lejos. Los que leéis este blog me habréis oído hacer referencia a la idea de Jonathan Haidt de que el ser humano tiene un interruptor que nos permite funcionar en modo chimpancé (individual, egoísta)  y en modo abeja (como un eslabón de algo más grande, de un grupo o de una colmena). La última vez que lo he comentado ha sido al hablar del suicidio masivo de los fieles del Templo del Pueblo en la Guyana. Pues bien, Milgram explicaba la obediencia de sus sujetos con la expresión de que los sujetos pasaban al modo “agencia” en el que ellos sentían que no tenían ninguna responsabilidad porque cumplían órdenes de una autoridad. No deja de sorprenderme el parecido con el interruptor de Haidt. 

Y también es interesante en este sentido plantearnos si ese modo abeja supone en realidad funcionar como un superorganismo, como un hormiguero, una colmena o como lo hacen las termitas. En su libro El Azar Creador Ambrosio Garcia Leal comenta una charla con Lynn Margulis en una cena (Garcia Leal ha traducido algunos de sus libros) en la que Margulis comentaba la posibilidad de que en un futuro la humanidad pudiera llegar a convertirse en un superorganismo. Garcia Leal le dijo a Margulis entonces que eso le parecía muy improbable pero sin embargo dice que ahora no está tan seguro (por ejemplo empieza a ver parecidos entre Internet y un sistema nervioso rudimentario de una “superhumanidad”). Si nos fijamos en el caso del suicidio de la Guyana del Templo del Pueblo vemos a los creyentes como si fueran un hormiguero actuando de forma conjunta, un grupo en el que han desparecido los intereses individuales y el individuo queda sumergido en la colectividad. Esta sensación de estar viendo un hormiguero es todavía mayor al observar los desfiles de los nazis en esas impresionantes imágenes históricas en blanco y negro. En definitiva, más vale que tengamos cuidado con ese modo “agente” o “abeja”.

@pitiklinov



1 comentario:

  1. Me ha encantado la entrada. Creo que haces una reflexión la mar de sensata y más necesaria de lo que puede parecer a priori. Sería bueno que nos acostumbrásemos a tener en cuenta que todos tenemos una opinión más o menos formulada al respecto de este balance bondad/maldad. Esta opinión es difícil que no permee en la producción intelectual o científica de cada uno. Ahí veremos a algunos científicos dejándose llevar sin tener muy claro qué mueve sus pasos, y a otros construyendo una investigación programática destinada a defender su postura. (Además, está la necesidad de diferenciarse, publicar, hacer nombre y sacar libros). En conjunto, nos cuesta adoptar una visión compleja, cambiar de perspectiva lo suficiente para ver que bondad/maldad son atribuciones de conducta en relación, y que muchos de los que consideramos trastornos mentales son problemáticos no tanto para el individuo que lo presenta (pudiendo ser hasta adaptativo, como heterosis), sino para la "colmena", sociedad o rudimento de superorganismo al que a veces tendemos. Un saludo.

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