Sharon Kaufman |
Que era un fenómeno digno de estudio es lo que pensó la antropóloga Sharon Kaufman, que no había prestado atención a este tema hasta que se enteró de que las autoridades que informaban de los estudios, así como científicos que investigan vacunas (como Paul Offit, co-inventor de una vacuna contra los rotavirus), recibían correos electrónicos y llamadas telefónicas insultantes e incluso amenazas de muerte. ¿Qué pasa cuando los científicos producen unos datos, los pasan al público y la gente no se los cree y no confía en ellos? ¿Dónde nos deja esto? Kaufman se cogió una excedencia de 26 meses para estudiar este asunto y hablar con unos y otros.
La historia del problema empieza por unos sucesos claves diferentes en Inglaterra y en EEUU. En Inglaterra está el famoso trabajo de Andrew Wakefiel, ya retractado, que relacionaba la vacuna triple vírica o MMR (sarampión, paperas y rubéola) con el autismo. Posteriormente se ha comprobado (ocho informes del IOM, Instituto de Medicina norteamericano) que no existe tal relación, y el propio Wakefield se enfrenta a cargos de mala conducta profesional por conflictos de intereses (entre ellos participar en una patente para una vacuna alternativa), aunque él lo niega. En EEUU, el problema empezó con el mercurio (timerosal) que contenían las vacunas y sus posibles efectos secundarios en el desarrollo cerebral. Ante esta incertidumbre, Neal Halsey, director del Instituto para la Seguridad de las Vacunas, urgió al CDC (Centro de Control de Enfermedades) y a la Academia Americana de Pediatria para que retiraran el timerosal de las vacunas, y desde el año 2001, las vacunas infantiles ya no contienen timerosal. Pero, según Kaufman, esto no arregló las cosas, al contrario, alimentó los miedos públicos sobre los peligros de las vacunas.
Fred Clark y Paul Offit inventores de la vacuna contra rotavirus |
Según Baker, si la presencia de mercurio en las vacunas se hubiera conocido en otro momento no se habría generado la “tormenta perfecta” que se ha generado. Pero se juntaron varias cosas, como que las tasas de autismo estaban creciendo de una manera alarmante y que el calendario de vacunas cada vez incluía más vacunas. Todo ello creó la percepción de que un factor ambiental era la causa de esa “epidemia” de autismo. Con respecto a la tasa de autismo, ha crecido desde los años 80 del siglo pasado del 0,47 por 1000 niños, a 6,7 por 1000 en la actualidad, es decir, 1 de cada 150 niños. Aquí habría que hablar de que la definición del autismo se ha ampliado desde que Leo Kanner lo describiera en 1943. Por ejemplo, el S. de Asperger no se incluyó hasta 1994, y sólo el Asperger puede representar el 50% de los casos, según algunos expertos. Pero es que, además, en 1983 los niños recibían vacunas contra 7 enfermedades. Hoy reciben 14 vacunas con 26 dosis. Este es el factor más importante que llevó a los padres a sospechar de las vacunas.
La realidad es que la tasa de vacunación en algunas zonas de EEUU han caído. Por ejemplo, en la ciudad de Ashland, sólo el 70% de los padres vacunaron a sus hijos y existen otros lugares con tasas similares en Colorado, Washington y California. Hay que decir que la vacunación en EEUU es obligatoria antes de que los niños vayan a la escuela, aunque los padres pueden objetar por razones filosóficas o religiosas. En Reino Unido no es obligatoria la vacunación. Esto está llevando, como muy bien dice el post que he citado al principio, a la aparición de brotes de enfermedades, como el sarampión, que anteriormente estaban controladas. Esto es así porque si la tasa de vacunación cae por debajo de cierto punto (el umbral crítico de inmunidad colectiva), la enfermedad puede extenderse entre los individuos que no están protegidos. Este umbral varía según la vacuna y la enfermedad pero en el caso del sarampión es del 90%.
Hay más datos alrededor de esta polémica, que puedes leer en el artículo de referencia, pero lo interesante de este problema es el gran número de interrogantes que plantea. Por un lado, el de la relación entre ciencia y sociedad, y la necesidad de transmitir bien los conocimientos científicos a la población. Un error, generalizado a muchos campos, es el de considera al ser humano un ser racional y pensar que casos como éste se arreglan con información y educación. Pero una y otra vez vemos que esto no funciona, por ejemplo en los casos en los que se hacen dos bandos, como el que nos ocupa, y cada uno lee una información distinta. Otro problema es cómo clasificar el nivel de la información, porque evidentemente, la calidad de la información que manejan las webs antivacunas no está al mismo nivel que la que manejan los científicos. Los medios de comunicación caen, según algunos expertos como Offit, en este problema porque al seguir la máxima de escuchar a los dos lados -o de balancear la información-, presentan a los dos lados del debate como apoyados en la ciencia, cuando en realidad sólo uno de ellos lo está (eso sin contar que en muchos programas aparecen los antivacunas y no lo hace ningún científico para replicar). Pero otro problema es el de hasta qué punto se puede censurar a la gente que tiene ideas contrarias al estado de la ciencia en un cierto momento, a los disidentes o negacionistas como se les ha llamado en el debate sobre el cambio climático. Este es un tema que no tenemos resuelto.
Rachel Casiday, antropóloga, plantea que los científicos no deberían subestimar el poder de la narrativa en el ser humano. Las autoridades dan los datos científicos de una manera fría, con análisis estadísticos, análisis de riesgo y cosas raras que la mayoría de la gente no entiende. Sin embargo, los padres pueden leer -u oír a su alrededor- muchos testimonios de cómo un niño fue vacunado, pasó una fiebre, y desde entonces dejó de relacionarse y ya no es el mismo. Si las autoridades obvian estas historias, la gente piensa que hay intereses ocultos (y las farmacéuticas, por ejemplo, están desde hace tiempo en el punto de mira). Nos olvidamos de que nuestro cerebro no fue diseñado para hacer ciencia, sino para ayudarnos a sobrevivir y dejar más copias de nuestros genes, y nuestros hijos son precisamente esos genes…lo más importante que tenemos. Nuestro cerebro entiende muy bien el estudio de caso único y tiene más problemas, sin embargo, para entender un estudio doble ciego o un metaanálisis. Si me ataca un león en la selva no voy a necesitar hacer un estudio doble ciego para saber si en general los leones atacan a las personas o resulta que el que me atacó a mí era un león raro y atípico. Una exposición es más que suficiente. Como vemos con este debate, cuando afloran los miedos ancestrales ni siquiera el poder de la ciencia puede doblegarlos, y plantear el problema en términos de bandos no va a ayudar a arreglarlo, porque es muy difícil aceptar lo que proviene del otro bando.
Pero por debajo de todas esta cuestiones hay un problema de fondo que este tipo de debates y fenómenos ponen sobre la mesa: que los humanos carecemos de un mecanismo para saber cuál es la realidad, para ponernos de acuerdo sobre lo que es real y lo que no. Lo mejor que tenemos es la ciencia, pero como vemos con este ejemplo, muchas veces no es suficiente.
@pitiklinov
Referencias
Bueno, está claro que la gente es sensible y emocional, que genera realidades alternativas y que se fía más de las creencias que de las evidencias … Todo normal, lo de siempre … Si sabes manipular odios y miedos puedes hacer, de las personas, lo que quieras!
ResponderEliminarAún así, me quedo con algunas dudas, en este caso. Por un lado tienes campos donde, a pesar de las muchas incertidumbres, hay muchos especialistas, instituciones, evidencias, y sobre todo una enorme comunidad vigilando (políticos, técnicos, periodistas, expertos etc.). Por el otro, tienes supuestos complots de mil formas y colores, cada uno presentado por unos pocos defensores, con un numero reducido de evidencias, que en general no se sujetan bien, y que al final no logran hacer brecha en el sentido común y en el escrutinio de la comunidad global.
Dejamos un momento a un lado quien tiene la razón, e incluso la posibilidad de que un complot sea real. En el momento que yo ciudadano reconozco que no soy un especialista, que no conozco el sector, que no trabajo en ello y que no tengo un conocimiento robusto, entre una alternativa con mucha información y una con poca información, ¿porque escojo la segunda?
Quiero decir, si tengo que tirar pasivamente de lo que me dicen otros, entre una posibilidad con muchas evidencias y una con pocas evidencias automáticamente debería de escoger la primera, y no por una cuestión ideológica, sino, sencillamente, estadística.
Esto es particularmente llamativo cuando los supuestos complots son internacionales, lo cual supondría mandar a callar gobiernos, instituciones, periodistas y expertos de decenas de Países independientes … Vamos, por lo menos algo muy muy improbable ...
Entonces, me pregunto si no hay algo más que una desconfianza atávica para proteger a los genes. Algo que llega por ejemplo a las dinámicas sociales (la necesidad de generar creencias comunes absurdas para hacer grupo) o, más sencillamente aún, limitaciones cognitivas generadas por una distancia evolutivamente inesperada entre complejidad cerebral (o bien sea su ausencia) y complejidad cultural. En el primer caso tenemos, como siempre, consecuencias de un paquete evolutivo, con sus ventajas y sus desventajas. En el segundo caso tenemos, sin mucho orgullo, limitaciones de un motor que ya no da de sí cuando la carretera se hace demasiado grande ...