domingo, 8 de junio de 2014

Soluciones al problema de la Cinta de la Felicidad


El hombre es un animal plegable, un ser que se acostumbra a cualquier cosa
-Fedor Dostoyevsky

Es un hecho conocido desde la Antigüedad que el hombre es un animal que se acostumbra a todo, sea bueno o malo. Con tiempo somos capaces de adaptarnos a casi cualquier cosa. Una de esas adaptaciones es la adaptación hedónica, el proceso por el que nos adaptamos a la felicidad que nos produce comprar una casa, una relación de pareja, un nuevo trabajo o casi todo. Cuando nos compramos una casa, nos encanta la cocina, los suelos de cerámica, las vistas…pero al de unas semanas, o meses como mucho, ese efecto inicial se disipa y ya no nos da placer contemplar los suelos de cerámica, como al principio, ni miramos siquiera por la ventana. Lo mismo si nos compramos un coche o cualquier otro objeto. A este proceso de nivelación emocional lo llaman los anglosajones adaptación hedónica ,o hedonic treadmill, porque es como correr en una cinta de gimnasio para estar siempre en el mismo lugar. Al disiparse el placer de la compra anterior nos lanzamos a comprar nuevas cosas que estimulen nuestro circuito de recompensa y recuperar así la sensación de placer por un tiempo. Uno de los resultados de este proceso es el estilo de vida consumista que llevamos.

El proceso tiene un lado positivo y un lado negativo. Es negativo que las cosas buenas dejen de darnos placer, pero es positivo que las cosas malas dejen de producirnos dolor. Hay trabajos en sujetos que han ganado la lotería y en sujetos que se han quedado parapléjicos que ilustran estos dos extremos. Tras una subida o bajada inicial en su nivel de felicidad, ambos tipos de personas vuelven a su nivel de felicidad previo. Pero hay un problema añadido: que a la hora de tomar decisiones no somos capaces de predecir que nos vamos a adaptar, por lo menos no hasta el grado en que somos capaces de hacerlo. Si fuéramos capaces de anticipar ese nivel de adaptación tal vez tomaríamos otras decisiones, pero no lo somos. Por ejemplo, si preguntáramos a una pareja felizmente casada cómo se sentirían en caso de divorciarse, probablemente pensarían que un divorcio sería devastador en sus vidas. Pero, aunque un divorcio es ciertamente traumático, resulta, a menudo, menos devastador de lo anticipado. No estoy sugiriendo que no debiera preocuparnos romper una relación sino que hay muchas probabilidades de que sobrevivamos y salgamos adelante.

La conclusión de este efecto de la cinta de la felicidad es que a pesar de lo intensamente que sientas acerca de algo en el corto plazo, a largo plazo las cosas no te dejarán ni tan extasiado ni tan miserable como tú esperas. Muchos estudios confirman la realidad de este fenómeno así que debemos aceptar que forma parte de nuestro cableado, de la manera en que estamos diseñados. ¿Y qué podemos hacer? ¿Hay alguna solución para mejorar la parte que corresponde a la pérdida de placer y felicidad con el tiempo?

Pues una clave para cambiar este proceso de adaptación es interrumpirlo. Hay estudios que demuestran que tomar un descanso en medio de una experiencia agradable la refuerza, y tomar un respiro en medio de una experiencia negativa la empeora. Esto va un poco en contra de nuestra intuición. La mayoría de la gente cuando tiene que hacer una tarea desagradable, procura distraerse a ratos con otra cosa, dejarla y volverla a tomar, hacer una parte ahora y otra luego…Por contra, la experiencia agradable la disfrutamos de tirón. Pues bien, los estudios dicen que estamos equivocados: es mejor hacer las cosas buenas por partes  y las malas de tirón. Sufriremos menos si no partimos las experiencias negativas y disfrutaremos más si partimos las positivas. Leif Nelson y Tom Meyvis realizaron unos experimentos para comprobar esto. En uno de ellos se trataba de evaluar una experiencia negativa auditiva introduciendo un corte o no. Se le suponía un ruido por unos auriculares y a un grupo se les desactivaba el ruido y luego se les volvía a poner. La evaluación era de los últimos segundos en los que ambos grupos estaban recibiendo el ruido. ¿Cuál fue el resultado? Pues que la interrupción empeoró las cosas, no las mejoró. Al introducir el corte la adaptación desaparece y cuando te vuelven a poner el ruido es más molesto que antes. Sin embargo, todos hemos observado que, al de un rato de que hayan empezado a meter ruido en la calle, ya ni lo oímos. La clara moraleja de la historia es que los cortes disminuyen nuestra capacidad de adaptación haciendo que la experiencia sea peor cuando vuelves a ella. Por lo tanto, cuando te pongas a hacer la limpieza de la casa, o la declaración de la renta, el truco es que no lo dejes hasta que acabes.

En otro experimento, estos autores evaluaron el efecto de las interrupciones en las experiencias placenteras. Utilizaron para ello unos masajes en unas de esas sillas supercómodas y a unos se lo interrumpieron y a otros no. Al final de los masajes, los que habían recibido un corto masaje y se lo habían cortado, para continuar después,  disfrutaron mucho más de la experiencia y estaban dispuestos a pagar más por repetirlo que los que lo habían disfrutado de tirón.

¿Y cómo aplicamos esto al mundo real? Pues no es fácil…Dan Ariely nos propone que imaginemos el caso de una chica estudiante que ha vivido cuatro años en una habitación sin aire acondicionado, con un mobiliario horroroso y sin apenas espacio para ropa o libros. De repente, encuentra un trabajo un mes antes de graduarse y se va a trasladar a su primer apartamento. Antes, hace una lista de todas las cosas que necesita y que comprará para el piso, ¿cómo puede maximizar su felicidad a largo plazo? Una posibilidad es que utilice su primer sueldo (o que pida un crédito) para comprar todas las cosas de golpe y poner la casa a su gusto: la cama con espuma de astronauta, la tele plana más grande, el sofá más cómodo… Pero otra opción, la que recomienda Ariely, es comprar las cosas gradualmente: primero la cama…cuando te empiezas a aburrir de ella, la tele…luego el sofá…Según Ariely, la chica sería más feliz en un escenario de placeres intermitentes. El truco es enlentecer el proceso de adaptación, dosificar el placer.

En el caso de las desgracias o de experiencias negativas, justo lo contrario. Si tenemos que reducir el consumo o trasladarnos a un apartamento más pequeño, entonces lo mejor es hacer todos los recortes de golpe: fuera la televisión por cable, fuera el café caro de Colombia que nos encanta, y todas las cosas que no nos podemos permitir. El dolor inicial será mayor, pero nos adaptaremos. Si nos vamos privando de cosas una tras otra, la agonía sería mayor.

De la misma manera, deberíamos cambiar nuestras preferencias desde inversiones en productos y servicios que producen un flujo constante de experiencias hacia productos o situaciones que son temporales o intermitentes. Por ejemplo, un equipo estéreo, o el mobiliario, son experiencias constantes, y es muy fácil adaptarse a ellas. Por contra, una escapada de dos días, un curso de submarinismo, o un concierto, son experiencias transitorias y no es tan fácil adaptarse a ellas. No se trata de que vendamos el sofá y vayamos a hacer submarinismo sino de que entendamos qué tipo de experiencias son más susceptibles de producir adaptación. Otra opción es que intentes introducir impredicibilidad en tu vida. Todos tenemos tendencia hacia lo seguro y predecible pero deberíamos tomar riesgos y probar cosas nuevas.

La lección final es que no todas las experiencias conducen al mismo nivel de adaptación y que no todas las personas responden a la adaptación de la misma manera. El consejo de Ariely es que exploremos nuestro patrón individual y aprendamos qué es lo que dispara nuestra adaptación y qué no. No sé si estos consejos nos van a servir de mucho, pero me temo que no hay mucho más, estamos hemos hechos como estamos hechos.

@pitiklinov

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