En una entrada anterior ya habíamos comentado las ideas del psiquiatra Dan Siegel sobre que la la adolescencia no es sólo un periodo de inmadurez sino que las características propias de la adolescencia aparecen en el momento en que se necesitan y son adaptativas. En este caso voy a comentar un interesante artículo de Gabrielle Principe que explica lo mismo acerca de la infancia, que la infancia es una adaptación.
Para empezar, es un hecho que la Psicología se ocupa sobre todo de la conducta del adulto. Existe también una psicología infantil y del desarrollo pero en buena parte de su trabajo se dedican a descubrir conexiones entre las experiencias tempranas y la conducta adulta y las características y experiencias infantiles que predicen problemas o éxitos en la edad adulta. La Psicología evolucionista también tiene bastante abandonada a la infancia y esto es chocante porque lo que define a la Psicología evolucionista es su interés por las causas últimas de cualquier conducta o fenómeno.
La explicación de este interés de los psicólogos principalmente por la edad adulta puede ser que una mayoría vemos el desarrollo infantil como una progresión hacia la edad adulta. La edad adulta es el periodo en el que “ocurre la acción” en el ser humano. Para los psicólogos evolucionistas la reproducción -la clave de sus explicaciones- ocurre en la edad adulta y tal vez de ahí su interés. Pero los psicólogos evolucionistas se olvidan de un punto clave: que para llegar a la edad adulta hay que sobrevivir a la niñez y la infancia. De hecho, los altos niveles de mortalidad infantil a lo largo de la historia evolucionista sugieren que la selección natural tuvo unos efectos muy grandes en estos períodos iniciales del desarrollo.
Esta concepción de la edad adulta como el fin del desarrollo implica que el desarrollo es un proceso lineal de maduración, donde se empieza con la simplicidad y la ineficiencia de la infancia y se acaba con la complejidad y eficacia de la edad adulta. Según este punto de vista, los niños son meramente versiones inacabadas e ineficaces de los adultos y la infancia es simplemente un periodo necesario para llegar a adulto. Los niños no saben atarse los zapatos, son irracionales, no paran quietos, se distraen continuamente…y todo ello nos hace concluir que la infancia es algo que tenemos que soportar para llegar a la edad adulta. Y esto es importante porque esta conclusión acerca de la infancia nos lleva a pensar que cuanto antes llegue un niño a ser adulto, mejor. Y esto lo llevamos a la práctica y mandamos a nuestros hijos a programas de preescolar para que comience la educación cuanto antes, y se comercializan juguetes, CDs para escuchar mientras duermen, programas y todo tipo de productos que lo que buscan es impulsar, ponerle el turbo al crecimiento y maduración del cerebro. Luego diremos algo sobre esto.
Sin embargo, existe otra visión de la infancia diferente a la de una progresión linear de la inmadurez a la madurez, que es la que tienen psicólogos como David Bjorkund, un psicólogo evolucionista del desarrollo. Según ellos, el desarrollo humano se entiende mejor si lo viéramos como un proceso similar a la metamorfosis que tiene lugar entre una oruga y una mariposa. La oruga no es una forma inmadura de mariposa, sino un animal con unas características y conductas adaptadas a la fase de gusano y no a su futura fase de mariposa. Las características de la oruga son tan refinadas como las de la mariposa pero adaptadas a otras circunstancias. En la especie humana el salto no es tan marcado pero nos sirve la comparación para entender la idea. En esta visión evolucionista del desarrollo los niños no son versiones amateurs de los adultos sino que están adaptados a las demandas físicas, sociales y cognitiva del ambiente en el que se se encuentran. Los niños y los adultos tienen conductas y mentes diferentes pero igualmente robustas y sofisticadas, diseñadas para funciones evolutivas diferentes.
Si miramos la infancia desde esta perspectiva vemos que no todas las características de los niños son preparaciones de la edad adulta. Algunas funciones adaptan al niño a su ambiente inmediato no a su ambiente futuro y cuando estas características ya no se necesitan desaparecen. Un ejemplo extremo de esto sería la alimentación por medio de la placenta que es la que provee el oxígeno en el período prenatal y luego desaparece. También el reflejo de succión de los recién nacidos fundamental para su supervivencia, o el de prensión.
¿Existen otros ejemplos de conductas adaptadas a la infancia? Gerald Turkewitz y Patricia Kenny sugieren que la incapacidad motora de los bebés es adaptativa porque impide que los niños se alejen de las madres y aumenta sus posibilidades de supervivencia en ese periodo. La mala visión de los bebés también sería adaptativa para reducir la cantidad de información visual que tiene que manejar y se ha visto en experimentos que una estimulación visual muy temprana puede interferir con el desarrollo del sistema auditivo.
A nivel conductual, existe un fenómeno muy interesante que es que los niños de edad preescolar tienen un sesgo por el que se atribuyen acciones que no han realizado ellos sino otras personas. Este sesgo facilita el aprendizaje del niño porque el atribuir las acciones a una misma fuente (él mismo) las hace más fáciles de recordar. En un experimento en el que unos niños colaboraban con adultos en cambiar los muebles de una casa, los niños cometían más errores de atribución y decían que una mesa la habían movido ellos y había sido el adulto, pero también recordaban más objetos en su localización correcta que niños que habían realizado la tarea independientemente. Otro ejemplo podría ser la creencia de los niños de que son más competentes de lo que realmente son, su tendencia a sobreestimar sus capacidades. Niños de 3 años (pero no de 5) que sobreestiman sus capacidades de imitación están más avanzados verbalmente que los que estiman correctamente sus capacidades. La explicación puede ser que los niños que sobreestiman sus capacidades se atreven con tareas más difíciles que los niños más realistas y son más persistentes y así aprenden más.
En cualquier caso, la idea clave de este enfoque evolucionista es que la selección natural opera en todas las etapas de la vida y no solo en los adultos y hay que considerar el posible valor adaptativo de cualquier conducta en cualquier etapa del desarrollo. Los niños no son versiones inmaduras de los adultos y conductas de “tipo adulto” no son adaptativas en la infancia.
Si este enfoque es acertado, también podemos sacar algunas consecuencias prácticas. Una muy clara es que rasgos infantiles son adaptativos en la infancia y que esforzarnos para que los niños maduren cuanto antes puede no ser una buena idea. De hecho, hay ya trabajos empíricos en diferentes campos que sugieren que más rápido no es siempre mejor. Por ejemplo, los esfuerzos por acelerar el desarrollo intelectual poniendo a preescolares en programas orientados de una manera académica aumenta los niveles de ansiedad hacia la escuela así como los problemas de conducta (aquí tenéis un enlace que cuestiona la educación preescolar). Esto reduciría su posterior motivación para aprender, sus expectativas de éxito en las tareas escolares y el orgullo por sus logros.
En definitiva, que pretender que los niños aprendan alemán y piano con dos años puede ser algo parecido a pretender que una oruga desarrolle alas. Igual es mejor dejar que los niños sean niños.
@pitiklinov
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